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Opinión

18 de Abril de 2019

Felipe Avello, el incondicional

Después de todo, este era un quiltro de los nuestros y uno pillo. Son pocos los humorista que como Avello no te cuentan el chiste, porque ellos mismos son el chiste. Es un arte difícil de dominar, pero Avello forma parte de ese grupo. Se encarna en la versión de sí que encuentra entre nosotros, su público y al reírse de sí mismo logra que todos nos riamos de nosotros mismos. Esa es la victoria de Avello.

Paulina Soto
Paulina Soto
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No siempre se quiso a Felipe Avello Suazo como hoy. La historia amorosa de Chile y Felipe es relativamente reciente. Siempre tuvo incondicionales. Pero por otros lares fruncía narices. Era ordinario, se decía. Un feo más entre los noteros de la opinología payasa. Directamente, lo llamaban ‘enfermo’ confiesa. Él que ahora dice estar cambiado, se arrepiente de esos tiempos. Su humor era tan vulgar y heteronormado, se explaya. Le pagaban por puro desordenar la cueca orquestada, rubia y aspiracional de la farándula. Declamabas odas para Marcela Vacarreza (Quién fuera Colaless), bailaba cual torero para Ítalo Pasalacqua e imitaba encapuchado a Gary Medel. Al final, terminaba armando una revuelta seudo-lumpen al cierre de los programas. Es que Avello se pasaba a veces. Era mucho su resentimiento. Siempre veía la paja en el ojo ajeno. El Trece lo ficho y ascendió en su carrera pero solo duro dos meses antes de que lo echaran. Fue coronado Rey Feo del Festival por esa estación. Pero una vez que obtuvo su corona caprichoso, la desperdicio. No se supo comportar. En la coronación, a grito pelado atacó a las autoridades del canal y al Papa. Luego se tiró con una diminuta sunga a la piscina y se la sacó en el agua. Si bien, luego, volvió a Chilevisión, yo tengo toda la impresión de que él ya tenía armado su plan.

Avello Suazo -cuenta el mito- se iba de la TV porque se juró que cambiaría por nosotros y lo hizo. Partió por su apariencia. Se dejó crecer la melena y se entrenó metódicamente para lucir jeans pitillo y sudaderas a la moda. Cambió su máscara de periodista, por un semblante con una gota de humanidad, casi de ingenuidad. Y sobre todo lució los signos de su sufrida batalla por cambiar; sus arrugas. Seguía participando en programas y asistía a entrevistas. Cual Rocky, negaba haber sido valiente por salirse de la tele. Él ahora era humilde y lo que le interesaba era ir de a poco y dar a conocer sus shows -tan humildes como él mismo-. Pero tuvieron que pasar años de apariciones en Pubs y programas de la tele para que el idilio se sellara. Ocurría que en lo relativo a su humor, no cambio tanto. En sus shows, Avello Suazo seleccionaba -como hacía con los panelistas en los programas de TV- cinco o seis hombre del público – para burlarse en el escenario. Con ellos, representaba los Backstreet Boys y otros. Entonces, el pececillo no podía evitar ponerse más travieso. Se podía ver como se estaba burlando de el país de la concertación de colorido progresismo mula. Repartía a cada uno de los integrante de la recién inaugurada banda una bandera. Uno lucia en el pecho las banderas LGTB, otro la del No, el siguiente de Venezuela, y el último, la bandera del pueblo mapuche. Armado con la bandera de Chile, Avello entre challas y puños en alto, los abrazaba a todo. Y una vez acabado el show vendía sus alfajores Corazón llenito. Eran tan decidores esos pequeños gestos, se sacaba fotos con todo la fila de público que se lo pidiese, show tras show.

Pero el cambió de Avello fue más notorio cuando fue a Camaleón, el programa de Kramer y juró que aunque ahora no se encontraba en su mejor momento -de hecho se había separado y pasaba todo el día en Facebook-, lo veríamos en Olmué e incluso lucharía quizás para llegar hasta Viña del Mar. Una parte del público hostil que lo acompañó esa noche se burló de sus pretensiones (se arrepentirían los incrédulos). Aunque quizás daba para desconfiar. Su tenor deambulaba bipolar entre una jerga campechana y un progresismo anglo. Hola, soy Felipe Avello Suazo, soy una persona de origen muy humilde. No sé si les dije, pero soy de Lota, aunque no me quiero victimizar, se presentó.

Con todo, la mayoría lo observó esperanzada. No era solo una premonición, fue dicho y hecho. Avello Suazo se presentó en Olmué, en la Teletón, Ganó el premio mejor humorista de la UDP y finalmente actuó en el Festival de Viña (2019). Había jurado que él no se daría por vencido y lo había logrado. Para el festival de Viña ya lo amábamos. Esto a pesar de que el acto de Don Felipe fue chistoso, pero duró poco. En realidad, esas nimiedades no nos importaban a estas alturas. Ya nadie lo iba a criticar por sandeces como la falta de libreto. Después de todo, hiciera lo que hiciera era un chiste y para el tiempo de su actuación en la Quinta ya casi habíamos adquirido su lengua. Cabeza de Pichi, están matando a un hueón, soy humilde yo (cof, cof), y el marrueco abierto y el pantalón todo meao, eran parte de nuestro repertorio habitual. Llevábamos tiempo compartiendo su código chilensis para hacernos reír de nosotros mismos, un código de complicidad casi amorosa. Y por eso, se le agradeció a aplauso cerrado, además de exigirse en seguida las gaviotas para él. Se lo merecía, que nadie digiera lo contrario.

Después de todo, este era un quiltro de los nuestros y uno pillo. Son pocos los humorista que como Avello no te cuentan el chiste, porque ellos mismos son el chiste. Es un arte difícil de dominar, pero Avello forma parte de ese grupo. Se encarna en la versión de sí que encuentra entre nosotros, su público y al reírse de sí mismo logra que todos nos riamos de nosotros mismos. Esa es la victoria de Avello.

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