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Cultura

29 de Junio de 2017

Un viaje ritual a la santería

La santería es una religión de origen africano, muy popular en Cuba, que venera y teme a los santos, realiza rituales con animales y se conecta con antepasados muertos. El historiador Adriano García acudió a una consulta en Santiago, atendido por un sacerdote de esta religión, un Babalao chileno, y uno de los mayores exponentes de la santería en nuestro país. Acá cuenta la historia de como tuvo que enfrentarse a sus muertos, sacrificar una paloma para complacer a un santo y preguntarse si es válido o no matar a un animal en un contexto de catarsis litúrgica. “No vi exactamente violencia contra los animales en todo esto, aunque me gustaría poderlo ver y juzgarlo como lo hago cuando veo a alguien abandonando un perro, metiendo un polluelo en la máquina trituradora o simplemente un torero en la arena”, explica.

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Hace un tiempo fui a una consulta. No a una consulta médica, ni siquiátrica. Fui a una consulta religiosa, pero no con un cura. No hubo confesión ni arrepentimiento, tampoco castigo ni pedí perdón por algo. No hice ayuno, no recé hacia una ciudad, no lloré en una pared. Pagué, eso sí. Pero no por un servicio, favor, milagro; pagué porque en esta consulta se paga y se paga porque los santos cuestan. No fue un asunto de religiosidad, por necesidad de virtud o falta de ella, sino por la curiosidad historiográfica –soy historiador- y voluntad de querer conocer una cultura divina distinta y muy lejana a la mía. No tan lejana, en rigor. Fui a una consulta en Santiago, con un sacerdote de esta religión, un chileno que es uno de los mayores exponentes de la religión santera en Chile.

La Santería es una religión que tiene su origen en África Occidental, particularmente en Nigeria y Benín. Ahí los grandes reyes africanos vendían a los europeos los esclavos que llegaban a trabajar a las plantaciones españolas, inglesas, francesas y holandesas ubicadas en el Caribe. En particular en la isla de Cuba, donde ésta floreció y donde hay que ir para transformarse en “clero” santero, si no se quiere ser considerado un charlatán.

Porque para convertirse en Babalao, sacerdote de la santería, hay que ir a Cuba y pagar por los rituales y ceremonias. El precio no es fijo y no depende de quién eres o tu rol eclesiástico, sino de qué santos quieres recibir o, más bien, los que se te dice que recibirás. Los Babalaos pueden hablar en nombre de santos que han recibido, no de otros. Y recibir un santo para los cubanos, por ejemplo, puede costar unos 6.000 dólares si consideramos viaje y estadía por varios días. El precio se fija a través de la importancia que el santo tiene al interior del panteón. Algunos lucran, otros no. Lo que cuesta mucho son las ceremonias, que pueden llegar a tener cientos de personas trabajando, cocinando por varios días y hasta semanas. Semanas de carrete, de locura, de música y danza.

En la casa del santero al que acudí, y que por razones obvias no identificaré, siempre hay fieles, gente que atiende altares, reza y pide consulta. Todos, al igual que el Babalao, son chilenos. Eso impresiona, porque en el fondo uno se imagina este tipo de tradiciones como si ya hubieran desaparecido del saber común. El Babalao chileno, prácticamente es el agente, el intermediario que opera entre las deidades, santos y quién pide consulta.

No obstante un evidente carácter pagano (al igual que el cristianismo) esta religión cree en una fuerza o dios universal que lo creó todo, Olodumare. Los otros dioses (menores) son los Orishas. Cada uno de ellos representa un aspecto del mundo y se relacionan con acciones de santos cristianos: Shangó, deidad del trueno es Santa Bárbara; Inle que sería el médico es San Rafael; Agayú es San Pedro, San Pablo, San Miguel y otros tantos más.

El nombre Santería se lo dieron los españoles, al ver la devoción que los fieles tenían hacia los santos. Vista la prohibición por parte de los patrones al ejercicio de las religiones originarias de los “yoruba”, éstos simplemente mezclaron las cartas y a los santos cristianos les dieron los nombres de sus dioses. Gracias a una mediocre capacidad de interpretación, los españoles pensaron que sus esclavos se habían, espontáneamente, convertido al cristianismo. Así nació el sincretismo.

Lo primero que hago en la consulta es preguntar algo, lo que sea, lo que a uno se le ocurre en ese instante o lo que uno mismo necesita. Se hacen muchos lanzamientos del collar profético hecho de caracoles; tantos lanzamientos como la cantidad de peticiones o preguntas que el mismo Babalao crea oportunas. Luego el intermediario te pide los nombres de tus muertos, los más importantes. Yo le mencioné los míos. Me comentó que uno de ellos me estaba “tirando” o “jalando”, y lo decía en serio. Cuando uno de tus muertos te está jalando, es como si te estuviera molestando con algo que él necesita.

Uno de los más importantes pilares de esta religión se basa en el culto de los ancestros, de los antepasados, que según la santería, siguen vivos de otra forma, influenciándonos, induciéndonos, acompañándonos. A veces no están contentos y hay que “cultivarlos”, a través de altares, símbolos, objetos que los representan y que se pueden encontrar adornando las casas de los creyentes. Otro aspecto fundamental es que esta doctrina es adivinatoria. El Babalao lee el destino, presente y futuro a través de un collar de caracoles como si se tratara de un oráculo. El collar tiene 256 combinaciones que resumen los versos de las escrituras sagradas de la santería y también las opciones que tienes sobre lo bueno o malo de tu destino. En ese sentido la Santería es muy democrática y en la consulta puedes irte a la mierda de un segundo a otro.

Lo que los muertos piden es siempre ritual. Y éstos hay que hacerlos, a riesgo personal si no se realizan. Yo lo hice. Se me pidió que me lavara manos y cuello con aguavite (aguardiente). Derramar un frasco de miel en un río, riachuelo o torrente de agua y, más complejo de explicar y entender, un sacrificio: un sacrificio animal. El santo me pidió la sangre y la muerte de una paloma. En la santería es normal pedir sacrificio de animales, algunos mucho más complejos que una paloma: se sacrifican pollos, corderos, gallos y hasta cocodrilos. La grandeza, dificultad y particularidad del animal es directamente proporcional al nivel que se quiere lograr con la consulta, lo enorme que se tenga que pagar o lo importante que se esté pidiendo.

La solicitud me creó una especie de dificultad ideológica, pues no creía en ese momento que matar un animal cualquiera fuese “moral”. Pero tuve que hacerlo. Soy suficientemente supersticioso para exponerme a un desacato de este tipo. Por suerte encontré un servicio de “captura de palomas” que, por cómodos 5 mil pesos, me evitó una cacería pagana en la plaza de armas. Hace unos días, sin ir más lejos, mientras paseaba por la Vega me volvió a la mente todo esto y se me ocurrió preguntarle a una carnicera: “¿Oiga, pero usted me puede vender el pollo vivo”? y me respondió: “¿Lo quiere para asado o para remedio?”

El Babalao, finalmente, me dio cita para el ritual sacrifical. Me presenté muy nervioso, nunca había asistido a un evento ritualista tan específico y antiguo. Sacó la paloma de la jaula y me acompañó hasta una esquina donde hay un bastón apoyado lleno de sangre, moscas, velas y un platito en la base. Luego me pidió el nombre de mis muertos y empezó el ritual. El Babalao comenzó a cantar unas canciones, me mojó las manos en aguardiente y decapitó con un solo movimiento la paloma. La cabeza en el plato separada del cuerpo, la sangre que brotaba a borbotones y el canto imperturbable me provocaron un shock total. Algo me pasó en la cabeza mientras todo esto pasaba delante de mí: era el responsable de la muerte del animal para alcanzar una especie de paz litúrgica, buscando una catarsis. La sangre me salpicó en la cara y tuve que limpiarla con aguardiente. Luego me dio el cadáver en una bolsa de plástico y me dijo que debía tirarlo a un basurero por lo menos a 4 cuadras de distancia de su casa. Así lo hice.

Es raro ver el ejercicio de una religión que te obliga a “negociar” con tus muertos y que te pone en la condición de asumirte toda responsabilidad de los hechos que has vivido, de la manera en que tratas la memoria de tus familiares fallecidos, de lo que pides en general a través del Babalao y su oráculo. Es especial también el hecho de ser responsable por el sacrificio del pobre animal, que pagará tu cuenta con su sangre, solo por tú catarsis. Pero la religión es importante en la humanidad, pienso, y sería completamente estúpido negarlo. Acaso jugar con la muerte no es algo que desde niños aprendemos y empezamos a comprender lentamente.

No vi exactamente violencia contra los animales en todo esto, aunque me gustaría poderlo ver y juzgarlo como lo hago cuando veo a alguien abandonando un perro, metiendo un polluelo en la máquina trituradora o simplemente un torero en la arena. Aunque eso del toro también me hizo pensar y me metí a investigar. La tradición de la tauromaquia, que tanto despreciamos, tiene 7.000 años de tradición y es exactamente el “juego a la muerte”. Los antiguos habitantes de una de las civilizaciones más avanzadas de la antigüedad, el pueblo de Cnossos (Creta), que vivía sin murallas, sin enemigos y en total abertura cultural con los otros pueblos del Mediterráneo jugaban con el toro, haciendo acrobacias, luego lo sacrificaban a los dioses, comiendo la carne, quemando la sangre y tomando copete. Es demasiado fácil dar juicio ético o moral en la situación de bienestar virtual que vivimos hoy, pero sentir un algo religioso y antiguo como esto no tiene nada que ver con nuestra visión moral. Esta no es brujería, tarot u otras similares, es una religión muy bien definida, politeísta y paternalista.

Y en este espíritu de apertura cultural advierto de una cosa: a todos quienes aprueban y se maravillan con la llegada de la migración a Chile, que generalmente coinciden en ideologías de izquierda intolerantes con las ideas sobre cómo la barbarie humana trata a los otros seres que conviven con nosotros sobre este planeta, la mayoría de los migrantes haitianos, venezolanos, colombianos tienen costumbres religiosas muy propias a las que no estamos acostumbrados y que podríamos considerar barbáricas; como la del sacrificio animal. Y para los chavistas, según el mito privado en torno a la figura del excomandante, políticos y actores culturales de la República Bolivariana de Venezuela serían Babalaos o santeros, incluido el fallecido Chávez, que debe andar jalando por toda la República. De hecho, hay teóricos de la conspiración que están convencidos que al funeral de Chávez había asistido un Babalao de la CIA…

Por mi parte, no me convertí, soy demasiado ateo quizás, pero sí ando con más cuidado desde entonces… soy lo suficientemente supersticioso.

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