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Opinión

9 de Febrero de 2016

Columna: Maldito Verano

Un amigo me confesó que fue a pasear con su señora al borde costero por si una ola sorpresivamente se la llevaba, aprovechando las marejadas que azotaron nuestro litoral. La táctica consistía en sacarse fotitos justo cuando reviente la ola. “Échese más atrás, mijita, más, más…”, esperando que una buena columna de agua se lleve […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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maldito verano

Un amigo me confesó que fue a pasear con su señora al borde costero por si una ola sorpresivamente se la llevaba, aprovechando las marejadas que azotaron nuestro litoral. La táctica consistía en sacarse fotitos justo cuando reviente la ola. “Échese más atrás, mijita, más, más…”, esperando que una buena columna de agua se lleve a su fastidiosa cónyuge. No se dieron las cosas porque apareció la fuerza pública advirtiendo del peligro; el oleaje había socavado incluso el terreno y en plena sesión de fotos hubo que abandonar el área. Cualquier cambio de estrategia era crimen directo y eso atentaba contra el eje del proyecto que era la casualidad.

Le recomendé a mi amigo que escriba esas cosas, para que controle esa tendencia y no haga más paseos comprometedores a la orilla del mar. Se trata de una posibilidad argumental, con algo de comedia, del clásico género policial, tipo Miss Marple. Matar casualmente, todo un placer. Las fantasías levemente criminales o de desaparición del otro, ya sea del adversario o de aquella persona que queremos apartar de nuestras vidas, son parte del deseo de un sujeto moderno. El problema es cuando eliminar al otro es política de Estado. Ahí nos cambiamos de género. Se supone que la maldita democracia consiste en reprimirse esas ganas de pasar a la guerra directa. Lo único que me puede salvar el verano es ir a ver a mi contador a San Antonio.

En parte, quizás, y esto podría ser una tesis, yo me dedico a la ficción para no tener que matar, es decir, como un dispositivo sustituto de la eliminación del otro. El súper yo democratoide define radicalmente el campo político, pero la tentación de matar al padre está a la vuelta de la esquina. Quiero hablar con mi contador y preguntarle estas cosas, sobre todo ahora que con las evidencias de la criminalización de la política se validan grupos que exhiben retóricas del exterminio.

Ojalá las próximas elecciones, aunque sean municipales, descompriman la huevadita, de lo contrario va a haber más idiotas pidiendo la intervención militar en zonas de conflicto. Lo concreto es que nos está yendo como el pico, lo más probable es que no vayamos al Mundial y económicamente la cosa se pone peluda. Y todo esto no es sólo porque hay un gobierno inepto o por la cosa internacional y el bajo precio del cobre. No, aquí hay la disputa por un modelo, y está triunfando el modelo criminal. Nos tienen cagados los flaites y los de cuello y corbata, tío. Tengo que ir a hablar con mi contador para que se tire unas carnecitas y preguntarle por el gran chantaje del sentido común de derecha, de que si no seguimos sus parámetros de desarrollo no hay crecimiento, o por la doxa de izquierda con su politización delirante de la vida social.

Que el efecto Caval, que Soquimich, que la Ley de Pesca y la CTM. No puede ser que la política pase por una agenda noticiosa. Eso quiero plantearle a mi tío contador. Tanto él como yo sabemos que la política de verdad comienza cuando un vecino saca la basura a la calle o cuando una vecina muy temprano barre la vereda. En el fondo, tenemos que impedir el relato delirante, tanto del tontizquierdismo pelotudo como del facismo doméstico, de que la República les pertenece. Porque estos perros no son capaces de alterar sus modos canónicos. Eso nos dice el aroma sicopatón del relato político chilensis: la solución, para unos y para otros, es el fin de la institucionalidad. Está escrito en el ADN del “horroroso Chile”.

Insisto en que el camino de la ficción judicial ha sido lo único realmente verosímil o revolucionario, todo lo demás es mierda, por ahora. Porque todas las estrategias de las ligas emancipadoras son tribales e ideológicas, y vienen de putos que hacen posgrados académicos rancios, incluyendo trabajitos de campo. El tema mapuche, por ejemplo, es patrimonio de algunas facultades de humanidades y carreras de antropología con pendejos pasados a caca, del mejor bouquet. No podimos hacer política con loquitos que hacen malabarismo o con okupas, o con grafiteros culiaos, aunque estén autorizados por el Consejo de la Cultura. ¿No es cierto, tío?

Insisto en que una de las posibilidades de redención es enfrentar lo local con políticas creativas de ejercicio vecinal y doméstico de administración, y dejarse de andar con versitos rimados de dudosos próceres, incluido el Che Guevara, que visto a la distancia se cae a pedazos, y ni hablar de Chávez y de los otros sacos de huevas. ¡Qué lata el verano, tío!

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