Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

4 de Marzo de 2019

Pena, lujo y calle: El último escenario del “Cangri”

El director de arte y a veces fotógrafo de The Clinic, asistió a la despedida final del Sebastián "El Cangri" Leiva. Allí fue testigo del llanto, el morbo y el reggaetón que llenó de ruido el cementerio Parque Sacramental de San Bernardo, pero en el camino se tropezó con su propia historia. Para él, las imágenes no fueron suficientes y decidió contar en esta crónica lo vivido: Éste es el resultado.

Por

He visto partir a varios seres queridos, pero nunca había estado en un velorio ni en un funeral como este. Mi hermano falleció hace ya unos años en un accidente de tránsito. Yo estaba en Coronel, Octava Región, cuando me avisaron. Decidí no viajar para la ceremonia porque en ese momento creí que era lo correcto. Mi madre me contó que sus amigos, para despedirlo, pusieron música todo el camino, desde la casa de mi tía -lugar donde lo velaron- hasta el cementerio. Una de las canciones que más sonaba era El Malo, de Romeo Santos. Los amigos de mi hermano aseguraron que le encantaba.

En la comuna de El Bosque, ciudad de Santiago, no pararon de sonar los parlantes este fin de semana en la calle Las Perlas. La diferencia entre el velorio de mi hermano y el que asistí el pasado fin de semana, fue que quien cantaba era a quién despedían.

X100PRE

Se informó a los medios que el cuerpo de Sebastián Leiva, conocido como el Cangri, llegaría a la capital durante la mañana del viernes. Por la tarde comenzaron a aparecer los primeros carteles que decían X100PRE. A esa misma hora, a 121 km de la Quinta Vergara, cantaba Bad Bunny en el Festival de Viña. Mientras tanto en Santiago la gente de El Bosque no se preparaba para ver al cantante puertorriqueño de moda, sino que despedían a un ídolo del barrio, un hombre más bien alejado de los escenarios pero cercano a su gente.

El muerto era querido en la población de su abuela, en La Bandera. La caravana que seguía a la carroza fúnebre, llegó hasta la iglesia evangélica Asamblea de Dios Aposento Santo en la comuna de El Bosque. La cuadra estaba cerrada por un retén móvil de Carabineros, motos y personal del GOPE.

No había un código de vestir. Andaban todos bien pinteados y con cadenas de dudoso oro.

A unos 50 metros de la Iglesia había una casa que sacó los parlantes pa la calle y con el volumen alto se escuchaba Andamos de pana. La gente se detiene y canta el reggaeton interpretado por el Cangri. Nadie bailó esa tarde.

Entre quienes cargan el ataúd estaba Nicolás, hermano menor del Cangri, quien no tuvo más remedio que volverse parte de la multitud por unos minutos y de paso, darle a su hermano unos minutos de vida en las voces de toda la gente que lo coreaba.

El ingreso del ataúd al templo fue tortuoso. La gente se arrebató contra la reja: gritos, llantos de niños y hasta pifias se oyeron. Sólo pueden entrar las personas cercanas a Leiva al lugar, que además estaba lleno hasta el segundo piso, desde donde colgaban pendones con fotografías de él.

Maickol González, más conocido como el Dash, estaba dentro de la iglesia, callado y alejado de los medios. Con un jockey y en ocasiones, con un polerón plagado de dólares, cubría su rostro de la prensa.

El silencio era inquietante y mientras la prensa tomaba palco en las inmediaciones del lugar, de a poco un llanto quebraba ese silencio. Nicolás, lloraba desconsolado. En ese momento recordé el consejo de mi psicólogo, el día de mi licenciatura de cuarto medio -a la cual no asistí-, donde me aseguraba que era necesario cerrar los ciclos, y que debí haber ido a la ceremonia de mi hermano y cerrar esa etapa.

Familiares y amigos se acercaban lentamente al cajón.

Araceli Díaz, pareja de Sebastián, se acercó al féretro y lo abrazó lentamente. Vi cómo la madera fría no entregó ninguna respuesta, estoica frente al sufrimiento ajeno. Nunca notó que Araceli cargaba dentro de su vientre a la hija del Cangri. Acto seguido, ella fue consolada por Nicolás, quien aún cargaba sus lágrimas.

A lo lejos pude divisar cómo los amigos de Leiva se reunían en un abrazo, vistiendo poleras con fotos de él y frases de conmemoración. Nunca lloré la muerte de mi hermano, sólo sentí el abrazo frío de mi madre cuando me contó que mi hermano había fallecido a las 4 am, de manera instantánea al salir eyectado del vehículo que manejaba. Me sentí como acero en el más frío invierno.

LAS PUERTAS DEL CIELO

Luego de unos minutos se llevó a cabo la ceremonia, con palabras de agradecimiento de la mamá del Cangri, de un pastor, y de fondo el coro de la Iglesia. Al interior había desolación y afuera la gente aún seguía esperando y cantando las canciones de quien estaba siendo velado. Niños y señoras apretadas contra las rejas, gritaban “hay personas embarazadas acá adelante, no empujen”.

Acomodaron el ataúd para poder dejar transitar y abrieron las puertas para que la multitud le diera el último adiós. Pasaban de diez en diez y con golpes forzaron la puerta, la cual tuvieron que contener muchas veces y hasta ponerse choros con la seguridad de la Iglesia, para que unos pudieran salir.

Vi más teléfonos que asistentes: transmisiones en vivo, fotografías y videos con los que la hiperconexión se hizo presente. La prensa también realizó su trabajo con despachos en directos a la sala de prensa y el click de las cámaras a las caras que se mezclaban con los llantos.

Salir de la iglesia fue un caos. Seguí a Dash con el fin de obtener una foto de él. Tomé la cámara y tras dos fotos no obtuve respuesta. Tras unos segundos, él giró su cabeza y me observa, con una mirada intimidante. Ahí noté que debía partir. Al salir no temía por mí, sino por la cámara, por los golpes que podía sufrir entre la multitud. Era el último de la fila para salir, y como era de esperar dada mi torpeza, la desesperación vivida por los asistentes y sus ansias de entrar hicieron que me quedara adentro, mientras dos personas cerraron la puerta violentamente. Luego, ellos tomaron el control del acceso a la iglesia. Cordialmente y alejados de cualquier palabra soez, me ayudaron a salir y nuevamente era el último de la fila, ayudé a una señora que iba con su hijo en brazos. Mientras intentaban cerrar la puerta y una voz aguda gritaba a lo lejos “salgan cochinos conchetumareees”.

LA DESPEDIDA

Siempre tarde. Me levanto, ducho y le doy comida a mi compañero de habitación, Toffy, un perro de diez meses de vida, alrededor de 29 dientes, tres patas y nueve kilos de puro amor y maldah’. Pido el vehículo y parto.

“Juan Marcelo Salinas Correa, ese es mi nombre, no Juan Salinas, ni otra hueá”, me dijo al momento de saludarlo, dejando en claro su personalidad y como si supiera que aparecería en este escrito. El seria mi conductor de todo el día. Me conversó durante los 34 minutos que duró el viaje a San Bernardo, me preguntó dónde íbamos, le dije riéndome un poco -no de la desgracia ajena, por supuesto- al funeral del Cangri, guardó silencio un par de segundo y lentamente soltó “en nada bueno debió andar ese cabro”. Le comenté que luego debía ir desde el funeral a Conchalí, otras fotos me esperaban por allá, me dijo que me esperaba para hacerme la carrera a las tierras de René de la Vega.

Llegamos a una dirección en medio de San BK, no era la del Cementerio Sacramental, el mapa había fallado. Con total normalidad Salinas Correa baja el vidrio y pregunta por la dirección a unos transeúntes, los cuales le indican que debe seguir derecho. Avanzamos aproximadamente un kilómetro y a lo lejos, escuchamos bocinazos y vemos en una calle perpendicular, una caravana, niños colgando de las puertas de los diversos vehículos. Juan Salinas me comenta en ese momento que fue conductor de prensa del Canal 7 en los noventa y que le metía chala. Aceleró y tocando la bocina, nos dieron espacio los demás vehículos, éramos unos más de la caravana. “Salga por la ventana nomá y tome fotos”. Saqué mi cámara y apunté a una camioneta cargada de flores, niños y celulares. Lo primero que escuché es “andai puro grabando, puro grabando”. Niñas saludaban a mi cámara en un taco enorme presidido por la carroza fúnebre. Tras ella los familiares en un vehículo que no era cualquiera: una limusina negra, que resplandecía de ostentación.

Llegar fue complicado, estar dentro del cementerio también. Es difícil tomar fotos en un funeral. Me alejé del lugar de entierro, buscando personajes y dónde comer algo. Tarde y llorando llegó el Fans Club oficial de Cangri y Dash.

De vuelta en el lugar de entierro y entre medio del silencio de los asistentes, los funcionarios del cementerio comenzaron a bajar el ataúd a la fosa. Me acerco e insolentemente levanto la cámara, y escucho “fotos no por favor”. Acto seguido, sale un joven sin mirarme y manteniendo su mirada hacia delante me dice “ya te dijeron ya, po weón, fotos no po, si la weá no es ná un concierto”.

Famosillos

Minutos antes de que terminara la ceremonia, me fui a comprar algo para tomar desayuno. Mientras descansaba, Perla, amiga del Cangri y protagonista del docurreality que los hizo famosos, llegaba de la mano junto a su esposo. Delante de ella, el estacionador de autos va diciendo “haganle un ladito a mi perlita”, mientras les abría paso entre la gente. Asediada por las cámaras de los asistentes al lugar, camina rápido, fueron cortos los minutos que estuvo en el lugar. Su cara solo transportaba tristeza. Cual estrella de reggaetón, le costó subir a su vehículo debido a las cámaras que estaban casi encima de ella. Pareciera que el reality aún se rodaba.

Entre fuegos artificiales y globos fue despedido el Cangri. El olor a la pólvora quemada era opacado por el de la marihuana, que estuvo presente en todo el transcurso de la ceremonia.

Dash se retira con unas gafas tornasol, con su pelo parado y teñido. Niños, niñas, señoras y jóvenes querían tener una foto de él. Noté enseguida que me identificó, no me habló, pero mantuvo su cabeza hacia mí por todo el camino, mientras lo abrazaban y le decían que subiera al vehículo. Mi cámara no paró de tomar fotos. Subió sin dar declaraciones y se fue.

Tiempo después del accidente de mi hermano, lo recordaba y me culpaba por no haberme despedido. Al verano siguiente viajé a Rancagua y visité el lugar donde falleció. La animita que estaba en la carretera carecía de velas y unas flores plásticas y otras secas adornaban la gruta que contenía una foto algo quemada por el sol y rayados de sus amigos temporeros en las espaldas del monumento. Mi cara no se inmutó. Estaba solo en medio de la carretera, eran los minutos que necesitaba. Escasos vehículos pasaron y los 30 y tantos grados de aquel día quemaban mi espalda. No prendí ninguna vela, no agregue ninguna flor, solo me dediqué a observar. Justo detrás, se ubicaba el parque del recuerdo (que bonito nombre para un lugar de entierro) donde estaba sepultado mi hermano. También lo visité y tuve la misma sensación.

En el Cementerio la ceremonia ya había terminado, pero quedaban tres grupos: uno en el lugar de sepulcro, otro de la familia y uno muy particular, donde había pseudofamosos. Junto a ellos, la infaltable foto con fans. Algunos vestían poleras con diversos mensajes “Cangri The Real Rockstar” y “Cangri por siempre”. Chocolate Blanco, cantante que sale en el remix de Andamos de Pana, accedió a que le tomara una foto. Cercano y siempre atento a cualquier pedido de sus fans. Shelo Aloloko, conocido por sus virales, también se hizo presente: cabellera con visos y lentes claros. Él fue, quizás, quien más fotos dio a los asistentes.

Matias Opazo, histórico amigo de Sebastian y que además participó en la serie, abandonaba el lugar empapado en lágrimas, siempre acompañado de su polola Roxana Hernández, quien también participó del reality. Mientras se iban, la multitud los retuvo, se pudo escuchar más de un “es tan lindo” haciendo referencia a Matías, mientras las transmisiones en vivo corrían y se tomaban fotos.

Hacia el final pude ver a Rigeo, cantante olvidado de música urbana, se acercó al lugar de entierro, ya tapado por las flores y se sentó en el suelo frente a los arreglos florales que cubrían la fosa. Tomó su teléfono, lo miró un par de segundos, lo guardó, tragó saliva y se quedó mirando las flores. Luego de unos minutos se paró, y caminó hacia atrás del toldo donde habían amigos de él. Tomó un sorbo de cerveza que estaban compartiendo en honor al Cangri. Le pidieron fotos, accedió. Una joven se acerca y le regala una botella de agua, la acepta con una gran sonrisa y le da un abrazo.

Caminé alrededor de la gente, llegué donde la familia, no quise tomar ninguna foto. La madre de Sebastián no estaba y el hermano, Nicolás, se llenaba de abrazos. Por otro lado, un pequeño grupo del Fans Club, conversaba con la madre de Leiva, me acerqué y me quedé escuchando la conversación. Ella comenta que le duele venir, y que metros más allá, indicando hacia su espalda, está sepultado el padre del Cangri. Luego mira a las fans y les dice “yo sé que ustedes van a venir a dejarle una rosita, porque ya me dijeron, sino son todas unas mentirosas”, soltando una pequeña sonrisa. Me miró, quizás me identificó del velorio y les dice a las mujeres presentes “a este hay que pegarle”, riendo un poco, mientras le tomaba una foto al ramo de flores que cargaba en sus manos una de las niñas.

Salí del cementerio y me encontré de golpe con Juan Marcelo, el conductor que me trajo. Me compré un mote con huesillo y él me dijo “¿nos vamos a Conchalí?”, a lo que asentí con el vaso aun en mi boca. Pedí el vehículo por la aplicación, él tomó mi carrera enseguida y nos fuimos.

Mira aquí el registro de la ceremonia:

Notas relacionadas