Opinión
14 de Febrero de 2019Columna de Camila Gutiérrez: Tengo depresión, jaja
Existe una idea generalizada de que en Internet los humanos muestran lo mejor de ellos mismos: comida rica, vacaciones increíbles, momentos de pareja felices, etc. Pero después de suficientes años de Internet, sabemos que nadie está tan alegre. Sabemos que querer subir algo que fotografía bien puede tener que ver con estar pasándola mal. Y vamos aún más lejos. Las nuevas narrativas virtuales reivindican el sufrimiento.
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Hace dos años anduve con un tipo de Martinique con el que sólo nos podíamos entender en inglés. Los dos lo hablábamos muy mal, yo peor. Una noche, después de habernos reconciliado de una pelea con mucha pirotecnia en un restorán, tuve ganas de hacer algo pésimo incluso en el dominio más precioso de cualquier idioma. Explicarle un meme. Un meme de la prehistoria de los memes. En realidad no era una explicación –imposible, como en todo meme, encontrar el origen- sino una descripción. Una llama dice Ola Ke Ase. Y eso es chistoso por su arbitrariedad. Sobre todo en el video en que la llama mueve su cabeza de un lado a otro diciendo ¿se está riendo o ke ase? Yo no sé decir arbitrariedad en inglés. Estaba tan concentrada en pensar una palabra de reemplazo que me salté un escalón, me doblé el pie, me caí. Fue suficientemente doloroso como para que no me importara perder dignidad. Estuve unos días en cama, nunca fui al doctor, todavía hay veces que me duele.
En los días de cama, una buena amiga me dijo:
—El Dios Meme te castigó porque los memes no son traducibles—.
Voy a agregar: tampoco deben ser narrados. Pero desatenderé mi propia lección porque no me queda otra. Hay un meme que me gusta mucho. Einstein está sobre una roca, en la playa, con traje de baño y polera. Pero no desprende playerismo. Se ve incómodo, en una posición torpe. El texto del meme es “Sácame una foto así, como que todo me es relativo”. Lo hermoso es que se ve que nada le es relativo y, si no me equivoco, es un precursor en el género de memes del sufrimiento. Más preciso: memes que se ríen de los intentos de ocultar el sufrimiento.
Sé que este es un especial de amor, ya voy.
Existe una idea generalizada de que en Internet los humanos muestran lo mejor de ellos mismos: comida rica, vacaciones increíbles, momentos de pareja felices, etc. Pero después de suficientes años de Internet, sabemos que nadie está tan alegre. Sabemos que querer subir algo que fotografía bien puede tener que ver con estar pasándola mal. Y vamos aún más lejos. Las nuevas narrativas virtuales reivindican el sufrimiento. Ayer vi que alguien feisbuqueaba las distinciones de humor según generación. Copio-pego:
humor generación/posdictadura: jaja el negro de whatsap jaja pene
humor millennial/postransición: tengo depresión jaja alguien más quiero morir?
No quiero hacer sociología chanta pero igual sí. Creo que la exhibición-risa en torno a la tristeza es el relato necesario luego de tanta angustia por no ser feliz como se supone. En abrazar la tristeza puede haber una desactivación de ella, al menos por un ratito. Y lo mismo pasa con la experiencia amorosa. Supongo que no hemos llegado al momento maravilloso en que alguien suba una selfie diciendo “Aki iop divorciándome” pero sí hemos llegado al momento en que los memes que producen identificación no son los que tienen que ver con los triunfadores del amor sino con los que sienten que arriesgan demasiado, que dijeron mucho, que mostraron la hilacha, que están ansiosos por no saber cuál es la medida exacta de tiempo para responder un whatsapp, que fingen –a lo Einstein- estar playeros cuando se están destruyendo por dentro. Es tiempo de perder, en Internet. Y eso tal vez sea saludable. Sobrevivir la derrota a través de su exhibición. Pero tal vez tenga su lado menos saludable. Aquí dejo la sociología chanta y paso a hablar de mí. Detecto un riesgo, no sé si a alguien más le pase. Vuelvo al tipo de Martinique, que es una historia eterna de contar, pero seré breve: varios motivos me hacían pensar que estar con él no era tan buena idea (y no lo fue) así que una amiga me preguntó ¿Y si todo sale mal, qué vai a hacer?
Me reí y respondí:
—Lo escribo, po—.
Comulgo –y no- con mi frase de esos días. Me hace bien pensar que todo es salvable por un meme, por un texto, por el relato que sea. Pero a veces sé que voy a buscar la peor de mis posibilidades para después tener algo que contar. Me imagino, bien satisfecha, mirando esos recuerdos de Facebook como una seguidilla de fotos de Lo Horrible. Supongo que es bastante mejor que el ideal de felicidad perfecta pero me gustaría –y me pregunto si hablo en nombre de alguien más- saber equilibrarme mejor entre la honestidad y la destrucción.
Pd: Feliz 14/F.