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Opinión

22 de Abril de 2019

¿Universitarios que no leen ni escriben? Desafiando estereotipos en el Programa PACE

Una de las principales tareas pendientes para las universidades y sus profesores es desligarnos de los estereotipos del déficit para reconocer en los nuevos estudiantes universitarios sujetos talentosos, con un repertorio valioso de prácticas de lectura y escritura que movilizan habilidades cognitivas y creativas complejas y que funcionan como recursos útiles para aprender en la universidad. En suma, necesitamos políticas institucionales y prácticas de docencia que acojan la diversidad en los cuerpos estudiantiles y revindiquen sus conocimientos como formas alternativas de aprender.

Natalia Ávila
Natalia Ávila
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En marzo pasado ingresó a su tercer año de universidad un grupo de estudiantes que, hace 10 años, nadie imaginaba ahí. Son los participantes del Programa de Acompañamiento y Acceso Efectivo a la Educación Superior, PACE, que busca desde su implementación en 2014 promover la equidad en el acceso a la Educación Superior eliminando la barrera socioeconómica que impone la PSU.

En efecto, si bien la matrícula de la Educación Superior en Chile ha crecido casi 7 veces desde 1980 a la fecha, muy pocos de los nuevos estudiantes acceden a universidades selectivas. Mediante cupos especiales que no exigen puntaje de ingreso, el PACE busca restituir el derecho a la educación superior de los sectores más vulnerados de la sociedad. Aunque las instituciones participantes (29 universidades del CRUCH, un IP y un CFT) han asumido esta tarea con enorme compromiso, frecuentemente se levanta sobre los estudiantes no tradicionales un estereotipo, una idea de sentido común que enfatiza sus carencias educativas. Según esta narrativa, los estudiantes no están preparados para enfrentar la universidad, especialmente en áreas como la lectura y la escritura.

Pero las narrativas del déficit son más falsas que ciertas. Por un lado, hoy entendemos que la persistencia universitaria es también (y fundamentalmente) responsabilidad de las instituciones formativas, mediante una docencia efectiva y centrada en el estudiante; por otro lado, nuestros estudios, realizados durante todo 2018 con la totalidad de los estudiantes del PACE de tres universidades del CRUCH en 2017, sugieren que los participantes de estos programas, como muchísimos otros jóvenes en el país, ejercitan complejas prácticas letradas, digitales y análogas, desde la escritura de fanfics (textos ficcionales en línea basados en personajes de la cultura pop) hasta la composición de letras de hip-hop. Aunque lejanas de la escritura académica, estas prácticas letradas cotidianas son formas complejas de participar en la sociedad. Más aún, los estudiantes del PACE que persisten después del primer año en sus estudios integran muchas de estas prácticas como recursos que les permiten cumplir con los desafíos de la vida universitaria: llevan diarios y libretas personales de aprendizaje o escriben ensayos coordinadamente con pares utilizando pantallazos de Whatsapp.

En un sistema educativo tan segregado como el nuestro, el programa PACE constituye un notable avance en justicia y una ganancia transversal para las instituciones, el cuerpo estudiantil y sus participantes. Sin ir más lejos, datos de la OCDE muestran cómo Chile es uno de los países que supone un mayor salto de ingresos para quienes acceden a educación terciaria, por lo que la entrada a la universidad es la promesa de un cambio de vida. Pero lo cierto es que el programa PACE cambia radicalmente la vida de los jóvenes desde su inicio, como hemos podido observar en la investigación. Resulta emocionante escuchar las historias y esperanzas de estudiantes en primera persona; pero también es importante notar que estas historias suponen choques entre culturas, expectativas, rutinas y prácticas. Así por ejemplo, existen alumnos cuyas familias lloraron con ellos al saber que fueron admitidos; pero también jóvenes cuyos padres no entienden y hasta resienten que sus hijos de pronto deban invertir tanto tiempo leyendo y estudiando.

Una de las principales tareas pendientes para las universidades y sus profesores es desligarnos de los estereotipos del déficit para reconocer en los nuevos estudiantes universitarios sujetos talentosos, con un repertorio valioso de prácticas de lectura y escritura que movilizan habilidades cognitivas y creativas complejas y que funcionan como recursos útiles para aprender en la universidad. En suma, necesitamos políticas institucionales y prácticas de docencia que acojan la diversidad en los cuerpos estudiantiles y revindiquen sus conocimientos como formas alternativas de aprender.

Natalia Ávila Reyes, académica de la Facultad de Educación UC.

Directora de la investigación “Voces desde dentro: experiencias con escritura de estudiantes del Programa PACE en tres universidades chilenas.” (FONIDE, 2017), cuyos resultados se presentaron en el Seminario “Escribir y aprender en la universidad: Experiencias de Inclusión en el programa PACE”, el 17 de abril en el Centro de Extensión UC.

*Cristian Contardo, periodista – Comunicaciones, CEPPE UC.

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