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Nacional

10 de Enero de 2018

Somos locos y peligrosos: Carta de un encarcelado al Papa Francisco

"Somos locos y peligrosos quienes nos atrevemos a denunciar las injusticias y hemos perdido el miedo a los diversos castigos con que somos amenazados; somos peligrosos quienes nos ponemos de pie y miramos de frente a quienes nos mantienen en condiciones inhumanas; somos locos los que, a pesar de todo riesgo, tenemos el coraje de denunciar y poner en peligro nuestra personal seguridad intentado representar a esos miles de hombres y mujeres que hoy día sufren el abuso irracional del sistema carcelario. Somos locos y peligrosos, finalmente, los que estamos dispuestos a levantar la voz y decir que la justicia no existe para los pobres, que la delincuencia es utilizada políticamente y que no quieren terminar con ella porque es un buen negocio, porque con ella se ganan elecciones, porque se fomenta el miedo y porque, de esa forma, los privados de libertad somos siempre un buen pretexto para gestionar violentamente la pobreza", expuso Carlos Esparza Olave desde la cárcel de Castro.

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Por distintos canales he solicitado a quienes están a cargo de la organización de su venida a nuestro país de que usted me reciba. La solicitud fue rechazada. La razón principal para ello es que tras “un exhaustivo análisis (se determinó) que no es factible acceder a la solicitud del sentenciado; ya que no es posible predecir la reacción e intención real que el interno pueda tener, pudiendo generar una situación de peligro tanto para él como a terceros”, dado que, señala la nota con la que se justificó dicha denegación, tendría “antecedentes psiquiátricos, tales como trastorno de personalidad, trastorno adaptativo con dependencia de fármacos psicotrópicos, evidenciando además rasgos psicóticos y violentos” (Oficio Ordinario 1000/2000 del 7.12.2017. Dirección Regional de Gendarmería de Chile de La Región de Los Lagos).

Aun cuando me provoca mucha irritación e impotencia la manera en que se ha descrito mi personalidad, tiendo a volver a la calma cuando converso con mis compañeros de encierro y constatamos que esa es la permanente forma en que operan los mecanismos de poder perversos y fuera de todo control. Es apelando a los supuestos males mentales de quienes denuncian que se desestiman las acusaciones relacionadas con la violencia estatal. La cárcel está hecha para enloquecer y reducir a los prisioneros a una condición de animalidad. La vida aquí está por debajo de lo infrahumano y somos piezas de entretención de macabros juegos en que los encarcelados somos puesto los unos contra los otros con el objeto de que nos auto-eliminemos. Los atentados que cometemos en contra de nuestros propios cuerpos son formas en las que se expresa la desesperación y el psicopatológico esparcimiento recreativo de funcionarios con mentes perversas.

Jamás he sido sometido a un diagnostico serio y jamás he estado bajo tratamiento alguno que trate aquella siniestra caracterización que la institucionalidad carcelaria hace de mi personalidad. Lo que aquí ha tenido lugar, querido Santo Padre, es la tradicional forma en que las voces activamente disidentes son acalladas. Pero, a decir verdad, esta vez tienen razón y han dado en el blanco…

Somos locos y peligrosos quienes nos atrevemos a denunciar las injusticias y hemos perdido el miedo a los diversos castigos con que somos amenazados; somos peligrosos quienes nos ponemos de pie y miramos de frente a quienes nos mantienen en condiciones inhumanas; somos locos los que, a pesar de todo riesgo, tenemos el coraje de denunciar y poner en peligro nuestra personal seguridad intentado representar a esos miles de hombres y mujeres que hoy día sufren el abuso irracional del sistema carcelario. Somos locos y peligrosos, finalmente, los que estamos dispuestos a levantar la voz y decir que la justicia no existe para los pobres, que la delincuencia es utilizada políticamente y que no quieren terminar con ella porque es un buen negocio, porque con ella se ganan elecciones, porque se fomenta el miedo y porque, de esa forma, los privados de libertad somos siempre un buen pretexto para gestionar violentamente la pobreza. Somos locos y peligrosos los que, viviendo en el infierno de la desesperanza, seguimos amando y deseando un futuro distinto para nuestros hijos.

Es casi imposible imaginar la vida de este lado del muro. El hacinamiento es brutal. En invierno sufrimos del frío, el agua corre por lo muros, nuestras ropas se mojan y, de ello, nos enfermamos. En verano el calor es insoportable, no tenemos acceso regular al agua potable, estamos amontados en piezas con escasa ventilación, nuestras camas y cuerpos se llenan de piojos y pulgas, el olor es inaguantable. Nuestras familias sobrellevan también la severidad innecesaria de la cárcel. Las visitas íntimas son autorizadas en condiciones denigrantes. Nuestras mujeres son objeto de burlas y humillaciones. El infierno existe y las cárceles son su antesala. Aquí todo está hecho para aumentar el dolor a través del uso irracional y gozoso de la violencia. No pagamos nuestros delitos sólo con la pérdida de libertad, nuestros cuerpos y almas han sido transformados en el campo de entretención de psicópatas al servicio del Estado y todos hacen vista gorda. El Instituto Nacional de Derechos Humanos es solo una oficina de burócratas sin compromiso genuino e incapaz de poner resistencia efectiva a las fechorías de los abusadores. Desde la región de la que le escribo los funcionarios de esa institución no ejercen ninguna práctica de control y no generan ninguna confianza en las víctimas de la violencia.

Aceptamos nuestras culpas, pedimos perdón y lamentamos el daño que hemos producido a muchos seres humanos inocentes. Sepa usted, Santo Padre, que son muchos los que dentro de las cárceles buscan el camino de la reinserción social, que quieren vivir en paz y que, contra todo pronóstico y sin apoyo institucional, logran salir adelante desde este antro de atropellos.

Le escribo desde una celda en que estamos cerca de 20 prisioneros amontonados ocupando un diminuto espacio. Es desde aquí que hemos hecho lo imposible para encontrarnos con usted. Es desde esta celda de tormento que le hicimos llegar, a través del Obispo de Ancud, la Cruz del Salvador, que simboliza la esperanza en medio de la muerte, la justicia de los pobres, el pan de los que no tienen, el cuerpo de los torturados, los niños abusados, el dolor de los sables, el placer de los indolentes, el resultado de la cobardía de los callan, la risa de los que mienten, el cinismo de los aduladores… es la cruz de la verdadera esperanza porque es la que sobrevive al fuego de la indiferencia y la pesadumbre carcelaria.

Esperamos que -en estos días que nos visita y en que las autoridades chilenas pondrán en escena sus mejores protocolos con los que se finge una institucionalidad respetuosa de la dignidad humana— tenga tiempo para acoger este relato que ha sido escrito pensando en esas más de 50 mil almas que llenan las cárceles de este país. Confiamos en que irá más allá del estrecho protocolo que le imponen y con el que se esconde el Chile verdadero; tenemos certeza en que se pondrá al servicio de los que sufren, que preguntará por los muertos de la Cárcel de San Miguel y por los 1.313 niños fallecidos bajo el cuidado del Estado. confiamos en que tendrá coraje, que su visita tendrá sentido, que nos enviará gestos, que estará de nuestro lado, que nos alentará y que mañana será distinto…

Carlos Esparza Olave
Desde la cárcel de Castro

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