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Opinión

6 de Septiembre de 2019

El apocalipsis del Patriarcado

"Los grupos de mujeres reunidas trabajando por un mismo objetivo, en diferentes áreas, provocamos una fuerza que es energía pura. Ese es el poder femenino al que me refiero", escribe Maliki.

Maliki
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Una vez traté de ver la película La Carretera. Llegué hasta la parte donde papá e hijo huyen de incendios, sequías y pandillas asesinas, después de que muere la mamá. Duermen a la intemperie hasta que por fin encuentran una casa abandonada, pero igual terminan arrancando porque el subterráneo está infestado de zombis. Un futuro sin mujeres, sin agua y con humanos caníbales me pareció aterrador, y la apagué. 

Últimamente me he acordado mucho de esa película. Osorno estuvo diez días sin agua potable porque Essal filtró mil litros de petróleo en las cañerías. Miles de animales han muerto por la sequía que hay desde Coquimbo al Maule. La Amazonía lleva semanas incendiándose por la irresponsabilidad y codicia de Bolsonaro y la industria de la carne. Los tiroteos supremacistas en EE.UU. y Europa son noticia de cada semana. Y el segundo gobierno de Piñera prefiere un país sin memoria ni creatividad, con una educación discriminatoria, jubilaciones miserables y un deterioro de la salud mental e incremento de las tasas de suicidio en la población. 

El desastre ambiental y los gobiernos neo-fascistas ya no son ciencia ficción ni distopía. Ya llegaron y vivimos en ellos. Una señora de 50 como yo, que de chica le vendieron el futuro de los Supersónicos, debiera estar aterrada y pidiendo auxilio. Pero no. Entiendo que las estructuras sociales patriarcales y las políticas capitalistas están en crisis, y que nos afectan a todes, pero afortunadamente soy mujer. No sé si serán mis hijas, el dibujo, los cómics, la pintura, mi familia, mis amigas, mis alumnes, la bendita menopausia, mi año y medio de terapia, los antidepresivos, las vitaminas o el renacer del feminismo, o todo eso junto, pero siento que este apocalipsis que estamos viviendo viene con una energía subterránea, resiliente y milenaria que me ha conectado a mí y a muchas: el poder femenino.

Para las mujeres, la historia siempre fue peor en el pasado. De chica siempre elegía vivir en el Renacimiento cuando jugaba a la máquina del tiempo, porque me habían enseñado que era el momento donde el arte había florecido y la pintura y la belleza eran el centro de todo. Pésima idea. En el renacimiento la Iglesia Católica quemó nueve millones de mujeres en toda Europa, mujeres con sabidurías ancestrales para curar enfermedades, asistir partos y abortos, mujeres independientes, libres, dueñas de sus vidas, de sus tierras y de sus cuerpos. El cristianismo y las políticas capitalistas las llamaron “brujas” y las quemaron. Salgo de la máquina del tiempo y en minutos termino en la hoguera.

Esto lo aprendí al leer “Calibán y la bruja” de Silvia Federicci, libro fundamental para entender el origen del patriarcado y de la misoginia en Occidente. Me lo recomendó Sofía Esther Brito, la estudiante de derecho que denunció por acoso sexual al presidente del TC Carlos Carmona en 2017. Coincidimos en el Festival de Cómic e Ilustración de La Reina y me regaló su pañuelo verde más esta revelación. Le compré el texto a una librera feminista, separatista, vegana y antiespecista: Gladys González, quien se convirtió en mi principal proveedora de literatura feminista. En toda esta sincronía, vino Silvia Federicci a Santiago invitada por la USACH, y pude ver este colectivo vivo, activo y vibrante.

A comienzos de este año, Diane Noomin, editora y autora de Twisted Sisters -el primer libro de cómic de mujeres que leí (Fantagraphics, 1995)- me invitó a participar de Drawing Power, un libro de cómics escritos y dibujados por 60 mujeres de todo el mundo sobre acoso y violencia sexual, que se lanza pronto en NYC (Abrams). Luego, Alejandra Costamagna y Carola Melys me invitaron a escribir un relato en el libro “Avisa cuando llegues” donde 20 autoras chilenas de diferentes profesiones, escribimos sobre cómo las mujeres habitamos la calle y se lanzó hace unos días en el CCPLM (Bifurcaciones). Un tiempo después, a partir del trabajo de tesis de la historiadora María Eugenia Mena: “Pócimas, aquelarres y pillanes, representaciones e imaginarios en los casos por brujería en Chile colonial”, el Archivo Nacional me invitó a ilustrar un documento de la Real Audiencia de 1749 donde se enjuician a 18 mapuches, entre ellos dos machis, por brujería. La exposición será en diciembre y estoy de cabeza trabajando para eso. Esta fuerza se corona cuando hace un par de meses, mi hermana Andrea Gracia, autora del libro “La caserita roja, cocina consciente, sana y fácil” (Catalonia, 2015), me invitó a un círculo de mujeres que organiza con su amiga Francisca Vargas, psicóloga y terapeuta ayurvédica, donde un grupo de mujeres de todas las edades, bailamos y meditamos en círculo y nos conectamos con nuestro útero, el verdadero centro del amor y el placer de nuestro cuerpo (no el corazón).

Los grupos de mujeres reunidas trabajando por un mismo objetivo, en diferentes áreas, provocamos una fuerza que es energía pura. Ese es el poder femenino al que me refiero. Que permite cuidar, relaciones más horizontales, circulares, acogedoras con la naturaleza, reivindicando las brujas y esperando ver cómo termina esto que está en desarrollo al igual que La Carretera, que la dejé ahí, con un final inconcluso.

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