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Opinión

12 de Abril de 2019

Columna de Sergio España: Dolor, rigor, respeto

"Nos vamos acostumbrando con mucha facilidad a la idea de que una tesis vale simplemente por su novedad y no porque por la conexión con la realidad. Columnas en los los diarios, ensayos, libros son en ocasiones vehículos que sirven para validan tesis que son provocadoras, solo por serlo, sin cuestionarnos mayormente si ellas están debidamente fundamentadas", dice Sergio España en esta columna.

Sergio España Ramirez
Sergio España Ramirez
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LAS RAMAS DEL DOLOR

Chile tiene varios dolores. Algunos más visibles, otros subterráneos, otros que intencionadamente tratamos de olvidar. En cada uno de ellos hay hebras y ramificaciones que hacen extensivos esos dolores hacia muchas personas. Una suerte de neuralgias de difícil diagnóstico y peor tratamiento.

El dolor del femicidio: la tasa de estos delitos consumados alcanzó al 0,48 y 0,47 en los dos últimos años en nuestro país. Solo en lo que va corrido de este año se contabilizan 26 femicidios frustrados y 11 consumados. El dolor del suicidio, la más extrema de las decisiones que puede un ser humano tomar. La mayor tasa se ubica entre las personas mayores de 80 años: de 2010 a 2015 un total de 935 mayores de 70 años se suicidó (Estadísticas Vitales 2015, INE). En el otro extremo del ciclo de la vida, la situación es también dolorosa: el suicidio se levanta como la segunda causa de muerte en la población juvenil y adolescente entre 10 y 19 años. La tasa de suicidios en este segmento es de 8 por cada 100 mil personas (Minsal 2019)

¿Qué lleva a un hombre a matar a la mujer que dice (o dijo) amar? ¿Es solo la consecuencia de un amor enfermizo?  ¿Por qué un anciano decide quitarse la vida, a veces junto a su pareja? ¿Son solo sus privaciones económicas o el abandono? ¿Cómo entender a jóvenes que estando en la época de la vida que todos añoramos, decidan darle fin abruptamente? ¿Cuánto pesa finalmente en su decisión la presión, la violencia, el temor en medio del proceso de desarrollo y fortalecimiento de sus personalidades?

Imagino a los miles de niños que han perdido a sus madres, asesinadas por sus propios padres, muchas veces ante sus propios ojos. ¿Cómo crecerán con ese dolor? ¿Cuántas veces se preguntarán sobre las razones? Pienso en las hijas de un amigo de juventud que mató a su exesposa y luego quemó la casa donde vivían. ¿Cuántas culpas deben arrastrar los hijos o nietos de los ancianos que se quitan la vida? ¿Cómo enfrentarán e reproche social que pueden sentir en cada momento?

Pienso, en quizás la más horrible de las situaciones, aquellos padres que vieron como no pudieron retener la vida que dieron a sus hijos. ¿Cuántas veces al día vendrá a sus mentes los por qué? Y luego la dolorosa y recurrente pregunta: ¿cómo no pude evitarlo? ¿cómo no me di cuenta? No logro terminar de leer muchas veces los testimonios de los padres de Katty Winter o Nicolás Scheel, entre los que han tenido más presencia medial.

Son tan profundas las ramas de esos dolores que muchas veces no logramos ver sus efectos y consecuencias entre los sobrevivientes. Es, en consecuencia, en ese enjambre, donde la necesidad del rigor se transforma en una demanda urgente, apremiante. Rigor en los detalles de cada historia, en la correcta secuencia de los hechos, en la presencia de los matices y claroscuros. El respeto a lo sucedido para las preguntas que los sobrevivientes de estas tragedias arrastran por años.

Alia Trabucco tomó la valiente decisión de adentrarse en el mundo de Las Homicidas. Lo ha hecho saliendo del terreno de la ficción, donde ha tenido un auspicioso inicio, adentrándose en el género del ensayo. Lo hace en un tránsito que describe entre el mito y la realidad, entre el pasado y el presente, entre el derecho y la literatura.

Valiente porque el asesinato tiene género masculino: cerca del 95% de los homicidios a nivel mundial son perpetrados por hombres, cifra que no señala diferencias relevantes a nivel regional (2014, ONU). Las homicidas son una fracción muy menor y por lo mismo sus crímenes concentran la atención y – con ello- la exigencia del rigor se hace más ineludible, para evitar caer en los estereotipos que sirven para intentar explicar estos actos.

Valiente Alia al asumir la supuesta voz de Teresa Alfaro quien entre 1960 y 1963 asesinó consecutivamente a mi abuela y tres hermanos: Ana (52 años); Magaly (1 año 3 meses); Viviana (16 días); y Sergio Iván (27 días). Uno tras otro, con impecable decisión, sin tiempo para el arrepentimiento. Un asesinato en serie, pero concentrado en una sola familia. 4 entierros y un nacimiento, el mío, ocurrido 16 meses del entierro de mi hermano.

Imposible no detenerse en cada página del libro de Alia una vez que supimos de su existencia a través  una entrevista de prensa (El Mercurio, 10 de marzo 2019).

En nuestra familia, con el paso de los años, los sobrevivientes nos preguntamos con mayor frecuencia por la motivación de Alfaro: ¿una enfermedad psiquiátrica? ¿Solo arranques de locura motivados por alguna situación particular? ¿Solo pura y simple maldad? En estos últimos días, con la publicación del libro de Alia, recuerdo a mis padres e imagino el peso que habrán tenido estas preguntas. Me sentí culpable toda la vida. Toda la vida… ¿Por qué no pude evitarlo? ¿Por qué no supe evitarlo? ¿Por qué no fui capaz de saberlo, de evitarlo? señaló nuestra madre, Magaly Ramírez, a Margarita Serrano en la Revista El Sábado en abril del 2006.

RIGOR

Si no hubiésemos sido sobrevivientes de la tragedia, las tesis de Alia podrían habernos resultado tremendamente atractivas: una tensión de clases y género entre una familia que Alia -sin siquiera conoce-r califica como modélicos, dignos de un aviso publicitario y una joven trabajadora con algunas dificultades de expresión. Todo ello en un pequeño pueblo en los alrededores de Santiago y rodeados de campos agrícolas. Esa tensión habría provocado una disputa entre víctima (Magaly) y victimaria (Teresa) por los roles de esposa, trabajadora y madre. Los asesinatos habrían sido la consecuencia de lo anterior. Una suerte de terrible venganza.

Provocadora propuesta.

Pero no cuadra. No cuadran los hechos relatados con la tesis. El rigor escasea.

Sustentar la tesis de la disputa de rol de esposa en un supuesto triángulo amoroso entre mis padres y la asesina sobre la base de 13 recortes de crónica roja, parece un sustento débil. Ninguna fuente con nombre y apellido, ninguna declaración en el expediente. Solo el delirio de una prensa sensacionalista que no trepidó en nada con tal de aumentar la tirada de ejemplares.

La disputa del rol de madre apunta a su negación en el caso de Alfaro: mis padres la habrían obligado a abortar no una, sino tres veces. A Alia le bastó solamente la declaración de Alfaro. Nuevamente, ninguna otra fuente o declaración. Solo bastaba lo declarado por la asesina. No hubo tiempo para revisar lo señalado por nuestra madre en el expediente: Regresó (Alfaro) a mi casa mientras a mí me habían llevado al hospital por un síntoma de aborto. Le dije (a Alfaro) que no quería ningún problema en la casa, porque había tenido algunos problemas de pérdida de dineros y aborto (PP 15).

Insinuar siquiera una responsabilidad en un aborto a una mujer que tuvo seis hijos, llenó cada vez que pudo su casa de hijos y nietos propios y ajenos, que asistió como matrona a miles de partos y que murió en su cama unas horas después de a ver compartido unos chocolates con un nieto postizo, es una falta de rigor que conecta con la fibra directa del dolor. Sin anestesia alguna

¿Cómo llegó Alia a describir el declive profesional de nuestra madre tras la tragedia o asegurar que nunca más se contrató una asesora del hogar como señal de que el temor se apoderó de nuestra familia? ¿Cómo logró describir en detalle una supuesta casona (expresión de la disputa de clase), sin conocer el lugar donde sucedió la tragedia? ¿Por qué insistir en que nuestra madre se encuentra viva (un detalle intrascendente según el padre de la autora)?

¿Y si viajará a Buin? Se pregunta Alia, pero no lo hizo. ¿Por qué? ¿Con qué derecho, en consecuencia,  asume como realidad algo que no conoció? Aquí ya no hay falta de rigor, sino simplemente falta de verdad.

Se podrá decir que es natural que no cuadre porque somos parte de la historia, nublados por nuestro dolor y el amor a nuestros padres. Pero no se trata de adjetivos, sino de hechos. Estas especulaciones de Alia atacan directamente el legado más grande que recibimos los sobrevivientes: una familia que se sobrepuso, con padres que se desarrollaron exitosamente en el plan profesional, social y político. En una casa donde siempre con gente y donde la alegría se construía sobre un dolor que se postergó por años, al menos mientras crecimos.

ENSAYO Y ERROR

Los editores de Alia han señalado que el suyo es un ensayo (así se describe en la portada del libro). Pero Nona Fernández, escritora y amiga de la autora, nos aclara que aquí el ejercicio no es entregar verdades absolutas ni escribir un ensayo periodístico o documental que reconstituya las escenas del crimen. Aquí la herramienta es la literatura y el foco no son los homicidios sino las homicidas. Aquí el ejercicio que Alia Trabucco elige hacer es el de observar la mirada social que se ejerció sobre cada una de ellas. Mirada expresada en la prensa, en el arte, en la justicia, en la calle. (La Tercera, 3 de abril 2019)

Tiene varios recovecos la defensa de Fernández a la obra de Alia. Es un ensayo, pero la herramienta es la literatura. Es un ensayo, pero no uno periodístico. Cabe suponer, en consecuencia, que hay algún tipo de ensayo que es una reflexión libre y ajena a los datos sobre los cuales ella versa y solo bastaría con la mirada de la prensa (crónica roja) y la justicia (solo un fallo, no el expediente). De calle, nada la verdad (la autora rechazo recorrer las calles de la tragedia). En consecuencia, solamente los periodistas podrían ser conminados a fundamentar sus tesis en hechos, datos, en realidades. Ello serían los que deberían salir a la calle realmente y codearse con las personas, con las fuentes, con los testigos.

La segunda parte de su defensa es más compleja. Ella define el foco: las homicidas; pero esto no es ficción, es una realidad imposible de disectar o encapsular. No son personajes de una telenovela que la autora hace aparecer o desaparecer según su conveniencia narrativa.  Son personas que arrastraron sus dolores con una dignidad que Fernández no dimensiona. Nuestra familia es descrita, analizada, responsabilizada, pero finalmente… el foco son las homicidas.

La magnitud de los dolores que nos persiguen, no solo el nuestro, obliga con mayor urgencia que intelectuales se nutran fuera de las bibliotecas, archivos judiciales o los cafés habituales, y se atrevan a recorrer los lugares sobre los que escriben.  Un desafío para todo intelectual sea escritor, ensayista, cientista político, sociólogo o cualquier otro.

Nos vamos acostumbrando con mucha facilidad a la idea de que una tesis vale simplemente por su novedad y no porque por la conexión con la realidad. Columnas en los los diarios, ensayos, libros son en ocasiones vehículos que sirven para validan tesis que son provocadoras, solo por serlo, sin cuestionarnos mayormente si ellas están debidamente fundamentadas.

Nos urgen ensayos que verdaderamente nos iluminen y no solo obnubilen.

En un país donde la desconfianza y el descrédito ganan terreno, resulta riesgoso apostar por las tesis que solo pretendan validarse como bandera de lucha de alguna reivindicación. Alia declara desde el inicio el objetivo de su libro: hablo aquí de verdaderas malhechoras, de asesinas confesas, de seres al borde de lo irrenunciable, pero que son cruciales para un feminismo que busque abrir el abanico afectivo de hombres y mujeres.

La falta de rigor (y de alguna humildad en reconocer al menos alguna falencia) hace que el objetivo que señala Alia se haya diluido. En este espacio y en otros el debate no ha estado en torno a las convicciones en torno al feminismo que postula Alia, sino a los hechos que ella usa para darles sustento, en un terreno que no es el de la ficción. Una oportunidad que se desaprovechó

SALIR DE LA ZONA DE COMFORT

Pero aún así, si aceptamos que se levante una tesis provocadora, pero carente de sustento, como bandera de lucha, al menos debiéramos esperar que su autora esté disponible a defenderla en el debate o polémica que ella provoca. Es una gran oportunidad para abrirse a la interacción que proveen los medios de comunicación o las redes sociales. Sin embargo, Alia ha optado por el silencio, no responder consultas periodísticas o mantenerse en el ámbito donde puede expresarse con la entera libertad que le da la escritura, sin contradictor por delante. Mientras más grande es la provocación intelectual, más necesario se hace salir de la de la zona de confort, como puede ser una columna de opinión en el medio de comunicación en que habitualmente escribe Alia. Hemos sido –finalmente- nosotros los que hemos venido a su espacio, a sus lectores habituales.

(No sabemos la razón de la suspensión de un conversatorio sobre este libro el martes 20 de marzo en el GAM).

Una intelectual no requiere que su padre salga en su defensa, comprensiblemente teñida por la emocionalidad del vínculo filial. Nadie puede sentirse atacado porque se cuestionen los hechos de un relato. Entiendo el impulso del padre, pero nada aportan las expresiones de Sergio Trabucco: Señor Sergio Antonio España Ramírez. Qué vergüenza me das. Del dolor a la majadería, la mentira y el aprovechamiento mediático, pasaste muy rápido luego de muchos años de un silencio sepulcral y de que se hayan robado el expediente de la causa. Es lamentable que, a partir del dolor entendible, hayas emprendido una campaña insolente y mentirosa enfrentando a una joven mujer, prestigiosa intelectual, abogada, magister, doctora y escritora intachable, a la que pretendes compararte en tu cobarde mediocridad intelectual. (Facebook, 2 de abril)

Los intelectuales necesitan editores que actúen como filtro y no solo como defensores de un producto literario que se estaba vendiendo bien, como señaló Vicente Undurraga en el lanzamiento de este libro. No pueden llamar a defender la libertad intelectual en la que se inscribe el libro, como lo ha hecho la editorial PRH (La Tercera 3 de abril), simplemente porque una familia cuestione información parcial o derechamente errónea. Nunca hemos puesto en duda esa libertad. Ni siquiera merece comentario el hecho que la editorial haya accedido solo a rectificar en una nueva edición el hecho que mi madre no está viva. Nada más

Salir de la zona de confort es salir de la auto reafirmación, a la autocomplacencia. Entrar en el terreno de la comunicación, del debate, pero por sobre todo de la empatía, de aceptar quizás alguna falencia. Los títulos académicos, los libros publicados, los premios recibidos son justificación para la falta de reconocimiento y empatía.

LA PROVOCACIÓN

La provocación debe tener un fin y no solo ser instrumento que nos acerque a la verdad con sus tonalidades. No podemos seguir dejando que la provocación pase por encima del dolor. ¿De verdad es “imposible no enamorarse” de quien asesinó a tres guaguas como afirmó Nona Fernández durante el lanzamiento de este libro? El redactor de una reseña literaria sobre el libro, ¿piensa realmente Alfaro es un personaje “entretenido”?  Estoy seguro que unos minutos más de reflexión encauzaría de mejor manera la provocación realmente hacia el campo de la búsqueda intelectual.

No hay, no puede haber espacio, para la jugarreta provocadora cuando se usa el dolor para un trabajo intelectual.

¿Escritora, editores, comentaristas pensaron alguna vez den todo este proceso que había una familia sobreviviente?

La provocación sin otra finalidad que ella misma nos lleva a la insensibilidad. Nos vamos acostumbrando al todo vale para lograr nuestro punto. Un matinal de televisión logra disputados puntos de rating manteniendo por días en pantalla a un vidente que señala tener información sobre el paradero de una chica desparecida. Los panelistas se preguntan una y otra vez por qué la madre no ha considerado sus servicios. Él mantiene silencio complaciente.

POR QUÉ

Nuestros padres guardaron silencio durante 4 décadas sobre su dolor. Silencio dentro y fuera de nuestro hogar. Crecimos con la referencia vaga de una tragedia, que en mi caso descubrí por causalidad a los 9 años leyendo un reportaje de revista Vea. Pero no logré dimensionar ese dolor en medio de una infancia y juventud con una casa siempre con gente, con actividades varias, sin llaves y a la que se entraba directamente por la cocina para tomar una taza o un plato y pasar a la mesa familiar. Solo experimenté el dolor el año 2006 a través de la entrevista de Margarita Serrano a mi madre.

Hoy todo ello revive con el libro de Alia.

Lo fácil habría sido guardar silencio, mal que mal el mercado literario en Chile es muy limitado: en el mejor de los casos una decena de miles de lectores, quizás algo más por algún premio o reconocimiento como el que ya recibió Alia por su anterior libro (La Resta).

Otros nos han señalado que con alzar nuestra voz solo lograremos que Las Homicidas se venda más aún. Es muy probable que así sea, pero la motivación de varios lectores será otra, quizás diferente a la que tenía Alia al escribir Las Homicidas.

Pero la memoria es lo único que heredamos y dejamos.

Imagino que sucede lo mismo con los padres de niños o jóvenes suicidas o los hijos de madres asesinadas por sus parejas. Cada detalle cuenta. Cada imagen se atesora. Cada recuerdo cobra sentido y se exige que se mantenga pulcramente. Una familia amiga vio morir en un accidente de tránsito hace 3 décadas a dos de sus tres hijas, la guagua que esperaba una de ellas y a su marido. Todo durante una noche de graduación. La madre conservó por años sus dormitorios. Sin mover nada.

Nosotros no queremos mover nada. Pero no podemos (ni queremos) limitar el derecho de otros a hacerlo. Pero el límite es el rigor y el respeto. Ni más ni menos.

Lo escrito por Alia, su interpretación de los hechos no solo quedara en algunos miles de libros en papel.  Permanecerá la huella digital, una huella que muchas veces no reconoce contextos ni antecedentes, sino solo clics y navegaciones de un par de minutos. No queremos que en 20 años Clemente (que hoy tienen un año y medio) busque en las redes el nombre de sus abuelos y quede solo esta referencia en un libro llamado Las Homicidas. No queremos que pase lo mismo con los hijos o nietos de Tomás o Constanza.

No queremos que el libro de Alia sea el que abra – como ella señala- el repertorio visual o verbal de escritores artistas. No será ésta la eventual puerta de entrada al mundo de la ficción, con todas las libertades y licencia narrativas. No será nuestra tragedia la que alimente triángulos amorosos o padres que obligan a sus trabajadores a abortar.

Pero también sentimos que es un aporte para todos los que han sentido el dolor de las violentas perdidas de sus parientes cercanos y cuya intimidad se ve expuesta de la noche a la mañana. Sin rigor ni respeto.

Lo hacemos por el dolor que acompañó las vidas de nuestros padres, casi como una constante. Por los dolores de nuestra madre que vio morir a sus hijos y a su madre, sin dejar de procrear; la que tuvo partos, especialmente el último, complicados. Ella que sufrió un aneurisma y que se angustiaba con perder sus facultades mentales, a la que o le amputaron una  piernas, pero nunca su energía infinita y su mirada desafiante a la vida y a la muerte.

No esperamos mucho de la autora, ni de sus editores. Quizás alguna conversación que debió haber tenido lugar antes. Alguna explicación. No necesitamos más. Como nos enseñaron nuestros padres: nunca hay que bajar la vista y decir lo que se debe decir a tiempo. Así lo hemos hecho.

Nuestra intimidad se vio nuevamente expuesta en este libro. La defendemos con fuerza por aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón, como escuchamos desde niños cada vez que nuestra madre nos hacía escuchar al cantante que acompañó gran parte de sus horas, las de dolor y las de alegría  

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