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Cultura

18 de Octubre de 2015

Columnas: Rock y hienas

1 Llega una hiena piel y huesos a probar suerte en el contenedor de basura donde se juntan los gatos, pero que también visitan zorros y chacales. Vino desde el wadi, el lecho seco del río que conecta dos desiertos, el Neguev y Judea, y baja a Sodoma, en el Mar Muerto. También hay puercoespines […]

David Wapner, desde Arad, Israel.
David Wapner, desde Arad, Israel.
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Rock-y-hienas

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Llega una hiena piel y huesos a probar suerte en el contenedor de basura donde se juntan los gatos, pero que también visitan zorros y chacales. Vino desde el wadi, el lecho seco del río que conecta dos desiertos, el Neguev y Judea, y baja a Sodoma, en el Mar Muerto. También hay puercoespines allí, pero de ellos llegan cada tanto algunas púas que un amigo sudanés se acomodaba en el cabello.

Un chacal, en especial, acostumbra aullar en el jardín de mi edificio, y calla cuando mi perra ladra.

Se trata de un momento de la historia en que Arad, ciudad en la que vivo, ex modelo de la arquitectura socialista, ex capital del rock israelí, retrocede de tal modo que sus primitivos habitantes, puestos bien lejos en la imaginación de los pioneros, vuelven a entrar en contacto, desvalidos y en estado de confusión. Perros de Canaán, sus primos hermanos y segundos, regresan a Arad en busca de basura. No siempre encuentran, la competencia es mucha. Aquí reina el cuervo, y ahora se agregó la urraca. Poco queda de la vieja promesa de la felicidad socialista, en su versión sionista, pero los socialistas cargan en sus espaldas buena parte de este fracaso: por su impulso se llevaron a cabo políticas de ocupación militar, exclusión, redistribución de poblaciones.

Ahora que están en retirada, su espacio es ocupado por familias de la secta jasídica Gur que se multiplican día a día. Van en bandadas, hombres solos de negro con sombrero, o con familia, mujeres de negro y peluca con proles que a veces llega a la docena. Compran propiedades a un ritmo de decenas por semana, y así van ocupando los agujeros que los sionistas socialistas van dejando en su huida. Dice nuestra vecina Marta que barrios como Jalamish, en donde ella vive, planificados para facilitar la vida en comunidad, monobloques entre grandes espacios públicos, con pequeños balcones para la familia obrera (porque todo obrero merecía un balcón), son los preferidos de esta secta ultraortodoxa: también el estalinismo es una ultaortodoxia, y la comunidad es el eje del judaísmo extremo. Fuera de la comunidad de la propia grey, nada. Por esa causa, el chacal, la hiena, el perro de Canaán, se van consumiendo: cada vez hay menos comida y agua en los tachos de basura.

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Miri Reguev, la ministra de Cultura y Deportes, ha decidido dejar de alimentar a los artistas de izquierda, a aquellos que denuesten los valores del sionismo y la ocupación, a los que apoyen el boicot internacional a los productos industriales israelíes producidos en los territorios ocupados y a sus universidades. ¿Qué se creían, zurdos, dice, que ustedes eran los dueños de la cultura? A todo aquel que se niegue a montar su espectáculo de música o teatro en las colonias judías en Cisjordania se le retirará la comida y el agua, y serán abandonados a su destino, esto es, el desierto.

Nada raro, el desierto es el lugar verdadero en donde está asentado este país. Camuflado, sí, bajo una escenografía que incluye ciudades, instituciones, tecnología, espectáculo. Pero, si se rasca un poquito, si se deja de regar un minuto, enseguida asoma la arena, el escorpión, la aguja de puercoespín.

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El rock israelí es un ejemplo de alucinación del desierto. Nacido entre soldados y fomentado desde las bandas del ejército, la armada y la fuerza aérea, nunca fue capaz, en consecuencia, de generar conciencia antibélica, de organizar woodstocks contra la ocupación. Un rock de gran técnica, grandes intérpretes, buena droga, pero estéril. Sus mejores creadores, brillantes, fueron dos. El primero, Shmulik Krauss, murió en 2013 de gripe porcina. Preso varias veces por actos de violencia, uno de sus mejores álbumes es “El Estado contra Shmulik Krauss”. El segundo, Meir Ariel, falleció en 1998 a causa de una fiebre causada por picadura de una garrapata, parásito en ovejas. Había escrito, entre otros antihimnos, “Jerusalén de Hierro”, en respuesta al “Jerusalén de Oro”, segundo himno de Israel, compuesto por Nami Shemer (1930-2004) en honor a la conquista de Jerusalén Oriental durante la Guerra de los Seis Días. La propia Shemer confesó en su lecho de muerte que había copiado la música de su obra más famosa de una canción popular vasca que cantaba Paco Ibáñez, y que esa culpa la había torturado toda la vida.

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Arad organizaba el festival de rock más importante de Israel, y así fue, hasta que en la edición de 1995, el 18 de julio, una tribuna se vino abajo durante el recital de la banda Mashina. Tres jóvenes murieron y decenas quedaron heridos, entre ellos, el propio festival, que entró en eclipse, y con él, la propia ciudad. Tras varios intentos de revivirlo en diversos formatos, hace mes y medio resurgió como superproducción: cuatro días con los mejores músicos y bandas, con el auspicio y el dinero del ministerio de Cultura, a cargo de Miri Regev. Cuando los artistas se portan bien, parecía ser que decía la ministra, yo les doy de comer, que queden saciados, y que contagien su saciedad al público.

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En tanto, en Israel viven aún, pero nadie los ve porque se escabullen, tres ejemplares de pantera. También, hace un par de años, un beduino encontró en un paraje caca de un león que, de existir, es tan furtivo que ni siquiera se hizo leyenda.

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