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Cultura

30 de Mayo de 2019

Crítica de teatro: “Mistral, Gabriela (1945)”

Es 1945 en Petrópolis, Brasil. Gabriela Mistral, la intelectual latinoamericana de mayor renombre en el mundo, se encuentra en una de las tantas recepciones que definen la vida diplomática, vida que ha llevado las últimas décadas desde que emigró de Chile. Salvo el testimonio de sus obras, poco queda ya de la muchacha pueblerina de Monte Grande o la severa figura pedagógica de su primera adultez. Mistral está confundida y, a poco andar la obra, sabemos que está bajo el efecto de un anestésico que le han dado un grupo de mujeres, quienes la han secuestrado ad portas de la noticia que ha sido galardonada con el premio Nobel de Literatura, con el fin de obligarla a que tome una posición comprometida por las causas que ellas promueven. De ahí en más, la obra se transforma en una sucesiva puesta en juicio de la figura de Mistral y su vida, su relación con el feminismo, el apoyo o falta de este a ciertas insurgencias armadas, y su vida sexual.

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Mistral, Gabriela (1945) dirigida por Aliocha de La Sotta, se presenta como una puesta en escena que busca hacer dialogar a una Gabriela Mistral interpretada de forma brillante por Solange Lackington, y su captora, Valentina Leyton, en base a los códigos del debate contemporáneo sobre la figura de Mistral y la visión que se tiene de ella en el contexto de la reivindicación feminista actual. Esta distancia entre la Mistral histórica y la reivindicación contemporánea de su captora, es la chispa sobre la cual se enciende la hoguera de un dialogo, a ratos forzado, que no trepida en someter a examen a la poeta, ni sus motivos, ni tampoco sus circunstancias. Este cuadro represivo y amenazante para Mistral, ve delimitado sus contornos por un juego de grandes focos, diseño de iluminación de Luis Poirot, cuyo manejo está en manos de su captora, y dibuja la metáfora efectiva entre luz y sombra, intimidad y vida pública, los silencios y las neurosis, los instrumentos de presión con los que se quiere doblegarla.

Uno de los puntos más altos en la dramaturgia de Andrés Kalawski, es el rápido desapego a aquella mirada superficial (e interesada) que durante años pretendió identificar a Mistral con la imagen sosa e infantilizadora de la “educadora”, la neurótica “madre maldita” sobre la cual se proyecta un nacionalismo dinástico y religioso, la campesina leal. Mistral, Gabriela (1945), nos presenta a una Mistral rescatada del “absurdo solemne” al cual la confinaron durante décadas, pero que no está dispuesta a entregarse a otro absurdo que inunda su figura en nuestro presente: la polémica o la institucionalización, destino similar que comparte junto a Donoso, Bombal o Neruda.

La Mistral que se nos presenta es un animal de sagaz y fina ironía, con una monstruosa autoconciencia del lugar que ocupa su figura, así como del desprecio (real o imaginario) que suscita entre sus connacionales. A cada embate de su captora, en cada oportunidad que ésta tiene para enrostrarle sus omisiones o distancias, la Mistral construida por Lackington, se escurre por entre las sentencias y alegorías. A cada momento estamos frente a una artista que lucha para ser reconocida como tal, una intelectual que no permite que el sino de la muerte, o la jaula que quieren hacer con sus “perversas alianzas de la carne”, definan el lugar que ocupa en el mundo.

La Mistral de Lackington se resiste al ícono, a la caricatura irreductible o la veneración libidinal, al endiosamiento de sus atmosferas, al juicio de sus manías, al rasguño de sus complejos. Esta confrontación con su captora expone la permanente incapacidad de enfrentarnos a ella y su obra fuera de las anteojeras reivindicatorias o la dictadura de lo cool. Su captora se presenta incapaz de entender el desprecio a la necedad modernista de vanguardias e ismos superfluos, y el precio que le quiere hacer pagar por existir en el olimpo en miniatura de nuestro parnaso cultural, es la renuncia a la severidad (y contradicción) de sus juicios. De ahí que la figura de Mistral se yergue y reivindica asumiendo como única patria al preciosismo de la lengua, la inteligencia provinciana y la sensibilidad mestiza, las que encuentran en ella su exponente más sofisticado. Frente a cada lugar común de su captora y el chantaje ejercido sobre su vida, Mistral se niega a ser la musa, la víbora, el ángel o el destino de la imaginería sexual y objetual de la pasión, el amor, el compromiso y la conciencia. Ella sabe que su lugar en la historia no es ser reconocedora o partícipe de la virtud, sino creadora de ella.

El trabajo de construcción de la Mistral es tan brillante y complejo, como plano y soso el de su contraparte. Frente a la caracterización eficiente y realista de Lackington, su captora y su discurso es tan maniqueo como prescindible, tan superficial como declamativo, dejando la impresión durante largos pasajes, que, de haber sido un monólogo, sería quizás la mejor obra de lo que se ha expuesto en esta temporada. Pero no, no lo es. Es en esta asimetría interpretativa y dramatúrgica donde la obra se encuentra cara a cara con sus demonios, quedando estos de manifiesto cuando sale de escena Solange Lackington y el vacío se apodera del escenario, en un final tan sobrecargado como innecesario. Balazo incluido.

La obra estará en cartelera hasta el 22 de junio. Las funciones se realizarán de miércoles a sábado a las 21:00 horas y las entradas tienen un valor de $5.000 (preventa), $6.000 (general) y$3.000 (estudiante). Obra para mayores de 12 años.

Dirección: Aliocha de la Sotta
Dramaturgia: Andrés Kalawski
Elenco: Solange Lackington y Valeria Leyton
Composición Musical: Fernando Milagros
Investigación: Mariana Hausdorf
Diseño de vestuario y escenografía: Daniela Vargas
Asistente de vestuario: María Trinidad Barros
Diseño de iluminación: Andrés Poirot
Maquillaje y peluquería: Franklin Sepúlveda

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.

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