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Opinión

4 de Septiembre de 2019

Extremistas de centro

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"Si la propia cultura política de la transición se resiste a morir, será hoy la oportunidad de las nuevas fuerzas para asumir explícitamente el desafío de terminar de nacer, proponiendo un nuevo tipo de gobernabilidad", escribe Diego Ibañez.

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Podríamos decir que la Democracia Cristiana está en crisis, pero parece no ser novedad. La tesis del camino propio le costó a la ex presidenciable, Carolina Goic, obtener menos de la mitad de la votación de concejales DC el 2016. Cual fuera el partido más grande en adhesión electoral, baja del 14% en la Cámara de Diputados el 2013, al 8% actual. ”Dejó de ser una alianza de centro izquierda al estar bajo una clara hegemonía de una izquierda refundacional, renegando del patrimonio de la transición”, señaló Mariana Aylwin en su carta de renuncia. “Pugnan de forma abierta con nuestros acuerdos ideológicos vigentes”, señaló Raúl Soto en su despedida.

Fugas por la derecha y fugas por la izquierda, han promovido que la DC se reafirme a sí misma para seguir siendo el partido del centro, por antonomasia. Pero quien fuera el “partido de la clase media” no es lo que precisamente está en crisis, sino que lo es una determinada manera de concebir la política, su relación con la sociedad y, sobre todo, con las expectativas que proyecta esa propia “clase media”, en pleno siglo XXI.

Los últimos 40 años, Chile ha sido construido desde la naturalización de virtudes democráticas muy peculiares que, luego del shock dictatorial, constituyeron un martillo de juez sobre toda idea que aspire a tener poder. Como una religión, lo que se expresara por fuera del mazo, constituía un conflicto indeseado, un pecado capital. “Con la aprobación de las reformas se ha cerrado la transición” señalaba el RN y presidente del Senado, Sergio Romero, promulgando las reformas constitucionales del 2005 (Lagos), que prolongaban la subsidiariedad y el mercado de derechos de la Escuela de Chicago.

La cultura fundamentalista del eje centrista, basado en la “teoría del chorreo” y la administración técnica del problema social, extirpó toda idea que pudiera competirle en el debate público, como condición de sobrevivencia. Se trata de un eje hegemónico de centro chilensis que, a sugerencia de la propia OCDE (y sus informes económicos y de calidad de vida), necesita aumentar los impuestos a la renta, mejorar su desempeño ambiental, reducir la desigualdad y resolver la incertidumbre social que potencia el malestar. Se trata de un centro de ideas especiales, un punto medio criollo, cuyos principios estructurales se han defendido como el único paradigma de la correcta gobernabilidad.

Estos principios, abanderados durante cuatro décadas por los partidos del consenso, se han agotado en la medida que la sociedad sobre la cual debutaron y tuvieron efectividad, ya no es la misma. La pequeña y mediana empresa que se estancó frente a la muralla de Cencosud o Walmart, incuba similar malestar que el trabajador por cuenta propia, quien, en los hechos, termina subordinado laboralmente al monopolio de la oferta. El mito del empresario del quiosco o la vecina peluquera emergió antes que llegara masivamente el profesional a honorario o contrata que, sin identidad sindical, ahora trabaja de Uber porque está cesante. La “clase media” mayoritaria, o los grupos C y D de Fonasa, siguen co-pagando mejores partos en clínicas privadas, a la vez que el 20% que accede a Isapre, judicializa las alzas de sus primas como nunca antes. El telón de fondo oscila entre un brutal endeudamiento juvenil por motivos de estudios y la primera generación de jubilados por AFP que profundizó la crisis de salud mental.

En definitiva, los sujetos de estratos medios a los cuales el centro les hablaba, ya no son los mismos ni material ni subjetivamente. Las capas profesionales o los trabajadores por cuenta propia, al alero del crecimiento y concentración de poder en Chile, han terminado por reconocer su preocupación y decepción frente al estancamiento, al abuso y a la falta de respeto, como evidencian los informes de Desarrollo Humano de la propia PNUD. “Muchos se benefician, los que tienen poder, y somos muy pocos los que hoy día estamos satisfaciendo nuestras necesidades, de alguna manera nos cuesta más” afirma un consultado de nivel socioeconómico medio.

Y es en este contexto que los nuevos movimientos sociales, con sus propios ciclos, permitieron rebelarse ante el pecado capital, fracturar el martillo e instalar nuevas ideas por fuera de los partidos que tenían el deber ideológico de prevenirlo. Es una particular “clase media”, cada vez más abstencionista, al cual el extremismo de centro chilensis terminó siendo un lugar inútil e indiferente.

Ésta fractura, que se expresa de forma más decorativa en la DC, también hace crisis en toda la centro-izquierda concertacionista que mira cómo se ha ido debilitando su tradicional base social de apoyo. Pero a la centro-derecha también le preocupa la fractura y, por sobre todos, busca reconstruir el martillo del centrismo y copar el vacío de representación. Así es como Renovación Nacional (nacido al alero de la dictadura), por ejemplo, solicitó integrarse inéditamente a la Internacional de Partidos Demócratas de Centro (IDC-CDI), con el reclamo de la DC, único miembro chileno de ésta internacional. “Viene a consolidar el sello del partido, que es moderado, que representa a la clase media y al sentido común. El partido más votado de Chile” señaló Cristián Monckeberg, siendo presidente de la colectividad.

En síntesis, si la propia cultura política de la transición se resiste a morir, será hoy la oportunidad de las nuevas fuerzas para asumir explícitamente el desafío de terminar de nacer, proponiendo un nuevo tipo de gobernabilidad. Si la transición neoliberal se sostuvo en determinados sujetos, una política post neoliberal requiere de lo mismo, incorporando a los sectores que precisamente el centrismo religioso desplazó, mediante una lógica inclusiva, protagónica y promotora de la administración radicalmente democrática del conflicto.

La sociedad chilena pide cambios y serán los nuevos movimientos quienes disputemos el sentido de los mismos, sin morir a martillazos en el intento. O nos mimetizamos en la burbuja de las élites, o colectivizamos la solución, abriendo nuestros movimientos al territorio y sus fuerzas. Recuperar la esperanza en la política y movilizar los afectos de estratos medios y populares, pasa por hacerlos protagónicos en las soluciones, cobijando sus nuevas contradicciones.

Un semestre de cosas políticamente inéditas, nos abre un escenario inédito, de quiebres y confesiones que ameritan propuestas inéditamente originales para empujar ese otro Chile posible.

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