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Opinión

2 de Mayo de 2017

Columna de Marcelo Mellado: Trump, cuestión de piel

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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¿Qué increíble el contraste entre Obama y Trump! Son dos experimentos tan aparte, pero complementarios. Porque hay una especie de efecto laboratorio practicado por los propios votantes-clientes que al parecer apostaron a esos extremos de color de piel. Qué pasa con este afroamericano, por un lado, y ahora veamos qué pasa con esta especie de blanco extremo, rosado, por el otro. Todo esto promovido por ese controlado sistema democrático. El rechazo que nos provoca el Otro, ese con mayúscula, ese maldito otro, es algo superior, y es uno de los grandes temas de la política hoy. La noción del “otro” la estamos usando en sentido antropológico, eso creo o imagino.

¿Quién es Trump para uno? El otro absoluto, alguien con quien no tengo nada en común, excepto las ganas de exterminarnos, porque yo estoy al otro lado del muro, uno también es otro para él, por eso es capaz de bombardearme si le causo problemas o, al menos, de amurallarme.

Desde que la cosa pública se puso más mediática, con hegemonía casi absoluta de la pantalla chica, porque no siempre lo fue, antes había más presencia de la calle y de las organizaciones sociales (y de la radio y prensa escrita), la política se hizo dependiente de la tele y de las impúdicas redes sociales. Por eso muchos de los sujetos que hacen de referentes políticos vienen de la parrilla programática de la televisión pública, incluido el cogote de pavo, Trump. Es decir, de un dispositivo ordinario de comunicación que todavía cuenta con credibilidad por la población. Y toda la perversión política se nutre de ahí, desde el sentido común de derecha hasta la doxa de izquierda. Tanto la NM y el FA llevan a lectores de TV de candidatos.

Mi profesora de yoga llegó algo angustiada a la última clase por el ataque de EEUU a Afganistán, con su súper bomba y, claro, nos bajoneamos todos. Veía en ese acontecimiento agresivo, como muchos, el miedo apocalíptico a la guerra nuclear. Por eso la sesión fue mucho más meditativa.

Al observar al presidente norteamericano, su comparecencia corporal, postural y gestual, no puedo dejar de acordarme de unos cerdos que yo criaba en el sur, que eran de un pelaje blanco y ralo, por la que se traslucía una piel rosada. Lo comparo con un puerco no por odiosidad ideológica, sino porque el cuerpo (que es el anagrama de puerco) habla. Y una buena observación analítica consiste en analizar cómo comparece la masa cárnico esquelética epidérmica en el espacio y en el tiempo. El caso de nuestro Piñera es modélico, y simbólicamente muy potente. Está más que claro que no le hace saludos al sol. Trump tampoco.

Tipos como el que estamos comentando caen en la categoría de gorilones básicos, modelo antropomórfico que es paradigmático en nuestro ordenamiento cultural y por el que suele optar la manada en situaciones críticas cuando se ve amenazada; en esa instancia es cuando el primate se golpea el pecho con los puños.

La historia volvió a ser protagonizada por abacanados poderosos. Porque Hitler y Stalin sólo se justifican porque eran la expresión de un conflicto que los sobrepasaba a ellos. No fue Hitler, fue un sistema que lo incluía a él; igual que Stalin. Entonces no es Trump, tendría que ser un proceso que lo produjo, que hizo al personaje, la culpa es de la tele y su pasión por la catástrofe personal de héroes que buscan la tierra prometida. Aquí puede estar incluido hasta el dedito de Lagos, que tuvo su momento mediático. ¿Es, como ya se ha dicho, la venganza de los tontos y loquitos, y la derrota de los académicos inteligentes. Es la astucia empresarial derrotando a la inteligencia. Es Stalin, el montañés, dando cuenta de Trotski, el intelectual?

Echo de menos la guerra fría, cuando me hacían formación política omitiendo a los personajes, apostando a que la historia era más bien el producto de procesos manifiestos y latentes, sobre todo estos últimos, y que estaban relacionadas con estructuras de poder y procesos históricos, determinados por conflictos de interés y disputas por hegemonías territoriales, y en que las personas eran un nivel más del análisis, no la entidad determinante. Era una perspectiva antihumanista, obviamente, materialista y dialéctica.

Hoy día nos obligan a hablar de liderazgos y los coaching pueblan el mercado empresarial y político, templando egos y produciendo pelotudos. Por eso en vez de analizar las estrategias de los grandes intereses en juego, la economía del relato reduce todo a la arrogancia de unos personajillos y convierte el acontecimiento histórico en una novela

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