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Opinión

22 de Junio de 2018

Columna: Hombre pequeñito, romperemos tu jaula

“Hombre pequeñito, hombre pequeñito, suelta a tu canario que quiere volar… Yo soy el canario, hombre pequeñito, déjame saltar. Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, hombre pequeñito que jaula me das.  Digo pequeñito porque no me entiendes, ni me entenderás.” (Hombre pequeñito, Alfonsina Storni) No es fácil hablar de violencia, pero callar nunca ha sido […]

Nataly Campusano y Manuela Veloso
Nataly Campusano y Manuela Veloso
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“Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das. 
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.”

(Hombre pequeñito, Alfonsina Storni)

No es fácil hablar de violencia, pero callar nunca ha sido nuestra opción. El pasado 12 de junio amanecíamos con la noticia de 5 femicidios en un transcurso de 36 horas. El lunes 18 Margarita Ancacoy fue asesinada a palos por un grupo de 5 hombres. El jueves 20 de junio conocimos la grabación de la artista visual Cristina Lara, donde relata estar escondida en algún lugar de Chile para que su ex pareja no le corte las manos. Nuestro grito en este estallido del movimiento feminista nacional e internacional no es gratuito ni arbitrario. Comete grave error quien mire con liviandad que las feministas estemos denunciando el rotundo fracaso de la masculinidad, de la masculinidad en tanto ejercicio de distintas formas de dominio y de disciplinamiento.

En el sistema de relaciones de género, la masculinidad es un estatus que se adquiere ejerciendo formas de dominio entrelazadas: sexual, intelectual, política, económica, moral, bélica (SEGATO, Rita, 2016. La guerra contra las mujeres). Por ende, la estructura de los géneros es – por esencia – generadora de violencia: la masculinidad se afirma mediante la confirmación de la jerarquía de los géneros. Ello explica por qué cuando en la historia reciente de la humanidad se privatizó la familia nuclear y lo doméstico se volvió algo íntimo, se condenó a las mujeres a morir sistemáticamente a manos de los hombres al que estaban unidas por un vínculo conyugal “amoroso”. En la intimidad del hogar la violencia se privatizó, se naturalizó, se escondió, y las mujeres quedaron solas a manos de su agresor. En la intimidad del tú y yo, ya no hay otros ojos que alerten ni otras manos que presten auxilio.

Hoy, en el año 2018, en Chile y Latinoamérica, ¿qué camino podemos tomar para lograr tener vidas libres y seguras?

La verdad es que los datos arrojan que lo hecho hasta ahora para frenar la violencia de género, en los grandes números, ha sido completamente ineficaz. La violencia patriarcal en Chile y en Latinoamérica va en aumento. La estrategia chilena para enfrentarse a la violencia ha sido, prioritariamente, jurídica y circunscrita a lazos personales, fundamentalmente mediante la aplicación de la ley 20.066 de violencia intrafamiliar.

Esta insistencia en nuestro país por circunscribir la violencia de género a lazos personales y de esta manera privatizar su análisis y tratamiento, se expresa hasta el extremo en el modo en que se incorporó la figura de femicidio en el Código Penal, que establece que el parricidio “se llama” femicidio cuando la asesinada es la cónyuge o conviviente. No desmerecemos la importancia de esta incorporación que da cuenta la realidad que las mujeres (así como también las personas “feminizadas”) mueren a manos de hombres. En términos estadísticamente relevantes, el género femenino no mata, quienes matan son los hombres. Es decir, hay una asimetría de letalidad entre los géneros que discursivamente fue incorporada al derecho con la categoría de femicidio.

Sin embargo, es un sinsentido creer que cuando una mujer o persona feminizada muere en razón de su género o del género que se le adscribe, muere porque es la cónyuge o conviviente del femicida. El punto es que la violencia de género tiene una estructura en el que siempre hay un momento de impersonalidad, aun cuando medie un vínculo “amoroso”. La estructura de género y su mandato de dominación es genérica e impersonal: en el momento de la agresión el tú-yo se suspende y aflora la necesidad de la confirmación de la masculinidad a través de la jerarquía de los géneros. Dada esta impersonalidad, es un error circunscribir en la esfera íntima el análisis de la violencia de género, e intentar exclusivamente desde allí su erradicación. En Latinoamérica, de hecho, los casos de violencia de género que aumentan en mayor proporción son aquellos en los que no media ningún vínculo personal.

Estas circunstancias dan cuenta que la figura del castigo, aun cuando justa y necesaria, no extirpará la violencia de género de la sociedad ni nos permitirá tener vidas más libres y seguras. La sociedad que propone el feminismo no es una sociedad punitivista. Rechazamos la venganza y no nos regocijamos en el castigo. Nuestra tarea es crear estrategias que, de un lado, fortalezcan los lazos comunitarios y redes de solidaridad para que las mujeres no quedemos aisladas y desprotegidas en la esfera de lo privado ni nos resulte riesgoso el espacio público. Y, de otro, ataquen las estructuras sociales que reproducen y afianzan los roles de género.

Irónicamente, resulta contraintuitivo pensar que la violencia de género vaya en alza, el pensamiento naturalmente supone que las sociedades occidentales se encaminan hacia el progreso con cada vez mayor conciencia de género. Y, sin embargo, las sociedades contemporáneas han generado factores que se han constituido, en conjunto, en nuestros peores enemigos. Son el individualismo, los derechos pagados a costa de hipotecar la vida, la inestabilidad del trabajo, la imagen de lo que supuestamente es el éxito, el consumismo; factores todos que alimentan la inseguridad masculina y que le impiden al varón poder cumplir con el mandato de masculinidad. Luego, es la fragilidad del varón la que desemboca en violencia en contra de las mujeres y personas feminizadas.

Mujeres y comunidad LGBITQ, el camino que debemos trazar para lograr tener vidas más libres y seguras pasa por la construcción de un tejido social que eduque, proteja, contenga, dé seguridad, dé sentido de pertenencia y ejerza solidaridad frente a los infortunios. Necesitamos un ejercicio de ciudadanía que colectivice la vida minimizando el rol de lo privado, que politice lo doméstico y extraiga de lo íntimo las labores de cuidado. Sobre esto, por ejemplo, el urbanismo feminista tiene mucho que decir, porque mucho de esto radica en cómo construimos nuestras ciudades para generar comunidad inclusiva y no patriarcal. Debemos echar a correr nuestra imaginación para destrozar todas las estructuras que nos enjaulan. La historia es nuestra y la escribiremos juntas.

Nataly Campusano Díaz
Consejera Regional Valparaíso,
Casablanca y Juan Fernández.

Manuela Veloso Dorner
Abogada Fundación DECIDE.

Militantes del Frente Feminista del Movimiento Autonomista.

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