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Opinión

19 de Enero de 2017

Columna: ¿Segunda transición o epílogo de un régimen agotado?

No seamos injustos pidiéndole peras al olmo. No es labor de los cuadros de la Concertación criticar su obra, o al menos no públicamente y en año de elecciones. Somos las fuerzas de cambio las responsables de ofrecer una lectura de la coyuntura que interprete con más honestidad y realismo las tendencias subterráneas que la informan y los desafíos y oportunidades que presenta.

Francisco Figueroa
Francisco Figueroa
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La Concertación se prepara para decirnos que el gobierno de Bachelet ha sido sólo el comienzo. Que sí, bueno, no todo ha salido según lo prometido, pero no se puede pretender que cambios tan profundos ocurran de la noche a la mañana. ¿El comienzo de qué? No está claro, pero de algo distinto a lo que había antes, más en la línea de escuchar a la ciudadanía, obvio. Guillier ya está probando este relato, también las vocerías del Gobierno y los comunistas. “Avanzar para consolidar”, será de seguro una de las consignas de campaña de los últimos. (La otra es “transparencia y probidad”, inspirada en la audaz idea según la cual no es bueno usar la política para robar. ¡Así tanto ha bajado el horizonte de aspiraciones de la izquierda tradicional!).

Pero la versión más elaborada de este relato asoma desde el laguismo. “Segunda transición”, es la expresión que está instalando Gloria de la Fuente, nueva vocera de la campaña del ex presidente. El concepto, hay que reconocerlo, tiene sus méritos. Tiene la gracia de ponerle nombre al punto de inflexión que significaron las protestas de 2011 (y al hacerlo, apropiarse de su sentido) y sirve como escapatoria a la crisis de popularidad de la actual administración, al transfigurar sus fracasos por una pretendida condición perfectible, abierta. Pero en la gracia radica también su debilidad. Y es que aunque útil para hacer campaña, es un escape hacia delante, un concepto más comunicacional que explicativo, incapaz de interpretar el nudo histórico a desatar.

El gobierno en ejercicio no ha iniciado un curso de avance hacia lo que de la Fuente considera objetivo principal de una segunda transición: reconstruir la comunidad política por la vía de su reconquista ciudadana. No lo ha hecho porque la Concertación acoge en su seno precisamente a los mayores responsables de la devaluación de la democracia al forzar su restricción e impotencia. Me refiero a aquellos sectores empresariales comprometidos con las modalidades de acumulación más características del capitalismo “de servicio público” vigente –Carlos Ruiz dixit-, el negocio primario-exportador y el rentismo. Patrones, directores, lobbystas y tecnócratas de la salud y la educación privadas, de AFPs e isapres, de bancos, mineras, forestales y megaempresas coludidas, influyen sin contrapeso sobre las elites de partido, parlamentarios y ministros.

Esta colonización empresarial de la política –como la hemos caracterizado insistentemente desde Izquierda Autónoma- ha terminado por reducirla a un mero instrumento para la administración de mercados, deteriorando las capacidades de auto-determinación colectiva de la sociedad. Es por esto que la política carece de sentido para las personas, no debido a una esotérica fuerza epocal. Pero la auto-determinación individual también retrocede en la medida que los imperativos mercantiles avanzan agresivamente sobre la vida cotidiana, haciendo de nuestra educación, enfermedad y hasta vejez oportunidades de negocio. Estas dinámicas expropiatorias de libertad y soberanía sobre la vida degradan las posibilidades de deliberar y de vivir en comunidad, y por lo tanto, son los factores que estructuralmente impiden un ejercicio pleno de la ciudadanía.

Las principales medidas sociales y económicas de los gobiernos socialistas de la transición llevan todas la huella de estas tendencias. No es que éstos no hayan aumentado el gasto público. Aunque tibiamente, sí lo han hecho, pero para subsidiar la conquista emprendida por el sector privado de los servicios públicos. Los gobiernos de Lagos y los dos de Bachelet le han legado a Chile hospitales con menos camas y menos capacidades clínicas, menos educación pública escolar y superior, menos capacidades públicas efectivas para defender los derechos de la infancia; al mismo tiempo que más salud y educación privadas, y más transferencias de recursos públicos a esos negocios. No hay administración que haya llevado esta lógica más lejos que la actual. La “gratuidad” universitaria y las transferencias a privados en salud son los ejemplos más visibles.

Con todo, la Concertación en su versión Nueva Mayoría sí le ha puesto fin a algunas cosas. Por ejemplo, a la tesis de “las dos almas de la Concertación”, según la cual la tarea de los progresistas era pugnar en su interior por el avance de las posiciones democratizantes. El bando supuestamente progresista de la coalición, incluso varios autoflagelantes de principios de siglo, finalmente tomó control del barco, pero sólo para mantener su itinerario, complementándolo, es cierto, con una ingente producción de discurso reformista. Gozando de mayoría parlamentaria, con ministros pepedés a la cabeza de los más importantes ministerios, se vino también abajo la rutina de excusar las mezquindades con recurso a las trabas de la derecha y la DC. De allí la quijotesca condición del noble esfuerzo de Águila, Atria y compañía por llevar al PS a una posición antineoliberal.

No nos encontramos, en definitiva, iniciando ninguna segunda transición. Nos encontramos en una situación de vacío político, en el que los intentos restauradores son incapaces de dotarse de legitimidad y una mínima capacidad de convocatoria, mientras los empeños de superación son a su vez incapaces aún de señalar con claridad un camino alternativo. Si el tragicómico discurrir del gobierno en funciones no fue suficiente para ilustrarlo, allí está el puzzle electoral para señalarlo con elemental didactismo. Lagos e Insulza circulan ignorados en los márgenes, depositando sus esperanzas en lo que la máquina de las cúpulas partidarias puedan hacer para mantenerlos en carrera. Guillier se encumbra haciendo de la ambigüedad virtud, de la evasión astucia, de la demagogia escuela. Y la derecha, mientras tanto, parece no encontrar oferta mejor que recurrir a la vieja promesa de orden, adornada con una nostalgia por los ’90 para la cual difícilmente hay más oídos que los propios.

Pero no seamos injustos pidiéndole peras al olmo. No es labor de los cuadros de la Concertación criticar su obra, o al menos no públicamente y en año de elecciones. Somos las fuerzas de cambio las responsables de ofrecer una lectura de la coyuntura que interprete con más honestidad y realismo las tendencias subterráneas que la informan y los desafíos y oportunidades que presenta. De la Fuente, de hecho, nos recuerda que la capacidad de la Concertación para producir relatos de legitimación del orden no se ha agotado, y que Lagos el político, más allá del Lagos persona, tiene todas las condiciones para reproducirse entre las filas de las nuevas generaciones progresistas y así perpetuar la disociación entre democratización política y democratización social que vertebró vertebral del ideario progresista de la transición. Es que siempre hay muertos que gozan de buena salud.

Las fuerzas de cambio no podemos eludir la magnitud de la crisis que afecta a la democracia chilena. No hay renovación de “rostros” ni verborrea programática que pueda hacerle siquiera cosquillas a su corrosión estructural. Debemos plantear sin ambigüedades que sin cambiar la concepción vigente de Estado y sin alterar la naturaleza del modelo de desarrollo, no hay reconstrucción de la comunidad política posible. De lo que se trata es de superar el Estado subsidiario para crear un Estado social, garante de derechos universales, y reemplazar el modelo primario-exportador y rentista ensañado contra el trabajo, por una genuina Democracia económica, más diversificada y no dependiente, en la que las mayorías trabajadoras tengan plena participación en el goce de la riqueza que generan y en la definición de una utilización socialmente valiosa de ésta.

Son muchas las tentaciones para elaborar ideas y organizar fuerzas al ritmo de las encuestas, para exprimir las frustraciones con los aspectos más superficiales de las injusticias existentes hasta que no den más votos, para fundar nuestra épica en la didáctica pero vacía retórica del ellos y el nosotros. Pero no prevaleceremos sin hacer hoy lo que Eugenio González exigía del socialismo en su tiempo, en tanto doctrina que necesitaba más que cualquier otra “interpretar el sentido de la época, para ajustar a él, con plena conciencia, la perspectiva de una política”. El sentido de la nuestra no refiere a una transición democrática truncada, sino a una que por su naturaleza neoliberal y antipopular acabó socavando las bases de la propia democracia que prometía. Asumiendo este desafío de ruptura y las tareas que plantea es que podremos frenar la degradante profundización capitalista en curso. Y sólo así lograremos que esta coyuntura de incertidumbre y vacío adquiera sentido, en algunos años, como el epílogo del agotado régimen de la transición.

*Francisco Figueroa es militante de Izquierda Autónoma

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