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Opinión

26 de Septiembre de 2019

Columna de Karla Huerta: Respuesta a Gonzalo Rojas

"Una primera cosa que al parecer Gonzalo Rojas desconoce absolutamente es que la exégesis feminista y la teología feminista se vienen cultivando en ambientes cristianos desde el siglo XIX. La Pontificia Comisión Bíblica incluso le brindó un espacio de reconocimiento en el año 1993 en su documento titulado «Interpretación bíblica en la Iglesia», en su número 18. Se pueden apreciar en este documento pasajes muy valiosos".

Karla Huerta
Karla Huerta
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Me ha parecido necesario responder -de manera personal y no oficial- algunos puntos, aunque no todos, sino sólo aquellos que me parecen más serios y relevantes, de lo expuesto por Gonzalo Rojas en Radio Biobío sobre el III Encuentro de Mujeres Iglesia. Me permitiré responder sobre todo algunas cosas que evidentemente desconoce sobre tradición cristiana, Biblia y teología.

Una primera cosa que al parecer Gonzalo Rojas desconoce absolutamente es que la exégesis feminista y la teología feminista se vienen cultivando en ambientes cristianos desde el siglo XIX. La Pontificia Comisión Bíblica incluso le brindó un espacio de reconocimiento en el año 1993 en su documento titulado «Interpretación bíblica en la Iglesia», en su número 18. Se pueden apreciar en este documento pasajes muy valiosos. Dice, por ejemplo:

«Para hablar precisamente, se deben distinguir varias hermenéuticas bíblicas feministas, porque los acercamientos utilizados son muy diversos. Su unidad proviene de su tema común, la mujer, y de la finalidad perseguida: la liberación de la mujer y la conquista de derechos iguales a los del varón. La forma crítica utiliza una metodología sutil y procura redescubrir la posición y el papel de la mujer cristiana en el movimiento de Jesús y en las iglesias paulinas».

Y continúa:

«El objetivo es redescubrir para el presente la historia olvidada del papel de la mujer en la Iglesia de los orígenes. Numerosas aportaciones positivas provienen de la exégesis feminista. Las mujeres han tomado así una parte activa en la investigación exegética. Han logrado, con frecuencia mejor que los hombres, percibir la presencia, la significación, y el papel de la mujer en la Biblia, en la historia de los orígenes cristianos y en la Iglesia». 

De esta fortuna, es que en Mujeres Iglesia hemos redescubierto nuevas formas de relación con Dios, porque tal como dice la ya citada Comisión: «El Dios de la Biblia no es la proyección de una mentalidad patriarcal. El es Padre, pero es también el Dios de la ternura y del amor maternales». Ruaj es una palabra hebrea que significa viento, aliento, respiración, espíritu, fuerza. Es usada 378 veces en la Biblia hebrea. De las cuales 264 veces la versión Septuaginta la traduce por «pneuma» (espíritu) y unas 50 veces por «ánemos» (viento). La primera vez que aparece en la Biblia hebrea es en Génesis 1,2: «El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas». El texto identifica a la Ruaj como la presencia misma de Dios. En Gn 41,38 Ruaj denota la presencia de Dios que entrega sabiduría a quien acompaña (en este caso a José hijo de Jacob, asesor del rey egipcio).

En Ez 2,2 corresponde a la presencia de Dios en el interior del profeta Ezequiel. En Is 30,1 un oráculo de Dios habla de su propio Espíritu como sinónimo de su querer, de su voluntad, de su mente. El mismo profeta (34,16) identifica Ruaj con Dios mismo. Así también lo hace 1Reyes 18,12. Por lo tanto, Ruaj no debería ser una palabra «extraña» para referirse a Dios en la tradición judeocristiana. Su fuente es bíblica y su potencia es amplia, en cuanto Dios se manifiesta de muchas formas, y no sólo como imagen de varón. ¿O creerá el señor Rojas que Dios es varón? Porque aquello podría situarlo al límite de la idolatría. Son bellísimos los relatos bíblicos que nos muestran a Dios como partera (Sl 22,10-11) -un rol asociado a mujeres-, o incluso como una mujer pariendo (Dt 32,18).

Otra cuestión, al parecer desconocida para el columnista, tiene que ver con el rol que el señor Rojas le otorga a las mujeres en el cristianismo y en la Iglesia. El Papa Francisco recientemente ha promovido la realización de un curso que se titula «Mujeres en la Iglesia» con la aportación de teólogas de diversas universidades pontificias y movimientos de mujeres teólogas. Este curso está siendo actualmente impartido gratuitamente vía online a todo el mundo. Hay miles de inscritos, varones y mujeres. Y en él se ha dado cuenta del liderazgo de múltiples mujeres atestiguado por diversas fuentes, tanto bíblicas como extra bíblicas, cristianas y no cristianas.

La teóloga María Elisa Estévez, por ejemplo, durante este curso ha expuesto sobre el liderazgo de las mujeres que ofrecieron sus casas privadas para reunión de las comunidades primitivas. Estas mujeres, al adherir al cristianismo, aceptaron el riesgo de vincularse a un nuevo grupo de parentesco, reformular las fronteras de su identidad, rehacer su sistema de lealtades, y su red de relaciones, como creencias y valores. Esta decisión era meditada y tomada con libertad logrando así alcanzar mayor protagonismo en la vida ciudadana y religiosa, pues las mujeres ricas de la época vivían una inconsistencia de estatus: efectivamente eran ricas pero no podían ejercer todos sus derechos como ciudadanas, y en cambio -dice Estévez- las comunidades cristianas le permitían una auténtica ciudadanía. Hacía posible para ellas que ya «no hubiera varón y mujer» como «no habían judíos ni griegos» (Gál 3,28).

De este modo, las mujeres pudieron ejercer funciones públicas sin desafiar abiertamente la estructura social, sustentada según el género y los espacios públicos y privadas. Algunas de estas mujeres son Prisca en Éfeso y Roma, Febe en Céncreas, Cloe en Corintios, Tabías en la iglesia de Esmirna. María la madre de Juan Marco alojó a la comunidad de Jerusalén en su casa y fue anfitriona de Pedro; era viuda y como tal administraba su casa, por lo que era normal que ella presidiera las actividades de su casa, mientras no estuvieran los apóstoles fundadores. Interesante es el caso de Febe (Rm 16): «bienechora» y «diácona». Habría sido enviada a la comunidad de Roma (o Éfeso) con una carta del apóstol Pablo.

En esa carta, como ha hecho con Timoteo, ha recomendado a Febe como «hermana y diaconisa», y pide que la «acojan en hospitalidad y de una manera digna de los santos». Otro ejemplo de liderazgo de mujeres atestiguado en la biblia se relaciona al concepto técnico de «colaborador» (sinergós). En 1 Cor 16, Pablo insta a los corintios a reconocer la dirigencia de todos aquellos que «colaboran» y «trabajan duramente» (kopiáo) en favor del evangelio, y ruega someterse a ellos, reconociéndoles autoridad. En 1Ts 5,12 Pablo ruega a los tesalonicenses que reconozcan la autoridad de los que se afanan, trabajan duramente ante ellos, y los identifica como quienes «los presiden en el Señor» y los «amonestan».

La unión de estos dos términos implicaría que su liderazgo está vinculado a una palabra autoritativa. El verbo «amonestar», significa instruir o hacer advertencia. Es tarea de estos líderes comunitarios educar por medio de la enseñanza y predicación. El reconocimiento específico de que algunas mujeres se han afanado por el evangelio (María, Trifena, Trifosa, Pérsede) supone la afirmación de su liderazgo y de presidir sus comunidades.  Presidir significa dirigir, pero también proteger y cuidar. Estas mujeres, por tanto, ejercen su liderazgo alentando el caminar comunitario, con exhortaciones adecuadas al momento que viven, e incluso corrigiendo si es preciso, expone Estévez.

Habría mucho más por decir sobre esto, pero no cabe hacerlo en esta breve columna. Con esto, al menos, podríamos evitar pensar que la exclusión de las mujeres de los lugares de liderazgo o funciones directivas es algo propio del cristianismo. Al contrario, el señor Rojas con su crítica se coloca en el mismo lugar de Celso, un pagano del siglo II adversario del cristianismo, quien para criticarlo y desprestigiarlo argumentaba en contra del liderazgo de las mujeres en sus comunidades. De esta manera, la exclusión que el señor Rojas pretende hacia las mujeres de manera perpetua o, incluso, como dogma de fe inscrito en la tradición, no tienen ningún asidero plausible.

La reciente elevación de la memoria de Santa María Magdalena como fiesta obligatoria (2016) para la liturgia universal ha sido un gran impulso para las organizaciones y movimientos de mujeres creyentes en nuestro país, y seguramente también en el mundo. En esta memoria Santa María Magdalena es festejada litúrgicamente como el resto de los apóstoles. «Precisamente porque fue testigo ocular de Cristo resucitado fue también, por otra parte, la primera en dar testimonio delante de los apóstoles. Cumplió con el mandato del Resucitado: “Vé donde mis hermanos y diles”; “María de Magdala fue a anunciar a los discípulos: He visto al Señor”. De este modo se convierte, como ya se ha señalado, en evangelista, es decir, en mensajera que anuncia la buena nueva de la resurrección del Señor; o como decían Rabano Mauro y Santo Tomás de Aquino, en «apóstola de los apóstoles», porque anunció a los apóstoles aquello que, a su vez, ellos anunciarán a todo el mundo», expuso el arzobispo Arthur Roche, Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Esto constituye un paso esencial de reconocimiento a una mujer principal en la historia de Jesús.

Otra cuestión básica de cristología, que al parecer Rojas también desconoce, es que al llamar a Jesús como «hermano nuestro» se releva su humanidad, un aspecto fundamental del dogma cristiano, sin que aquello signifique restarle divinidad. Este es un elemento esencial, puesto que con Jesús hemos comprendido que lo humano y lo divino no se oponen ni compiten entre sí, esto porque Dios mismo se humanizó. Además, el mismo Concilio Vaticano II adoptó un lenguaje incluso más audaz al afirmar que «Dios invisible habla a los hombres en calidad de amigos» (Dei Verbum, 1).

Las mujeres en la Iglesia hemos sido excluidas hasta ahora de cargos directivos perfectamente posibles de ejercer en la actualidad. Todo esto ha ocurrido a causa de la ideología patriarcal que es predominante actualmente en la Iglesia y en la sociedad. Pero con discreción, prudencia y astucia vamos avanzando, asistidas por la fuerza de la Ruaj que continúa actuando en nuestro tiempo. Renovar la Iglesia y actualizar su misión es una tarea urgente

*Karla Huerta, estudiante de teología e integrante de Mujeres Iglesia.

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