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Opinión

2 de Noviembre de 2019

[COLUMNA] A pesar de Piñera, Chile sigue ahí

Agencia Uno

"Le digo que justamente por no escuchar es que llegamos a este nivel de enajenación, donde tenemos a un Presidente que gana tiempo para cansar a los manifestantes en vez de conversar, pero en ese objetivo fracasa porque los chilenos siguen saliendo a las calles", dice Carmen Sepúlveda en esta columna.

Carmen Sepúlveda
Carmen Sepúlveda
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Hoy es 1 de noviembre, y el país lleva dos semanas movilizado. Las autoridades esperaban que por ser fin de semana largo las marchas se debilitarían, pero no. Las movilizaciones siguen ahí, como si fuera el primer día. 

Los chilenos hemos pasado por Estado de Emergencia, por toque de queda, por saqueos, por incendios, por largas caminatas para ir al colegio y para regresar del trabajo a casa. No funciona el metro y las micros casi no pasan, los negocios de barrio cierran temprano, hasta don Nelson el amigo del kiosco, no ha venido a trabajar. Los cacerolazos son pan de cada día, igual que las barricadas. Según el INDH los muertos hasta hoy suman 20 personas, y son esas vidas perdidas, las que activan las redes sociales convocando a más y más manifestaciones. 

En mi edificio, ubicado en el corazón de Plaza Italia,  subimos y bajamos a pie, porque una turba entró, quebró vidrios y se fueron en contra del patrimonial  ascensor que en dos años más cumple 100 años. Desde la administración nos comunicaron que se prohíbe abrir a desconocidos, se prohíbe ayudar a cualquier periodista con ganas de grabar, se prohíbe poner pancartas y exponer a la comunidad a un riesgo mayor y vital. El sábado los vecinos nos reuniremos en el Parque Bustamante para presentar un recurso de protección porque todas las tardes desde el 19 de octubre se lanzan más de cien bombas lacrimógenas afectando la calidad de vida de adultos mayores y de menores de edad. Nos preparamos, porque esto no tiene cara de parar. 

Esta mañana sospechosamente la Plaza Italia amanecía sin cacerolazos y sin gritos. Por un momento pensé que de verdad todos se habían ido de vacaciones. Pero no. Abrí la ventana y vi cientos de manifestantes con las manos arriba y en silencio. A mi hija Laura de 9 años la invité a mirar lo que pasaba allá afuera. Eran mujeres vestidas de negro, de luto, que protestaban sin violencia. Eran madres, abuelas, hermanas e hijas con la frente en alto exigiendo justicia por los caídos. Decidimos bajar a la calle con lo puesto. “Estamos luchando por todos los hijos vivos y muertos de un país perverso que vende éxito para unos pocos, mientras al resto se les discrimina, se les abandona, se les teme, se les reprime y en estas jornadas, simplemente se les mata”, me dice una de las mujeres. 

Caminando con mi pequeña, leyendo los nombres de los muertos escritos en cruces blancas instaladas a los pies de Manuel Baquedano, una pareja de chilenos de unos 45 años, pero por su pieles gruesas y ajadas más parecen de 60, me cuentan que son de La Pintana, donde hace semanas murió Baltazar un de 9 meses por una bala loca. Tomados de la mano, sentados en la cuneta, me cuentan que no conocían la Plaza Italia, y que a pesar de todos los rayados, y del mal olor, les parece bonita. Ella trabaja como cajera en un supermercado y gana el mínimo y él trabaja como obrero de la construcción y gana dos sueldos mínimos. Tienen siete hijos. “todo lo que ganamos es para comer y transportarnos”, me explica el hombre. Sentados, pero más juntos que nunca, miran cómo se reúnen jóvenes para una marcha programada para las cinco de la tarde. Otra marcha más. Otra represión más, pienso. Les digo que tengan cuidado, que sepan retirarse antes de que carabineros lance balines, porque disparan sin discriminar a los que tienen o no tienen hijos.    

Otra joven que viene de Maipú, me cuenta que hace una semana terminó el cuarto medio, que va  a dar la PSU y que quiere ser abogada para entender las razones de lo poco democrática que es nuestra constitución, y por qué se habla de violación a los derechos humanos cuando te ataca un carabinero y no cuando te ataca un civil. “Quiero que me vaya bien en la prueba para entrar a la universidad”, me dice. 

Mientras tanto, mi hija me pregunta por qué el interés de conversar con las personas que no conozco, por qué me importan sus vidas, por qué mejor no nos vamos a casa.  Le digo que justamente por no escuchar es que llegamos a este nivel de enajenación, donde tenemos a un Presidente que gana tiempo para cansar a los manifestantes en vez de conversar, pero en ese objetivo fracasa porque los chilenos siguen saliendo a las calles. A él y a su gente no les interesa hablar con los perdedores de un sistema aniquilante. 

Le digo a mi hija que no cuesta nada darnos un minuto para saber de dónde vienen, qué hacen y cuáles son las historias de los manifestantes, que al fin al cabo, tienen muchos elementos de nuestras pobres historias familiares. Porque, en definitiva, solo conversando, creo, va a llegar un día en que la balanza del mérito le gane al apellido y colegio que nos tocó. 

Espero que mañana las autoridades no se hagan los sordos y que amanezcan con ganas de conversar porque los jóvenes no abandonarán las avenidas. Y porque soy una convencida que los chilenos movilizados les queda para rato el mínimo para dejar de pelear, eso que solo el humillado entiende, el que se les  valore más por estar vivos que aniquilados y muertos. 

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