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Opinión

8 de Marzo de 2017

Antonia Torres, escritora valdiviana: “Igual vende muy bien decir que uno es de provincia, es medio taquilla”

Es una de las voces poéticas más interesantes de la generación nacida poco después de la dictadura. También periodista y académica valdiviana, Antonia Torres (1975), publicó hace poco su primera obra narrativa, Las vocales del verano (Literatura Random House). El libro es un breve relato intimista sobre una mujer, de la que sabemos poco, que se refugia en pleno invierno en una cabaña en un balneario sureño, donde vacacionaba cuando chica, para escribir algo que nunca nos enteramos. En su paso por la playa, le empiezan a ocurrir extraños sucesos: un muerto que solo ve ella, deseos sexuales impensados, incluso un incesto. La autora de los poemarios Las Estaciones Aéreas, Orilla de tránsito, Inventario de equipaje y Umzug, aquí habla de la vida en el sur, de los escritores que admira y de la literatura femenina.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

¿Cómo surgió la idea de escribir Las vocales del verano?
-Hace cuatro años, cuando llegué de vuelta del doctorado de Alemania, empecé a escribir sin saber que era una novela. Tuve la necesidad de escribir prosa, en lugar de poesía, como una especie de ejercicio. Cuando llevaba un par de capítulos entrecomillas -porque es una novela muy apretada, muy sintética, muy densa-, me di cuenta que ahí había una historia por contar. Pero la dejé botada. Necesitaba tranquilidad para escribirla y no tuve tiempo por mi pega. Hace un año experimenté una decepción laboral impresionante con la institución universitaria y salí de la pega donde estaba. Esa crisis, mezclada con decepción y desconcierto, me provocó una cosa terapéutica que me sirvió para concentrarme en escribir y la novela la pude terminar en un mes.

Primera vez que escribes narrativa.
-Tengo un par de cosas por ahí guardadas, pero no me había expuesto. Esta es la primera vez.
Alejandro Zambra, en el lanzamiento del libro, habló de este salto de la poesía a la narrativa. Como si el poeta al escribir narrativa, al fin se estuviera dando a entender.
-Sí, me encantó que hablara de eso. Son muy importantes mis libros de poesía, pero lamentablemente la poesía no es tan taquillera ni glamorosa. Pareciera que uno al escribir narrativa se lograra traducir, como que te diste a entender por fin, porque la poesía pareciera ser algo en chino. Mi poesía, y la de muchos otros autores de mi generación, tiene la especial preocupación por el lenguaje. No es simplemente un medio, sino también un contenido. Por eso creo que mi novela también es una historia donde no pasa tanto al final, pero que se la juega mucho como lenguaje, da cuenta de paisajes, sensaciones, colores. Hay una especie de intensidad, como que está a punto de desatarse una cosa, pero al final no pasa nada.

¿Cómo fue surgiendo la historia del libro?
-La historia misma se me fue ocurriendo en el camino y está inspirada en cosas reales, pero ficcionadas. El paisaje me suscitó unas fantasías que me parecieron buenas. Por ejemplo, el balneario en invierno guarda recuerdos de otras épocas, tiene una cosa media paradojal, muy romántico pero a la vez inquietante. Es un lugar donde en verano ha habido mucha euforia, vida, encuentros sexuales, fiestas. Pero en invierno la playa está aparentemente tranquila y apagada.

Se pone más tétrico…
-Exactamente. Me gustó la idea de mostrar lo que pasa en esos lugares donde aparentemente todo está dormido a la espera de la estación grandiosa.

En la novela, sin revelar mucho, hay un incesto…
-Sí. Me gustaba, porque es un fenómeno fundante de la identidad judeocristiana.

En algún momento de nuestras vidas, aparece de repente alguna fantasía incestuosa…
-Sí. Está esa fantasía erótica en los sueños con los primos, con los hermanos, con los padres. Pero hay una explicación. Freud tiene un ensayo sobre eso, Tótem y tabú donde allí explica culturalmente las razones del incesto como algo prohibido.

La novela también tiene ciertos elementos de crónica roja.
– Me gustaba la idea de meter la crónica roja con el problema de la dictadura, que es una especie de gran crónica roja que vivió este país. La protagonista encuentra un cadáver en la playa y empieza a recordar, morbosamente, cuando encontró un lobo marino muerto con su hermano. Pero, cuando se vuelve a su cabaña, no sabe si lo que vio es cierto o no. Tampoco puede creer que el señor que está ahí, un indígena que está con una carreta de bueyes en la playa haciendo paquetes de cochayuyo, se haya hecho el leso y no haya dicho nada. Ese señor, de alguna manera, representa a las personas que ven cosas y hacen como que no las ven. Si me preguntas de dónde salió la historia, salió de montones de partes. Hay algo personal de alguien que vive mucho tiempo afuera y que vuelve a su pueblo, a lo que cree propio, queriendo buscarle sentido a esa vuelta pero no la encuentra. Mira de cerca su origen y no le gusta. Es un horror.

Una cosa muy provinciana. El que se fue de la ciudad y vuelve, es visto con recelo.
-Se torna sospechoso. Es una amenaza. Cuando volví con el doctorado de Alemania, fue como ¿y quién es esta?” Es una cosa bien de provincia, porque la gran ciudad está llena de gente de afuera. Y ese individualismo de gran ciudad, hace que todo te dé lo mismo y que el resto pueda hacer lo que quiera. Eso mismo, en provincia te convierte en una amenaza. Para los que no es amenaza es como “ah, qué bien que le fue bien afuera”, pero a la hora de buscar pega, las puertas se te cierran.

La novela tiene cruces de clases sociales. La protagonista es de clase media ilustrada, o eso suponemos, y tiene un romance con un lugareño medio inculto.
-Sí, lo hice muy ex profeso. De la protagonista podemos sospechar que es de clase media ilustrada, se educó afuera y que se siente distinta por serlo. Pero también relativiza esta dicotomía. Tiene un romance con un hombre sencillo intelectualmente. Y las amigas, que podemos suponer que son medias cuicas o algo así, le dicen: “no poh, qué ordinariez meterte con un roto”. Está el componente de la clase, que es una cuestión dramáticamente importante en las relaciones sociales en Chile. La clase es un ordenamiento sociológico y es fundante de nuestra identidad. Cuando tú estás en Europa estudiando, no eres nadie. Por eso mucha gente media pituca no sale porque en el fondo no son nadie, son inmigrantes. Y prefieren ser alguien acá. Porque todo lo que te definía desaparece, ya no eres la hija de o la mamá de. Y pasas a ser una NN.

VALDIVIA
¿Cómo es vivir en Valdivia para un escritor?
-Es un lugar muy agradable. Tienes a 15 minutos el mar, a una hora un lago. Puedes andar sin auto… Lo bueno es el entorno natural, la cerveza artesanal, los crudos… Hay una visión romántica, como lugar de instrospección, donde los inviernos son largos y duros, por lo tanto la casa se vuelve un lugar acogedor.

Te gusta la vida allá.
-Mucho, pero está difícil en términos de pega.

¿Y lo malo?
-El tamaño de las instituciones y de la aldea que no permitan la meritocracia. O que sin padrinos- en lo posible hombres- puedes llegar a ser víctima de grandes injusticias. El humo de la leña en invierno.

¿Ser escritor en región cuesta más para validarse que viviendo en la capital?
-Eso de escribir de regiones es medio ficticio, por la globalización de las comunicaciones. Igual vende muy bien decir que uno es de provincia, es medio taquilla. Es como decir que eres lesbiana o mapuche o no sé qué. En algunos ambientes vende. Yo no sé si sea de provincia. Nací en una provincia y me eduqué en una, pero no sé si mi literatura sea de provincia, es de todas partes, habla de un sujeto que se desplaza, que tiene problemas con ese desplazamiento, que no sabe cómo definirse. Publiqué los últimos dos libros de poesía en una editorial en Santiago, porque las editoriales locales, aun con todo el cariño que les tenga, no tienen circulación, salvo algunas independientes con cabros más jóvenes que son más movidas. Ahora, sí hay algo de regionalismo en que yo he descrito un paisaje o espacio que no aparece en la novelas contemporáneas porque no hay tantos narradores. Bueno, está el caso de Marcelo Lillo o Mellado.

¿Cómo es el ambiente cultural en Valdivia?
-No tengo idea. Estoy absolutamente fuera del mundo cultural valdiviano. No es que no esté ni ahí, sino que a mí no me invitan a eventos, a ferias del libro, a congresos. No sé por qué, pero no me siento incluida. Debe ser por lo criticona.

Estudiaste periodismo allá…
-Ejercí durante al menos diez años y siempre en instituciones, como ONG`s, donde hacía las relaciones públicas. Nunca estuve en prensa, salvo cuando hice la práctica en una revista en Viña del Mar, la revista de Mercados Regionales, el chiche de la Sofofa, para mostrar la cara cultural, como la muñeca inflable, ja, ja.

Es loco estudiar periodismo en una ciudad tan chica, como Valdivia, donde no pasa mucho noticiosamente.
-O pasa mucho y lo que pasa, mejor no contarlo. A mí me dan ganas de escribir sobre los oscuros manejos de las instituciones, un gran tema, súper interesante. Pero no se puede, porque te enemistas con todos y te cierran las puertas.

¿Con qué escritores te sientes cercana?
-De mi generación podría nombrar a Andrés Anwandter, que fue Premio Pablo Neruda dos años atrás, su último libro que leí con atención fue Amarillo crepúsculo, buenísimo. Me gusta mucho lo que hacen Verónica Jiménez, Juan Santander, Javier Bello, Damaris Calderón. Del sur me interesa, claramente, Clemente Riedemann. Me gusta la narrativa de Zambra y su libro de poesía Mudanza que es precioso. Y de narradores me interesan mucho la Nona Fernández, Diego Zúñiga, Paulina Flores, la Alejandra Costamagna. La poeta Elvira Hernández se merece hace rato el Nacional. Es brillante. Admiro mucho el proyecto intelectual, político y estético de Bruno Vidal. También a Manuel Silva, José Ángel Cuevas, de los mayores. Me gustan las escritores y escritoras que llevan el lenguaje a sus extremos, que lo tensionan y lo hacen decir lo impensable, lo que no se nombra.

¿Te interesa la escritura de las generaciones más jóvenes?
-Sí. De alguna manera, las generaciones más jóvenes están elaborando el pasado reciente y el problema de la memoria de manera distinta. La Paulina Flores, por ejemplo, nace en transición y es crítica de ese Chile que se hereda de la dictadura. Son escépticos y críticos de esta sociedad actual, pero de una manera menos literal.

¿Qué escritores no te gustan?
-No me gustan los escritores obvios, los que abandonan la escritura por el poder político, los que se hacen los choros y son ultra convencionales y aburguesados. Sobre todo no me gustan los escritores que no leen. Y Chile está lleno de ellos.

Hay escritoras que no les agrada que, por el hecho de ser mujeres, las cataloguen dentro de la literatura femenina o hecha por mujeres. Se sienten lejanas.
-Mi literatura es femenina, en la medida, que está escrita desde una sensibilidad femenina, pero no sé si sea feminista. Está un poco el tema de esta obsesión de conocerse a sí mismo mediante el deseo. No me di cuenta hasta el final que mi novela era súper calentona y que la protagonista está buscándose a sí misma todo el rato a través del sexo. Tengo poemas que hablan de la maternidad, pero sin usar las palabras útero, vagina, maternidad, porque me da lata.

¿Por qué?
-Me parecen muy literales y no literarias. Para qué vamos a ser tan literales. Toda esa poesía de los ’80 que hablaba del útero, de la vagina y que no sé, qué lata. Es como si estuvieran escribiendo muy conscientes para crítica de moda en la época. Me parece muy obvio. Cuando un artista te dice algo importante y potente, lo hace sin necesidad de estridencia. No tiene por qué sacarse la ropa, tocarse los pezones, no tiene que hacer eso. Me parecen mucho más válidos los gestos que tuvo Zurita en dictadura de quemarse la cara y masturbarse, ¿pero ahora? A nadie le sorprende. No hay nada nuevo bajo el sol con tanto pintar el mono.

¿Te defines como feminista?
-No. Ahora creo que en la práctica sí lo soy. La talla de algunas amigas mías feministas es como “tú eres machista”. ¡Y cómo voy a ser machista! Soy súper independiente. El concepto es delicado. Igual que femicidio. Ponen en jerarquía los asesinatos, y qué pasa cuando una mujer, que yo sé que estadísticamente es mucho menos, pero mata a un hombre. ¿Qué es… machicidio? ¿Cómo vamos a llamar a eso? Hay una especie de idealización, de sacralización de la mujer o de la violencia contra la mujer que no te permite pensar, que rotúla nuevamente los problemas. Estadísticamente es obvio, no podemos negar que hay una serie de violencia y asesinatos a mujeres que tienen que ver con fuerza física. Bolaño es mucho más feminista por dedicarle un capítulo entero intragable, en 2666, que parece un informe tanatológico, cuando describe la violencia con la que han sido muertas todas esas mujeres empaladas, que las entierran vivas, que las violan…Esa me parece una forma de denunciar el femicidio mucho más efectiva o auténtica que lo otro.

¿Qué te parecen campañas como la de Ni una Menos?
-Una de las cosas que me causa prejuicio de la campaña Ni una Menos, es ver a un personaje que para mí es muy paradigmático, como es Cristina Kirchner. Que ella aparezca levantando esa bandera y que diga que también fue víctima de la violencia, alguien que es un político poderosísimo y que todo el mundo sabe la violencia que ha ejercido contra sus enemigos políticos. Me suenan antipáticas esas campañas. Es una arma peligrosa. Sugiere una manera de enmascarar una corrección política en un asunto mucho más fino y con matices. Sí creo en la violencia de género, pero que está en el lenguaje, y que la podemos ejercer incluso las mismas mujeres contra nosotras mismas. No creo que la gente que pone ese afiche en su Facebook sean mejores personas por eso.


LAS VOCALES DEL VERANO
Antonia Torres
Literatura Random House, 2016, 108 páginas.

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