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Cultura

8 de Mayo de 2016

Adelanto del libro de Mario Amorós: Antonio Llidó, el sacerdote detenido desaparecido

El historiador y periodista Mario Amorós, entre otros, ha publicado las biografías de Neruda, Miguel Enríquez y Allende. Este libro, basado en una acuciosa investigación, cuenta la historia del único sacerdote detenido-desaparecido de los seis que fueron asesinados después del Golpe. A través de más de cuarenta testimonios y una correspondencia hasta ahora desconocida, Amorós recorre la vida del cura español Antonio Llidó desde su llegada a Chile en 1969, su trabajo pastoral entre los pobres, su aproximación a la UP y su acercamiento al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que más tarde lo llevaría a participar en la resistencia a la dictadura de Pinochet. Detenido por la DINA en 1974, se le vio por última vez en Cuatro Álamos. En 2008 la justicia condenó a cuatro miembros de la DINA por su desaparición, entre ellos a Manuel Contreras. Aquí un extracto de esta historia que para muchos sigue siendo un ejemplo de resistencia.

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El 1 de octubre de 1974, Antonio Llidó abandonó por la mañana la parcela de El Arrayán en la que desde hacía casi un año se refugiaba junto con su compañero Jorge Donoso y, como tantos otros días, tomó la liebre que le condujo a Santiago. En el transcurso de aquel día fue secuestrado por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional en las proximidades del Parque Forestal. Cayó como militante del MIR en la clandestinidad, pero también por su condición de sacerdote comprometido. Fue conducido a la casa conocida como “Cuartel Ollagüe” por los represores. Propiedad del sociólogo brasileño Theotonio dos Santos, hasta el golpe de Estado había acogido a la Embajada de Panamá. Tenía un único piso, un jardín en la entrada y estaba rodeada de una verja de un metro y medio de alto. En su lado derecho había un garaje, hasta donde penetraban las camionetas Chevrolet y hacían descender a sus prisioneros, con el rostro encapuchado. En el puesto de guardia anotaban su identidad en un libro de registro y después directamente los conducían a la pieza donde practicaban las torturas.

Durante sus diez días de reclusión en José Domingo Cañas 1367, fue torturado en repetidas ocasiones y con especial crueldad según los testimonios de quienes compartieron con él aquellos días terribles y pudieron sobrevivir. En sus primeras horas, destrozado físicamente, fue introducido en el peor de los dos espacios donde se hacinaban las personas allí detenidas, “el hoyo”, una alacena de apenas un metro de ancho y dos de largo sin ninguna ventilación. Entonces se encontraban allí militantes del MIR como Ariel Salinas, Aldo Pérez Vargas, Mario Calderón, Carlos Gajardo o Edmundo Lebrecht. Todos fueron torturados con saña en un momento en que la DINA estrechaba el cerco sobre Miguel Enríquez.

El 2 de enero de 1978 en Berlín Occidental, Edmundo Lebrecht firmó una declaración jurada en la que relataba su convivencia con Llidó. Veinte años después, Andreu Zurriaga le grabó un excepcional testimonio para su documental Queridos todos sobre su tío. Apenas convivieron unos días, pero la humanidad de este sacerdote valenciano quedó grabada para siempre en la memoria de Lebrecht, quien falleció en 2013. Cuando fue introducido en el hoyo, Llidó cayó junto a él en muy mal estado físico, puesto que, a consecuencia de las torturas, sufría vómitos y fuertes estertores producidos por la angustiosa sed que las descargas de corriente causan en el cuerpo humano. Lebrecht, quien había sido detenido la noche anterior junto con su esposa embarazada y su hija de 4 años (aunque solo él permaneció finalmente allí), relató los únicos tres días que compartieron: “Mi vivencia con Antonio es una vivencia en una situación extrema. No lo conocí fuera del encierro, lo conocí en el centro de tortura. Todo mi recuerdo es un recuerdo hipersensibilizado con la situación emocional del momento y de los recuerdos, que también son emocionantes”.

A Lebrecht, quien en aquel tiempo era profesor de teatro en la Universidad de Chile, le marcaron profundamente aquellas largas horas en el “hoyo” de José Domingo Cañas: “Una vez lo tiraron encima de nosotros, venía muy lleno de electroshock. Ellos usaban en muchos momentos de tortura la electricidad porque no dejaba huella y producía un dolor desesperante. Después de estas sesiones uno queda con electricidad en el cuerpo y tiene una necesidad enorme de beber agua. Entonces Antonio pedía agua y nosotros solicitábamos permiso para ir al baño y traíamos los pañuelos inmundos que teníamos empapados y le mojábamos los labios. Yo le atendí bastante. Recuerdo que cuando caí prisionero, llevaba un chaquetón montgomery y, como él tenía frío, lo cubrí con ese chaquetón y ahí conversamos. Antonio me contó que había sido sacerdote en Quillota…”.

Con los ojos vendados, y entre susurros, dialogaron durante horas… “Mi pensamiento teológico está muy marcado por mi relación con Antonio. Estuvimos conversando, todo esto calladamente, sobre Dios, la eterna historia de creer en Dios, no creer en Dios… Entonces, me dijo que esa pregunta para él hacía mucho tiempo que había dejado de ser un problema. El tema es cómo uno se comporta abajo. Entonces, me dijo: ‘Yo a ti no te preguntaría si crees o no, sé que eres cristiano. El tema del ateísmo es un tema intelectual. Para mí son cristianos los que actúan como yo pienso que los cristianos deben ser en la tierra, pienso que los que estamos aquí prisioneros somos todos cristianos’. Esto para mí ha sido muy importante, es la concepción incluso teológica con la que me manejo. Quiero rescatar, fuera de la parte dolorosa, también estas cosas que él enseñó a gente como yo. Independiente del ejemplo, me traspasó algo de lo que era su vocación”.

“En esas circunstancias extremas tener la capacidad de llevar su Evangelio… Desde nuestra concepción militante, tal vez debiéramos resaltar la cosa heroica, la cosa ejemplar. Pienso que los cristianos, sobre todo los católicos, debieran llevar como ejemplo y hablar de esta actitud, que es la de los cristianos en la época de las catacumbas, de las persecuciones en la época de Jesús. ¡Cómo se puede sancionar a un sacerdote así! Yo viví en Alemania. La historia sabe de sacerdotes sancionados que murieron en los campos de concentración nazis y que hoy día han sido reivindicados y son un ejemplo para la Iglesia Evangélica en Alemania. (…) Es fundamental que la Iglesia reivindique estas demostraciones que hizo de difundir el cristianismo en esas situaciones, donde el cristianismo se trataba de una cosa objetivamente reconfortante y quiero destacar el aspecto literal de estas palabras, reconfortante, tal vez tanto como un plato de comida”.
Siempre remarcó que Llidó no fue detenido por la DINA “por casualidad”, sino que cayó como miembro de la estructura central de organización del MIR, que dependía de la Comisión Política y dirigía Sergio Pérez, entonces preso y brutalmente torturado junto con su esposa, Lumi Videla, también en José Domingo Cañas, desde hacía casi dos semanas. Además, una parte de la información que deseaban averiguar los represores era la identidad de quienes le habían brindado refugio en la clandestinidad: “Gran parte de la tortura era para que entregara a los dueños de una parcela donde había estado escondido. Sé que esos parceleros no cayeron. Recuerdo haber oído a los torturadores exasperados torturándole y preguntándole: ‘¿Y por qué no hablái, cura maricón?’. Y él gritaba a esos tipos: ‘¡Por mis principios! ¡Por mis principios!”.

Una huella imborrable. Antonio Llidó, el sacerdote detenido-desaparecido
Mario Amorós, Pehuén Editores, 2016.

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