Nacional
3 de Julio de 2016Peña asegura que el gobierno vive un psicodrama: infla expectativas que no puede cumplir por “incapacidad artesanal”
En su columna en El Mercurio, Peña hilvanó el rasgo síquico de la administración Bachelet, con los Encuentros Locales Autoconvocados. Dijo respecto de estos últimos que no eran representativos, pero sí importantes y ejemplares. Sin embargo, y más allá de estos atributos, lo cierto -dice Peña- es que La Moneda tiene la marca trágica de sus actos, un designio del que no puede escapar. Y la califica como “la desaprensiva capacidad de poner en juego expectativas desmesuradas, la incapacidad artesanal de satisfacerlas y la manera naïve que se emplea para intentar convencer de que se satisficieron”.
Compartir
Ir desmenuzando lo que en su aspecto simbólico, jurídico e incluso estético tienen los Encuentros Locales Autoconvocados (ELA) por una nueva Constitución, fue la estrategia de relato que usó esta semana el columnista de El Mercurio y rector de la UDP, Carlos Peña, en su tradicional espacio en el diario de Edwards.
Y la pregunta que se hizo es si dichas reuniones que se realizaron a nivel nacional fueron o no representativas, si de algo sirvieron. Entonces, como un profesor usando el método cartesiano, fue delineando, definiendo.
“En la literatura se distinguen al menos tres significados de representación. El primero es descriptivo o pictórico. Así, se dice que la pintura representa el paisaje, que el rostro del hijo es la viva representación de su padre, etcétera. En este caso, la imagen del representante tiene los mismos rasgos que la del representado. El otro significado es normativo. Así, el abogado representa al cliente en el juicio, el diputado a sus electores, el padre al hijo menor. En este caso, hay una norma que indica que la voluntad del representante equivale a la del representado. Existe también la representación simbólica. La bandera, por ejemplo, representa a la patria. Una cosa, la bandera, despierta los sentimientos que se reúnen en otra, la patria”, escribió Peña.
Pues bien, a su juicio en ninguno de los aspectos anteriores, los encuentros locales tuvieron -al menos- una cercanía a la representación que la ciudadanía esperaba de ellos.
Su explicación es que “ni sus partícipes eran reflejo del pueblo cuyo poder constituyente jugaron a ejercer (es decir, no eran representantes en sentido pictórico), ni tampoco tenían autorización alguna para actuar en su nombre (o sea, no eran representantes en un sentido normativo), ni su presencia suscitaba la adhesión emocional que despierta el pueblo (o sea, no eran representantes en sentido simbólico)”.
“Puede afirmarse, entonces, sin exageración, que esos encuentros pudieron tener un valor escénico, performativo, a lo sumo indiciario; pero no representativo”, insistió.
Sin embargo, y matizando sus dichos, indicó que aún cuando a su juicio no fueran representativos, si eran importantes.
Peña explica que quienes vivieron estos encuentros con miras a mejorar la Carta Fundamental vivieron por un momento el instante o “la ilusión de pensar sin orillas”.
“Como si habitaran un tiempo inmediatamente previo al contrato social que imaginaron los escritores del siglo XVII , un tiempo en el que tuvieran que decidir en qué tipo de sociedad, con qué derecho, deberes e instituciones y en base a qué principios vivirían. Ha de haber sido una experiencia, sin duda, inolvidable”, ironizó.
No obstante y más allá del momento estético dibujado por Peña, no existiría nada más que una “cohesión dialogal de dos o tres horas, de esa transitoria y breve amalgama cívica, no se sigue ninguna razón para compeler al conjunto de la ciudadanía a aceptar como valioso o digno de ser obedecido lo que allí se acordó”.
De allí en adelante, Peña asegura que independiente de lo valioso que pudieron ser los encuentros locales, asegura que el gobierno infló un proceso como un globo aerostático, aún sabiendo que no podría mantenerlo en el aire.
“Así, los Encuentros Locales Autoconvocados no son sino un sucedáneo deslavado, un pálido remedo, una realización descafeinada, de la expectativa imposible que el Gobierno sembró y dejó crecer: el momento constituyente”, apuntó.
El columnista asevera que si bien los ELA no son representativos, pero importantes, también agrega que son “ejemplares”, pero cargan sobre sus hombros un “destino infortunado y torpe que hasta ahora ha tenido la gestión gubernamental”
A su juicio el principal problema de La Moneda, “ha sido alentar las expectativas e inflarlas hasta casi reventar, y solo para descubrir, a poco andar, lo que cualquier observador habría descubierto: que no era posible satisfacerlas del modo en que se había inducido a la gente a desearlas”.
El bombín, que según Peña usa el gobierno en sus iniciativas, produce la exageración y que el resto del cuadro para el mejoramiento de ciertos aspectos de la vida nacional, no es sino un simulacro. De esta manera, apostilla Peña, todo “estaba muy lejos de ser factible y (…) entonces, la única forma de salir del paso era mediante sucedáneos, remedos imperfectos y sustitutos que dieran la ilusión que sí, que, por supuesto, los objetivos por fin se habían alcanzado”.
“¿No parece ser este el destino del programa gubernamental? ¿No es verdad que así como el momento constituyente está sustituido por estos encuentros, así también la gratuidad universal en educación lo será, como era inevitable, por la sustitución parcial de becas y de créditos?”, reflexionó, eso sí, desde su puesto de rector de la UDP.
Y remató: “No cabe duda. Los Encuentros Locales Autoconvocados no tiene ningún valor de representación, pero su metodología y el balance que de ellos se hace ejemplifica, como si fuera un psicodrama, el rasgo más marcado de la gestión gubernamental: la desaprensiva capacidad de poner en juego expectativas desmesuradas, la incapacidad artesanal de satisfacerlas y la manera naïve que se emplea para intentar convencer de que se satisficieron”.