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Opinión

2 de Septiembre de 2019

Antipopulismo

Agencia UNO

¿Es realmente el pluralismo un enemigo acérrimo del populismo? En lugar de un simple rechazo del pluralismo, lo que en ocasiones se encuentra entre los populistas es una denuncia al liberalismo por el carácter uniformador de éste. Lo que tenemos por delante es más bien una lucha entre quienes valoran dos tipos distintos de pluralidad.

Manfred Svensson
Manfred Svensson
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Entre las múltiples preocupaciones actuales en torno al populismo, se encuentra la idea de que éste sería enemigo acérrimo del pluralismo. El populismo denunciaría elites corruptas y apelaría al pueblo virtuoso, pero en ese proceso aprovecharía de pasar de contrabando una idea homogeneizante y unívoca de este último. Así, la ola populista amenazaría no solo la democracia y la ruta de relativo progreso en que se habría encontrado nuestro mundo, sino también la pluralidad que caracteriza una sociedad libre. La versión más explícita de la acusación se encuentra en William Galston, quien titula su obra sobre el populismo precisamente Anti-Pluralism. En nuestro propio medio, el reciente libro de Daniel Brieba y Andrés Velasco, Liberalismo en tiempos de cólera, se aproxima de un modo similar al fenómeno. El liberalismo igualitario que ellos proponen se plantea como respuesta al populismo, y en la disyuntiva así planteada la libertad, la tolerancia y la diversidad se vuelven patrimonio de una sola tradición política.

¿Pero es adecuada esta tesis? Quienes contraponen populismo y pluralismo parecen tener un punto. En ocasiones, la imagen de un pueblo unificado es efectivamente presentada por los líderes populistas de un modo que volvería superflua la deliberación entre posiciones rivales. La visión única del pueblo se cruza aquí con el protagónico rol del líder en su representación. Pero no está demás notar que en ese caso los populistas actúan tal como suelen hacerlo los voceros del progreso, quienes también saben de antemano hacia dónde hay que conducirnos en cada debate (también ellos con expertos que reclaman ese rol protagónico). Si nos fijamos en la discusión en torno a los derechos de las minorías, también aquí los críticos tienen un punto. Tales derechos son con frecuencia criticados por líderes populistas, y a veces hasta el punto de llegar a negarlos. Es preciso reconocer que en no pocas ocasiones esta crítica es una corrección del modo en que, en nombre de tales derechos, se han olvidado las preocupaciones de multitudes que tienen problemas de pan,
salud y educación antes que dilemas identitarios
. El problema es que, cuando acaba tornándose un simple reverso de lo que critica, efectivamente termina dañando el pluralismo.

Pero el populismo puede ser reverso del liberalismo también de un modo más agudo. En lugar de un simple rechazo del pluralismo, lo que en ocasiones se encuentra entre los populistas es una denuncia al liberalismo por el carácter uniformador de éste. El filósofo y europarlamentario polaco Ryzsard Legutko, por ejemplo, ha descrito la democracia liberal como “la principal fuerza homogeneizadora del mundo”. La incapacidad liberal para tratar temas –triviales o profundos– sin someterlos a la camisa de fuerza de sus nociones de derechos, liberación o discriminación, sirve a los populistas para mostrar con facilidad este punto. En lugar de aceptar el mundo como es, continúa Legutko, el liberalismo progresista es un proyecto de transformación de la sociedad y de la naturaleza del hombre. Y como todo proyecto de ese tipo, se trata de una visión que inevitablemente se vuelve intrusiva: al transformar el mundo a su imagen, el liberalismo iría arrasando con normas locales, con tradiciones arraigadas, dejando solo al individuo singular o a la humanidad general como fuente de autoridad. Se acusa al populismo de tener una imagen demasiado unitaria del pueblo, pero ¿no es igualmente uniforme aquella imagen del pueblo que solo ve individuos cuyas preferencias deben ser consideradas uno a uno?

Un liberal puede rechazar estas críticas como si no fuesen más que una mañosa defensa de posiciones tradicionales. Pero si la crítica del populismo quiere ser algo más atenta a sus propios puntos ciegos, hay algo aquí de lo que debe hacerse cargo. Eso no implica necesariamente aceptar el modo en que los populistas plantean el problema. Lo que sí parece necesario rechazar es que tengamos una simple alternativa entre populismo y
pluralismo
. Lo que tenemos por delante es más bien una lucha entre quienes valoran dos tipos distintos de pluralidad. Así como al liberalismo le preocupa la diversidad que emana de decisiones individuales, al populista le preocupa la diversidad arraigada en tradiciones locales. La pregunta, por supuesto, es si en alguno de estos bloques se ve disposición a complejizar su comprensión del pluralismo para hacer cabida a los elementos destacados por la contraparte. Hay razón para ser pesimista al respecto. Pero si fuerzas tan grandes tienden a cerrar este espacio de deliberación, tanto más grande es el deber de reflexionar para mantenerlo abierto.

*Por Manfred Svensson
Investigador del IES y académico de la U. de los Andes.

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