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Opinión

12 de Abril de 2018

WILD, WILD, CHILE: Nuestros seguidores de Osho

Luego de la resaca revolucionaria de Mayo del 68, los colores de la apertura cultural pasaron al gris de la era Reagan Thatcher y por último, pero no menos en ese triunvirato, Pinochet. Se olía el fin, para algunos caían las utopías y con ello se terminaba el espiral de la Historia, para otros, venía el apocalipsis y el fin de mundo. Cada uno se prepararía a su modo.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Encontrarse hoy con algún libro de Osho es del todo frecuente, está en los supermercados al lado de los libros de cocina y las agendas Pascualina. Tampoco es raro encontrarse con algún chileno que se haga llamar con un nombre exótico de la India, circulan en los centros de yoga y meditación, e incluso en las revistas de farándula, como Parived, el marido de la animadora de TV Tonka Tomicic.

Pero todo eso que hoy aparece como una alternativa más en el inofensivo menú de autoayuda contemporáneo, alguna vez fue salvaje. La gente apostó la vida, se cambió el nombre, donó sus bienes, abandonó a sus hijos para seguir al gurú y la promesa de una nueva vida. Es lo que aborda el comentado documental de Netflix “Wild, wild country”, -específicamente, el episodio de los años de la comunidad sannyasins (seguidores de Osho) en Oregón, Estados Unidos-, donde todo terminó con gente envenenada, intentos de asesinatos y el gurú expulsado de lo que para muchos fue el paraíso en la tierra. Y como en toda historia hay un chileno, en esta también hay varios.

Comenzaban los ochentas, años de un Chile polarizado, quebrado, y paralelamente a las tensiones políticas y sociales comenzaron a pulular religiones alternativas y sectas. Según Umberto Eco aparecía “una nueva religiosidad de los ex ateos, los revolucionarios desencantados que ahora se entregan masivamente a la lectura de astrólogos y místicos” a partir de “las crisis de las ideologías optimistas del progreso”. Los tiempos de desesperación y aburrimiento crean nuevos sujetos sociales y narrativas.

Ya en los 70 Isabel Allende describía una nueva terapia de un gurú Indio: “Tocar, oler, lamer, oír saltar, acariciar, hablar, reír, llorar…todas esas cosas prohibidas para los adultos sensatos, de pronto vuelven a estar en vigencia. No es el nacimiento de la edad de piedra. Es el nacimiento a una edad de los sentidos” (Revista Paula Nº77. Archivo de investigación de Matías Wolf). Se trataba de los primeros seguidores de Bhagwan en Chile, quien luego pasaría a llamarse Osho.

Se trataba de gente ABC 1 que se acercaba a la crisis de los cuarenta años, dice Ananta (51), una de las hijas de las primeras seguidoras del gurú. “Eran mujeres preciosas, inteligentes, que tenían maridos fomes” dice Helia, también hija de una precursora del movimiento. Andrés Muzard (74), creador de la discotheque Eve, conocido como Ravidasa cuenta que se trataba de un grupo de amigos que hacían terapias, pues si bien tenían una buena situación económica se sentían vacíos. Lo cierto, es que en muchos casos se trataba de las llamadas ovejas negras de familias conservadoras, quienes quizás encontraron en el gurú una salida sin culpa a sus pulsiones y contradicciones. “El mensaje era enjoy life”, dice Ravidasa.

Hay cierto consenso en que en sus comienzos se trató de un movimiento que cautivó a la clase alta. Seguramente porque la particularidad de este gurú era la aceptación del materialismo. De manera que sus seguidores podían sortear la típica culpa de clase de quien quiere dejar su mundo conservador. Con Osho se podía ser rico y espiritual.
Existía también, a diferencia de otras religiones y sectas, una invitación abierta a la liberación sexual y al placer en general. Cuestión que en aquellos días, daba una licencia para experimentar lo que de otro modo podía ser sancionado. Casualidad o no, se dice que “había pura gente linda”. Vaya a saber uno, pero andar con la libido bien puesta hace brillar.

Ananta cuenta que su madre, Ana María Hurtado, estaba realizando la terapia que en ese entonces, año 1981, estaba de moda; la Fischer Hoffman, que se suponía ayudaba a superar traumas de la niñez. Una prima que había ido a India le envió una postal con la foto de Osho y se enamoró de inmediato.

– ¿Cómo que se enamoró?
-Mi mamá estaba cerca de los cuarenta años, en una crisis matrimonial.

Su madre rápidamente decidió tomar “sannyas”, que es una especie de renacer en el camino del Bhagwan. Se le asignó el nombre de Pantha Passika y fundó el centro de meditación de Lo Curro. Ahí empiezan las reuniones de “los rojos” (en alusión a su vestimenta). Había otro centro en La reina que dirigía Tita Parra. “Ese era más hippie”, cuenta Ananta.

Los sannyansins chilenos comenzaron a circular entre estos centros y el famoso experimento del rancho en Oregon donde vivía Bhagwan. En este primer grupo estaba Isabel D’ Etigni, quien era pareja de Niren, el abogado que relata parte del documental. Eran cercanos al gurú y eso facilitó la llegada de chilenos al rancho.

Entre ellos estuvo Ana María Molinare, uno de los grandes amores de Nicanor Parra. Ella en una crisis matrimonial, y en contra de las convenciones de su clase social y los códigos de comportamiento de las mujeres de esos días, tuvo una relación de unos pocos meses, pero intensa con el poeta. Ella lo dejó, siguiendo su camino por la búsqueda espiritual con los sannyasins. Nicanor, dicen, como pocas veces habría quedado en un profundo dolor amoroso. Sería ella la inspiradora del poema “El hombre imaginario”.

Otros que estuvieron en el rancho fueron Blanca Lyon y la hija que tuvo con Roberto Thieme fundador de Patria y Libertad.

Algunos como Eileen Dacre lo dejaron todo, vendieron sus bienes para comenzar lo que sería el resto de sus vidas en la comunidad en Oregón. Para quienes el proyecto era para toda la vida, su fracaso fue algo devastador.
Ya sin el rancho, y tras la muerte de Osho en 1990 en India, se terminaba una aventura loca de una generación. Pero comenzaba otro estallido para los nuevos sannyasins en Chile con el retorno a la democracia y la invención de la noche.

“Mi generación no tenía noche, piensa que crecimos con toque de queda” dice Alejandro Tonda “Satyam Atirup”, (53). Supo de Osho en Uruguay, justo después de que el gurú fuera expulsado de Estados Unidos. “Fue como un shock visual” encontrarse con un gurú que no le hacía el asco a lo material, que tenía una colección de Rolls Royce y le gustaban los Rolex. Atirup había sido cercano a la iglesia católica, y su propuesta de austeridad como camino, le parecía no sólo hipócrita, sino que también aplastante. La oferta, en cambio, de Bhagwan era a desarrollar todas la potencialidades, espirituales y materiales.

Su sobrino, el conocido Dj Suizo Siddharta, también seguidor de Osho, llega a Chile el año 92. Invitado a formar parte de la creación de la “Oz arte vivo”. Cuenta que las fiestas Spandex habían terminado, quedando un vacío en “la noche más alternativa”, y la Oz quería recuperar a esa gente. Recuerda que podías ver a los músicos de Los Prisioneros, Fiskales Ad Hoc, políticos y artistas ahí.

Los sannyansins en ese entonces ya no se vestían de rojo y comenzaban a rodearse de gente que quería ser parte de un club. Su filosofía era la de Zorba el Buda: la integración del hedonismo y la meditación.

Ser invitado a las fiestas y estar en los sectores vip de las discotheques era un nuevo deseo. El actor Ramon Llao, no fue sannyasin, pero recuerda las fiestas que hacían en El Arrayán en el sector de Barnechea. “Pasaba en los 90, que si eras un joven de izquierda, vivías la liberación de la dictadura contra la cual habías peleado. Pero si venias de una familia de derecha, ¿de qué te liberabas?, tenías que liberarte sexualmente”. Bien a la chilena eso sí, aclara, porque antes que alguna bacanal soñada “había como atraques, pero con ropa, como tratando de sacarse la ropa”.

En busca de la orgía mítica
En los setenta se hablaba del gurú del sexo por el tipo de terapias que se decía llevaban a cabo. Cosa que a la moral norteamericana no le cayó muy en gracia cuando se instalaron en el rancho. Hoy, aún en 2018 con todas las liberaciones habidas y por haber, algunos no quieren hablar púbicamente para que sus ideas y sus terapias no queden descontextualizadas en ese sentido.

Pero el desenfreno parece más un mito que se goza por los oídos. “Se dice que”, “yo nunca vi, pero supe que” son expresiones que repiten varios de los entrevistados. Pedro, un ex seguidor de Osho, comenta que efectivamente las terapias podían ser sin ropa, se experimentan cosas, pero no tenían relaciones sexuales propiamente tal. La idea de esas terapias sería “naturalizar” el sexo, para quitar la ansiedad y trabas que las represiones provocarían. Pero aclara que existía una regla tácita, “quien no estaba en la frecuencia de la meditación no lo pescaban”. No era para zorrones que quisieran aprovecharse.

No ocurría nada de lo imaginado dentro de las terapias, pero tampoco fuera. “¿Sabes lo que pasaba al final? Que nada mucho pasaba nunca”, ríe y recuerda como en India llegó el día en que cumpliría una de sus fantasías sexuales, pero como el más traicionero acto fallido, ese día murió Osho.

Como sea, no fue fácil dar con esas historias. Algunas mujeres sienten que al decir que son o fueron sannyasins, se las estigmatiza negativamente desde el punto de vista sexual.

Siddharta aclara, que está totalmente sobrevalorado el tema sexual en el imaginario sobre las ideas de Osho.

Si bien el mito de la orgía fantástica está en los “no rojos”, en mi opinión, en ellos habita otro mito: el de la utopía de la transparencia sexual.

-“La idea es que sea algo tan natural, como en los animales, como tomarse un café”, dice Pedro.
-¡Pero no hay nada más sofisticado que tomarse un café! Si fuéramos animales, seguramente pelearíamos por la galleta que está ahí, o tendríamos sexo si el ciclo hormonal lo determinara. Le respondo.

Ravidasa me explica que cuando somos niños nuestra cabeza, corazón y sexo están integrados. Luego estos van disociándose por la imposición de normas: qué comer, cuando expresarse o no sexualmente, etc.

-¿Pero eso se llama socialización, no? Me pregunto.
Pero más allá de mis suspicacias, lo cierto, es que coinciden en que la ansiedad sexual no es su tema. No hay historias de abuso, y si las hay, me comentan son muy pequeñas en relación al tamaño del movimiento.
Quizás donde se abre una grieta, es más bien por el lado de los hijos. Esos que se vistieron de rojo por el sueño de sus padres, quienes a su vez querían ser niños.

Los hijos
A Helia Hoffman (42), la hicieron sannyasin a los siete años. “Me daba vergüenza, mi mamá era preciosa, pero me iba a buscar al Redland con el ala peluda y con poncho. Como yo andaba con el mala colgando (el collar con la foto del gurú), los niños me preguntaban si era mi papá, ¡y yo lo encontraba tan feo!”. A los nueve años partió al rancho en Oregon con su mamá y hermanos. Ahí los niños vivían separados de sus padres, iban a un colegio y también trabajaban. En algún momento incluso a los niños los alejaron aún más, llevándolos a vivir Antilope, el pueblo cercano al rancho. Helia podía ver a su mamá sólo los domingos, pero la tenía que acompañar a trabajar, porque no era el día libre de ésta. “En el fondo los niños estorbábamos ahí”.

En Antilope vivía con tres amigas y las cuidaba una policía “roja”. No sabe bien por qué, pero dice que se sentía segura con que fuera una mujer que la cuidara. Por una parte, estaba el miedo a los de afuera, a “los vaqueros”, pero quizá también a la sexualidad que intuía.

Como relata Tim Guest, en su libro “My life in Orange”, quienes vivieron su infancia en una comunidad sannyasin pueden tener una sensación incomoda, aunque no hayan sido abusados. Guest vivió en la casa de Medina en Inglaterra. Ahí los niños estaban solos. Niños pequeños debían cuidar a otros aún más pequeños. Ahí el asunto fue grave, hubo incluso muertes por falta de cuidado.

Andrea, pasó un par de años de su adolescencia en el rancho. Y coincide con Tim Guest en que lo abusivo no era el sexo, éste que podían vivirlo libremente desde la adolescencia. Sino que la falta de intimidad afectiva con los padres. Andrea reconoce que sus experiencias sexuales eran vividas como cualquier joven, “no había nada demasiado distinto, la diferencia era que no había tabú”. Por el contrario, había mucha conciencia de la profilaxis sexual, “había condones por todas partes, y si salías del rancho a la vuelta te revisaban”. “No era tema por ejemplo si querías estar con alguien mayor, el tema del consentimiento era muy claro”. Mucho más, dice, que lo que vivió después en el mundo de afuera. En que no siempre el otro entiende que el no es no. Recuerda un solo episodio en que los juntaron a todos y les recomendaron que las relaciones entre adolescentes y mayores de edad fueran puertas adentro, porque el FBI ya estaba al acecho.

Aya (Taru), es hermana de Helia. Ella sí partió al rancho con la ilusión de una vida nueva. “Me encontré con que había niños que no querían paz y amor, me hicieron bullying, pero después me hice grandes amigas”. Sus dificultades se dieron más bien a la vuelta a Chile, le costó adaptarse, no volvió al colegio. “Me fui al otro extremo después, traté de llevar una vida muy tradicional, hoy intento incorporar todas las partes”.

Roy Burns (56) es hermano mayor de las Hoffman. Su historia es otra. Tenía 21 años y estudiaba en Portland. No tenía una buena relación con su madre desde hace algunos años, cuando se enteró de que ésta seguía a Bhagwan. Cuenta que un día con su papá fueron a conocer el rancho, para saber en qué se estaba metiendo su madre. Dice que desde que llegó, sintió lo que nunca había experimentado, la sensación de estar en casa. Dije “wow, soy de aquí”. Describe que la alegría y la ternura de esta gente vestida de rojo y tan poco convencional, lo cautivó. Apenas pudo, partió a trabajar al rancho y tomó su nuevo nombre Anad Samyo (éxtasis en la serenidad). Para alguien de su edad se trataba de un paraíso, de una celebración permanente, “aunque se trabajaba mucho, era con alegría”. Me cuenta y me imagino la sensación del verano en la juventud. Todo era entusiasmo y conocer gente de todas partes del mundo. “Me tocaba trabajar, por ejemplo, con una prostituta de Amsterdam y un israelí que había sido terrorista, y ahora compartíamos este camino”. Relata como indescriptibles los festivales en que meditaban y hacían catarsis miles de personas en todos los idiomas.

El documental le gustó, dice que le permitió cerrar algunas cosas que no entendía. Por ejemplo, el que Sheela, la asistente de Osho, anduviera armada en un lugar que se suponía era pura celebración. Tampoco comprendió cuando llevaron a miles de indigentes a vivir con ellos, si el gurú nunca habló de ayudar a los pobres (luego comprende que se trataba de una movida política).

Para Samyo, Osho fue una figura muy potente. En un festival cruzó la mirada con él, y asegura que nunca se había sentido tan amado como en ese momento.

El niño favorito de Osho
Helia recuerda al niño favorito de Osho, Siddharta. “A él le pusieron el nombre más bacán y todos crecimos pensando que se iba a iluminar a los 21 años. Era medio terrible, pero igual es un poco chistoso”.

-Eres como un mito. Dicen que te ibas a iluminar a los 21 y que tu mamá pololeo con Mick Jagger. Le pregunto a Siddaharta.

Ríe y aclara que su mamá en realidad estuvo unos días con Jimmy Hendrix. Respecto de iluminarse, esa no es una historia que le guste mucho. “Eso me trajo muchos problemas”.

Siddharta creció en la India, sus padres eran hippies en los 60 y el año 73 conocieron a Baghwan. Cuando tenía tres años partieron a Pune y dice que “algo pasó” que cuando se encontró con Osho, éste afirmó que lo había estado esperando y lo llamó Siddharta. Me explica que ese es un nombre importante en India. Fue de los primeros niños occidentales en ser su discípulo.

Para él, Osho fue una especie de abuelo, tuvo una cercanía que otros hubieran soñado. “Él era amoroso, amaba a sus discípulos”. Nunca le dijo a él directamente que iba a iluminarse a los 21 años, pero lo dijo a otros. Y tal como el hijo que va a ser el heredero, esa designación se transformó en una carga. “Sentía la envidia, yo salía en las fotos y en los libros, pero trataba de que evadir que me idealizaran”. Sheela no lo quería cerca de Bhagwan, y lo expulsó de la comunidad a los doce años.

Se fue a Texas a vivir con su madre, trató de vivir una vida convencional y dice que le fue pésimo, “no me gustaba la tv ni el futbol americano”. En lo 90 parte a Chile. “¿Sabes? es la gente más parecida a mi infancia, el chileno es amoroso”.

Religión, secta, estilo de vida

-¿Cómo era Osho?
-Siddharta: Muy potente, podía cambiar la energía de 5000 personas. No era cura, no negaba su calor humano, caminaba y meditaba casi siempre solo. Leía mucho.

-¿Cómo crees que vivía el tener tanto poder sobre otros?
-Siddharta: Creo que sentía que sus discípulos no lo entendían. Algunos lo querían como ídolo para descansar y él nunca prometió eso. Les decía como liberarse, pero los otros buscaban institución e idealización fálica. Creo que por eso dejó de hablar. Era gente educada pero la tendencia humana es ser oveja.

Es precisamente la paradoja que describe Siddharta, la que genera suspicacia al escuchar a seguidores que afirman que no se trata de una secta o religión, pero usan la palabra “gurú” con demasiada naturalidad. “Él decía que cada uno es una semilla con el potencial de la iluminación, él sólo era el mensajero”, dice Samyo. Pero se enamoraron del mensajero. ¿Cómo se sigue un mensaje de liberación, pero obedeciendo al mensajero? Eso al menos en psicología se llama doble vínculo: donde el contenido de un mensaje está en contradicción con la forma. Es una trampa mental de aquellas.

“Que importa si nos poníamos el mala (collar). Era una forma de demostrar que nos gustaba algo, como quien se pone un polera del Colo-Colo porque es fanático” dice Siddharta. Y es cierto, si hablamos de fanatismos, seguramente todos hemos transitado en más de alguna.

Hoy le llaman de manera algo despectiva, “el resort”, al centro de Osho que hay en Pune. Siddaharta piensa que ese lugar no tiene nada que ver con el mensaje original. Para él, quien maneja hoy ese espacio es una “especie de Sheela”.
Hay otros que sostienen que el centro de meditación actual está bien, y que en realidad Osho quiso masificar su mensaje, así que estaría feliz de ver que alguien lee sus libros en el aeropuerto o en el gimnasio. Aseguran que lo importante es el mensaje que dejó Bhagwan. Y en eso coinciden en que se trata de la meditación.

Lo cierto, es que sin la presencia del gurú, algo de la locura por la devoción de la figura de Osho se ha perdido, aseguran varios. Quizás como todo lo que ocurre con las revoluciones: primero la libido de romper esquemas, luego se repiten los juegos de poder, para derivar en alguna versión higienizada de la pulsión inicial.

Como sea, para muchos ya fue.

Siddharta estos días está en Portugal organizando el próximo “Osho Fest”.

Ananta tras 25 años de impartir talleres los dejó, “me di cuenta que buscaba algo que ya estaba en mí. Al final el mensaje de Osho era el silencio”.

Pedro dice que después de Osho fue tras otro gurú, pero esos días ya acabaron para él. “Ya no creo más”. Piensa que hay una ruptura inevitable entre el hombre y la naturaleza, y que hay que arreglárselas con eso.

Helia, quien nunca enganchó con el movimiento, dice que más allá de todo, conoció a la gente que hoy quiere, personas amables y divertidas. Aya, busca sus propias palabras para integrar su historia, pero de lo que está segura es de que “la vida es con el mundo, no con una parte del mundo”.

Me cuentan que varios siguen hoy a un brasilero que se habría iluminado, Satyaprem. Me insisten en que vea sus videos. Aún no me animo.

Ni más ni menos neuróticos que cualquiera, los sannyasins que conocí, al final, buscan lo mismo que la mayoría: alguna forma de sobrellevar la condición humana. Y ciertamente, eso se puede hacer siguiendo un líder espiritual o leyendo buenas novelas. Y también las malas.

-¿Oye, y te iluminaste Siddaharta?
– No creo en esa palabra, creo que Osho la usaba en ese tiempo porque no había otra. No sé cuál es la palabra, quizás es algo que no se puede poner en palabras.

Pienso que quizás Siddhartha se refiere a ese instante que llamo lo sagrado. Aquel chispazo, en que por un momento nos diluimos en algo más grande que el ego. Cosa que por supuesto, nunca resulta en mi caso en las actividades en que de manera forzada se me invita a “mantener la mente en blanco”. Pero a veces, sí, a veces, en una escena tan vulgar como la trotadora del gimnasio, algo pasa…Quizás Osho tenía razón, no hay que seguir a nadie para atravesar el torbellino mental. Lástima que debió convertirse en un gurú para transmitirlo.

 

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