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Opinión

6 de Diciembre de 2015

Movimiento estudiantil y transformaciones sociales: ¿Y ahora qué?

Francisco Figueroa fue vicepresidente de la FECH durante los años 2010 y 2011. Cuando escribió “Llegamos para quedarnos. Crónicas de la revuelta estudiantil” (2012) anotaba que, para el colectivo estudiantil en el que participaba (Izquierda Autónoma), “estaba en juego la posibilidad de proyectar al país, desde el descontento y la energía estudiantil, una nueva identidad política transformadora”. ¿Qué pasó con dicha apuesta?

Nelly Richard
Nelly Richard
Por

Entrevista-a-Francisco-Figueroa
El movimiento estudiantil del 2011 dio lugar a la revuelta social y la protesta ciudadana más significativas de los últimos tiempos por cómo desafió la hegemonía neoliberal (“Fin al lucro”) y cuestionó los fundamentos mismos de la sociedad de mercado que la transición había naturalizado, mediante un pacto entre economía y política que aseguraba la gobernabilidad neutralizando a los movimientos sociales. Esta innegable victoria ideológica del Movimiento Estudiantil se debió a la fuerza expresiva (utópica-contestataria) que suele acompañar a las “revoluciones simbólicas”: una fuerza cuya expresividad parece disiparse, sin embargo, cuando sus demandas estructurales deben tramitarse en las claves técnico-instrumentales de la política institucional que las volverá materia de leyes.

Sin embargo, Francisco Figueroa –quien hoy cursa un Magíster en Cultura y Sociedad en la London School of Economics– insiste en que se sigue luchando. Él lo hace desde la Izquierda Autónoma que cuenta con un marcado liderazgo en varias universidades públicas y privadas; la existencia del centro de pensamiento, debates y formación de dirigentes de la Fundación Nodo XXI, de la cual es director; la representación parlamentaria –por la región de Magallanes– del exdirigente estudiantil y diputado Gabriel Boric; la aspiración a constituirse en partido mediante alianzas con otras fuerzas de cambio sociales y políticas para transformar la democracia. ¡Compleja tarea la de querer dotar a la izquierda de una renovada vocación de futuro si se toma en cuenta la fragmentación de los proyectos, de los espacios y de las voces; las dificultades para articular redes de confluencia entre segmentos tan discontinuos (la acción política, la crítica social, el feminismo, el debate cultural, la intervención territorial, la creación artística, la protesta ciudadana, etc.) que no logran hacerse parte –ni real ni imaginariamente- de una misma composición de lugar!

¿Cómo evalúas lo sucedido con las demandas de reformas a la educación superior y el modo en que la Nueva Mayoría las está gestionando?
–Creo que fue tal su repercusión que, a contar del 2011, la cuestión educacional se convirtió en el campo de batalla más explícito entre las fuerzas de cambio y las de conservación. Pero como las primeras son aún muy verdes y las segundas están ya decrépitas, la cuestión educacional sigue tironeada e irresuelta en medio del equilibrio inestable que domina la situación política general. La Concertación vio en la frustración que despierta el problema educacional –el problema de la desigualdad y su justificación– una oportunidad para rejuvenecer. Pero se abalanzó con una demagogia tal que acabó por banalizar el debate, sin cortar lazos con el empresariado de la educación (que, a ratos, se confunde con buena parte de la coalición) y sin abrirse a un entendimiento con el movimiento social. De este modo, la Concertación hizo de una situación en la que se pujaba por avanzar, una en la que se lucha por no retroceder. Las actuales autoridades deben abrirse a un diálogo sustantivo con las fuerzas sociales y políticas de cambio. En eso nosotros estamos dispuestos a colaborar y se lo dijimos hace unas semanas a la ministra Delpiano en una reunión que tuvimos con ella la Fundación Nodo XXI y Gabriel Boric. Estamos dispuestos a jugárnosla por una nueva educación pública, la pregunta es si ellos lo están. El gobierno le ha hecho el quite a lo que debiera ser el corazón de la reforma para el movimiento estudiantil: el rol de una nueva educación pública en la sociedad. El gobierno debe comprender que una reforma solo será posible con el apoyo de estudiantes, profesores y académicos, es decir, con un “pacto social por la educación”.

Empleas -en presente– la palabra “Concertación” en lugar de “Nueva Mayoría”. ¿Lo haces porque consideras que son sinónimas o bien para señalar el predominio de aquellas lógicas que hoy subordinan la Nueva Mayoría a los intereses de la ex Concertación?
–Creo que lo que continúa no son sólo lógicas, sino también intereses, actores y una cultura política. Detrás del cambio de nombre no hay una novedad histórica relevante en términos de la relación pactada a fines de los 80 entre política y sociedad.

Hace poco escuché a la ex dirigente de secundarios Eloísa González comentar que, en el 2015, las marchas estudiantiles le habían parecido más una “rutina” que otra cosa…
–Entiendo a lo que apunta Eloísa, pero ella sabe también que, si hay una rutina en la movilización estudiantil, es justamente la de afirmar que ya se ha vuelto una rutina. En todo caso, es parte de la necesaria autocrítica de un movimiento social reevaluar permanentemente sus estrategias de intervención. Hay una presión mediática por banalizar al movimiento estudiantil, pidiéndole que cumpla con los requisitos de “innovación” de un buen espectáculo televisivo: que salte y baile para su consumo como simulacro de democracia. Un movimiento social no está para eso. Su desenvolvimiento, cuando es sintomático de antagonismos sociales y cuando su orientación es disputada desde arriba y desde abajo, es contradictorio y lleno de espasmos precisamente porque está vinculado a una sociedad sacudida en sus cimientos. De lo que debemos tomar nota es más bien de la capacidad que ha tenido el movimiento estudiantil para mantener las posiciones conquistadas en 2011 pese a toda la oposición de los partidos, el gobierno, la prensa y cuanta institución conservadora hay en este país. Y también valorar el incentivo que ha significado el movimiento estudiantil para la activación de otros sujetos democráticos. Es señal de algo no solo transitorio y que tiene más alcance que un simple reventón. El peligro que siempre está a la vuelta de la esquina es el del aislamiento, el de ser orillado por un sistema político que, aunque agotadísimo, mantiene capacidad de contraatacar. La mayor contribución del movimiento estudiantil es seguir poniéndole contenido al debate público, porque la obsesión con los procedimientos de la política institucional lo ha empobrecido.

Que haya ganado la lista de izquierda “Crecer “en la FEUC dio vuelta el tablero en una universidad fundacionalmente ligada al gremialismo. También se impuso la candidatura de la Izquierda Autónoma en las elecciones de la FECH. ¿Qué presagian estos resultados?
–Es la consolidación al interior del movimiento estudiantil de una emergente izquierda independiente que, no obstante ser mayoritaria hace casi una década, hoy es capaz de sostener posiciones y avanzar en direcciones antes impensadas. ¿Por qué importa? Porque permite democratizar posibles resoluciones del conflicto educacional, abriendo y profundizando un proceso que de lo contrario sería un monólogo entre neoliberales y un botín de guerra de las burocracias y clientelas concertacionistas. Pero también porque presiona por proyectar hacia la sociedad las rupturas con el orden vigente que abrieron las movilizaciones sociales recientes. En un año en el que se definirá la reforma a la educación superior, el avance de la izquierda independiente será fundamental para democratizar y profundizar ese desafío.

¿Cómo te planteas frente a la experiencia de haber apostado, de parte de exdirigentes estudiantiles, a transformar la política desde dentro con una representación en el parlamento?
–Es una experiencia en curso y, es preciso aclarar lo siguiente: no es una apuesta personal de quienes son hoy parlamentarios, sino decisiones de los movimientos políticos de los que formamos parte. El propósito de otros exdirigentes hoy diputados, como Camila y Giorgio, lo tendrán que explicar ellos y sus organizaciones, pero los autonomistas apostamos al parlamento (con el triunfo en Magallanes y resultados significativos en Valparaíso y Ñuñoa-Providencia) para proyectar el espíritu del 2011, sus intereses e ímpetu, a la política en “tiempos de paz”, es decir, más allá de los momentos de antagonismos abiertos que son lo que son: “momentos”. Queremos revertir lo que ha sido la suplantación por parte de la Concertación de las luchas democráticas y su neutralización de los movimientos sociales. Mira lo que ha sucedido con los riquísimos activos del feminismo, de la cultura y para qué hablar de los trabajadores. La Concertación busca contenerlos y los desarticula a punta de promesas, exigiéndoles postración en nombre del posibilismo. Les infunde temor a disentir y utiliza su creatividad para las deslavadas consignas de sus rencillas impostadas con la derecha.

En su libro “Veinte años después. Neoliberalismo con rostro humano” (2013), Fernando Atria plantea que, según el tipo de narración que consigna lo realizado por ella, “la Concertación … puede ser entendida como parte del triunfo del neoliberalismo en Chile o como parte de la (pre)historia del socialismo chileno”. ¿Qué opinas de esta cita haciéndola extensiva a la Nueva Mayoría?
–Pienso que es un juego de palabras pero también es algo más. Al progresismo que todavía piensa su proyección dentro de la Concertación, lo único que le va quedando para justificar esa vía es asignarle un poder “mágico” a ciertas medidas correctivas del neoliberalismo, como si mejorar progresivamente ciertos atributos internos fuese suficiente para cambiar las relaciones de poder de la sociedad. En el caso de Atria, me parece que no toma en cuenta la honda transformación del Estado y la política que ha supuesto el neoliberalismo a la chilena. Su propuesta descansa en la idea de que el encuentro de las tradiciones socialcristiana y socialista, más una administración astuta del capital simbólico de Bachelet, son las bases para un cambio de rumbo de la Concertación. Lo concreto, sin embargo, es que la política de la Concertación no se explica por la disputa entre corrientes progresistas sino por el uso que hacen de sus partidos los grupos Luksic, Angelini, Matte y otros menores. Nuestro sistema político ya no encarna lo que encarnó durante gran parte del siglo XX. Los términos del pacto de la transición implicaron un autoaniquilamiento de los viejos partidos. De ahí que sean tan fugaces sus fuegos de artificio y tan permanentes los condicionamientos de las élites económicas sobre la política. La Nueva Mayoría no ha sido un paso en otra dirección, sino el epítome de todo esto: tanta imagen progresista como colonización empresarial de su política concreta.

Pese al rechazo antineoliberal de las protestas sociales del 2011, no se produjo “el derrumbe del modelo” (Alberto Mayol). ¿Cómo asume la Izquierda Autónoma el desafío de tener que activar un reagrupamiento de energías suficientemente plural para dibujar un nuevo referente político-social?
–Ocupas una palabra que es fundamental: pluralidad. Es tal la heterogeneidad de la sociedad chilena excluida, que sólo una articulación de esa diversidad puede romper las murallas que protegen el orden neoliberal. Hay muchos grupos juveniles formados en las luchas de la última década y grupos sociales de diversos frentes (entre ellos, de la cultura socialista) que luchan por recuperar el ímpetu original del socialismo chileno. Pero hay algo imprescindible para hacer de esa alianza una fuerza de cambio y es lo que nuestro compañero Carlos Ruiz ha desarrollado con lucidez en su último libro (“De nuevo la sociedad”, LOM, 2015): superar la quimérica y autoritaria aspiración a una “socialdemocracia” sin incorporación social y política de los sectores subalternos. No es fácil, porque incluso muchos autodenominados “progresistas” siguen concibiendo la democracia como algo que hay que mantener a salvo de la ciudadanía. El horizonte es hacerle frente a las consecuencias deshumanizadoras de la profunda mercantilización de nuestras vidas y su reproducción de privilegios y miserias. Hay que apropiarse del presente, ajustar cuentas con el pasado e imaginar un nuevo futuro para repensar el desafío de la emancipación. Allí radica el sentido de la política transformadora hoy para los autonomistas.

¿Y con qué fuerzas, más allá de las que agrupa el movimiento estudiantil, piensa la Izquierda Autónoma avanzar en el desarrollo de un nuevo movimiento político y social?
–Más allá del movimiento estudiantil, núcleos autonomistas están activos en las luchas de profesores, trabajadores de la salud, pescadores artesanales y dirigentes territoriales. Organizando a mujeres, jóvenes e intelectuales, literalmente desde Arica a Magallanes, con procesos especialmente significativos en Iquique, Valparaíso, Santiago, Valdivia y Punta Arenas. El eje de nuestro trabajo diario es construir un movimiento político nacional capaz de situar la necesidad de un Estado que garantice derechos universales como una prioridad nacional, desafío en el que nos hemos encontrado con muchas identidades emergentes de izquierda y grupos de sensibilidad progresista descontentos con la Concertación. Si bien la política tradicional se desmorona más rápido y con más escándalo que lo que a la nueva le toma armarse, es un proceso ascendente. Sólo hay que disponerse a mirar más allá de las intrigas de palacio, donde la sociedad se está moviendo…

Son muchas las dudas que rodean el Proceso Constituyente delineado por la Nueva Mayoría (exceso de formalismo institucional de los mecanismos; insuficiencia de garantías para que los “diálogos participativos” recojan igualitariamente todas las voces de la sociedad civil; etc.). La opción de un cierto radicalismo sería la de negarse a entrar en el juego tal como está diseñado por el gobierno para no aparecer legitimando un tipo de operación político-institucional que se considera tramposa. Otra opción es batallar desde dentro ocupando todos los escenarios disponibles para forzar el diseño a tener que ceder frente a las presiones democratizadoras que se ejercen desde abajo. ¿Cuál es tu opinión?
–La poca discusión que hay es procedimental. El gobierno no toma posición al respecto salvo en reuniones con representantes empresariales y sectores de las élites políticas que se preparan para enjuagarse la cara con el asunto. Es un escenario más propicio para un nuevo arreglo elitario que para un salto adelante en el que la sociedad actualiza los términos de su convivencia. Esto último supone actores sociales organizados y el perfilamiento de proyectos de sociedad para discutir no sobre procedimientos sino sobre el contenido del orden social, económico y político que una nueva Constitución vendría a resguardar. Los de arriba lo enfrentarán organizados, formateando lo que es y no posible dirimir, y nosotros también debemos organizarnos. Para las fuerzas de cambio, el proceso constituyente significa conquistar para la democracia lo que ha sido capturado por el mercado. Hay que constitucionalizar la salida del Estado subsidiario para que tengan fuerza las reformas más sentidas. El problema del Estado bajo el neoliberalismo es que, en la medida que pierde capacidad de mediar entre los derechos de la ciudadanía y las expectativas de lucro del empresariado, se torna impotente (al menos para los de abajo, porque para los de arriba es tremendamente eficaz tal como lo muestra la colusión impune de los Matte, las farmacias, las Isapres y cuántos más). Cada día está en juego la acumulación de energías y voluntad transformadora para una salida democrática de esta crisis.

¿Cómo explicar la dispersión política de la izquierda que la hizo competir en ocho listas separadas en las últimas elecciones de la FECH? Este podría ser el síntoma de una fragmentación que afecta el mapa de la(s) izquierda(s) a escala del país…
–Esto es norma hace varios años y tampoco es negativo porque expresa el enorme impulso de la lucha estudiantil reciente. La dispersión de la poca izquierda que existe en el plano nacional es el síntoma, no la condición, de otra cosa: el poder de domesticación de la política binominal que desactiva a unos y aísla a otros. La perpetuación de esta dinámica es más peligrosa que nunca aunque la política binominal está cada vez más cerca de la papelera de reciclaje de la historia. ¡La sociedad está en otra! ¿Pero qué hace la izquierda tradicional? Pues subirse al Titanic y, más encima, creyendo que toca la orquesta. Trabajar por el agrupamiento de las fuerzas de cambio, entonces, pasa por trabajar la autonomía política de la izquierda. Esto implica imaginación y creatividad: saber continuar lo mejor de las tradiciones del siglo XX pero también romper con los conservadurismos.

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