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Mundo

22 de Mayo de 2018

Nicaragua, un mes de viaje del cielo al infierno

Tras conocer de primera mano que la población quiere su renuncia, el presidente y su esposa se ausentaron el pasado viernes de la segunda sesión de diálogo, justo cuando se cumple un mes de la crisis y 123 años del nacimiento del que fue su máxima inspiración, el héroe nacional de Nicaragua, Augusto C. Sandino.

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Hasta hace un mes Nicaragua era un ejemplo de país, y destacaba por su seguridad, por un crecimiento económico sobresaliente y una estabilidad política excepcional, pero todo cambió el 18 de abril, cuando una serie de protestas convirtieron este paraíso centroamericano en un verdadero infierno.

Ese día lo que se consideraba como una manifestación pacífica contra el Gobierno de Daniel Ortega en Managua resultó una escalada de violencia que 30 días después cobraría más de 60 vidas, en su mayoría estudiantes universitarios y jóvenes manifestantes.

En cuestión de horas, un grupo de personas que protestaba contra nuevas y duras medidas de seguridad social fue atacado en Managua por la Juventud Sandinista, que en los días siguientes reprimió a estudiantes de cerca de diez universidades con apoyo de la Policía Nacional y grupos de choque oficialistas conocidos como “turbas”.

Decenas de personas murieron en lo que el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh) calificó de “masacre estudiantil”.

Ortega reaccionó derogando las medidas de seguridad social, pero no reconoció más muertes que las de la Policía, y su discurso fue retador.

Los ánimos se encendieron, y la represión aumentó al mismo ritmo que los manifestantes asesinados, todos víctimas de disparos certeros a la cabeza, cuello y tórax, algo solamente al alcance de un francotirador del Gobierno, según las organizaciones humanitarias.

La separación entre los nicaragüenses y sus autoridades se reflejó cuando la esposa de Ortega y vicepresidenta, Rosario Murillo, negó los sucesos al llamarles “muertos falsos”, y a los manifestantes, “seres mezquinos, seres mediocres y seres pequeños”.

Para entonces las protestas ya no eran por la seguridad social, sino por los muertos durante la represión.

Para desviar la atención sobre los fallecidos, las “turbas” saquearon supermercados y centros de comercio, pero la población no sólo los detuvo, sino que además recuperó parte del botín y lo regresó a sus dueños, mientras aumentaban los muertos.

Tras denuncias de cientos de desaparecidos, el 24 de abril decenas de jóvenes aparecieron en las carreteras rapados, descalzos, golpeados en harapos, tras varios días detenidos en una cárcel de máxima seguridad en las afueras de Managua, donde fueron torturados, según denunciaron.

Indignados, los nicaragüenses levantaron barricadas y bloquearon carreteras para evitar el ingreso de los Policías a barrios y ciudades, quemaron las banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y derribaron los “Árboles de la vida”, unos armatostes de hierro de entre 15 y 20 metros de altura, y 9 toneladas de peso.

Participaron en manifestaciones nunca antes vistas, gritando consignas como “¡No eran delincuentes, eran estudiantes!”, “¡Ortega y Somoza son la misma cosa!”, “¡Que se vayan!”, “¡Que se rinda tu madre!” o “¡Pueblo únete!”.

Tras 28 días de crisis y escasez, se instaló un diálogo entre el Gobierno, el sector privado, la sociedad civil y los estudiantes, con los obispos locales como mediadores, para remediar el caos, pero la primera sesión fracasó cuando Ortega evadió el tema de la represión.

Durante el diálogo, Nicaragua se paralizó cuando el estudiante Lesther Alemán asaltó la palabra a Ortega y, con una voz que retumbó en todo el país, le exigió el cese del fuego.

Ortega no sólo desconoció los muertos, que para entonces ya superaban los 60, sino que retó a los estudiantes a que le dieran la lista, y estos se la gritaron, nombre por nombre, en su cara.

Tras conocer de primera mano que la población quiere su renuncia, el presidente y su esposa se ausentaron este viernes de la segunda sesión de diálogo, justo cuando se cumple un mes de la crisis y 123 años del nacimiento del que fue su máxima inspiración, el héroe nacional de Nicaragua, Augusto C. Sandino.

Divorciado de los ideales sandinistas, y de aquellos datos macroeconómicos que le auguraban a su país un crecimiento sobre el 4,5 por ciento bajo su administración una vez más, Ortega ya no es visto como el presidente todopoderoso de Nicaragua. “Aquí manda el pueblo”, le dijo Alemán.

Y así fue como Murillo describió el rápido descenso del cielo al infierno: “todos lo estamos viviendo en todo el país, que como las siete plagas, nos está asolando desde hace un mes”.

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