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Opinión

21 de Noviembre de 2017

Columna de Rafael Gumucio: “Opinólogos chilenos: ¿Por qué nos equivocamos (casi) todos?

Los que los opinólogos de hoy no supieron ver es quizás menos importantes que las razones por las que no pudieron, no pudimos, verlo. Las encuestas se equivocaron, como en todas partes del mundo, pero como en ninguna se equivocaron en el sentido que el dueño de éstas estaba más llano a aceptar. La pregunta por ¿Quién financia tal o cual encuesta y a qué sector político pertenece el encuestador? Resultaba impertinente y conspiranoico hasta hace poco. No era una pregunta vana, me parece a mí ahora. Lo cierto es que las encuestas no eran tan unánimes como quisimos creer y que había otros datos que tomar en cuenta que no quisimos tomar en cuenta. Estos son, por ejemplo, las últimas elecciones en que la izquierdización de la izquierda chilena no puede ser más evidente como no puede ser más evidente que la derecha ganando o perdiendo no suma ni un solo voto nuevo desde Lavín en adelante. La otra es la calle, o la ausencia de verdaderas protestas ruidosas o no con que fueron resistidas las reformas de la Bachelet.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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La profesión, o vocación de opinólogo suele ser a la hora de las elecciones, ingrata. El apuro por dar predicciones, ponen al desnudo una cantidad infinitas de equívocos y debilidades de análisis que en tiempo de paz pasan desapercibidos. Las lecturas de encuestas y libros, el conocimiento cinematográfico, filosóficos, y jurídico no prepara a nadie para el súbito papel de meteorólogo. Si las brújulas, los globos sondas y las cartas sinópticas se ponen de acuerdos en fallar juntos la tarea se vuelve doble, o tríplemente imposible.

¿Los peligros de la profesión perdonan del todo la pertinacia con que todos, cual más cual menos, repetimos no sólo cifras equivocadas, sino largos y complejos diagnósticos de la sociedad chilena listos para los anales de la vergüenza ajena nacional? ¿Es acertar a la quinela electoral el papel de opinólogo? Después de todo el opinólogo no es más es un hombre que mira la sociedad desde sus lecturas, prejuicios, intuiciones. Lee, repito, y no escribe, aunque el acto de lectura sea también una forma de escritura. Karl Marx, el opinólogo más brillante que conozco, era un fantástico historiador porque era un mal profeta. La opinología no sabe el futuro, pero intentar adivinarlo le permite comprender mejor el pasado. Muchos de los más desacertados opinólogos chilenos son fantásticos cronistas del Chile que fuimos y unos formidables analistas del Chile que somos. Otros tienen además la virtud de destrozar de manera contundente y razonable los prejuicios de este tiempo, tan apurado por asumir cualquier rumor como si fuera verdad.

Los que los opinólogos de hoy no supieron ver es quizás menos importantes que las razones por las que no pudieron, no pudimos, verlo. Las encuestas se equivocaron, como en todas partes del mundo, pero como en ninguna se equivocaron en el sentido que el dueño de éstas estaba más llano a aceptar. La pregunta por ¿Quién financia tal o cual encuesta y a qué sector político pertenece el encuestador? Resultaba impertinente y conspiranoico hasta hace poco. No era una pregunta vana, me parece a mí ahora. Lo cierto es que las encuestas no eran tan unánimes como quisimos creer y que había otros datos que tomar en cuenta que no quisimos tomar en cuenta. Estos son, por ejemplo, las últimas elecciones en que la izquierdización de la izquierda chilena no puede ser más evidente como no puede ser más evidente que la derecha ganando o perdiendo no suma ni un solo voto nuevo desde Lavín en adelante. La otra es la calle, o la ausencia de verdaderas protestas ruidosas o no con que fueron resistidas las reformas de la Bachelet.

Los opinólogos perteneciente en su gran mayoría a la misma clase social, con los mismos o parecidos estudios, amigos, parentescos, lugares de trabajo, obviaron, obviamos, que la primera petición de modestia en este trabajo es nunca decir “ellos” o “nosotros” o “el país” o “Chile” cuando se quiere decir yo. O más bien la modestia de ir del yo hacia el otro para no convertir el otro en la máscara de un yo que no se sabe asumir del todo.

Pero el problema no es la falta de humildad de la clase intelectual chilena sino quizás el exceso de ella.

El intelectual en la mayor parte de las sociedades libres y democrática es alguien que se mantiene suficientemente cerca del poder para conseguir comprenderlo y suficientemente lejos para poder verlo en conjunto. Es el tábano que era Edwards Bello pero también esos pájaros que limpian las orejas de los rinocerontes en África. Esa distancia, ritualizada por siglos, es fácil de mantener con el poder político. Hay instituciones, usos y costumbres que mantienen al cronista y sus fuentes no tan lejos que te hieles ni tan cerca que te queme. ¿Es posible esa distancia con el poder económico? Tengo la impresión que esos rituales de distancia, que esas costumbres ancestrales no son posibles cuando hay inversiones, es decir miedo, es decir incerteza, es decir ruinas posible. Y es quizás no del todo extraño que la Bolsa de Comercio haya actuado con los mismos vaivenes y estados de ánimos que los opinólogos más famosos de la plaza. No creo que tengan acciones en la bolsa, pero no somos suficientemente ciegos para no darnos cuenta que el IPSA no tenga nada que ver con nuestro futuro personal.

El dinero no necesita comprar a nadie, su sinuosa aura traspasa los muros de la opinión que no flotan en una nada sin auspiciadores, inversionistas, filántropos o no. La economía es una sociedad chilena, un partido político aparte de los otros que ve con desesperación que todos reconocen su poder sin que al final la mayoría le haga demasiado caso. El temor a perder, a no crecer suficiente, es la cruz de todos los que tenemos un patrimonio en juego en los vaivenes de la política. Ese temor, quizás porque las variadas crisis económicas lo han hecho realidad muchas veces, parece no ser tan importante como se podría esperar. Los que tienen menos parecen menos preocupado de tener más y menos asustados de perderlo. Humildemente creo que es la razón porque los santiaguinos votaron tan masivamente por la Bea Sánchez. Muchos de esos votaron por MEO el 2009 y por Parisi el 2013. Nada hay más estable en Chile que el electorado que vota por alguien “diferente” de Fra Fra a Lavín, de MEO a Bea Sánchez, con todas las diferencias del caso, pero buscando siempre uno que no sea de la élite.

Opinar en una sociedad desigual hasta la médula, obliga al ejercicio de pensar que no hay nada menos de fiar que lo que los amigos te dicen en los matrimonios de los hijos. Pero también implica el difícil ejercicio de entender que las respuestas que te dan los otros cuando los interrogan, tienen más que ver con la manera en que te ven a ti que con lo que realmente creen, sienten o piensan. Es quizás lo que separa las elecciones de cualquier otra encuesta. En las elecciones el votante está solo frente a frente a ese encuestador múltiple e infinito que es la historia de su país. En secreto, en silencio, en esa soledad perfecta a la que ningún opinólogo podemos llegar, decide. Quizás el primer trabajo de los nuevos opinólogos sea descubrir que las verdades que en la urna cuentan los chilenos son de otra naturaleza y densidad de la que podemos recoger en encuestas, focus group, entrevistas o intuición sagrada.

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