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Mundo

4 de Diciembre de 2018

Así son los “chalecos amarillos”, la revuelta que cerca a Macron

Desde el pasado 17 de noviembre, cuando se convocó la primera gran protesta nacional en las redes sociales, decenas de "chalecos amarillos" -llamados así por las prendas reflectantes obligatorias para los conductores- están apostados en las rotondas del municipio. Comenzaron por su oposición a un aumento de los impuestos sobre el carburante, pero sus demandas son ahora más vastas: subida del salario mínimo, de las pensiones más bajas e incluso un cambio de régimen para funcionar con consultas populares, a la imagen de Suiza.

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Hay jubilados, artesanos, obreros, pequeñas empresarias y cuidadoras. Y todos de un mismo origen, la Francia rural y profunda, donde nació el movimiento contestatario de los “chalecos amarillos” que ha puesto en jaque al Gobierno francés.

Se llaman Michel, Marine, Dominic, Arnald o Marie. Tienen reivindicaciones dispares, pero les unen tres cosas: creen que pagan demasiados impuestos, sienten que su empobrecimiento es galopante y apuntan a un mismo culpable por sus males, el presidente Emmanuel Macron.

“Me gustaría verles a él y a (el primer ministro, Édouard) Philippe viviendo con 1.100 euros al mes (salario mínimo neto)”, dice a EFE Michel Arnald, un camionero especialmente activo en los “chalecos amarillos” de Le Puy en Velay, capital de un departamento anclado en el centro de Francia, junto al Macizo Central.

Como Arnald -uno de los pocos manifestantes que accede a dar su nombre y apellido-, miles de habitantes de esta pintoresca y plácida localidad de unos 20.000 habitantes apoyan activamente la causa, a pesar del grave incendio que se declaró el pasado sábado en la Prefectura (delegación del Gobierno) durante una manifestación.

“Estamos reflexionando sobre la manera de seguir con la lucha, porque lo que pasó el otro día ha ensuciado el movimiento”, lamentó el camionero, padre de cinco hijos.

Desde el pasado 17 de noviembre, cuando se convocó la primera gran protesta nacional en las redes sociales, decenas de “chalecos amarillos” -llamados así por las prendas reflectantes obligatorias para los conductores- están apostados en las rotondas del municipio.

Comenzaron por su oposición a un aumento de los impuestos sobre el carburante, pero sus demandas son ahora más vastas: subida del salario mínimo, de las pensiones más bajas e incluso un cambio de régimen para funcionar con consultas populares, a la imagen de Suiza.

“Nadie nos moverá de aquí. Esto será más fuerte que Mayo del 68”, asegura a EFE Dominic, un jubilado de 61 años en la rotonda de Feangas, en un estratégico cruce de caminos a una decena de kilómetros de Le Puy en Velay. Alrededor de un fuego improvisado, allí se manifiestan pacíficamente por turnos, ya llueva o se haga de noche.

Las medidas anunciadas hoy por el Gobierno, entre ellas una moratoria del alza del impuestos de los carburantes, no frenará las protestas de los “chalecos amarillos” de la zona, aseveran.

“Nos oyen, pero no nos escuchan. Esa moratoria anunciada es una broma. Creen que desinflarán el movimiento, pero no. Lo vamos a endurecer”, amenaza Dominic, padre de dos hijas y con una pensión de unos 1.600 euros después de haber cotizado durante 42 años.

En esta rotonda, los manifestantes dejan pasar sin problemas a los vehículos, cuyos conductores muestran su solidaridad tocando el claxon. Allí se agrupan participantes de todas las edades y de diferentes profesiones. No hay líderes, ni portavoces.

Micael, de 30 años y trabajador del yeso, critica el impuesto al carburante para financiar la transición ecológica, el que desató las protestas: “No entiendo por qué nos hacen pagar a nosotros, a las clases medias. Los aviones y los barcos contaminan más”.

Sienten que Macron los ataca con sus medidas para desincentivar el uso del vehículo. Los habitantes de Le Puy en Velay lo usan para todo en una zona en la que el transporte público es simbólico.

“Tengo que salir de casa a las 4.30 horas de la mañana. Hago 22 kilómetros hasta el hospital. Mi único recurso es el coche”, explicó Marie, una mujer de unos 50 años que trabaja como cuidadora. Para muchos, el aumento de esas tasas supone un coste adicional de cientos de euros al año.

El hartazgo contra la elite y económica es palpable. Muchos han votado, aunque otros tantos se han abstenido de forma recurrente. Todos ellos se niegan a ser catalogados como de izquierda o de derechas y coinciden en denunciar a los partidos que quieren apropiarse del movimiento.

En el centro de la localidad, Marine, de 28 años y soltera, viste orgullosa un chaleco amarillo, hoy símbolo de una lucha social.

No tuvo la oportunidad de estudiar y trabaja desde los 16 años. Desde empleada de limpieza hasta camarera, ha hecho de todo y siempre por el salario mínimo.

“Ahora estoy desde hace dos meses en el paro. Hay ofertas, pero ninguna te da estabilidad. No tenemos problemas por trabajar horas, pero queremos que el salario nos llegue para acabar el mes”, protesta.

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