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Opinión

25 de Noviembre de 2019

La crisis y el después de la crisis

Agencia UNO
Alberto Larraín
Alberto Larraín
Por

Mucho se ha escuchado estos días la palabra crisis, la crisis social, la crisis del modelo, la crisis de la democracia, pero ¿qué repercusiones tiene esta crisis en cada uno de nosotros?. Para poder aproximarnos a ella, primero debemos mirarnos a nosotros mismos, qué sentimos, cómo nos ha afectado. Muchos, han tenido y tendrán repercusiones en su día a día, en sus rutinas familiares, presentarán dificultades económicas, y todo ello incluso podría modificar sus proyectos de vida.

Una crisis es un cambio coyuntural en algo organizado, algo que acontece, y que tiene una inestabilidad propia que la caracteriza, por cuanto también implica incertidumbre para cada cada uno, respecto a cómo afectará su presente y su futuro. La forma como experimentamos una crisis es netamente personal, a partir de las características de nuestra biografía, quienes somos, el tiempo vital en el que estamos y nuestras circunstancias.

Johan Cullberg, psiquiatra Sueco, pese a la vivencia individual, describió las etapas en una persona para cualquier crisis, desde una ruptura de pareja, un despido, hasta el enfrentamiento de una crisis social, y definió cuatro etapas, que probablemente usted pueda reconocer en su propio proceso estas últimas semanas:

La fase de shock, es la respuesta inicial a la crisis, dura algunas horas o días y se caracteriza por el caos interno, la rabia, el pánico o la apatía, pudiendo incluso llegar a ser sentido todo lo que pasa como algo irreal.

La segunda fase es la de reacción, donde comienza a aparecer la ansiedad y se intensifica la rabia, puede aparecer la vergüenza o la culpa, los mecanismos de defensa mental comienzan a activarse en busca de minimizar o evadir la crisis, por lo que comienza a asomarse, lentamente, la reflexión de cómo se podría haber evitado el evento, pudiendo durar de 1 a 6 semanas. Se acompaña de dificultades para dormir y una alta sensibilidad incluso, llegando al llanto espontáneo, y un aumento o disminución del apetito.

Posteriormente, comienza la fase de aceptación, de procesar lo acontecido; entonces los mecanismos de defensa comienzan a disminuir, por lo que cada vez se dedica más tiempo a pensar en lo que ha pasado y sus consecuencias. La angustia comienza a disminuir y se comienza a encontrar significados.

Por último, está la fase de reorientación, donde la persona puede comenzar a mirar de nuevo al mundo, el hecho que le ha causado dolor, pero puede reconocer cómo el mismo evento ha logrado, por ejemplo, generar fortalezas.

Un aspecto que se debe tener claro, es que no todas las personas reaccionan igual, ni transitan el mismo tiempo por las distintas fases, incluso existe la posibilidad de quedar detenido en una fase, sobretodo la fase de reacción, y es entonces cuando existe mayor posibilidad de que la crisis se vuelva traumática.

Esta semana, el Ministerio de Salud ha informado que las licencias de salud mental se han incrementado un 22%, llegando a ser 6.000 licencias por esta causa diarias. La crisis que hoy enfrentamos es distinta a cualquier otra que hayamos presentado; no unifica al país, -como es el caso de las catástrofes naturales-, sino que nos ha dividido.

Y no es en el contexto de una excepción de la institucionalidad: es en democracia. Esta es una crisis que ha traído al presente todos los dolores guardados de Chile, y se ha tomado la biografía y también la comunitaria y, pese a que todos compartimos el mismo territorio, para todos y todas tiene distintas interpretaciones, y eso es lo que ha hecho que se dificulte su resolución. 

Pero, supongamos que logramos dar pasos, que logramos salir de la crisis misma ¿Entonces qué? ¿Cómo se transforma esto en una oportunidad? El Centro Nansen para la Paz y el Diálogo de Noruega, propone una forma de entender los momentos que deberemos pasar para lograrlo.

Lo primero es que, tras la crisis, el análisis y la reflexión se está centrado en uno mismo, en cómo yo entiendo la crisis, cuál es la crisis, cuándo asumo que comenzó, cómo esto ha impactado en mi historia. Es el momento del YO: se buscan culpables, se buscan las responsabilidades del otro y se exige que el otro haga lo que yo espero de él. En esta etapa el diálogo no es posible, pero es esencial para descubrir como yo me siento y sobre cuál crisis estoy dispuesto a conversar.

Un segundo momento es la del TÚ, cuando se logra entender que no soy solo yo el afectado, y ahí aparece la pregunta por tu historia, cómo te ha afectado esto desde quién eres, desde tus características, el lugar que habitas, en tu tiempo, con tus creencias. Es el paso para validar al otro, asunto indispensable para el diálogo. Puede que haya entendimiento o tal vez no, pero en el caso de que se logre pasar por sobre la polarización y se llegue al encuentro, llegará el tercer momento: el NOSOTROS, el espacio donde vemos cómo construimos juntos, cómo, a partir de esta historia, en esta comunidad y con esta realidad, construimos acuerdos, sinergias y capacidades comunes.

Esto vuelve al centro de la crisis y al cuestionamiento de nuestra propia humanidad, a la forma de relacionarnos y el tipo de desarrollo que queremos. La única forma en que esta crisis pueda transformarse en una oportunidad es que podamos hacer el tránsito desde el yo al nosotros, y no por una obligación, sino por el entendimiento de que el nosotros viene antes que el yo, que es una condición de nuestra propia humanidad; todos provenimos de otro, de un nosotros y es, justamente, a eso lo que el neoliberalismo centrado en lo individual y en lo productivo nos forzó a renunciar.

Solo en el nosotros podremos transformar el dolor de la crisis en un dolor compartido, que al repartirse entre cada integrante de nuestra comunidad se hace tolerable, solo ante la certeza para quien sufre, de que el otro ha entendido su mensaje, que ahora entiende que lo que es urgente para él, es urgente para mí también, podrá volver la paz a nuestra comunidad y será mejor que antes.

Eso es el Nuevo Pacto, una sociedad que me ve, me valora, me acompaña y me permite expresar mi potencial al máximo para aportar al presente y futuro común.

*Por Alberto Larraín Salas, psiquiatra y director ejecutivo de Fundación ProCultura.

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