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Opinión

12 de Septiembre de 2017

Columna exalumno Matías Adonis: Los maristas

"Tampoco es normal que después de años en silencio salieran los casos de abusos a la luz, y mucho menos normal es que después de haber identificado al culpable, la congregación lo blindara, se callara (como hasta ahora) y lo mande a un país vecino, como diciendo “aquí no pasó nada”. Pero lo más aberrante es que un profesor “pida orar por el alma del pedófilo”.

Matías Adonis
Matías Adonis
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Cuando era niño se corría el rumor que la castidad española-chilena de los Hermanos Maristas estaba en duda.
Se rumoreaba que algunos de ellos tenían prácticas completamente normales basadas en la biología y los tiempos modernos, en cuanto a sexualidad se refiere. Pero no acorde a su opción espiritual de tener prohibido el insertar sus miembros en “algún agujero ajeno”.

Y en cuanto a normalidad, me refiero a que probablemente estos docentes y directivos “castos” se apareaban con apoderadas, y me imagino que entre ellos igual podían disfrutar el placer que significa tratar de encontrar el punto G masculino.

Pero para estos tiempos, no es nada normal que un adulto le introduzca el pene en la boca y/o lo refriegue en el rostro y/o lo meta en un ano (hasta ese momento virgen) y/o bese con propósitos sexuales y/o amedrente con amenazas después de haber concretado lo anterior, a un púber o niño.

Tampoco es normal que después de años en silencio salieran los casos de abusos a la luz, y mucho menos normal es que después de haber identificado al culpable, la congregación lo blindara, se callara (como hasta ahora) y lo mande a un país vecino, como diciendo “aquí no pasó nada”. Pero lo más aberrante es que un profesor “pida orar por el alma del pedófilo”.

Cuando era niño se corría el rumor que la castidad española-chilena de los Hermanos Maristas regalaba Súper Nintendos a los alumnos que recibieran la bendición de la verga sagrada. Afortunadamente nunca tuve una consola de videojuegos antes de los 18 años.

Afortunadamente tuve una niñez normal dentro de todo, pero nunca me amoldé a la crianza fascista de este tipo de institución. En donde ser médico, ingeniero o abogado es el fin último, sin importar los medios, sin generar comunidad, con el individualismo y exitismo a flor de piel. Pero todo eso maquillado con los valores católicos, con el ir una vez al año a un colegio vulnerable a pintarles la pared, sin siquiera relacionarse con esas personas. Así nos hacían tranquilizar el alma.

¿Indignante el presente de los Maristas? Sí. ¿Sorprendente? No. Es solo el resultado de una radiografía en la educación católica, privada y derechista.

¡Qué se muera el de al lado! Mientras yo sigo firme para conseguir mis objetivos profesionales.

Detalles de esa cultura del silencio hay por montones; implantada por la institución, avalada por la mayoría de los padres y en consecuencia por sus hijos. Pero estoy seguro de no ser el único que tiene recuerdos desagradables.
Una vez fui bullyneado por una parvularia en kínder frente a todo el curso, después que me viera comiendo Stick Fix en un taller de arte.

En la básica dejaban castigados con pleno sol de mediodía a los alumnos que no traían cotona. También recuerdo un paseo de curso cuando nos llevaron a visitar la Escuela Militar –sí, a finales de los 90 la Escuela Militar – y la guía del trayecto me gritó y dijo que mi mamá venía de un país traidor por ser uruguaya. Todo eso bajo la cómplice mirada pinochetista de la “tía Nury”.

O pasando de tercero a cuarto medio, cuando el IAE echó a un curso entero para obtener buenos resultados en la PSU, sin mostrar ningún tipo de respeto por alumnos que hicieron toda su vida ahí, depositando sus esperanzas en ese proyecto educativo y gastando más de $200.000 cada mes de cada año, para nada.

Y así las anécdotas de “micro-abusos” continúan. Como cuando, en medio de las movilizaciones estudiantiles del 2006, el profesor de Historia dijo que los alumnos del Instituto Nacional eran competencia directa en la PSU y les negó las dependencias del colegio, en un momento en que los afectados tenían problemas en sus salas. O cuando ese mismo profesor mostraba en pantalla gigante los resultados de ensayos y se festinaba con los peores, frente a todo el curso.

Esos son los valores de la madre suprema: María. Muy lejanos a ese “amor por los niños” que grita ahora la congregación para tratar de lavar su imagen. Son solo manotazos de ahogado.

Los antecedentes muy personales que puse sobre la mesa, no se acercan siquiera un poco a la magnitud de ser violado. Pero sí representan esta cultura agresiva y de sumisión, que no se puede confundir con una educación basada en la disciplina.

Y algunos dirán: “Yo conocí a este tipo, no lo pasaba nada mal, era el payaso, se reía y hasta hueveaba a otros compañeros”. O “por qué no se fue si el sistema era tan torturador”. No me importa, no busco victimizarme sino aportar un pequeño antecedente de esta realidad.
Soy de aquellos que hasta el día de hoy sueño con el colegio y es responsable de varias trancas, pero también responsabilizo a mi familia y mi persona. Al final, recién cuando egresé, me hice un autodiagnóstico en donde me atribuí un Síndrome de Estocolmo, no tuve las pelotas para poder salir de ese círculo vicioso.
Terminé intentando aceptar que no había abusos, porque así lo decían todos; que el evidenciar tendencias autodestructivas era mi problema y culpa de nadie más; que si me hubiesen tocado los genitales no debía considerarlo anormal y tenía que mantenerme callado… hasta crecer un poco… un poco bastante… como recién ha crecido esta decena de víctimas que seguramente son muchos más.
Porque el Marista hizo su pega casi de forma perfecta, quizás mejor que Colonia Dignidad, que no pudo guardar sus abusos por mucho tiempo. ¿Y por qué les fue casi tan bien? Porque sus “micro abusos” que machacan desde los cómplices padres hasta las víctimas hijos, son CASI PERFECTOS.

Matías Adonis
Ex alumno del Alonso de Ercilla

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