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Opinión

18 de Marzo de 2016

Columna: Un poeta esquivo

Las biografías de los grandes hombres y mujeres de letras deberían seguir, por norma general, una regla y solo una regla: que la narración de sus vidas ayude a iluminar los rincones más oscuros de sus obras. Un escritor lleva –muy a pesar de los futuristas y de la larga tradición de vanguardistas empeñados en […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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Las biografías de los grandes hombres y mujeres de letras deberían seguir, por norma general, una regla y solo una regla: que la narración de sus vidas ayude a iluminar los rincones más oscuros de sus obras. Un escritor lleva –muy a pesar de los futuristas y de la larga tradición de vanguardistas empeñados en aplastar el objeto intermedio (sea este un libro, una película, etc.)– una vida como “sujeto de la letra”, en el decir de Diamela Eltit, y otra como “sujeto” a secas. Tendemos a querer saber qué se encuentra detrás de la cortina pero rara vez por las razones apropiadas. Queremos –y el nosotros mayestático es tanto una admisión de culpa como una acusación–, lo queremos tanto, que cada año trae una nueva biografía, con nuevas copuchas, descubrimientos vergonzantes, y la obra, majestuosa y amada, se subordina al sujeto de la biografía.

Por cierto, exagero. No soy de aquellos que creen que el autor es una nota al margen dentro del texto. Conocer su biografía, en la premisa de que tal cosa es posible, en ciertos casos puede resultar útil. Pero la verdad es que son escasas las que ofrecen algo más que un par de detalles escabrosos.

Los siete ensayos biográficos que Roberto Merino dedica en este libro a Lihn, amigo suyo y uno de los tres poetas más importantes de este país, están hilados por un acto de reconocimiento que define su acercamiento al biografiado: no hay manera de apresar una vida; no hay una posición panorámica, no hay visión de conjunto. La vida, se sabe, es sucia y desordenada, y aunque mucha sea la energía gastada en tratar de ser bueno, la realidad es que siempre se obra mal; y aunque mucho se quiera ser amado, rara vez se consigue más que odio o indiferencia. Merino, como digo, es consciente de esto. Su método es sencillo: identifica unas cuantas regularidades en la vida de Lihn y deja que estas conduzcan su investigación.

Una de esas regularidades era la repulsión casi metafísica que Lihn sentía por el éxito. Tal como lo cuenta Merino, Lihn, llegado el momento de triunfar, sabía que ya había perdido, casi como si fuera uno de esos delincuentes con sentimiento de culpa de los que hablaba Freud. En los testimonios de su hija, de algunas de las mujeres con las que convivió y de sus amigos, es descrito como un pituco venido a menos (Andrea Lihn cuenta que su padre casi murió de espanto cuando supo que tenía un pololo camionero), es decir, ciento por ciento chileno, y cuya relación con el mundo fue marcada a fuego por esa situación desmejorada. Lihn, que durante años fue profesor del mítico Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, nunca estudió. Fue, flor de curiosidades, un pituco autodidacta (“era chinero”, cuenta Merino que le dijo Lihn).

Su relación con las mujeres produce risas y sonrisas. Tenía cierto talento para enamorarlas y acabar molido a patadas. Incluso una vez, como un eco de la famosa obra de teatro de Paul Claudel, un amante hundido en rabia le disparó con una pistola de fogueo con el nada secreto deseo de que cayera muerto de un infarto. También queda registrada su famosa disputa amorosa por Beatriz con Teillier, con quien intentó batirse a duelo en la Quinta Normal, pero era tanta la bruma y tan grande el terreno, que no se hallaron, para bien de la poesía chilena.

Inquieto e inapresable, Lihn no permite ser fijado. Merino, que bien lo sabe, dice: “nadie quiere analizar ni esclarecer demasiado a sus amigos, ni entender más de la cuenta sus motivos ni asomarse a las zonas de la vida íntima del otro que no afloraron jamás en las conversaciones corrientes”. Y, curiosamente, esa visión incompleta es el gran mérito de estos ensayos. Prohibiéndose la labor común del biógrafo, Merino logra algo más cabal: un relato. Una remembranza perfecta en tanto consigue que uno de los escritores ineludibles de Chile sea aún más entrañable e interesante de lo que ya lo era.

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