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17 de Febrero de 2024

¿Queremos vivir tantos años? Los avances de la ciencia para prolongar la vida humana bajo la mirada de tres premios nacionales

Ilustración: Camila Cruz

De acuerdo a algunas de las predicciones menos optimistas, es muy probable que la población más joven que hoy existe viva, al menos, 100 años. Quizás, 200… quizás más. ¿Cuánto queremos vivir? ¿Cuánto es suficiente? Tres Premios Nacionales, uno de Ciencias Naturales, otro de Historia y otro de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, responden a estas preguntas e intentan imaginar un futuro con “súperancianos”. Aunque el ejercicio de ficción en la vida de los galardonados científicos y el historiador llevan a un trasfondo: la pregunta no es cuántos años, sino cómo. ¿Una vida eterna pero en condiciones económicas precarias o con algunos de tus seres queridos ya fallecidos?

Por Paula Domínguez Sarno

Algunas predicciones científicas apuntan a que, en algunas décadas, no va a ser extraño que una mujer decida a sus 70 años rehacer su vida “porque tiene la mitad de su vida por delante”. Estudiar otra carrera, viajar por el mundo, aprender a tocar instrumentos, casarse de nuevo, incluso tener hijos. O que dentro de 85 años, quién esté leyendo hoy este reportaje –en sus treintas (o cuarentas)–, pueda contarle a su tataranieto 100 años menor, sin olvidar ningún detalle, mientras sube un cerro, sin dolor de rodillas, sin anteojos ni audífonos, cómo fue la celebración del nuevo milenio. Las sensaciones, los sonidos, los olores. O pensar que, si los avances científicos hubiesen llegado un poco antes, ese padre, esa amiga, ese abuelo, esa hija o hermana, no habría muerto de ese paro cardiaco que cerró sus ojos para siempre o de ese cáncer del que las quimio y radioterapias no lograron exterminar.

“Es un proceso natural de los seres vivos…”, reflexiona el científico chileno y Premio Nacional de Ciencias Naturales 2022, Sergio Lavandero (64). “Algunos nacen y mueren en un día, como las libélulas y hay animales que viven más años… La muerte siempre está presente en nosotros, todo el tiempo nuestras células mueren. Para vivir, nuestras células tienen que morir. Para mí, la muerte es un proceso cercano, la estudiamos, sé como ser vivo que alguna vez me voy a morir completo”.

Desde una cabaña en el sur de Chile, y a través de la cámara de su computador, se acomoda para dar la entrevista. A través de la pantalla, muestra en tres gráficos, unos al lado del otro, la cantidad de personas en Chile en 1950, 2010 y una proyección de 2050. Hace 74 años, la población de niños y niñas superaba con creces a la población más vieja; en 2010, fueron los jóvenes y adultos entre los 15 y 54 años quienes aportaban la mayor densidad a la población del país; mientras que, dentro de 26 años, se espera una población predominante de personas entre los 55 y 74 años. Para ese año, de todos los rangos etareos y de género, quienes van a existir en mayor cantidad, serán las mujeres mayores de 79 años.

“Cuando tú leías Romeo y Julieta, tenían 14 o 15 años. La vida ocurría en periodos de tiempo muy estrechos, en que tú tenías que casarte, tener hijos. Hoy en día, a nadie se le ocurre casarse a los 15 años. Hay cambios sociales muy grandes”, anticipa el doctor en Bioquímica sobre las demás consecuencias de extender la duración de la vida. “Además del envejecimiento, tenemos el cambio climático y tenemos problemas en Chile, y en otros países, de convivencia social”.

Las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la obesidad, las enfermedades respiratorias crónicas y la diabetes, son las llamadas “enfermedades crónicas no transmisibles”. Estas son el principal objeto de investigación de Sergio Lavandero, además de la principal causa de muerte en el mundo. Solo las dos primeras son causantes de más del 60% de las personas. “Hay ocho factores de riesgo: tres que no podemos controlar (aún), porque son genéticos, y otros cinco que permiten retrasar la enfermedad, dependiendo de los hábitos”, explica. “Pero, hasta la fecha, todas siguen siendo incurables”, advierte.

Los factores son: si la persona fuma o no, cuánto come, cómo come, cuánto ejercicio hace y cuánto duerme. La recomendación es tener hábitos saludables en cada uno de ellos, afirma el premio Nacional, pero su énfasis está en que no sirve vivir más, sino mejor. Al hacer el ejercicio de pensar en avances científicos que han mejorado la calidad de vida de las personas, se le ocurre una decena: anteojos, operaciones a la vista, audífonos para la sordera, exoesqueletos conectados al cerebro de personas con lesión medular, y la conexión de los cerebros a computadoras que ofrece Neurolink, entre otros.

“Creo que las nuevas generaciones que están naciendo van a vivir fácilmente 100 años”, afirma. “Hoy día, estamos descubriendo métodos sobre cómo regenerar tejidos, podemos crear un páncreas en un ratón, la ingeniería de tejidos es un tema enorme, estamos regenerando células que se nos mueren…”, sigue. “Hay avances que nunca soñamos. Autorizaron la edición de genoma a personas que tienen anemia falciforme y le modifican el gen que está defectuoso. Y sus glóbulos rojos son normales. Estamos ensayando las primeras vacunas para el tratamiento del cáncer y para tratar la hipertensión. Tenemos avances científicos que son increíbles”, concluye y se detiene. “La pregunta que tenemos que hacernos es quiénes van a tener acceso a eso”.

En la mañana, antes de conectarse a esta entrevista, como todas las mañanas, Sergio Lavandero cuenta que se puso a leer las noticias: “Leí en una que un matrimonio tuvo una muerte asistida y murieron de la mano”, cuenta, refiriéndose a la pareja neerlandesa de 93 años que se practicó doble eutanasia, debido al progresivo deterioro del estado de salud de ambos.

–Si usted pudiera prolongar su vida cuánto quisiera, ¿hasta qué edad le gustaría vivir? ¿Viviría para siempre?

–Yo siento que cuando lo que viniste a hacer lo cumpliste, que cada uno de nosotros tiene una misión y yo siento que ya cumplí lo que quería venir a hacer. La pregunta que tienes que hacerte es si a ti te faltó algo. Hacer las cosas con pasión yo creo que eso es algo que… es una energía que tenemos interna, en el alma, que permite que se hagan cosas que tú no podrías explicar de otra manera. Y trabaja mucho.

Todo requiere esfuerzo, no es gratis, caerse muchas veces en la vida, aprender de los errores. No somos perfectos. Es un proceso continuo de aprendizaje que nunca termina, pero que te va ayudando a servir. Personalmente, creo que cada uno tiene que definir cuánto es suficiente. Para siempre, yo, personalmente, sería muy aburrido. Imagínate estar solo y no compartir con nadie más. La eternidad es un tema complejísimo. El legado más importante que dejas es el que dejas en otras personas. Siento que mi legado ha sido formar una generación de nuevos científicos y científicas, y ellos van a seguir investigando, que ellos tengan como misión esta tarea de sanar estas enfermedades. Alguna vez soñar que lo que era incurable, sea ahora curable.

Vida más allá de los 100 años: los “súperancianos”

“Hay dos hechos indismentibles en este tema, a mi juicio. Uno es la aparición de un nuevo sujeto histórico”, afirma Rafael Sagredo (62), profesor e historiador especializado en historia de Chile y de América, e historia de la ciencia y de la cultura. Sus aportes fueron galardonados, también, con el Premio Nacional de Historia 2022. “Que serían estos adultos mayores, muy mayores. Son un actor de nuestra contemporaneidad e inevitablemente, en mi opinión, se van a transformar en actores de la historia. Y vamos a tener que hacer una historia en la que ellos estén incluidos”.

Además de protagonistas, explica el premio Nacional de Historia, las personas mayores se convierten en fuentes inéditas de la misma. “Son memoria y todas esas memorias se van sumando para transformarse en un insumo para hacer historia, son una fuente de experiencia”. Sagredo, explica que la historia, hace no tantos años, sólo hablaba de hombre y adultos, por ejemplo. Luego se incluyeron mujeres, niños, niñas y adolescentes.

Al hacer el ejercicio de poder conocer a un hombre de 500 años que vivió en carne propia los principales hechos de la historia, Sagredo abre grandes los ojos y estira una sonrisa. “Un contemporáneo ¿no? De los hechos que uno estudió. Un contemporáneo de la época de las grandes revoluciones atlánticas, de la Revolución Francesa en adelante”, echa a volar su imaginación. “Si yo conociera a una persona que estuvo en el Chile de 1810, 20, 30… A mí me gustaría preguntarle si conoció a Darwin, por ejemplo. ¿Cómo era? ¿Qué le interesaba? Cosas como esas. A mí me interesa también la historia de la vida privada, preguntarle cómo se vivía, cuáles eran los intereses, los sentimientos, cómo eran las relaciones familiares. Esas preguntas están siempre en relación al tema que tú quieres investigar”.

Si logramos hacer modificaciones genéticas para evitar y tratar enfermedades mortales, avanzamos en fármacos para dar solución al tabaquismo, la mala alimentación y los hábitos del sueño, creamos vacunas en tiempo récord, damos soluciones a lesiones medulares, a trastornos anímicos, a la demencia en la edad avanzada y conectamos nuestras mentes a computadores, como quiere Elon Musk. ¿Seguimos siendo humanos? ¿Podríamos seguir llamando a nuestra existencia “historia”? Y, por otro lado, también cabe en la paleta de escenarios posibles, uno distópico en el que se castigue a una persona quitándole la mortalidad quizás para brindarle un sufrimiento eterno.

“Espero que no se acabe la historia”, dice el historiador. “Y que lo que entendemos por humanidad, que es nuestra capacidad de cernir, de pensar, de expresar emociones. Estamos abiertos a aceptar todo tipo de progreso, de cambio, de nuevas formas, pero espero que lo que nos define como humanidad siga presente. Y que, en mi opción, está dado sobre todo por esta libertad de juicio, de actuación, incluso en medio de todas las condicionantes del mundo, culturales, etc.”.

Al recordar avances históricos cuyos caminos se separan de las intenciones iniciales de sus precursores, aparecen casos como el de teoría de las especies natural Darwin en el libro “Mi lucha”, de Hitler, convirtiéndose en el llamado “darwinismo social” o el de Oppenheimer con la bomba atómica. “Es parte de la humanidad, no me sorprende. Ahí está, no significa que lo acepte. La gente dice, hay que ‘hay que conocer la historia para evitar que se repitan las malas cosas’. Eso no ocurre, eso no es cierto. Conocer la historia no te evita nada”, reflexiona. “Pero hay predicciones que son afortunada. Por darte una historia, los padres de la patria en 1810 se imaginaron una república de personas libres, se imaginaron una democracia. Y aquí estamos, afortunadamente”, se ríe. “Nos dieron un legado que los chilenos y chilenas tratamos de hacer cada día más real”.

–Si llegara alguien, hoy, y le ofreciera una vacuna o inyección que le asegure una vida saludable por los próximos 100 años, ¿la aceptaría?

–Así, espontáneamente, lo primero que se me viene a la cabeza con tu pregunta es que a mí no me gustaría vivir 100 años más si no voy a vivir con los que son mis afectos, mis cariños, mi entorno… para mí no tiene sentido.

–¿Y si le ofrecen 10 inyecciones para sus más cercanos o si es un avance más masivo que está llegando a todos?

–Tú eres parte de algo, de una comunidad y para mí la vida tiene sentido en ese contexto. Si es solo con mi familia y seres queridos, no. Nosotros formamos parte de un país, de una comunidad. Ese cambio no lo quiero hacer todo, ojalá que puedan participar todos, es una ficción que en este momento sería… no me la imagino, la verdad. Me lo imagino, pero en la medida que es parte de la evolución de la humanidad.

Ochocientos años antes de Cristo, ya sabía Homero por las epopeyas que entonaban los aedos en las calles de Grecia, que la muerte era una cualidad especial. “Los dioses nos envidian porque somos mortales y todos nuestros momentos son únicos e irrepetibles”, fue lo que le dijo Aquiles a Héctor, a modo de consuelo después de que este le suplicara clemencia, justo antes de matarlo. Cuatro siglos después, Platón decía que el ejercicio de la búsqueda de la sabiduría es, precisamente, “aprender a morir”.

La pregunta no es cuánto, sino cómo

Sin ir tan atrás, a principios del siglo pasado, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung llegaba al mismo lugar: cómo masticamos y digerimos la muerte. El padre de la psicología analítica y colaborador de Freud, llegó a patologizar la ausencia del miedo a morir. Sin embargo, aseguró solo un año y medio antes de hacerlo él mismo, en una entrevista a la BBC, que el temerle tampoco era útil, ya que sólo nos hace morir de manera anticipada. Aunque, la tendencia es (no a no temerle, sino) a no pensar en ella: “La vida se comporta como si fuera a continuar. Así que yo creo que es mejor para las personas mayores que sigan viviendo, que esperen la llegada del próximo día como si fueran a vivir por siglos”, le dijo Jung al presentador británico John Freeman en 1959.

“¿Es el gran tema si vamos a vivir más largo o si vamos a vivir mejor?”, parte diciendo el Premio Nacional en Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, Ricardo Araya (67). “Es muy importante hacer ese balance”, agrega. Es el primer psiquiatra en recibir el galardón en esa categoría y ha dedicado la mayor parte de su vida estudiando, investigando y generando modelos para tratar la salud mental en los segmentos más pobres y vulnerables del mundo. Desde su casa en Inglaterra, toma esta entrevista para hablar sobre las cifras de longevidad, pero los números esconden mucho más y él lo sabe mejor que muchos.

“Soy epidemiólogo de formación, pero no soy un experto en demografía. Sí, me mantengo enterado de cuáles son las tendencias en expectativas de vida”, dice. Las cifras de mortalidad son de fácil acceso, explica, pero saber cómo viven las personas es un tema mucho más complejo. “Me imagino que, cuando le preguntas en tu reportaje a las personas cuánto quieren vivir, ellos deben decirte: ‘depende’”.

“Estuve conversando hace muy poco con un colega, por otra razón, de esto y, la realidad es que hay una limitante biológica”, cuenta. “Hubo un artículo hace dos o tres años que salió en Nature, que es una revista médica muy famosa, me parece que el autor era un nombre ruso. Es un artículo bastante complicado, pero bueno… ellos decían: ‘¿Cuánto es lo más que se podría vivir?’. Y basaban esto en una serie de parámetros de cuál es la capacidad de resistencia del cuerpo, biológica. Y llegaban a la conclusión de que más de 150 años ya es imposible”.

Para Araya, quien se informa de las novedades en la ciencia a través de las revistas médicas y científicas de mayor confianza e implicancias a nivel global, ciertos datos controversiales despiertan extrañeza (e incredulidad). El promedio de vida de una población no es más que la suma de las edades de todos, divididas por todos, por lo que un aumento de la mortalidad infantil afecta mucho ese número, explica y ejemplifica. Pero cuando se le pregunta qué le parecen algunas predicciones, aparentemente científicas, que dicen que viviremos más de 100 o, incluso, 200 años, le causa un poco de gracia. “Esto de las expectativas de vida, solo por hacerte un acápite, tiene implicancias económicas, el cálculo de tu pensión, por ejemplo. Y muchas de las empresas aseguradoras ponen que vas a vivir más porque de esa forma reparten más tu capital y, eventualmente, te mueres igual y ellos se quedan con una buena parte”, desconfía.

Entonces, si bien ve el récord como estos 150 años que cuerpo puede aguantar, ve difícil que en el corto o mediano plazo alguien lo logre. “Quizás, a lo mejor se pueda en algún instante”, admite. “Yo no lo voy a ver, estoy seguro. Quizás alguien llegue a los 150 años, pero va a ser una excepción”. Considera más probable que alguien se pueda congelar y que los avances científicos del futuro puedan despertarlo.

Ricardo Araya ha trabajado en terreno y durante décadas en los países más pobres de América y África para dar tratamientos asequibles en materia de salud mental, con recursos mínimos. Guerras, desnutrición y pobreza convierten, no solo la muerte, sino la muerte prematura en eventos que no son fortuitos. Por otro lado, Elizabeth Parrish, por ejemplo, es una empresaria dedicada a la industria de la longevidad e invierte millones de dólares en la búsqueda del rejuvenecimiento biológico. Según El Economista, la mujer, actualmente, tiene 52 años cronológicos y 21 biológicos.

–¿Tiene sentido para usted que la búsqueda de la longevidad con calidad de vida o el antienvejecimiento sea una industria millonaria?

–Los recursos son limitados. Hay un montón de recursos que están disponibles para algo y si tú me das las dos opciones: ¿yo en tratar de conseguir que algunas personas llegaran a los 150 o los pondría yo por mejorar la calidad de vida y aumentarle algunos añitos a las personas que viven en lugares de escasos recursos y alta vulnerabilidad? No tengo ninguna duda de que me voy por la segunda.

–¿A qué edad le gustaría llegar a usted o qué edad no le gustaría llegar?

–Yo estoy dispuesto a sacrificar longitud por calidad de vida. Y si llego con la calidad de vida que tengo ahora al promedio de vida de los chilenos, 81 u 82 años, me considero afortunado. No tengo interés de poner ningún récord, quiero que lo que viva, sea con una buena calidad de vida. Ese es mi objetivo a nivel personal.

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