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Cultura

24 de Abril de 2016

Publican libro que recopila las listas más geniales y absurdas de la historia

Nada más edificante que hacer listas. Ordenan la cabeza, ayuda a la memoria, creen en nuestros sueños. Que después no las usemos para nada ya es otra historia. El inglés Shaun Usher se dedicó por años a coleccionarlas y en el libro “Listas Memorables” (editado por Salamandra y distribuido en Chile por Océano) presenta sus hallazgos. Son 125 listas de todas las épocas y temas, íntimas y públicas, de autores célebres y anónimos. Sepa por qué los egipcios faltaban a la pega, de qué pecados se arrepentía Newton y cómo se prepara un verdadero pavo mongol, entre una larga lista de listas.

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Hay ideas y propósitos que requieren una larga y desarrollada elaboración. Para todo lo demás están las listas. Algunas sólo sirven para organizar datos, como el inventario de los esclavos mayores de 12 años que poseía George Washington en 1778, o la lista de vecinos acusados de brujería ante la justicia de Salem en 1692. Que el fin sea pragmático, sin embargo, no impide escribirles en verso, como lo probó el autor de un catálogo de prostitutas británicas en 1776. Otras alcanzan momentos literarios sin pretenderlo, se trate de dar cuenta de los centenares de regalos que recibió la Reina Isabel en el Año Nuevo de 1578 o de las causales de ingreso al Hospital Mental de Virgina en el siglo XIX, tales como “leer novelas”, “masturbación durante 30 años” o “problema femenino imaginario”.

En el otro extremo están las listas que sólo sirven para poner en orden nuestros caprichos o ilusiones. Así Marilyn Monroe enumeró un día a los hombres con los que ansiaba una aventura sexual (Hemingway y Einstein entre ellos) y Roland Barthes se dio el tiempo de indexar “las cosas que me gustan y las que no”. Entre las que no: las mujeres en pantalones, las frutillas, Miró, el clavicémbalo, las tautologías, los dibujos animados, las mansiones, las tardes, Satie, llamar por teléfono, los coros infantiles, lo político-sexual, las iniciativas, la fidelidad, la espontaneidad y otras fobias igualmente francesas. Casi mil años antes, Sei Shōnagon, refinada dama de la corte japonesa, también hizo una lista de “cosas repulsivas”, como serían “la parte de atrás de un bordado” o “la parte interior de la oreja de un gato”.
Todos estos inventarios son parte de “Listas Memorables”, de Shaun Usher, libro por cuyas páginas pululan consejos y manías de Picasso, John Lennon, Galileo, Gandhi, Johnny Cash, Miguel Ángel o Thelonious Monk, mezclados con decálogos de cowboys y mafiosos. Muchas de las listas son acompañadas por la imagen del original, de puño y letra de los autores, postulando a este curioso volumen –más propicio para hojear que para leer de corrido– a la mesita del living. Un catálogo de gustos, pero también de épocas. La lista más remota, inscrita en piedra caliza, proviene del Antiguo Egipto y anota a los peones que faltaron al trabajo en el año 40 de Ramsés II (hacia el 1250 a. de C.), durante la construcción de las tumbas del Valle de los Reyes. Después de “enfermo”, la causal más frecuente de ausentismo es “su esposa [o ‘su hija’] estaba menstruando”, seguida por “estuvo fabricando cerveza” y “recogía piedra para el escriba”. También figuran “tuvo que amortajar a su madre”, “estuvo enterrando al dios”, “lo picó un escorpión” o “embalsamó a su hermano”. Otro documento egipcio es un papiro del 1220 a. de C. que clasifica a los sueños auspiciosos y los de mal agüero. Es curioso que nada se diga allí sobre perder los dientes, andar desnudo en público o volar sin esfuerzo. Promisorio es soñarse echando abajo una pared, apareándose con una vaca o enterrando a un anciano. Fatal es que un hombre se sueñe mientras “dios ha dejado de llorar por él”, comiendo carne caliente o “siendo timonel en un barco: significa que cada vez que sea juzgado, será hallado culpable”.

Por contraste, son interesantes las predicciones para el año 2000 que el novelista de ciencia ficción Robert Heinlein hizo en 1949. Acertó con los celulares y el ocaso del comunismo, pero pecó de optimista con la cura del cáncer y, sobre todo, con esto: “Desaparecerá el culto a lo falso en arte. El llamado ‘arte moderno’ sólo lo analizarán los psiquiatras”.

CONSEJOS PARA LADIES

Las listas de consejos, tanto menos inocentes si concluyen con “no hagas caso a estos consejos”, son un género milenario, y entre ellas, las recomendaciones “de mujer a mujer” podrían ser una paradoja histórica: aparecieron cuando la voz femenina ganó algún espacio público, pero la mayoría son un primoroso testimonio de lo que ha sido el patriarcado. El primer número de The Ladies’ Pocket Magazine (1824), entrega una lista de consejos para señoritas que comienza así: “Si tienes los ojos azules, no has de lanzar miradas lánguidas”. Un instructivo para mujeres ciclistas publicado en 1895 por un semanario norteamericano, dicta consejos tan prácticos como “no critiques las piernas de otras personas”, “no hables de bicicletas en la mesa” o “no emules la actitud de tu hermano si se pliega hacia el suelo”. Los tiempos cambiaron, pero de a poco. Todavía en 1923, las damas del Club Anticoqueteo de Washington lanzaron un mañoso decálogo. “No uses tus ojos para comerte a nadie; te los dieron para propósitos más valiosos”, rezaba el tercer mandamiento. Hay quienes insisten en culpar a los hombres de la competencia desleal entre féminas, pero la mismísima Edna Woolman Chase, directora de la revista Vogue entre 1914 y 1952, introducía con esta frase sus lecciones para alcanzar la elegancia: “Estúdiate con la mirada implacable de tu peor enemiga”.
En un tono más moderno, pero tampoco muy afín a los discursos de género en boga, podemos citar algunos de los “Consejos para rockeras” (1994) de Chrissie Hynde, voz principal de The Pretenders:

– No te quejes por ser una chica, no hagas referencia al feminismo ni te quejes de discriminación sexista. A todas nos han tirado por la escalera y nos han jodido, pero nadie quiere escuchar a una quejica. Mejor escribe una canción nada sutil sobre el tema y sácale partido ($).
– No insistas en trabajar con ‘mujeres’; eso es otra gilipollez. Consigue al mejor para el trabajo.
– No creas que enseñar las tetas y tratar de parecer follable te ayudará. Recuerda que estás en un grupo de rock. No es ‘fóllame’, sino ‘¡que te follen!’”.
– No trates de competir con los chicos, no impresionarás a nadie. Recuerda, una de las razones de que les gustes es que no compites con los egos masculinos existentes.
– Depílate las piernas, ¡por Dios!

A final de cuentas, parece que en cuestiones de género todo es relativo. Salvo para Albert Einstein, quien en 1914, tras once años de matrimonio, le informó a Mileva Marić que si quería permanecer junto a él debía cumplir unas cuantas condiciones. “Me garantizarás que mi ropa esté siempre limpia y en buen estado”, para empezar. “Saldrás de inmediato de mi dormitorio o estudio sin protestar si te lo pido”, también. Mileva accedió en primera instancia, pero meses después abandonó al macho alfa de la física, mudándose a Zúrich con sus dos hijos.

CIENTÍFICOS Y ESCRITORES

Las listas concebidas por hombres de ciencia son particularmente ilustrativas acerca de sus autores. Quien se figure a Da Vinci como un ser de una curiosidad inaudita, confirmará su opinión al leer las nóminas de materias que, según él, le faltaban por investigar: desde “qué es bostezar” hasta “describir la lengua del pájaro carpintero y la mandíbula del cocodrilo”. Su símil tecnológico es Thomas Alva Edison. Entre el centenar de inventos que se asignaba como “tareas pendientes”, se contaban la seda artificial, el fonógrafo alegre para muñecas, la tinta para ciegos, el teléfono molecular y un sinfín de bovinas y baterías.

Otros son más sufridos, como el pobre Charles Darwin. Conmueve leer las objeciones de su padre –enumeradas por el propio naturalista en carta a su tío– respecto de su viaje a bordo del Beagle, el mismo que le iba a permitir idear la teoría de la evolución y convertirse en el mayor biólogo de la especie. Que iba ser vergonzoso para su reputación, “que debieron ofrecerle el puesto a muchos otros antes”, “que nunca volveré a sentar cabeza”, “que debería considerar cambiar mi profesión”, fueron algunas de las despistadas profecías.

Pero ninguno más atormentado que Sir Isaac Newton. Recién hace medio siglo se descifró el listado que elaboró –en lenguaje de ecuaciones– de sus pecados, cuando tenía 19 años. Nombrar a Dios en vano es el primero, pero le siguen otras 57 ofensas a Él. Algunas ciertamente criticables, como “Amenazar a mi padre y a la madre Smith con quemarlos y la casa con ellos”, “Pegar a muchos” o “Llamar ‘mujerzuela’ a Dorothy Rose”. Otras, sin embargo, tan dignas de absolución: “Preparar una ratonera en Su día [el del Señor]”, “Hacer pasteles la noche del domingo”, “Poner un alfiler en el sombrero de John Keys en su día para pincharlo”, “Robar racimos de cerezas a Eduard Storer”, “Enfadarme con el señor Clarks por un trozo de pan con mantequilla”, “Usar la toalla de Wilfords para no desgastar la mía” o “Mentir sobre un canalla”.

Lo más adictos a confeccionar listas, en todo caso, son los escritores, según lo refleja la antología de Usher. Muchos consejos para escribir, libros imprescindibles que hay que leer u otros asuntos sobre los que legislan Chejov, Kerouac, Hemingway, Susan Sontag, Henry Miller, Mark Twain y muchos más. Resultan admirables los consejos “para cuando sea viejo” que Jonathan Swift se escribió a sí mismo en 1699, y que llevó consigo hasta su muerte, 46 años después, cuando fueron hallados. El lector juzgará en cambio si califican para “memorables” la lista de George Perec de todo lo que comió en el año 1974 o la tristísima lista de palabras tristes elaborada por Walt Whitman ad portas de escribir un poema.

Por nuestra parte, nos quedamos con el delicioso recetario de F. Scott Fitzgerald para la preparación de pavos, que además cuenta con la virtud de estar al alcance de cualquier aficionado que tenga el tiempo y las ganas. De muestra un botón: “Pavo mongol: Coge tres restos de salami y una gran carcasa de pavo, al que se le hayan quitado las plumas y el relleno natural. Déjalo en la mesa y llama a algún mongol del barrio para que te explique cómo actuar a partir de ahí”.

El músico Nick Cave tiene cierta fijación con las palabras, de ahí que prefiera elaborar su propio diccionario.
Imagen del Arts Centre Melbourne. Cortesía Editorial Océano.

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LISTAS MEMORABLES
Recopiladas por Shaun Usher
Ediciones Salamandra, 2015, 325 páginas

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