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Opinión

20 de Febrero de 2017

Columna de Marcelo Mellado: El cuento ciudadano

"Mi oficio es algo chanta, porque ser escritor en provincia es muy poquita cosa. Porque esta pega supone un camino complicado para los que no tenemos cabida en el mundo cortesano. Por eso me veo urgido a escribir tonteritas en algunos medios."

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Quiero relatar un proyecto del cual fui parte que combinaba política y literatura. Todo comenzó cuando escribí unas ficciones en algunos medios. Ahí se relataban las actividades de un colectivo vecinal que se enfrentaba a los poderosos de una ciudad puerto, sólo con sentido común y mucha transparencia, y contra todo pronóstico obtienen una victoria electoral que no esperaban.

Los cuentos eran pequeñas peripecias micropolíticas, con muchos chascarros, que daban cuenta de un contexto brutalmente chanta, es decir, con corrupción, malas políticas e incompetencia funcionaria. De pronto el narrador del relato tiene la certeza del triunfo y nadie lo toma en serio (como cuando al corderito nadie le cree que viene el lobo), porque se trataba de una ficción que en sí misma era chanteli, pero que pudo percibir los síntomas de una población cansada de los políticos corruptos.

La cagada queda cuando sin ninguna ilusión ese colectivo se ve sorpresivamente con el poder municipal. Esto ocurrió en Valpo, pero no se lo cuenten a nadie. Y toda la culpa fue de la ficción (me acuerdo de una canción que decía “la culpa fue del primer beso”).

Debo asumir que yo ingresé a ese grupo ciudadano con el objetivo de obtener insumos para mi trabajo textual, el problema es que lo que yo contaba y proponía en la ficción eran las tareas y las motivaciones del grupo, de las que yo solía hacer mofa, porque uno viene del nihilismo histórico, que descree de todo, pero me salió el tiro por la culata. Todo se fue alineando coherentemente y surgió lo que surgió. Uno que siempre apostó al fracaso termina sucumbiendo ante el éxito de un mito creado por unos vecinos cahuineros y organizados. Y la lata es que de eso uno no recibe ningún beneficio personal, porque parte del compromiso adquirido era que uno ni cagando iba a andar corriendo impúdicamente tras algún cargo en el municipio.

Luego de ese triunfo o fracaso, ya no me queda muy claro, me recluí en mis cuarteles de verano y traté de dedicarme a mí mismo. Y me concentré en el yoga. Necesitaba revisar algunas cosas sobre lo que soy. Y tomé una hora en el CESFAM (Centro de Salud Familiar) para chequearme el espíritu (que es mi cuerpo). No sé si fui en mi calidad de paciente o usuario o, tal vez, de simple cronista en busca de insumos, o porque los síntomas de una depresión aparecían en mi reducido horizonte, ahumado por los incendios.

LO DE UNO

Soy escritor, soy profesionalmente de esta huevadita. Vivo al tres y al cuatro, pero no me quejo mucho. Hace rato que no tengo pega de esas que llaman normales. Mi pega de origen es la de profe, pero dejé de hacer clases porque nunca me sentí cómodo con el paradigma educativo imperante. Me gustaría volver a hacer clases en un nuevo modelo educativo, quizás. Pero los chilenos son tan arribistas que consideran la cosa educativa como un peldaño de ascensión social y eso me deprime. Todo esto debiera contárselo yo a mi médico tratante, si es que en algún momento me atienden, porque las esperas en el sistema público son un clásico. Incluso, en vez de que me atienda presencialmente, le puedo enviar un correo con mis síntomas, por ahorro de tiempo, pensé.

Y a mí me interesa el desarrollo cultural, doctor, todo lo demás es miserable. Porque el fracaso de este país se nota en los incendios, porque si hubiera buena educación esto no pasaría, le insistiría yo al facultativo. Y me derivaría a interconsulta siquiátrica.

Siento que he llegado a una etapa en que necesito afirmar un par de certezas que mis cercanos me exigen como señal concreta de mi existencia, levemente incoherente, tanto como operador culturoso, como en el ejercicio de mi función paternaloide (uso los sufijos peyorativos oso y oide, inoculando la sospecha contra mí mismo, cínicamente, trataría de explicarle al especialista).

Quiero, además, advertirles a los culturientos (soy como tonto para el sufijo) hijos de la ruina, a mis enemigos (esto también yo se lo contaría al doctor), que yo no quiero pega en el municipio ciudadano (se lo dije incluso al jefe de gabinete del alcalde), pero que como todo trabajador con conciencia de clase, como se decía antes, mi deber es estar al pie del cañón como militante de la ficción, porque en este caso tenemos un proyecto utópico que necesita de cada uno de nosotros.

El mundo está lleno de miserables que buscan impúdicamente cómo asegurarse su futuro indigno. Los operadores políticos son eso, doctor, los grandes chantas que ha generado el sistema político.

Yo debo reconocer que sólo trabajo en política desde la ingenuidad, colaboro sin pretensiones, además, ya me acostumbré a la cesantía. Por eso, doctor, participo de una mesa sectorial de cultura en que estamos abocados a desarrollar el plan de cultura municipal 2017, eje fundamental del desarrollo, junto con la educación, a pesar de que los patipelados confunden cultura con evento, doctor, y dejan todo cochino cuando hacen sus carnavales y fiestocas callejeras. Y que luego las validan y timbran como políticas públicas. Doctor, deme harto fármaco, me lo merezco.

El OFICIO

Y aunque mi oficio es algo chanta, porque ser escritor en provincia es muy poquita cosa. Porque esta pega supone un camino complicado para los que no tenemos cabida en el mundo cortesano. Por eso me veo urgido a escribir tonteritas en algunos medios. Y a pesar de todo, doctor, me siento obligado a creer que la literatura hoy pasa por un cierto rigor ético, sobre todo cuando nos independizamos de los sistemas canónicos academicoides editoriales imperantes en la capital (y en la provincia que quiere imitarla). Usted debe cachar eso, doctor.

Porque ahora que me detengo a ver el camino recorrido, debo preocuparme de los juicios de la crítica literalitoide, que no es capaz de leer los signos que surgen de estas prácticas territoriales (y chantas) de escritura, obsesionada por darle cabida al catecismo progresistón del mercado de las diferencias y los márgenes. Los dispositivos críticos, doctor, suelen triangular entre los siguientes tópicos: la ideología académica, cierta cuestión mediático-editorial, y una institucionalidad que le da una existencia residual.

Y créame, doctor, la política es una soberana lata. Y en este punto me reservo y me voy para adentro, para no decir chuchadas. Sobre todo ahora que, además, formo parte de una mesa política, porque como ya les conté, reemplacé a un delegado que fue contratado en el municipio y quedé con el cupo, ya no soy suplente. Y yo no le pego mucho a hablar en serio, no sirvo para decir cosas impostadas y con convicción de verdad. De ahí que unas cuantas pildoritas no me harían mal.

En fin, creo que de tanto fracasar en la vida, esa cosa que llaman éxito, esa picantería, paradojalmente, ha tocado mi ventana como un pájaro desorientado y me ha parecido lo más aburrido del mundo. Es como cuando el poeta maraco, Rimbaud, sentó a la belleza en sus rodillas y la encontró amarga. Eso me pasa, doctor.

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