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Opinión

19 de Octubre de 2017

Hermana del Divino Anticristo: “Pueden decir que lo abandonamos, pero encerrarlo en el psiquiátrico era eso”

En una ceremonia íntima, entre solo algunos familiares, se enterró en el Cementerio General a José Pizarro Caravantes, más conocido como el Divino Anticristo. Así lo quiso Diana, quien lo recuerda como un hermano cercano, que les hablaba de música, literatura y hasta de Nietzsche. Siempre preocupado de sus hermanos, la familia observó cómo se transformó lentamente en una figura que les costó cada vez más reconocer. “Yo creo que él tomo una decisión a pesar de su locura, porque hay casos de esquizofrenia en las que los papás se hacen cargo y queda la escoba. Él no, él optó por vivir en la calle”, cuenta Diana.

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Fuimos cuatro hermanos y José era el mayor. Él nos cuidó desde que mis papás se separaron. Íbamos juntos a todas partes porque nuestro papá, aunque se preocupaba por nosotros, hacía su vida y salía solo, entonces los sábados partíamos al parque o al cine, y José se hacía cargo de nosotros.
Siempre fuimos muy unidos. Éramos tres hombres y una mujer, yo era la menor, después de mí venía el “Coco” (Jorge), luego el “Cano” (Ricardo) y después el José. Íbamos al parque a jugar. Yo me incorporaba, era como el cuarto hombre. Me cuidaban mucho, nadie se podía acercar a mí.

Con él José teníamos una buena relación. Me acuerdo que siempre tomábamos mate, escuchábamos La Tercera Oreja y nos contaba sobre libros. Nunca me voy a olvidar de “La Ciudad y los Perros” de Vargas Llosa. ¡En ese tiempo! Estamos hablando de un chico de 16 años que nos relataba lo que pasaba en el libro. También nos ponía música y nos hablaba de ella.

Siempre fue un intelectual. Recuerdo que cuando él tenía como 18 años, ya había salido de cuarto y discutía con mi papá sobre el instituto que tenía. Le decía: “Papá esto hay que transformarlo en una universidad, todos estos institutos se van a transformar en universidades”. Y es lo que pasó y mi papá nunca lo escuchó.

José era un tipo muy culto para la edad que tenía. Un tipo muy preparado, que hablaba de todo, hasta de Nietzsche. Era un pendejo, nos explicaba de todo y nos hacía pensar. Nosotros no entendíamos nada, pero nos contaba igual. Ese era el José, un muy buen hermano… pero después se transformó y no lo reconocí. Cuando volví de Valparaíso, lo fui a ver, porque me habían contado que estaba viviendo en la calle, en un lugar súper penca. Yo lo iba a ver. Le pasaba plata de repente y nos juntábamos en la iglesia de San Francisco. Seguimos conectados, lo seguía visitando, hasta que por decisión propia me comencé a alejar. Me hacía muy mal verlo en la calle. Aparte que para que vamos a estar con cuestiones, era una vergüenza para nosotros, porque no soportábamos la culpa, nos sentíamos culpables de verlo así.
Después entendimos que no se podía hacer otra cosa. El Coco se lo trató de llevar a su casa y quedó la escoba. Él volvió a la calle. Hasta le compraron un computador, ropa y le pidieron que se quedara, pero no hubo caso. Yo creo que él tomo una decisión a pesar de su locura, porque hay casos de esquizofrenia en las que los papás se hacen cargo y queda la escoba. Él no, él optó por vivir en la calle ¿Por qué? No te sabría decir. Podría haber vivido con nosotros, no sé.

El José fue el primero en instalar la moda de los carros en la calle, él empezó usando uno y ahora ves a todos los demás vagabundos con carros de supermercado. Él impuso la tendencia. Puede que le haya gustado la calle porque siempre nos gustó la vida al aire libre. Mi papá nos sacaba a pasear a los cuatro hermanos, a mí me llevaba en los hombros y nos íbamos al San Cristóbal, al Manquehue y de vuelta caminando. Tal vez por eso salimos todos buenos para caminar. Nos gustaba la naturaleza.

Nunca le perdí la pista al José. Yo iba a mirarlo por ahí. El problema fue que yo me fui de Santiago. Este año lo habré visto unas dos veces, aunque ya no lo iba a ver para hablar con él, sólo lo miraba, pasaba y listo. No me acercaba a él, me dolía mucho. Un amigo que vivía por ahí siempre me daba información. Así yo me iba enterando sobre él.

Cuando estaba vivo el Cano, era él el que se hacía cargo de José. Entre los dos nos habíamos repartido la responsabilidad. Él se hacía cargo del José, de estar atento y de ir a verlo, y yo me hacía cargo de mis papás. Primero de mi papá que tuvo Alzheimer y ahora de mi mamá.

Con el Cano nos tocó difícil, tuvimos que tomar una decisión: o lo dejábamos en la calle o lo internábamos. Pudimos haberlo internado, pero no quisimos. ¿Saben por qué terminó internado el 2006? Lo internaron porque un vecino le alegó a la municipalidad de que era una mala imagen, porque creo que andaba mostrando el poto. Dijeron que era muy agresivo y gritaba. Por eso lo internaron, porque la gente del barrio alegó. Nosotros podríamos igual haberlo dejado, pero no. Tal vez debimos haberlo encerrado. ¿Pero han ido al psiquiátrico? Es horrible. Entre tenerlo viviendo ahí, era mejor que siguiera en la calle.

Mucha gente puede decir que lo abandonamos, pero para nosotros encerrarlo en el psiquiátrico era eso. Y más que abandonarlo, es dejar que otros hagan lo que se les ocurra con él. En cambio, afuera es público, si alguien le pega nos vamos a enterar. Adentro no tenemos idea de lo que pasa.

Con el Cano tiene muchas más historias porque eran casi de la misma edad, iban juntos en el Lastarria. Me contaba que en el colegio el José era bien habiloso y él lo admiraba. Contaba anécdotas como la de un niño que le faltaba un brazo al que le hacían bullying y el José se metió y le dijo al que lo estaba molestando “ya po, moléstame a mí”, y peleó con el tipo usando solo una mano y le sacó la cresta, de ahí nunca más lo molestaron. Cosas así causaban admiración en el Cano.

Cuando supimos que era conocido como el Divino Anticristo, nos dio vergüenza, porque decíamos “chucha, ¿qué pasa aquí?” Si son locuras, puras locuras. Además, sentíamos culpa de no poder tomarlo, sacarlo de la calle y hacernos cargo. Porque la única alternativa era encerrarlo. Yo hice una averiguación con algunos psicólogos en el año 86-87. Pero en ese tiempo en los psiquiátricos moría gente, había abusos, era súper complicado y me dije: “¿Qué es mejor, abandonarlo ahí o dejarlo en la calle y que haga su vida?”

Mi mamá iba siempre a ver al José, hasta el día de hoy ella pregunta por él. Está en un hogar, pero aun así iba a verlo y hablaba con él. Hasta la reconocía. Así era estar con él, te reconocía por un rato, pero tenías que estar solamente cinco minutos y chao, después se ponía medio raro. Él le pasaba sus escritos, mi mamá se los vendía y tenía sus ingresos. O si no el José le daba plata o algún regalo. Como al José le daban cosas para vender, llegaba a verla con cositas como una caja de música y se las regalaba. Hasta al Cano le fue a dejar regalos cuando cayó enfermo al hospital, antes de que muriera. Llegó de noche al hospital, con el carro y le llevó regalos. Siempre mantuvo esa relación de hermano y de hijo con él, yo creo que la niñez fue tan buena que la relación siempre se mantuvo fuerte.

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