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Mundo

18 de Mayo de 2016

Así es la vejez de los travestis

"Tras años de una dieta de hormonas femeninas, el cuerpo parece desquitarse y la hombría que nunca quisieron los vence poco a poco. Delirio cree que nada es tan feo como un travesti viejo, y enseguida se ríe, de nuevo sin despegar los labios del todo. Otra vez la llave y el vaso bajo el chorro. "Pero nadie me ha matado, y eso ya es una ganancia".

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pobreza

“Delirio se masturbó ayer, dice, y enseguida se olfatea la punta de los dedos, después se persigna. La silla en la que permanece sentada cruje mientras cruza las piernas flacas y pálidas, de várices abultadas”.

Así parte el relato de la crónica que escribe para Soho Colombia José Alejandro Castaño, quien se internó en Lovaina, el barrio típico de travestis y prostitutas de Medellín.

La crónica se centra en la figura de Delirio, un hombre ya mayor, que lleva 80 sintiéndose mujer, pero que a estas alturas de la vida ya advierte cómo el paso del tiempo lo ha derruido, del mismo modo que eso portones viejos se vienen al suelo.

“Su voz es carnosa, como si de pronto te fuera a escupir el trozo de algo, pero ella no se inmuta: tose, se frota el pecho, tose otra vez, entonces las palabras se van adelgazando y casi parece que hablas con una mujer. Antes, cuando se inyectaba hormonas, era más fácil. En realidad, antes casi todo lo era, pero la vejez hace estragos en esa naturaleza simulada de los travestis. Tiene el pelo corto y ya no se lo tintura. Hace unos días se le cayó una muela, “la última de las últimas”, confiesa, y se ríe avergonzada, con los labios apretados”.

Ese último gesto, advierte el cronista, es como un muestra pura del pudor humano, ese que se manifiesta aún en la miseria más absoluta.

Delirio saca un foto de antes, de aquel tiempo perdido en que asegura lo hombres le “pagaban fortunas por romperles el culo”.

“Era una travesti hermosa, ¿dime si no?”, profiere.

Delirio vive en condiciones miserables. Su cuarto “es estrecho y oscuro, sin ventanas”. “Tiene un colchón, una caneca plástica donde guarda la ropa, una alacena con dos platos, dos vasos, cinco cucharas, dos tenedores y un cuchillo sin filo. También tiene una mesa, dos sillas y una imagen de San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas. El lugar está al fondo de un pasadizo largo y estrecho que huele a orina”.

El barrio donde habita Delirio, donde pasa quizá los tramos finales de su existencia, se ubica al norte de Lovaina, en la parte antigua de Medellín y es célebre por ser el primero que abrió casas de prostitución de travestis.

“Las nuevas mujeres inventadas por dios”, reza un cartel que revela la historia del lugar.

“A veces, entre el tumulto de los que vienen y van, es posible descubrir algunos de los primeros travestis. Son hombres viejos. Llevan faldas largas y blusas de mujer, pero nada muestran, ya no. Parecen las atracciones abandonadas de un circo que se marchó hace mucho tiempo. Y así fue”, describe Castaño.

“Tras años de una dieta de hormonas femeninas, el cuerpo parece desquitarse y la hombría que nunca quisieron los vence poco a poco. Delirio cree que nada es tan feo como un travesti viejo, y enseguida se ríe, de nuevo sin despegar los labios del todo. Otra vez la llave y el vaso bajo el chorro. “Pero nadie me ha matado, y eso ya es una ganancia”, sentencia.

Leer el artículo completo acá.

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