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Mundo

1 de Octubre de 2018

Líder del 68 mexicano: El Estado debe pedir perdón por matanza estudiantil

"En Tlatelolco ocurre ciertamente una masacre. El Gobierno nos aplasta con las armas y de los 4.500 detenidos no hay uno solo que lleve una arma. Eso demuestra que somos un movimiento pacífico reprimido con violencia", sostiene un participante del movimiento.

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Cuando Félix Hernández Gamundi llegó a Ciudad de México, su sueño era graduarse en ingeniería y regresar a su pueblo natal. Pero participar en el movimiento estudiantil de 1968 le cambió la vida: presenció la matanza de Tlatelolco, fue torturado y se convirtió en preso político más de dos años.

“El 68 es un tremendo crimen de Estado que sigue impune. Estamos reclamando que se abran procesos penales contra los autores intelectuales y materiales de la represión”, explica Hernández en entrevista con Efe, tras sostener que “el Estado debe pedir perdón y hacer justicia”.

Durante el verano de 1968, este estudiante del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se había desempeñado como uno de los líderes del Consejo Nacional de Huelga, un organismo estudiantil que paralizó las universidades mexicanas para exigir la democratización de México y el fin de la represión contra movimientos sociales.

Pero durante la fatídica tarde del 2 de octubre de 1968, hace medio siglo, las balas del Ejército acabaron con esa movilización.

Decenas de estudiantes, según el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y centenares, según algunos testigos, fallecieron por la represión de un mitin en la plaza de las Tres Culturas del popular barrio de Tlatelolco.

Ese día, los miembros del Consejo tenían la consigna de no estar en la plaza. Por eso, Hernández subió a un departamento para escuchar el mitin, sin saber lo que se avecinaba.

“Estábamos seis o siete asomados por la ventana cuando vimos luces de bengala y escuchamos disparos”, recuerda con los ojos humedecidos.

Un grupo paramilitar del Gobierno, llamado Batallón Olimpia, comenzó a disparar contra la multitud desde el edificio donde estaba Hernández. Acto seguido, el Ejército “tomó la plaza” disparando con “armas de repetición”, recuerda.

“El Gobierno había preparado una operación que no podía fallar. Tres cercos del Ejército rodeaban la plaza. De allí no podía escapar nadie sin permiso de las Fuerzas Armadas”, subraya Hernández.

Fueron 40 minutos de angustia en los que se escuchaban “ráfagas y gritos” en la plaza. Los disparos llegaron a alcanzar la ventana del departamento donde él estaba, lo que obligó a los estudiantes a permanecer en el suelo durante horas.

“En Tlatelolco ocurre ciertamente una masacre. El Gobierno nos aplasta con las armas y de los 4.500 detenidos no hay uno solo que lleve una arma. Eso demuestra que somos un movimiento pacífico reprimido con violencia”, sostiene.

A medianoche, el Ejército irrumpió en la vivienda. Todos ellos fueron detenidos.

“Fuimos encarcelados de manera totalmente ilegal. Aprehendidos por un cuerpo militar que no está facultado para eso”, denuncia el represaliado, quien recuerda que la movilización era pacífica.

Hernández fue interrogado, presionado y torturado durante días. Le llegaron a decir que su madre y su hermana de seis años eran violadas en una sala contigua.

“El movimiento aconsejaba, en caso de ser detenidos, aguantar durante unos días los golpes y luego hablar y decir la verdad. Ese fue mi caso”, rememora con la voz quebrada.

Hernández fue acusado de una veintena de delitos, muchos de ellos políticos, y condenado a 17 años de cárcel, la mayor pena para los líderes estudiantiles.

Pero la presión por “el desprestigio internacional” del Gobierno mexicano llevó a la Fiscalía a liberarlos tras dos años y medio, aunque su sentencia “seguía viva”.

Como otros compañeros, nunca se acogió a amnistías que el Gobierno les ofreció porque “no éramos delincuentes”.

“Obviamente los 17 años ya pasaron, con lo cual yo supongo que ya estamos libres, ahora sí”, añade entre risas.

Desde la plataforma Comité 68, Hernández y otros compañeros llevan décadas luchando para la reparación del daño, la justicia y las disculpas del poder y así “romper el estado de impunidad”.

Señala que muchos de los militares que ejecutaron la matanza siguen vivos y exige que se reconozca que “hubo una práctica sistemática para obstaculizar el desarrollo de vida de todos nosotros”. Muchos jamás encontraron trabajo en sus sectores.

Hernández no pudo cumplir su plan de vida de regresar al oriental estado de Veracruz y trabajar en la industria petrolera. Pero con los años se abrió un hueco en el sector hídrico y siempre defendió el movimiento de 1968.

A los que consideran Tlatelolco como “la gran derrota del movimiento”, Hernández responde que el 2 de octubre fue “una derrota política del régimen que quedó desenmascarado como un régimen demagógico, autoritario y represivo”.

“Con el paso del tiempo se convirtió en una victoria política y el movimiento se convirtió en un referente ideológico y moral”, sostiene.

A Hernández se le escapa una cálida sonrisa cuando ve que las actuales manifestaciones estudiantiles mexicanas se reivindican como “nietos del 68”. “Eso es muy fuerte”, concluye orgulloso.

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