Opinión
4 de Octubre de 2018Columna de Eugenio Tironi: ¿Y si hubiese ganado el SÍ?
De haber triunfado el SÍ el destino de Chile habría sido enteramente diferente al que conocemos. La década de los 90 del pasado siglo —y seguramente un tiempo aún más prolongado— la habríamos consumido en un conflicto cada vez más violento entre dos polos: el partidario de mantener la institucionalidad de la dictadura y el tipo de capitalismo surgido de ella, quizás con tenues reformas, y el polo favorable a echar abajo a ambos para volver a la situación de 1973 y a partir de ahí avanzar al socialismo. Este conflicto habría tenido altos costos en vidas humanas, generando una situación de inestabilidad incompatible con el crecimiento económico y con políticas públicas que mejoren la vida de la población.
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Con ocasión de los 30 años del plebiscito fui invitado a una universidad en los EE.UU. a participar una conferencia cuyo propósito era especular acerca de lo que habría ocurrido si hubiese triunfado el SÍ —lo que llaman un ejercicio contra-factual (“what-if”)—. Algo escribí hace unos días en una columna de El Mercurio, pero aquí lo pretendo desarrollar.
No estuvo demasiado lejos. De hecho todas las encuestas de las que disponía el régimen lo daban por ganador hasta un par de meses antes del 5 de octubre de 1988. La displicencia con la que el gobierno encaró la Franja de propaganda televisiva se explica por esto: porque estaba seguro de ganar, confiado en los frutos de la publicidad que había venido haciendo a destajo en los meses previos y en la doctrina de Jaime Guzmán y los Chicago Boys, según la cual la gente votaría según el índice de crecimiento económico, que en esos años por fin era alto.
Un triunfo cuestionado
El triunfo de SÍ habría significado que la Constitución de 1980 se habría implementado sin cambios. Pinochet habría continuado como Presidente de la República por ocho años, hasta 1997. Se habría mantenido el Consejo de Seguridad Nacional con predominancia militar, convirtiéndolo potencialmente en una especie de super-poder. El PC y el PS habrían quedado fuera de la ley. Las fuerzas favorables al SÍ hubiesen ganado, seguro, las elecciones parlamentarias. Sumados los senadores designados, esto le habría dado a Pinochet el control total del Congreso. En los municipios se habrían mantenido los alcaldes-designados. Los presos políticos hubieran continuado en la cárcel, y lo más probable es que su número se hubieran incrementado. La ley de amnistía se habría mantenido y probablemente ampliado para delitos posteriores a 1978, y el poder judicial habría continuado renuente a investigar la violaciones a los derechos humanos.
Con todo lo importante que es el listado anterior, creo que no está ahí lo más relevante. De haber ganado el SÍ lo más probable es que ese resultado hubiese sido cuestionado tanto por la oposición interna como por los gobiernos y la opinión pública extranjera. Con alta probabilidad las fuerzas partidarias del NO habrían llamado a una movilización para denunciar el fraude. Esto habría creado una situación de extrema tensión. El régimen habría estado obligado a usar la represión para contener las protestas y mantener el control del orden público. Esto habría desbaratado los esfuerzos por presentar a Pinochet como un gobernante democrático “normal”, y hecho trizas la ilusión de algunos de sus partidarios en orden a iniciar su nuevo mandato con una apertura política.
La posición del Partido Comunista (PC), que había dijo renuente a participar en el plebiscito justamente por el riesgo de fraude, habría parecido justificada. Lo mismo su tesis de abandonar cualquier expectativa de negociación con la dictadura en pos de una transición pacífica y gradual. La perspectiva insurreccional, que implicaba usar
todas las formas de lucha, incluyendo la violencia apoyada por grupos militares propios, que parecía desbaratada por los acontecimientos del año 1986 (el descubrimiento de las armas en Carrizal Bajo y el fracasado intento de matar a Pinochet),se habría presentado como la única estrategia viable. En ese contexto de polarización es muy
probable que los dirigentes de oposición que habían encabezado el NO hubiesen sido sustituidos por los defensores de una línea más dura e intransigente.
La polarización
Si hubiera ganado el SÍ, y al menos en el lapso que debía culminar en 1997, ¿se habría impuesto el itinerario del régimen, aún al precio de una severa represión, o se hubiesen reunido las condiciones para lo que quería el PC: una sublevación nacional con perspectiva insurreccional, lo que hubiera permitido una ruptura revolucionaria destina
a terminar a la vez con Pinochet y el capitalismo, en lugar de la transición pactada —la “operación transformista”, como la bautizara Tomás Moulian)— que tuvimos como consecuencia del triunfo del NO?
Si se trata de apostar me la jugaría por la primera opción: vale decir, el triunfo del SÍ, en lugar de precipitar una sublevación nacional, lo que habría provocado es la apertura de un sórdido período de polarización, desorden y violencia. Con el sentimiento de disponer de un respaldo popular que hoy suena envidiable, con una economía en alza, con un camino institucional delineado, con la demanda de autoridad ante el estallido de protestas y actos de violencia, Pinochet habría tenido el camino pavimentado. Las cosas para el régimen se le habrían hecho aún más fáciles por las diferencias que habrían estallado en el seno de la oposición, cuyo control habría pasado a los sectores duros partidarios de una salida rupturista bajo hegemonía PC.
Si hubiese ganado el SÍ la oposición que se había logrado articular alrededor del NO se habría desvanecido. El Partido Socialista —o al menos sectores importantes de éste— se habrían sentido atraídos por el llamado del PC a restituir la “unidad de la izquierda”, aún si ello hubiese significado dejar de lado la alianza con la DC forjada en los años ochenta. El hecho de estar excluidos de la institucionalidad los habría empujado a ello.
Eso por el lado de los partidos. En cuanto a la ciudadanía, los sectores de centro, que habían votado por el NO, se habrían ido plegando gradualmente al régimen movidos por el temor a la violencia, tal como sucedió a mediados de los años ochenta a raíz de la radicalización de las protestas.
Así entonces, de haber ganado el SÍ no se habría negociado y aprobado la reforma constitucional de 1989, respaldada por un plebiscito que tuvo una participación récord a pesar del llamado a la abstención por parte del PC. En adición a Pinochet, el Consejo de Seguridad Nacional, los senadores y alcaldes designados y la exclusión del PC y el PS, se habría mantenido la autonomía de los militares respecto al poder democrático.
La ley de amnistía se habría aplicado íntegramente, y no habría tenido lugar la renovación de la judicatura y de sus doctrinas sobre derechos humanos, lo que permitió el encarcelamiento de Manuel Contreras y el procesamiento de Augusto Pinochet después de haber estado detenido en Londres.
De haber ganado el sí, en suma, no estaríamos discutiendo sobre el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, sino sobre el Valle de los Caídos. En el plano económico, con el triunfo del SÍ es probable que no se hubiese producido el flujo de inversión extranjera que tuvo lugar en los años noventa, ni los tratados de libre comercio, con lo cual el crecimiento del país habría sido menor. En el plano social no se habrían logrado los éxitos alcanzados en la lucha contra la pobreza gracias a la reforma tributaria de Aylwin, ni devuelto derechos a los trabajadores sindicalizados, ni creado las vastas redes de protección que hoy existen para los chilenos más vulnerables.
Otro Chile
De haber triunfado el SÍ el destino de Chile habría sido enteramente diferente al que conocemos. La década de los 90 del pasado siglo —y seguramente un tiempo aún más prolongado— la habríamos consumido en un conflicto cada vez más violento entre dos polos: el partidario de mantener la institucionalidad de la dictadura y el tipo de
capitalismo surgido de ella, quizás con tenues reformas, y el polo favorable a echar abajo a ambos para volver a la situación de 1973 y a partir de ahí avanzar al socialismo. Este conflicto habría tenido altos costos en vidas humanas, generando una situación de inestabilidad incompatible con el crecimiento económico y con políticas
públicas que mejoren la vida de la población.
Ahora bien, después de haber ganado con el Sí en 1988, ¿qué habría pasado con la sucesión de Pinochet en 1997? Lo más probable es que se habría decidido entre una izquierda liderada por el PC, movilizada contra el “capitalismo pinochetista”, y una coalición de centro-derecha, que habría integrado a parte de las fuerzas que en 1988
estuvieron por el NO, favorable a una transición democrática con cuentagotas y reformas muy moderadas al sistema económico. En esta encrucijada hubiese ganado la segunda opción.
En otras palabras de haber ganado el SÍ no habríamos conocido la experiencia de la Concertación por la Democracia, basada en el entendimiento estratégico de dos fuerzas políticas que estuvieron en bandos opuestos en la crisis de 1973, la DC y el PS.
En los 30 años que nos separan de la derrota del SÍ Chile ha experimentado un proceso gradual —exasperantemente gradual, mirado con los ojos de hoy— que significó, entre muchas otras cosas, terminar con los presos políticos, eliminar exclusiones, desequilibrios y restricciones en la vida democrática, imponer la verdad en materia de derechos humanos, establecer la total subordinación militar al poder civil, estimular la acción de la justicia. En paralelo, el proceso abierto con la derrota del SÍ ha permitido un crecimiento económico relativamente sostenido, un exitoso combate a la pobreza, una ampliación extraordinaria del acceso a la educación, un reforzamiento del rol del Estado. Sobre esta base es posible encarar los desafíos propios de este siglo, entre los que cabe mencionar la desigualdad y exclusión en todas sus formas, la participación de los pueblos originarios en la definición de la identidad y el destino de la nación, la estabilización de un desarrollo económico sostenible, la protección del
medio-ambiente y la remediación de los daños causados, la transición hacia una sociedad multi-cultural, y la promoción de la seguridad en sus múltiples aspectos.
Pronunciamiento pendiente
En los últimos días se ha producido un debate en el seno de las fuerzas que estuvieron contra Pinochet acerca de lo que efectivamente se recuerda en el aniversario del plebiscito. Quizás la discusión se encauce mejor si todos convienen que lo que se recuerda es la derrota del SÍ.
Ya sabemos lo que sucedió después de la victoria del NO, y frente a ello —como sucede en toda democracia— hay los más diversos juicios y opiniones. Lo que no sabemos es lo que hubiera ocurrido si el triunfador hubiese sido el SÍ. Éste es el vacío que he buscado llenar mediante este ejercicio, y la conclusión es clarísima: si hubiese ganado el SÍ se habrían acentuado la polarización y el conflicto, y Chile no habría conseguido los logros que le permiten hoy ser parte del club de la OECD y tener una agenda cada vez más próxima a la de un país desarrollado.
Cuarenta y tres por ciento. 3.111.875 votos. Esto fue lo que obtuvo el SÍ. Sus votantes están aquí, con nosotros. También muchos de sus líderes, que ocupan hasta hoy importantes posiciones en la vida civil. Algunos han señalado públicamente que con la información que hoy tienen hubiesen votado por el NO. Otros dicen privadamente que
se arrepienten de su ceguera, o de no haberse revelado a los dictados de Pinochet. Están también los que se declaran felices por haber sido derrotados.
Cuando se observa el interés que ha despertado, incluso en los jóvenes, el recuerdo de los 30 años del plebiscito, uno se queda con la impresión que ese tipo de explicaciones no están a la altura del significado histórico de este evento. Nadie que haya votado por el SÍ ha llegado hasta la fecha a la Presidencia de la República, y esto no es accidental. Se requiere un pronunciamiento macizo, sin dobleces. En esto no hay que equivocarse: cuanto más pasa el tiempo, mayor será la exigencia.