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30 de Agosto de 2018

José Peralino Huinca: ¿Un delator forzado?

Asesino, testigo clave, traicionero, chivo expiatorio. Estos son algunos de los apelativos que ha recibido José Peralino Huinca, uno de los tres comuneros sentenciados por participar en el incendio que acabó con la vida del matrimonio Luchsinger Mackay en 2013. El joven mapuche se transformó en la pieza más importante del caso luego de que el Ministerio Público lo sindicara como delator compensado del crimen, a base de declaraciones prestadas ante dos personeros de la PDI, sin la presencia de un abogado y de las cuales no existe registro. Antes de reclamar que estos testimonios fueron obtenidos bajo coacción, parte de la comunidad se volcó en su contra y fue tachado de sapo; después, su denuncia motivó el reproche: “¿Por qué no hablaste antes, hueón?”.

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El silbido de la tetera hirviendo sobre la cocina a leña despertó a José Peralino Huinca (31) y a sus cuatro hermanos. Su padre, como de costumbre, la había llenado mientras ellos dormían para tomar mate al desayuno.

Según la rutina en la casa de los Peralino, el mate se tomaba antes de las ocho, juntos y escuchando radio. La noticia de esa mañana, sin embargo, cambiaría todo: un incendio intencional había convertido en cenizas la granja Lumahue, donde habitaban Werner Luchsinger (75) y Vivianne Mackay (69), quienes murieron entre el humo y las llamas.

Durante la madrugada, José había despertado para ir al baño ubicado fuera de su casa y se desveló por las sirenas que pasaban lejos, una tras otra, en la oscuridad de su patio.

-¿Qué pasó? Alguna cosa grave será- recuerda que le dijo a su papá antes de volver a dormir.

Horas más tarde de ese mismo 3 de enero, por la radio, José dice que se enteró por primera vez del crimen que hoy lo mantiene con arresto domiciliario, a espera de una condena que podría costarle cinco años y un día de libertad vigilada, por el delito de incendio con resultado de muerte de carácter terrorista. La principal prueba para inculparlo fueron los testimonios que brindó meses después de esa mañana ante personal de la PDI, en los que confesó planear y perpetrar el ataque.

José, Sergio, Eduardo, Raúl y Alejandro Peralino viven en la Comunidad Santo Curiniao, emplazada en el Lof Mau Rahue (Padre Las Casas). Su fundo de 1,9 hectáreas está precedido por una cerca endeble y por perros obedientes que conviven con nueve ovejas una yegua y su potrillo.

Sus padres, Luisa Huinca Ancapi y Raúl Peralino Anticheo, formaron una familia en la que él se ha dedicado al trabajo agrícola y ganadero, mientras ella se encargaba de la casa y del cuidado de sus hijos.

Los Peralino Huinca dicen que su infancia fue austera. En su casa nunca hubo celebraciones familiares como cumpleaños o fiestas, y tampoco sobraba la ropa. José, el más joven después de Alejandro, abandonó la Escuela Renico en séptimo básico, un establecimiento al que asistía para entretenerse, dice, y que cerró hace algunos años porque no había más de cinco alumnos.

De todas formas, a Peralino Anticheo no le gustaba que sus hijos se educaran. Decía que era una pérdida de tiempo y que era mejor que lo ayudaran en el trabajo. De hecho, Alejandro es el único que sabe leer y escribir con fluidez, según consigna uno de los documentos adjuntos en la causa a los que The Clinic tuvo acceso.

Actualmente, los hermanos aseguran que sus ingresos son insuficientes para cubrir los cuidados médicos que demanda el Alzheimer de su padre, quien permanece postrado. A esto se le suma la compleja situación judicial de José y un dolor que se remonta al 25 de diciembre del año 2000, cuando Luisa falleció por causas que ninguno de los cuatro tiene claro. José, por ejemplo, sólo sabe que tuvo “una enfermedad” y que un día se la llevó una ambulancia.

-Yo tenía 10 años cuando mi mamá empezó a enfermarse, pero mi papá nunca nos contaba eso. Él con Eduardo la llevaban a la ciudad y un día los quise ir a encontrar en caballo cuando volvieran. Miraba cómo pasaban y pasaban las micros y yo me preguntaba a qué hora iban a llegar. Más tarde se bajaron los dos pero no se bajó mi mamá. Abracé a mi hermano y me puse a llorar, y ahí me dijo que la mamá estaba grave y que por eso quedó hospitalizada.

Desde entonces, José sueña con ella. Los paseos a Temuco a cobrar la pensión de su madre son sólo un recuerdo, al igual que las lecciones de cocina y los panes que le compraba y que comían juntos en la calle. O cuando volvía a su casa en horario de colegio y su mamá lo retaba tiernamente: “Ya, quédese aquí, pero mañana tiene que ir”, le decía.

-Yo le preguntaba por qué sólo me llevaba a mí a hacer los trámites, pero no me daba una razón. De repente murió y yo dije ¡ah! Ella sabía que iba a morir y me quiso enseñar para no sufrir.

Más allá del pesar, el deceso de Luisa también coartó el arraigo de José con la cultura mapuche, ya que era ella quien le transmitía contenidos y conocimientos propios de la etnia, como el mapudungun.

La pérdida también motivó cambios estructurales en el funcionamiento familiar: su exmarido dejó el alcohol y se acercó a la Iglesia Evangélica, al igual que sus hijos, a excepción de Raúl.

José, por su parte, tuvo que consagrarse al trabajo agrícola definitivamente. Aunque ya había hecho algunos trabajos esporádicos, se dedicó a tiempo completo a labrar en fundos ajenos con tan sólo 12 años. Plantó lechugas, recogió papas a mano y sembró trigo.

Por lejos, lo más difícil de esa etapa, fue persistir. “Cuando chico el José era muy difícil, sufría harto. Le costaba un mundo llegar al final”, apunta Sergio, el mayor de los cuatro.

-¿Qué sabía yo? No sabía nada, no sabía trabajar- responde José, quien nunca pudo rendir a la par de sus hermanos a causa de la cefalea que sufría cada vez que se exponía a temperaturas altas.

José Peralino Huinca.

Los Peralino deambularon por decenas de lugares y patrones, siempre con resultados similares. Cuentan que una vez los echaron de un fundo en Granero a los dos días porque “no trabajan todos por igual”, apuntando a que José era el motivo.

-Una vez llegamos donde un contratista de apellido Badilla, que nos dijo: “Ustedes no pueden seguir trabajando porque yo necesito que trabajen todos parejo”. Nos pagó y nos quería echar al tiro en la tarde y mi papá tuvo que rogar. Le dijo que no nos echara porque andaba con sus hijos que no sabían trabajar, que por último nos diera alojamiento. Él dijo que no, pero después lo pensó y dijo de muy mala gana: “Ya, se van a quedar hasta mañana pero desocupan temprano el campamento”. Nos fuimos a las cinco de la mañana.

Sus dificultades para trabajar como el resto de la familia lo relegaron a tareas domésticas. Entonces, José puso en práctica lo que le enseñó Luisa, aunque sin éxito. En un informe realizado en el marco de la investigación, se detalla que el joven “no entiende por qué razón sus hermanos consideran que su trabajo queda mal hecho y, por lo tanto, ellos hacen nuevamente las cosas. ‘Todo sale mal’ dicen sin entender cómo podría hacerlo mejor. ‘El pan queda pegajoso y la ropa mal lavada’ dicen mis hermanos… Entonces mis hermanos la lavan de nuevo, pero yo sé que está limpia’”.

La primera vez fue el 8 de noviembre de 2013. Ese día, un “individuo que solicita reserva de su identidad” –según la versión del Ministerio Público- declaró ante el fiscal Luis Arroyo por más de una hora por el ataque ocurrido a comienzos de año en el fundo de los Luchsinger Mackay. La conversación, situada en el cuartel de la PDI de Temuco, aportó pistas clave para avanzar en la diligencia y fue oída por los oficiales Ricardo Villegas y Guillermo Vilches, este último integrante de la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (BIPE), premiada tres años después por la investigación de este caso.

El 23 de octubre de 2015, el testigo fue citado a la PDI para reafirmar sus dichos. Esta vez, prestó declaración ante los fiscales Arroyo y Alberto Chiffelle –persecutor de la causa- y el comisario Vilches, ahora bajo la condición de delator compensado.

Sobre la base de ambas declaraciones, el Ministerio Público sostuvo que el ataque fue planificado la noche anterior en la casa de la machi Francisca Linconao, que participaron 30 personas, que acudieron en tres camionetas blancas a la granja Lumahue, que atacaron con armas de fuego y llevaron combustible en bidones de 20 litros.

Y, gracias al reconocimiento fotográfico al que fue sometido el testigo, se imputó a once personas. Entre ellas a Linconao –luego absuelta-, Luis Tralcal Quidel, José Tralcal Coche –sentenciados a cadena perpetua- y a José Peralino Huinca. El delator compensado.

Pese a que Fiscalía afirmaba que las diligencias iban por buen camino, la defensa de los imputados objetaba que las declaraciones ‘clave’ de Peralino no calzaban del todo: si primero dijo que no participó en el atentado, luego afirmó que sí; si primero dijo que no sabía qué tenían los bidones de 20 litros, luego aportó que fueron llenados con parafina, aun cuando el recipiente que el Ministerio Público presentó como prueba era de 5 litros, mientras que el combustible utilizado para quemar el auto de los Luchsinger Mackay fue bencina, según la propia investigación.

Pero lo ocurrido en la audiencia pública del 30 de marzo de 2016, en el Juzgado de Garantía de Temuco, sorprendió a todos. Con los coautores del crimen ya formalizados, la sala se aprestaba para discutir las medidas cautelares de cada uno, cuando que José pidió hablar.

Sentado frente al micrófono, rodeado de gendarmes, con polerón azul y semblante nervioso, por primera vez dijo que fue presionado por detectives de la PDI antes de entregar sus testimonios, y que entre la primera y segunda declaración fue hostigado telefónicamente por los comisarios que estuvieron con él aquel 23 de octubre de 2015.

-El Vilches llegó y me dijo: “Vamos a decir bien el tema, por qué te citamos”. Le dije que yo tampoco entiendo, porque yo quiero saber, porque yo no he hecho nada. Le dije que el que nada hace nada teme. Y me dijo: “Tú lo has dicho. El que no hace nada, hueón, nada debe temer”.

Las cámaras y los micrófonos que rebosaban la sala captaron cuando Peralino dijo que recibió 20 mil pesos de parte de los policías para que pagara su pasaje al cuartel, y cuando relató detalles de la cita que sostuvo a solas con los fiscales en 2015, minutos antes de entregar su segunda declaración.

-Encendieron una computadora y empezó a mostrarme imágenes de aquí de los cabros presentes. Me empezaron a mostrar imágenes de los cabros y me dijo: “¿Conocís a este?, ¿Conocís a este otro?, ya po hueón di que sí”, me decía el Vilches. “Si tú los conocís. Si son estos por último yo te ayudo”. Yo le dije: “Sí hueón, los conozco”, por miedo. De ahí me dijo: “Firma aquí, tenís que firmar, y éstos son” (…) Después entró el fiscal Chiffelle y me dijo: “Peralino firma aquí”. No vi bien, porque yo estaba tiritando, nervioso de miedo-, denunció José.

“Formalizan a presuntos coautores del crimen de los Luchsinger tras confesión de uno de ellos”, informó El Mercurio al día siguiente. “La declaración clave del caso Luchsinger”, manifestó La Tercera, que además detalló los supuestos vínculos de otro formalizado con las Farc.

La denuncia de Peralino, en ambos casos, fue relegada a un subtítulo.

Las primeras cosas que olvidó Raúl Peralino Anticheo eran irrelevantes. Después, perdió el hilo de las conversaciones. Y a los 64 años dejó de dormir.

Hoy pasa sus días aislado en una pieza de madera anexa a la casa, con los horarios cambiados y bajo el cuidado de sus hijos, especialmente de José, quien permanece en su hogar en todo momento debido a la medida cautelar que decretó el Tribunal Oral de Temuco en febrero de este año.

Raúl alcanzó a ser testigo del inicio del caso antes de perder autonomía y noción, pero para entonces ya era una figura distinta a la que siempre proyectó frente a sus hijos: esforzado como trabajador, autoritario como padre.

Con José y su progenitor recluidos obligatoriamente, son Eduardo, Raúl, Sergio y Alejandro –ahora líder productivo del núcleo- quienes se las arreglan para trabajar y solventar económicamente a la familia. No ha sido fácil, aseguran, porque además de tener que generar más ingresos con menos capacidad humana que antes, han debido enfrentar el rechazo de las comunidades que ven a José como el sapo de sus peñi, el que contó todo al Ministerio Público con tal de ser recompensado.

Sergio, Eduardo, José y Alejandro.

Alejandro, por ejemplo, recuerda cuando asistió a la audiencia de formalización y se encontró con la familia Catrilaf, que tenía a cuatro de sus miembros afectados por la supuesta delación de Peralino, hoy todos absueltos. “¡Ustedes nos acusaron!”, le dijeron.

-Al final tenía a todos molestos. La hermana de la machi Francisca, la Juana, todos los días en la tarde nos llamaba a nosotros para decirnos: “Ustedes la culparon, mi hermana está presa y ahora está con huelga de hambre”, recuerda Alejandro.

La historia con la familia de la machi es antigua. La autoridad ancestral mapuche, aparte de vivir en la misma localidad, conoce a José desde que era niño, luego de que lo ‘adoptara’ tras el fallecimiento de Luisa Huinca. Incluso compartieron comunidad, hasta que explotó el caso y los Peralino renunciaron a ella.

-Estábamos sacando proyectos y programas, (pero) después ellos se empezaron a enojar contra nosotros y al final para evitar problemas, tomamos la decisión y salimos de la comunidad de ellos. Renunciamos y ahora formamos una nueva directiva para poder empezar de nuevo a trabajar con la gente-, complementa Alejandro.

Quienes visitaron a la machi después del allanamiento que efectuó la PDI en su casa -un procedimiento que meses más tarde sería declarado ilegal- cuentan que su instrucción era una sola: “Vayan a ver al Peralino. Él sabe por qué está pasando esto”. Pero ni sus hermanos eran capaces de sacarle una palabra del caso o de sus declaraciones.

Por eso, cuando irrumpió a comienzo del 2016 con su inesperada confesión, lo primero que escuchó de su círculo más cercano fue: “¿Por qué no hablaste antes, hueón?”.

-Aquél día que fui a decirle la verdad al tribunal como que me sentí aliviado. Fui, cómo te dijera, a dos opciones: o que me pegaran o que la gente me entendiera. Y si me pegan, dije yo, no me lo merezco porque es una acusación grande la que construyó el fiscal-, sostiene José.

Cercanos a Peralino aducen que el Ministerio Público intentó obrar de manera estratégica con él: presentarlo como el testigo clave y delator compensado del caso para quebrar la relación con los demás inculpados, y para que, al mismo tiempo, no persistiera en su inocencia debido a la exigua pena que cumpliría en comparación a los mismos condenados, quienes arriesgan cadena perpetua.

Una encrucijada a resolver entre el silencio y una privación de libertad menos grave que sus pares, o contar su verdad y asumir los costos que esto conllevaría, como que nadie le creyera y enfrentar un nuevo juicio.

En este sentido, apuntan a que el hostigamiento denunciado por José habría tenido por objetivo “ablandarlo” para que finalmente admitiera haber participado en el atentado, y para que involucrara a sus supuestos acompañantes.

Para ello, Leiro y Vilches habrían puesto en juego una estrategia antigua pero eficaz, como lo es jugar al policía malo y al policía bueno. Quienes sostienen esta teoría, argumentan que las palabras de Peralino pronunciadas en la audiencia del 2016 revelan una intención soterrada de los comisarios para confundirlo: mientras el primero lo habría amenazado con declarar o “pudrirse en la cárcel”, el segundo le indicaba que se quedara tranquilo, que no pasaría nada malo si testificaba. En este contexto es que Vilches le habría ofrecido plata para pagar su movilización hasta el cuartel, además de prometer protección y seguridad.

José, quien tilda todo su proceso en la causa como un “montaje” y “chantaje” de la policía, dice que todavía no entiende por qué lo eligieron a él como la pieza central del engranaje investigativo.

-Yo nunca he andado en esas cosas, no me gusta andar en eso. Otros peñi recuperan tierras, van a la Conadi, pero a mí no me gusta esa cosa. Yo siempre he dicho que voy a trabajar en lo que dejó mi mamá y que teniendo mis pies y las manos buenas, trabajaré. No tengo por qué andar peleando campo, no soy de esas personas porque mi mamá y mi papá nunca ese consejo me dio. Me gusta trabajar bien, trabajo limpio. Este problema llegó como sorpresa-, asevera.

Su extrañeza aumenta cuando se compara con el resto de los eximputados y actuales sentenciados, como los Catrilaf y los Tralcal, familias reconocidas por sus reivindicaciones de tierra y agua a través de la vía legal. O la machi Linconao, quien demandó al empresario Alejandro Taladriz por intervenir una zona sagrada de la que extraía hierbas medicinales, lo que la ubicó en la brújula pública.

Con el pasar de los meses, se instaló la idea de que Peralino fue blanco de manipulaciones debido a su escasa educación. En una entrevista concedida en Bolivia, Francisca Linconao dijo a principios de año que José “no es normal, psicológicamente de la cabeza no está bien ese niño, porque yo lo conozco desde chico”. Y tiempo después, en conversación con este pasquín, apuntó que “es muy grave lo que hicieron con Peralino, porque ellos le pusieron palabras en su boca y lo extorsionaron y obligaron a firmar un documento diciendo que fue testigo, todo esto sin tener un abogado al lado. El Peralino no sabe hablar mucho. Puede hablar, pero no sabe adónde va, cambia la conversación. Ese chico no es normal, de chico que no”.

Francisca Linconao: “Yo no quería ser Machi”

Está cansada, enojada, harta. Con rictus severo, saluda distante; no le acomoda recibir huincas y menos a periodistas. Francisca Linconao, -quien cumple 62 años el 18 de septiembre-, luce su traje habitual: chaleco celeste, falda negra, collar, aros de plata y un pañuelo azul que cubre su pelo fino y azabache brillante.

Hacia agosto del 2017, el jefe de Estudios de la Defensoría Penal Pública de Los Ríos, Pablo Ardouin, arguyó que las declaraciones tomadas a Peralino eran ilegales y que los personeros de la PDI lo habrían coaccionado. “Se aprovecharon de su situación de vulnerabilidad”, dijo, en parte, porque tiene las facultades mentales “de un niño de 12 años”. Todo esto, con posterioridad al peritaje sicológico que se le aplicó al supuesto delator el 22 y 23 de junio de 2016.

Tal como detalla este documento, al que The Clinic tuvo acceso, la diligencia fue solicitada por la Defensoría Penal Pública de La Araucanía y buscaba determinar la inteligencia, personalidad y posibles patologías mentales de José. “Y que una vez determinado lo anterior y considerando sus características personales, pronunciarse respecto a la posibilidad de firmar una declaración falsa por presión de funcionarios policiales”.

Tras dos jornadas de tres horas y media en la casa de los Peralino, en la que se aplicaron diversos test, pruebas, exámenes y entrevistas a José y sus hermanos, se pudo determinar que “las funciones cognitivas básicas” del sentenciado “se encuentran disminuidas para su edad”; que tiene “una madurez social equivalente a 12 años”; que “se constata un problema de coordinación auditiva visual en relación a vocabulario”, lo que “da cuenta de un déficit del lenguaje”; que también “muestra un déficit en la integración perceptiva visual y motriz”; y que en el test de Matrices Progresivas Raven “muestra resultados inferior al promedio equivalente a un CI 50-70”, por lo que “su capacidad actual para comprender, relacionar ideas, resolver problemas complejos y manejar contenidos abstractos, es menor a lo esperado para un adulto”.

En síntesis, el trabajo desarrollado por la egresada del Programa de Doctorado en Psicología de la Universidad de Chile, Patricia Condemarin Bustos, señala que Peralino “presenta una deficiencia mental que afecta su funcionamiento psicológico y su lenguaje, no pudiendo prestar testimonio con la estructura de lenguaje, redacción y vocabulario que se consigna en la declaración de octubre de 2015 y en la declaración de noviembre de 2013, siendo consistente la versión de haber sido presionado por personal policial para firmar esa declaración”.

Las confesiones de Peralino aumentaron las dudas en torno a la prueba estrella de Fiscalía, a tal punto, que la Segunda Sala de la Corte Suprema evalúa los alegatos por la nulidad del juicio a la fecha de publicación de este artículo.

Después de lo sostenido en la audiencia del 2016, José insistió en que los comisarios de la PDI nunca le dieron la opción de contactar a un abogado ni le aclararon si su testimonio sería tomado en calidad de imputado o testigo.

Esto, sumado a que sus palabras no fueron registradas audiovisualmente -sólo quedó un documento escrito por los testigos de oídas de ambas citas, los mismos comisarios que denunció Peralino-, fueron parte de los elementos que expuso el abogado de la Defensoría Penal Pública a cargo de la Unidad de Corte, Claudio Fierro, quien tomó su defensa ante los ministros del máximo tribunal.

En la instancia celebrada el pasado martes 21 de agosto, Fierro sostuvo que la sentencia del segundo juicio del caso Luchsinger Mackay estaba contaminada por la forma en que el Ministerio Público habría presionado al delator. “La verdad no puede ser obtenida a cualquier precio”, dijo en su intervención.

Junto a esto, indicó que era “sintomático” que José haya firmado un documento bajo la presión de autoridades y sin abogado defensor, mientras que en la primera ocasión que tuvo para contar su verdad ante un juez, lo hizo sin dudar.

El abogado, quien declinó realizar declaraciones hasta que la Corte se pronuncie respecto a la nulidad del fallo el próximo 12 de septiembre, también mencionó el informe que elaboró Amnistía Internacional, que profundiza en los testimonios brindados por Peralino y su incidencia en el desenlace de la investigación.

Titulado Pre-Juicios Injustos, Criminalización del Pueblo Mapuche a través de la Ley “Antiterrorista” en Chile, el documento entrega detalles decidores del proceso que vivió José antes de declarar, y explica cómo fue asociado al crimen del matrimonio latifundista, con base en la sentencia del juicio anterior, que absolvió a todos los imputados: “La Policía de Investigaciones, tras realizar escuchas telefónicas a raíz de una causa judicial diferente, dio con una ‘que correspondía a una persona llamada Yocelyn Llanca, quien tomó contacto con un sujeto llamado José Peralino Huinca, quien le señaló que esa noche iban a derribar una antena ubicada en el Cerro Rahue por orden de la machi Linconao porque le molestaba”.

La supuesta destrucción de la antena nunca ocurrió. Como explicaría Peralino en el juicio oral, se trató de una broma que hizo para “impresionar” a Yocelyn, su polola, a quien conoció mientras trabajó como temporero lejos de su comunidad.

Sin embargo, este hecho fue mencionado por los policías cuando José fue citado a declarar en noviembre del 2013. En esa ocasión, según consta en la querella que interpuso Peralino en contra de Leiro y Vilches por apremios ilegítimos, le hicieron escuchar la grabación de la llamada y le mostraron fotografías junto a su pareja en lugares públicos. Además lo habrían amenazado con que si no hablaba “ella iría a prisión”.

El informe de Amnistía Internacional también cuestiona las situaciones que vivió Peralino la segunda vez que pisó las dependencias de la PDI en Temuco: “En esta ocasión, su declaración fue prestada ante dos fiscales y un policía como testigo. De acuerdo con el testimonio del propio policía, los fiscales le pidieron que se retirara de la sala y hablaron a solas con Peralino Huinca por varios minutos. Sin embargo, no existe registro de esa conversación”.

Antes de reconocer su supuesta participación en el asalto al fundo de los Luchsinger Mackay, Peralino notó que los comisarios “estaban enojados”.

“Luego, los policías lo amenazaron, le dijeron que irían a buscar ‘a la rastra’, en referencia a la machi Francisca Linconao, y que irían a buscar a su pareja; lo amenazaron que si no declaraba, matarían a su familia”, continúa el informe.

Cuando recuerda este episodio José confiesa se sintió angustiado y atrapado.

-Firmé ese documento y después empecé a mirar para abajo. Pensé en tirarme, porque tenía altura. “Mejor me mato aquí y se termina toda la hueá. No sé qué están haciendo pero no me van a dejar tranquilo”, pensé. No sé de dónde saqué la fuerza y dije que no iba a ser esa cuestión, porque todo lo que van a hacer, un día va a salir a la verdad.

A ojos de Amnistía Internacional, estos antecedentes son suficientes para establecer que “no fue un juicio justo” el que condenó a Peralino, José Tralcal y Luis Tralcal. “Las condenas deben ser dejadas sin efecto”, dijo su directora ejecutiva Ana Piquer en una entrevista con este medio, publicada el pasado 14 de agosto. “Las personas deben tener la oportunidad de ir y demostrar su inocencia” en un proceso sujeto al debido proceso, concluyó.

Directora de Amnistía Internacional cuestiona fallo del caso Luchsinger Mackay: “No fue un juicio justo”

En la misma semana que la Corte Suprema declaró admisible el recurso de nulidad del caso Luchsinger Mackay, la entidad que promueve la defensa de los derechos humanos presentó un informe que analiza la aplicación de la Ley Antiterrorista en éste y otro proceso judicial emblemático del denominado “conflicto” mapuche: el caso Iglesias.

Fierro, además, mencionó las impresiones que contiene un informe elaborado por el Comité contra la Tortura de la ONU que aborda las “confesiones obtenidas mediante coacción”, en el que se refiere expresamente al caso del comunero: “Respecto de este tipo de situaciones, es motivo de especial preocupación el caso de José Peralino Huinca, condenado junto a otras dos personas, todos ellos miembros del pueblo mapuche, por la muerte en 2013 del matrimonio Luchsinger-Mackay y que habría denunciado haber sido sometido a torturas con el fin de obligarlo a confesar”.

Mientras espera el pronunciamiento de la Corte Suprema, José permanece en el predio cuidando a su papá.

Aunque no tiene certeza de lo que ocurra en materia judicial, dice que espera con ansias su libertad para volver a trabajar y para poder visitar a Yocelyn, con quien planea vivir en una casa que construirá con sus manos.

A casi cinco años de ser citado a declarar por primera vez, también dice que tiene mucha rabia y frustración acumulada.

-Se aprovecharon de que no tengo estudios e hicieron lo que quisieron conmigo. Me metieron en un problema muy grande-, recalca una y otra vez.

Ante estas palabras, Alejando mira atento y cuestiona la etiqueta pública con que quedó su hermano: “Aquí nos decían: ‘Pucha tu hermano fue recompensado’ ¡Qué recompensa! No nos dieron nada, la recompensa que nos dieron fue hacerle chantajes. Esa es la recompensa, ¡Presionarlo!”.

-Dicen recompensado y me estoy quedando sin zapatos, reafirma José.

Entre tanta amargura, el sentenciado piensa en su mamá. Para el mentado informe sicológico, Peralino dijo que si ella estuviera presente en su vida se sentiría más protegido.

“Yo sé que está bien donde está. Dicen que cuando uno sueña con un muerto es porque está vivo, de lo contrario no podría soñar”, dijo en esa ocasión.

El documento, finalmente, recoge su anhelo: “Sus sueños serían prueba de que su madre está viva en alguna parte y por lo tanto espera su regreso. Volver a verla pronto”.

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