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Nacional

31 de Marzo de 2016

Un día en la cosecha de marihuana más grande de Latinoamérica

Sin tener la legislación más avanzada, Chile se ha convertido en un referente para el resto del continente. Desde hace cinco meses, la Fundación Daya y la agrupación Mamá Cultiva, se han dedicado a gestionar las 6.400 plantas de marihuana que servirán para dar tratamiento a cuatro mil pacientes de diversas patologías. Hace algunos días, en Quinamávida, comenzó la recolección de la siembra. Se espera que para mediados de mayo estén disponibles 1.500 kilos de cogollos para transformarse en aceite. Un nuevo paradigma que amenaza al millonario negocio de la industria farmacéutica.

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-Vida. La planta nos devolvió la vida -dice Andrea Bello, mientras sostiene en sus brazos a Sofía, su hija de siete años, que luego de una infección cogestacional quedó con una parálisis cerebral, una cuadraplejia espástica severa, y una epilepsia refractaria.

Hace 19 meses, esta escena –ellas abrazándose en silencio- era imposible. A mediados de 2014, a Sofía le habían recetado de por vida un cóctel de remedios que no mejoraban su estado. Ni las seis cucharadas de jarabe, ni las diez pastillas diarias, lograban estabilizar las convulsiones que se apoderaban de su cuerpo cuando la atacaba una crisis. El último remedio que le agregaron, incluso, le provocó ataques de ira. En su peor momento, Sofía dormía 20 minutos al día y el resto se lo pasaba en caos.

-Tenía episodios de gritos, era como la escena del exorcista. Me sentaba a llorar con ella, eran momentos en que pensaba agarrarla y tirarme por la ventana. Era terrible verla sufrir así -agrega su madre.

Andrea recuerda el momento exacto en que su vida cambió. Era tarde y hacía vigilia para cuidar a su hija, cuando en la televisión apareció Ana María Gazmuri, directora de la Fundación Daya, contando de las exitosas terapias con cannabis que se estaban haciendo en su organización. Habló especialmente de la epilepsia. Andrea no dudó en escribirle un mensaje por Twitter y a los minutos ella le estaba relatando su drama por teléfono. A los pocos meses, Andrea decidió a tratar a Sofía con marihuana y retiró todos los anticonvulsivantes y el antipsicótico que le había recetado la doctora. Los resultados fueron inmediatos.

-Hablamos con amigos y nos donaron los cogollos. Hicimos un macerado con aceite de oliva y Sofía estuvo 15 días sin convulsiones -recuerda.
Desde ese momento, Andrea se enroló en la agrupación Mamá Cultiva, un ejército de madres que han defendido el uso de la marihuana terapéutica, y que en conjunto con la Fundación Daya, han generado los mayores avances tendientes a legalizar esta planta. El testimonio que da Andrea, es escuchado atentamente por Ana María Gazmuri y otras madres que pertenecen a la organización. Todas están reunidas para participar de la cosecha de los primeros cogollos del cultivo de cannabis más grande de Latinoamérica: 6.400 plantas que aún maduran las últimas gotas de resina antes de pasar a la etapa de secado y luego transformarse en medicina.

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-Si no fuera por el coraje y la inspiración que ustedes nos dan, no habríamos tenido la fuerza para empujar este carro. Ustedes han abierto un camino y han dado la cara como madres cultivadoras, como no ha pasado en ningún otro país del mundo –las anima Gazmuri, mientras corta las hojas de un cogollo, un proceso que en jerga técnica se denomina ‘manicurado’.
Llegar a esta etapa ha sido una épica batalla.

TIERRA SANTA
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Tierra Santa. Así se llama el terreno donde crecieron las 6.400 plantas de marihuana que hoy se están cosechando. Está ubicado al norte de Linares, en una zona rural llamada Quinamávida, un pueblo de poco más de mil habitantes distante a 300 kilómetros de Santiago. Aunque no hay un letrero visible que diga que uno se está aproximando a la plantación, el olor a cannabis se ha convertido en un indicador para saber qué tan cerca o lejos se está del cultivo. Adentro, donde el aroma se vuelve más intenso, varios guardias custodian el recinto. Hay cercos eléctricos, casetas de seguridad que controlan el perímetro, y cada cierto rato, patrullas de la policía hacen ronda.

Desde hace cuatro meses, todos los habitantes del lugar saben de la historia de la Fundación Daya, de Mamá Cultiva, y de cómo la planta de marihuana ha comenzado a usarse medicinalmente. En general, el pueblo y el cultivo han tenido un buen diálogo. A media cuadra de la entrada de la parcela, por ejemplo, en la pared de un almacén, está pegada la invitación que la organización extendió a la comunidad para integrar el equipo de cosecha. Al encuentro, llegaron casi todos los vecinos y de allí salió seleccionado el primer grupo: 45 personas que fueron contratadas para cortar, trasladar, manicurar, y secar los cogollos. En Quinamávida, donde hasta ahora se vivía de la cosecha de morones y frambuesas, la revolución de la marihuana ha cautivado la atención de los lugareños. Se espera que en las próximas semanas, cuando el cultivo alcance su peak de madurez, el número de temporeros aumente a 90.

-Estar acá es una avalancha de emociones. Esto uno lo veía solo en los documentales. Fue una pelea larga y dura, donde incluso nos llegamos a tomar el Servicio Agrícola y Ganadero porque estaban demorando el permiso –recuerda Paulina Bobadilla, fundadora de Mamá Cultiva.
El SAG autorizó la plantación el 23 de octubre del año pasado y el 16 de noviembre la fundación concretó la siembra. Una hectárea con 16 cepas distintas: Delahaze, Jacky White, Original Cheese, Wappa, y Durga Mata II CBD, entre otras. Desde el primer día, Pablo Meléndez, constructor civil de 31 años, ha sido el encargado de la implementación. Para que hoy se cosechen plantas que varían entre los dos y tres metros de altura, se necesitaron 6.400 semillas, 2.500 palos, 25 kilómetros de manguera y alambre, 12.000 metros de plástico y malla, 1.000 litros de fertilizante orgánico, y construir un tanque de agua con capacidad para 750 mil litros.

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-Cada una de estas plantas debería rendir alrededor de 250 gramos de materia vegetal seca. Con dos de ellas solucionas la vida de un paciente y la de su familia durante un año –cuenta Pablo.

Se espera que las plantas generen aproximadamente una tonelada y media de cogollos para convertirse en medicina. Con esa cantidad, se proveerá de tratamiento anual para 4 mil pacientes, que participarán de tres estudios clínicos que analizaran los efectos del primer fitofármaco de cannabis hecho en Latinoamérica, y que será producido por el laboratorio Knop. Los 20 municipios que participan del proyecto y la fundación serán los encargados de la selección de los beneficiados.

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-Estamos produciendo a muy bajo costo y la idea es que esta medicina llegue de manera gratuita a los pacientes. No entendemos cómo un gramo de cannabis en el mercado negro cuesta casi lo mismo que un gramo de oro –se pregunta Pablo.

El bajo costo y la posibilidad de que cada familia cultive para sus parientes enfermos, son las mayores aspiraciones de la fundación.
-A nosotros el cannabis nos resucitó. Durante mucho tiempo fuimos víctimas de las sociedades médicas, que nos tuvieron presos de sus remedios: nuestros hijos sumidos en las tinieblas de sus drogas lícitas y nuestras familias en la ruina financiera. Ahora, ya no más –agrega Paulina Bobadilla.

LA REVOLUCIÓN VERDE
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Desde que comenzaron la cosecha a fines de la semana pasada, diariamente se cortan cerca de 200 plantas. El proceso es en serie: mientras unos podan, otros deshojan los cogollos, y el resto cuelga las varas al interior de un galpón de 500 metros cuadrados. Con los días, en ese lugar ha ido creciendo una espesa cortina de marihuana que reposa a 25 grados Celsius. En la fundación han sido muy cuidadosos a la hora de diseñar el enfoque de la cosecha. Pese a que aspiran a ser un actor importante de la industria, la mecanización de los procesos es justamente lo que han querido evitar. Allí, todas las actividades son realizadas por humanos que visten overoles azules, que llevan puestos guantes de goma, y que trabajan desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde.

Cuando el cultivo aún estaba en crecimiento, a comienzos de diciembre del año pasado, Ana María Gazmuri fue invitada a Brasil para exponer sobre el proyecto de la fundación. Participó del encuentro Emergencias, organizado por la agrupación Fora do Eixo y el ministerio de Cultura, y dio tres conferencias ante un público latinoamericano interesado en la marihuana medicinal. Sorprendió a todos al decir que de forma legal habían conseguido plantar 6.400 matas. Su intervención causó tanto revuelo, que pocos días después, una delegación de brasileños interesados en replicar el modelo visitó el cultivo. Chile, sin tener la legislación más avanzada de la región en políticas de droga, se había convertido en un referente para el resto del continente.

-Esto es pionero, no hay otro en Sudamérica. Lo más importante de este proyecto es la idea de enseñarles a las madres a hacer sus propios medicamentos y empoderarlas en la lucha. La experiencia de Mamá Cultiva es revolucionaria… son el ‘brazo armado’ del proyecto –dice Paulo Orlandi Mattos, farmacéutico de Sao Paulo que vino de visita a la cosecha.

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Los brasileños no han sido los únicos en recorrer las instalaciones. Plantar el cultivo de marihuana más grande de Latinoamérica le trajo a la fundación un reconocimiento internacional. Agrupaciones de Argentina, Colombia, y México, entre otras, quieren imitar el modelo. Para Ana María Gazmuri, este es un nuevo paradigma en el mercado de la marihuana que amenaza al millonario negocio de la industria farmacéutica.
-Van a entrar los grandes de la industria y frente a eso hay que tener respuestas locales sustentables, ecológicas, y cercanas a la gente. Queremos democratizar el acceso al cannabis. Hemos hecho charlas y talleres de autocultivo y de extracción, y nos hemos dado cuenta que al dotar de este conocimiento a las comunidades, esto se ha vuelto una revolución imparable.

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