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Cultura

21 de Octubre de 2015

Comentario: ‘El botón de nácar’ de Guzmán, los desaparecidos del mar chileno

'El botón de nácar', premiado con el Oso de Plata en el Festival de Berlín por el mejor guión de la competencia oficial llegó a las salas chilenas. Tras 'Nostalgia de la luz', esta es la segunda entrega de una trilogía poética sobre la memoria y el territorio chileno que concluirá con un documental situado en la Cordillera de Los Andes.

Por

boton de nacar

★★★★

El regreso de Patricio Guzmán a las salas nacionales es con una obra de máxima envergadura, tal como su predecesora, ‘Nostalgia de la luz’. ‘El botón de Nácar’ es un viaje poético a través de la memoria del agua, y más específicamente, del océano chileno, vinculando dos episodios de violencia, desarraigo y brutalidad: el exterminio de los aborígenes de la Patagonia (kawésqar, selk’nam, entre otros) y las miles de personas lanzadas al mar por la dictadura de Pinochet.

El relato es llevado por la voz de Patricio Guzmán, junto a la fuerza abrumadora de las imágenes; de los glaciares de la Patagonia, pasando por un bello archivo fotográfico de los indígenas del lugar, hasta momentos llenos de sutileza como la deconstrucción visual de un curso de agua en pequeños puntos de luz movedizos, símiles a las estrellas, y a los dibujos que luego veremos en las fotografías de los cuerpos pintados de los selk’nam.

La estrecha relación de estos indígenas con el agua –prácticamente vivían en ella- y su posterior exterminación por colonos y enfermedades, da paso para hablar de los miles de cadáveres lanzados al océano por la dictadura. Ambos hechos, separados por cientos de años y miles de kilómetros, son conectados, a través de una operación poética, usando un símbolo y un objeto: el mar. Como otro elemento de unión, aparecen las estrellas y el universo –profundamente tratados en la ‘Nostalgia de la luz’- a partir del misterioso y aún no descifrado vínculo de los aborígenes fueguinos con el cosmos.

La decisión es brillante y compleja de realizar, pero Guzmán lo hace sencillo. Su relato de la memoria del océano chileno –y sus muertos y desaparecidos- difícilmente podría ser más llano, transparente y accesible.

El título del documental no es sólo una referencia al botón de nácar que un yagán, posteriormente bautizado como Jimmy Button, aceptara a cambio de viajar a Inglaterra a “civilizarse” junto al militar inglés Robert Fitz-Roy en 1830. Es también una alusión a la forma en que el documental aborda la memoria: a través de la relevancia del testimonio físico del pasado en los objetos. En un riel de metal, en un cuerpo, en un botón.

Bajo esa búsqueda, en una escena vemos –en una especie reconstrucción del pasado- el método con que se preparaban los cuerpos para ser lanzados al mar durante la dictadura. En la secuencia, que cuenta con la presencia del periodista Javier Rebolledo (La danza de los cuervos: el destino final de los detenidos desaparecidos) aparecen los rieles de metal, de más o menos 30 kilos, que les eran amarrados al cuerpo para hundirlos y hacerlos desaparecer en las profundidades.

En un juego temporal sencillamente genial, Guzmán consigue uno de los rieles y observamos, frente a la pantalla, los rastros físicos de la memoria en la materia, en un viaje alucinante del pasado hacia el presente. Al mismo tiempo que presenciamos la desoladora constatación de una desaparición, a través de un objeto.

En otro ejercicio de memoria viva, Guzmán pide a los descendientes de los indígenas patagones decir algunas palabras en kawésqar, su idioma nativo. Lo que era el testimonio de añoranza de la libertad de sus ascendientes se hace carne y presente a través de la transportación de su lenguaje, que uno podría presumir estaba desaparecido, al hoy. Este simple artificio, que podría parecer vano y poco relevante, se convierte de golpe, en una de las secuencias más emocionantes de la película.

Sin duda, este viaje es complementado con la memoria personal de Guzmán. Las relaciones poéticas que se establecen nos dicen mucho de cómo él ve el país hoy. Sin embargo, este es al mismo tiempo un ejercicio de memoria colectivo con el que perfectamente se puede identificar cualquiera que alguna vez haya mirado con estupefacción, miedo, alegría o regocijo el mar chileno.

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