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Cultura

2 de Diciembre de 2015

Nona Fernández, actriz y escritora: “El gran problema de esta democracia es que no hemos querido tener problemas”

Tenía 17 años para el plebiscito y hoy lo recuerda con pena. Se siente parte de una generación que se movilizó en los años 80 pero una vez en democracia, en los “rarísimos” años 90, fue apartada del juego y vio cómo sus historias y discursos eran borrados del paisaje. En “Liceo de niñas”, su nueva obra de teatro, tres alumnas salen del escondite en que se encuentran desde 1985 e intentan comprender qué ha pasado con todo aquello que no pasó.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por
Nona-Fernández-foto-alejandro-olivares

Aisladas del mundo hace 30 años –desde el día en que los pacos entraron a su liceo en toma y ellas tuvieron que fondearse– las tres protagonistas de “Liceo de niñas” han perdido la noción del tiempo. Hoy son adultas de jumper que todavía sueñan con la llegada de la democracia y con ser diputadas cuando grandes. Por supuesto, dan risa. “Trato de no mostrar estos temas desde lo solemne o lo discursivo, buscarles el lado pop, el humor negro. Y pese a eso, me doy cuenta de que a partir de un momento la obra se vuelve triste, súper triste”, dice Nona Fernández, autora de la obra y parte del elenco.

Nacida en 1971, la escritora participó en su adolescencia de los movimientos secundarios de los años 80. Luego estudió Teatro en la UC, publicó cuentos y novelas y fue guionista de varias de las series y teleseries más recordadas desde fines de los 90 hasta hoy. O sea, mal no le ha ido. Sin embargo, cuando una de las colegialas de “Liceo de niñas” se asoma a la calle en 2015, se encuentra con una marcha estudiantil y vuelve contando que, allá afuera, todo sigue igual.

¿Dirías que todos estos años, desde la llegada de la democracia, representan para ti y tu generación una especie de vacío?
–Quizás un vacío, pero sobre todo una frustración. Si uno piensa que en ese tiempo estábamos todos muy expectantes, que vivimos con felicidad la llegada de la democracia, y que sin embargo hoy seguimos peleando por muchas cosas que ya peleábamos en los 80, sientes que todo este tiempo ha pasado un poco en vano. Nos quitamos los uniformes, pero de alguna manera seguimos en un mismo sistema que ha agudizado contradicciones, que ha dejado vacíos enormes… En muchos aspectos no hemos avanzado en lo más mínimo.

¿No es mejor vivir en el 2015 que en el 85?
–En muchos ámbitos sí, por supuesto. Pero hay muchos problemas que pensamos que íbamos a tener solucionados hace rato.

¿Como cuáles?
–Como no tener una Constitución hecha por milicos. Es impensable que después de 25 años sigamos con una Constitución así, y pataleando mucho para poder cambiarla. Algo que debió ser obvio desde el primer día, ¡todavía no es obvio! Eso me parece bastante decidor en cuanto a que, en varios ámbitos, nos mantenemos en un mismo ciclo. Por eso cuando ocurrió la revolución pingüina el 2006, y el movimiento estudiantil el 2011, para mí fue como ver resucitar en las calles algo de lo que había pasado en los 80, pero a la vez darme cuenta de que algunas de las consignas eran las mismas. Otra vez estaban los estudiantes en la calle exigiendo cambios paradigmáticos a este modelo. Ahí sientes que de cierta manera estamos girando en un carrusel, en una especie de jaulita de laboratorio donde los estímulos son distintos, pero la jaula es la misma, por plantearlo de una manera terrible. Antes era súper obvio quiénes eran las víctimas, pero ahora somos todos víctimas y tenemos muy normalizado un sistema que nos tiene bastante locos.

¿De qué te consideras víctima?
–Del sistema. O sea, si pensamos en todos los escándalos que se han manifestado ahora, las colusiones, las AFP, el confort, ¡el confort, ya paren la huevá! Somos víctimas de un gran sistema que nos vive dando por el culo día a día. Y lo hemos normalizado tanto que no nos damos cuenta.
¿Cuándo empezaste a darte cuenta de que la democracia no iba a ser lo que esperabas? ¿En los 90?
–No, porque al comienzo había un ambiente de muy buena voluntad. Y yo fui súper incauta, súper ingenua. Pensé que había grupos de personas que tenían las cosas muy claras y que esto iba a terminar funcionando.

¿Cuándo empezaste a verlo distinto, entonces?
–Creo que a fines de los 90, cuando ya ha pasado toda una década y tú sientes una cierta continuidad extraña, un cierto silencio extraño frente a muchas de las cosas que habían ocurrido. Ahí uno empieza a ponerse más suspicaz. Yo lo digo desde una vereda bastante ingenua, y ahora también me da un poco de rabia pensarlo así. Muchos compañeros míos de generación, antes del plebiscito, ya veían que esto iba a ser como fue. Y lo decían, lo vociferaban, con un discurso que en ese momento a uno le parecía un poco apocalíptico.

Entre los decepcionados de la democracia, algunos salvan el recuerdo del plebiscito como un día de felicidad y otros le dan una carga trágica, como la ceremonia inaugural de una gran farsa. ¿Cómo lo recuerdas tú?
–Con pena, como una situación triste. No puedo despegar el recuerdo de lo que se ha vivido después. Me da pena verme en esa época, me da pena haberme comprado la pomá. Aunque siempre fue con cierta inquietud, porque muchos amigos decían “hueona, cómo vai a creer en esta hueá”. Había cierto esquema que se empezaba a quebrar, ya no estábamos todos en la misma.

Y toda esa gente, tú también, ¿en qué estuvieron del 90 en adelante?
–Entre la gente más cercana, yo visualicé tres o cuatro caminos. Estaban los que tenían claridad sobre lo que se venía, algunos de ellos se fueron a la clandestinidad…

Siguieron por las armas en democracia.
–Claro. Luego hubo otros que nunca encajaron en esto y terminaron como outsiders, mucha droga, mucho alcohol, todo eso. Otros se refugiaron en lo íntimo, en una carrera muy solitaria. Y otros se metieron definitivamente en el sistema. Y les fue muy bien, pero muy bien… Yo creo que pululo entre los que nos metimos en el sistema y los que nos fuimos en lo íntimo. Por ahí me he movido.

¿Y eso no te complicaba? ¿No lo veías como un drama?
–Lo veía con inquietud, con desasosiego, pero sin lucidez. No es que tenga lucidez ahora, nunca la he tenido, pero le hago más caso a mis inquietudes, soy más vieja también. Y creo que la inquietud es un barómetro importante para moverse, en lugar de aquietarse. Pero era raro, era extraño… Los 90 para mí fueron años rarísimos, incomodísimos. Como de intentar todo el tiempo “ya, nos vamos por aquí, esto debe estar bien, pero no sé, no sé si esto está bien…”, todo el tiempo. También uno era chico, veintitantos años. Y al mismo tiempo empezó a haber una nueva apertura que por supuesto se agradecía. De repente se abrió un abanico de posibilidades para ver películas, escuchar música, leer libros, que vinieran artistas de afuera… Toda una cantidad de información que, con el tiempo, también nos fue dando más herramientas para entender lo que estábamos viviendo.

En el texto del programa de la obra dices que vienes de una “generación secuestrada” que terminó fuera del paisaje histórico. Pero ustedes eran los jóvenes en los 90 y no estaban amarrados. ¿No hay también, por parte de tu generación, mucha victimización con eso de “estos viejos nos cagaron”?
–No, a mí me gusta poner los puntos sobre las íes: creo que sí, que nos cagaron. Así, cara de raja: se nos cagó. Piensa que de todos los líderes que hubo, por lo menos en el movimiento secundario, ninguno, ¡ninguno!, tuvo la posibilidad de ser parte de nada después, no hubo espacio. Víctor Osorio ahora es parte, creo que es el único, después de 30 años, ¿es heavy o no? Yo tuve grandes dirigentes, que como adulta habría dicho “a estos cabros hay que cuidarlos”. En todo caso, es una generación que no está muerta, somos gente joven, yo tengo 44 años. Y tampoco es que yo me sienta vocera de esa generación, hablo de las experiencias que a mí me tocó vivir o conocer.

¿Crees que la gente de tu edad que sí ha agarrado espacio en la política, como Peñailillo o ME-O, ha marcado alguna nota distinta como para pedir que vengan más?
–No sé si hablar puntualmente a partir de ellos… En todo caso al pobre Peñailillo, aunque no tengo simpatía por él, lo sacaron rápidamente cagando los adultos responsables.

Pero alcanzó a mostrar varias mañas de adulto.
–Totalmente. Y ahí hay otro tema. Creo que hay un respeto muy grande por estos viejos de parte de esa clase política más joven. Pienso en la Carolina Tohá, en Orrego, que eran líderes universitarios en ese tiempo, un poco más grandes que yo. Son muy ovejas de esta gente, les ha costado ganarse un espacio porque siempre están pidiendo permiso. Creo que jugando al mismo juego va a ser difícil hacer un aporte. Por eso ha sido súper interesante la irrupción de los cabros más chicos, porque no están pidiendo permiso.

Como espectador, uno empatiza con estas niñas que quedaron atrapadas en el tiempo, pero más con su inocencia que con su claridad para leer lo que pasaba.
–Había mucha inocencia, sin duda, y parte del juego de la obra es reírse de esa inocencia también. Es evidente que viejas de 50 años con esa inocencia no se ven bien, se ven patéticas. Esa ingenuidad es bonita, pero tiene que evolucionar a algo. Ahora, lo que a mí me importa al rescatar todo eso, desde esa mirada generacional, es que hay ciertas historias y hay cierto discurso que no quiero que se queden en el olvido, definitivamente no. Y siento que los relatos históricos más o menos oficiales están circulando a partir de un solo registro, el de los vencedores, por decirlo así. En cambio hay otros registros, de gente muy potente, que no están instalados, no tienen lugar. Para mí fue súper impactante ver el programa de los frentistas que dio Chilevisión.

¿Por qué?
–Porque por primera vez ese discurso tiene un espacio legitimado, no como “los hueones malvados y locos”. Uno puede estar de acuerdo o no con ellos, pero ¿por qué sus historias no tienen lugar en la historia? Eso es lo que me interesa cuando pongo en escena esta obra, donde además de las tres niñas circulan varias historias reales –con otros nombres, porque no las recreo tal como ocurrieron– que tenía ganas de visibilizar: los hermanos Vergara Toledo, el Mauricio Maigret, alumno del Aplicación que murió a los 17 años, y el Ariel Antonioletti, que es el primer muerto en democracia, en manos de la “PDI democrática” y en la casa, además, de un personero de la democracia.

LA NUEVA CONSTITUCIÓN

¿Qué expectativas tienes de lo que diga una nueva Constitución, o del mismo hecho de cambiarla?
–Va a sonar muy general, pero lo que requerimos de una Constitución es que nos permita tener una democracia generada en términos equitativos. Una Constitución que no pertenezca a un grupo, y que por supuesto no esté anclada a la que perfiló la dictadura, eso es de perogrullo. Y vamos a tener que dialogar entre todos y seguramente va a ser una olla de grillos, va a ser un problema, pero tenemos que pasar por eso. Yo creo que el gran problema de esta democracia es que no hemos querido tener problemas. No vamos a quedar todos contentos, pero va a ser una Constitución hecha por todos, o por los representantes que la gente estime conveniente. O sea, ¡es lo mínimo!

¿Hay gente esperando de la nueva Constitución cambios que no pasan por ahí? “Cambiamos la Constitución y nos siguen cagando las AFP”, ¿vamos a terminar en eso?
–Pero por lo menos vamos a partir de una base distinta. Nosotros estamos en medio de un sistema que es básicamente económico, que es el que tenemos que empezar a regular un poquito más. El Estado tiene que meterse un poco para que no nos den por el culo a todos cada día y a cada rato. Hay que controlar a las cinco familias para que nos dejen algo, y ese algo no es un poco de poder o de plata, es que nos dejen vivir tranquilos, que no vivamos al servicio de ellos finalmente en todo. Que la situación se regule con más cariño, no es más que eso: ordenarnos la casa. Y en ese sentido, puta qué lindo partir por tener una Constitución democrática. No digo que sea solamente algo simbólico, pero es la primera ordenada.

¿Cómo te explicas que a la derecha, más allá de lo ideológico, le cueste tanto aceptar que un sector de la sociedad necesita salir de esa Constitución y tener una democrática? ¿Qué les impide sentir esa empatía?
–Es que a mí me cuesta mucho entender a la derecha. Porque si lo llevas a términos pragmáticos, dices “esta gente es huevona o es muy egoísta”. Pero a veces pienso: ¿cómo pueden ser tan caricaturescamente egoístas? Pero lo son, es así de simple: lo son. Quieren tener todo el poder, todo el dinero y no hay más complejidad… ¡parece que no hay más complejidad! Es como que lo tienen en el ADN los huevones, no sé, pero cuesta hacerlos mirar más allá. ¿Por qué no? Parece que porque no, nomás… Porque han sido educados, criados, paridos en esa ley y en esa falta de cariño.

EL NEGOCIO DE LA TELE

Tú has trabajado en TV y el discurso crítico del modelo también apunta a la tele como un tentáculo del poder que mantiene a la gente estúpida. ¿Qué piensas sobre eso?
–Que es así.

¿Tal cual?
–No es que haya alguien nadie maquineando “vamos a tener a la gente atontada”. Pero la tele es un negocio y cada vez está quedando más gente afuera de la que quiere que sea algo más que un negocio. Yo he trabajado en ficción, supuestamente en “lo peor de lo peor” que son los culebrones, pero siempre me topé con gente que intentaba instalar algo de contenido. Y ahora tú escuchas decir que están haciendo cultura porque los realities muestran cómo es el país, el chileno medio… No nos engañemos, es pan y circo, chao. Pero el tema pasa por las lucas: qué es más fácil, qué es lo que prende más…

O sea, lo que la gente quiere ver, o lo que ve en la práctica. 
–Sí, pero hay muchas cosas que tú no sabes si la gente quiere ver, porque nunca las propones. Y si las propones a las 12 de la noche o el domingo a la hora de almuerzo, evidentemente tampoco las van a ver. La tele es entretención, los productos deben ser entretenidos, pero entretener no tiene por qué ser poto-poto-teta-teta. Se puede entretener de otras maneras.

LICEO DE NIÑAS
Por Nona Fernández
Dirección: Marcelo Leonart
Elenco: Carmina Riego, Roxana Naranjo, Nona Fernández, Juan Pablo Fuentes, Francisco Medina.
Hasta el 12 de diciembre en el Teatro UC (Plaza Ñuñoa), miércoles a sábado, 20:30 hrs.

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