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Reportajes

5 de Enero de 2020

El legado de la princesa de la cueca

Cantaba cuecas y tocaba el pandero. Participaba del ballet folclórico y la Big Band de San Bernardo y del grupo cuequero Las Melosas donde cantaba con su madre y su hermano y estaba en el primer año de fonoaudiología en la Universidad de Chile. Le gustaba el animé, bordar y estaba enamorada. Xaviera Rojas, la princesa de la cueca, tenía 18 años. El sábado que la mataron para robarle un celular, iba a un ensayo de folklore en la Casa de Cultura de San Bernardo donde sus padres ensayaron tantas veces, donde ella encontró el amor y donde hoy sus amigos y su familia la homenajean con música y cuecas. Desde ahora, esta casa llevará su nombre. Esta es la historia de Xaviera y lo que les dejó a quienes tocó con su voz.

Por

Villancicos. 

Esta vez no son cuecas, sino villancicos. 

Es el viernes 13 de diciembre de 2019. En Santiago hace un calor de aquellos. Y Xaviera Rojas (18) y su madre, Angélica Neira (50), del conjunto folclórico Las Melosas en el que ambas cantan principalmente cuecas, ahora ensayan unos cantos navideños para presentarse en un acto en San Bernardo días antes de Nochebuena. Se prueban trajes para la presentación. Ensayan. Vocalizan. Como siempre, después se reúnen con más amigos y algunos familiares. Son una familia aclanada, sociable. Se van a celebrar, a cantar, a conversar, a un pub cercano a su casa, en la plaza de San Bernardo. Piden una tablita para picotear. Se ríen. Se ponen a cantar. Siempre se ponen a cantar. Hacen karaoke. Recuerdan momentos divertidos. Se echan bromas. De pronto Xaviera, que está a punto de terminar su primer año en la universidad y a pocos días de cumplir 19 años, pregunta algo: 

-Mamita, ¿me das permiso para tomar algo hoy día?

-¿Y qué quieres tomar?

-Un tequila margarita.

-Me parece.

-¿Sí? 

-Sí.

Xaviera pide el tequila margarita. Bebe unos sorbitos. Al rato le dice a su madre: “Parece que no voy a poder tomármelo todo”. Su madre la mira y ambas se ríen. “Yo te ayudo”, le dice ella. Ambas siguen cantando. Vuelven a casa como a las tres de la mañana. Al otro día Xaviera tiene ensayo con la Big Band del ballet folklórico de San Bernardo en la Casa de la Cultura de la comuna, muy temprano. Pero ambas saben que Xaviera se levantará a la hora. Es muy responsable. Jamás llega tarde. Siempre cumple. Más aún si se trata de la música.

Al día siguiente pone el despertador a las siete y media. Se levanta, se baña, toma desayuno con sus padres que también van a salir: Angélica irá a un curso de instructores de folklore y Javier, a su trabajo como informático en un centro de formación técnica donde además tiene una fotocopiadora. “Te quiero mucho”, les dice Xaviera a ambos. Les da un beso. Sale de su casa rumbo a la Casa de Cultura de San Bernardo a las ocho y media de la mañana. Va a pie. El lugar queda a pocas cuadras de su casa. 

***

La historia comenzó arriba de una micro en San Bernardo en 1995. Entonces Javier Rojas tenía 18 años y estaba haciendo su práctica como técnico en informática. Cantaba y bailaba cueca desde niño y ese día de 1995 se encontró en la micro con una amiga que le dijo: “Mañana hay ensayo de un grupo folclórico nuevo, ¿por qué no vas?”. Javier lo encontró interesante. “Quizás pueda encontrar una polola”, pensó. Y así fue: al poco tiempo ya estaba saliendo con Angélica Neira, también cuequera, folclorista, unos años mayor que él y madre de Sebastián, de entonces cuatro años. “Si tú quieres que yo sea tu papá, cuando me case con tu mamá, vas a tener mis apellidos”, le dijo Javier a Sebastián. Él dijo que sí. La pareja se casó en febrero de 1996 y en octubre de ese mismo año partieron al norte, primero a El Salvador, luego a Copiapó: IBM había destinado a Javier a esas ciudades por trabajo. Xaviera nació el 31 de diciembre de 2000 en Copiapó. Su tía paterna, Jocelyn Rojas, recuerda: “Yo viajé desde Santiago para conocerla. Solo somos dos hermanos así es que la emoción era absoluta. Mi sobrina nació como a las seis y media de la tarde. Pasamos el año nuevo con ella recién nacida en la clínica, con una cassata de helado de piña y champaña”. Le pusieron Xaviera, con X, en una negociación: Javier quería que su hija se llamara como él y Angélica no quiso. ¿Cómo iban a tener el mismo nombre? Era demasiado. Saviera, corregía ella a todo el mundo que le decía Javiera con J, menos a su papá, que insistía en pronunciar su nombre con la misma letra con la que comenzaba el suyo. 

La niña se crió en medio de guitarras, cuecas, folklore y panderos. Viendo a sus padres y a su hermano tocar y cantar. Ella, obediente, los esperaba sin moverse de su coche o sentadita en una silla mientras su familia estaba arriba del escenario. Comenzó a cantar desde muy pequeña. “Era tan ordenada. Nos subíamos a los escenarios sin preocuparnos. Le dabas una orden y la seguía. “Usted se queda acá, mamita. Viene esta cueca, esta cueca, y después usted se pone de pie para que le entreguen el micrófono”, dice Angélica. La primera vez que se subió a un escenario a cantar, tenía cuatro años. Cantó la cueca La Asesina, compuesta por su madre. Desde entonces no paró más.

Cuando Xaviera tenía 4 años, la familia volvió a vivir a San Bernardo. Y siguieron ligados al folklore y a la música. En el colegio, Xaviera destacaba en todo: en matemáticas, deportes – le gustaba practicar handball – actividades artísticas. Tenía excelentes notas. Estaba en todos los talleres habidos y por haber. Le gustaba bordar, jugar cartas, playstation y también el animé. Y por supuesto participaba activamente de todo lo que estuviera relacionado con la música. “Le faltaba el tiempo para hacer todo lo que hacía. Era muy inquieta, participaba en todo. Ya había salido del colegio y seguía yendo a ayudar”, cuenta su mamá. Cantaba en el grupo familiar Las Melosas, pero también en el ballet folclórico y la Big Band de San Bernardo. Tocaba varios instrumentos, pero en especial el pandero. Su voz era dulce, gruesa, femenina. “Era una niña muy tierna, cariñosa, incluso tímida a veces. Era besucona, buena para los abrazos, alegre, chistosa, estaba siempre haciendo algo”, recuerda su amiga y también cantante Natalia Abarca. “Era una artista, pero también muy para adentro, muy piola. Nunca la escuché decir un garabato. Siempre escogía lo más chiquitito porque no quería que gastáramos de más. A veces iba a cantar a la feria libre con un parlante para hacer su propio dinero. Se compraba ella misma sus instrumentos, su ukelele”, cuenta su tía Jocelyn. 

Familia de Xaviera Rojas

El 2018 fue un año decisivo en su vida: Xaviera estaba en cuarto medio. Preparaba la PSU en el colegio. “Quiero estudiar canto lírico”, les dijo a sus padres. “Mira, hija, conversemos. Si me preguntas por tus capacidades, tienes buenas notas en todo, puedes elegir la carrera que quieras. Tienes el mundo en tus manos y en Chile, de la música no se vive. Nosotros hemos hecho música toda la vida, pero tenemos nuestras carreras y trabajos. Estudie una profesión que genere tus lucas, después haga lo que quiera con su vida”, le dijo su padre. Xaviera lo escuchó. Siguió en el preuniversitario del colegio preparando la PSU y pensó en estudiar fonoaudiología: era algo relacionado con el canto y así podría ayudar a sus amigos cantantes a trabajar la voz. En eso estaba, cuando a fines de ese mismo año, en noviembre, supo de una audición para bailarines y cantantes en el Ballet Folclórico de San Bernardo. La audición sería en la Casa de la Cultura de la comuna.

***

La chica que tenían al frente era alta, delgada, morena. Tenía un violín en la mano y parecía nerviosa. Andrea Orellana, profesora del ballet folklórico de San Bernardo, Luis Ossa, profesor de la Big Band del ballet y Jorge Proshle, director del ballet, la miraron atentamente. Era noviembre de 2018. “¿A qué vienes hoy?”, le preguntó Andrea a la chica. “Yo canto. Y toco el violín”, le respondió Xaviera. “Muéstranos lo que haces”. Entonces Xaviera se puso a cantar. Los tres jurados del ballet folklórico se miraron entre sí. Sin decir palabra, supieron que estaban frente a quien estaban esperando para la banda. “Estábamos buscando una voz y nos llegó una voz particular, bonita, angelical. La Xavi nos llegó del cielo. Nos miramos y supimos que era ella”, recuerdan los tres. Mientras, en el público, un chico de pelo castaño claro, observaba la audición atentamente. Se llamaba Guillermo y era bailarín del ballet. Un rato antes, le había pasado el formulario a la chica que cantaba para que lo completara. Le había llamado la atención. Pero ahora que la escuchaba cantar, le pasaba algo diferente. 

Xaviera se integró al ballet folklórico a los pocos días. “Era una voz trabajada y humanamente era un siete. Siempre estaba disponible para ayudar en lo que fuera. Después entró a la Big Band y los resultados fueron sorprendentes”, cuenta Luis de la Big Band. Guillermo se acercó de inmediato a Xaviera. Supo que cantaba desde niña y que también le gustaba interpretar música afroperuana de Eva Ayllón. Entonces le empezó a gustar en serio. 

Grupo de ensayo de Xaviera Rojas

En diciembre Xaviera dio la PSU. Ponderó alrededor de 720 puntos y entró en quinto lugar a Fonoaudiología en la Universidad de Chile. Y siguió cantando, siempre cantando. Pero recién en septiembre de 2019 empezó a hablar más con Guillermo, el bailarín que la había visto en la audición cuando entró al Ballet. “¿Vamos a una fonda?”, le preguntó ella. “Vamos”, le dijo él. Así, ordenó lo más rápido que pudo los trajes del ballet y fueron juntos a la fonda. “Compramos papas fritas, bebidas. Andábamos en busca de una cueca. Esta cueca tiene que ser mía, pensaba yo. Bailamos una y al final quedamos muy juntos. Pero había más gente y la Xavi se puso nerviosa”. Días después, fue el primer beso. Con los días, Guillermo y Xaviera se pusieron a pololear. Todos recuerdan la primera vez que llevó a Guillermo a su casa. “¿Y usted? ¿Es amigo de mi hija?”, le preguntó muy serio Javier,  mirándolo fijamente. “Un poco más que amigos”, le respondió él. “Bien, joven. Aquí lo importante es que se quieran y se respeten. Que se cuiden. Ahora póngame las manos así”, le dijo, y le mostró las palmas hacia arriba. Guillermo le hizo caso. Entonces Javier desparramó mucha crema en las palmas del chico. “Cuando vuelva, quiero que toda esa crema esté allí mismo”, le dijo. Entonces los dos se rieron. “El pololo es un chico muy transparente, agradable, lo que esperas para tu hija. Pero el primer día le hice esa talla, bien serio, porque yo era el papá de Xaviera”, recuerda él. 

“La Xavi tenía la autoestima baja, yo le fui cambiando un poquito su mentalidad. Era muy inocente en sus cosas. Igual era un poquito caprichosa, dulce y alegre, era luz, pura luz para mí. Era muy corazón de abuelita: Se preocupaba la mamá, de la gente que tenía problemas, de sus amigos. Yo le decía que había gente que no debiera preocuparle tanto, pero ella siempre veía algo bueno en todos”, cuenta Guillermo. 

En octubre el Ballet Folklórico tenía una gira por México. Xaviera le pidió permiso a su papá para ir. “Me costó un mundo darle permiso. Le dije que  tenía que hacerse responsable todo lo que tenía que hacer, de la universidad y sus ramos. Ella habló con sus profesores y le dieron permiso. Hizo beneficios y tocatas para juntar dinero para llevar. Al final tenía asumido que debía darle permiso por todas las cosas que había hecho. Y nos daba tranquilidad que fuera con Guillermo. Siempre estaban comunicados con nosotros contándonos lo que iban haciendo”, recuerda Javier. En México estuvieron en Hidalgo, Guanajuato y la capital. Allá se presentaron varias veces y Xaviera quedó maravillada con la Casa Azul de Frida Kahlo. En su Instagram posteó una fotografía en la que ella y Guillermo se miran con ternura. El texto es una frase de la artista mexicana: “Jamás en toda la vida, olvidaré tu presencia. Me acogiste destrozada y me devolviste íntegra, entera”. 

Cuando visitaron las pirámides, el grupo vivió un momento majestuoso. En la cima de la pirámide, el grupo conformado por los profesores, bailarines y músicos, se abrazaron y entonaron una canción. Una de las cantantes estaba enferma así es que Xaviera fue la única voz femenina que pudo interpretarla. Sonriendo, cantó: “Del amor a la muerte es solo un paso. De la vida a la luz soy planetario, cósmico, universal y compañero”. “Se generó algo tan bonito que todos salieron emocionados. Los turistas se empezaron a acercar, a grabar el momento. Fue mágico para nosotros. Todos terminamos llorando, abrazados. Fue un momento único, tiene un gran significado. Todo se alineó para que a Xavi pudiera viajar, cantar y se pudiera despedir”, cuenta ahora Andrea, la profesora del ballet.

El grupo regresó a Chile cuando la movilización social ya había comenzado. “En la universidad tenemos un petitorio”, le contó a su papá un día. “Queremos que el lenguaje de señas sea un ramo”. “Bien, pero pídanlo conversando”, le respondió él. La universidad acogió la petición. 

“Quiero ir a la marcha en Santiago. Una amiga mía va”, le dijo a Javier un día. “Podemos manifestarnos aquí, con música, como siempre lo hacemos hecho. No quiero verte con un perdigón en el brazo”. Así es que tocaron en San Bernardo. Y así apoyaron las demandas sociales. Cantando, como siempre.

***

“Papá, llegué a cultura”. Javier leyó el Whatsapp de su hija Xaviera. Eran las 9:15 del sábado 14 de diciembre. A Javier le pareció extraño el texto. Xaviera le habría escrito algo distinto. “Papito, ya llegué, estoy con los chiquillos”, algo así. Era raro ese mensaje. Sin embargo, le respondió un ok y se fue al instituto Aiep a trabajar. Por su lado, Angélica Neira partió a su curso de instructores de folklore y le mandó un Whatsapp a su hija para que se juntaran a almorzar en la casa. Luego ensayarían y se irían a la tocata que tenían ambas en la tarde. Pero no recibió respuesta. Xaviera no leyó el mensaje.

En el trabajo en Aiep, Javier se puso a ver videos de presentaciones antiguas en los que aparecía Xaviera cantando. “De repente me dije: Me estoy deprimiendo. Así es que me puse a escuchar cumbias. Me enchufé los audífonos y como a las 12, llamé a la Xavi y no me contestó”. Angélica regresó a la casa para almorzar: Xaviera no estaba allí. Angélica la empezó a llamar y llamar. Hasta que al fin, les contestó un hombre. “Me encontré este celular botado en el parque”, le dijo. Angélica se comunicó con su marido y salió hacia la Casa de la Cultura a buscar a Xaviera. Al poco rato llegó Javier y varios amigos y familiares. Todos empezaron a buscarla. “Les pedimos ayuda a los comerciantes del sector para ver sus cámaras. Ahí nos dimos cuenta de que la Xavi no había llegado nunca a la Casa de la Cultura”, recuerda Javier. “Se tiene que haber arrancado con el pololo”, les dijeron a los padres. Pero Guillermo estaba allí, con ellos, buscando a Xaviera por todos lados. 

Ella siempre pedía permiso, nunca se había arrancado así sin autorización, algo tenía que haberle pasado. A las cinco la tarde hicieron la denuncia por presunta desgracia en la PDI. Luego, siguieron buscándola con sus amigos, familiares, sus compañeros de la Big Band, del ballet, sus colegas folcloristas. Su padre se metió debajo de los puentes preguntando por ella. Habló con personas de la calle, les preguntó por su hija. Nada. Xaviera no estaba por ninguna parte. 

El domingo 15 de diciembre, los vecinos de la calle Balmaceda con el pasaje La Plata alertaron de la aparición de un cuerpo en el canal El Espino. La policía de Investigaciones le pidió a Javier reconocer a su hija. 

Era ella. Era Xaviera. 

La mañana del sábado, a dos cuadras de llegar a la Casa de la Cultura, Javier Bustamante, un hombre en situación de calle y adicto a las drogas, la habría interceptado antes de llegar al ensayo. De acuerdo a la información entregada por la PDI, el hombre la obligó a entrar a la casa okupa donde vivía con su hermano Diego Bustamante y Edgar Layseca. Allí, según la  la investigación que la PDI llevó a cabo, Javier Bustamante la habría herido y golpeado con un objeto contundente. Tras matarla con el impacto, robaron su celular, que luego vendieron por 20 mil pesos. De acuerdo a la información entregada, maniataron su cuerpo y lo cubrieron con un cobertor. En la tarde, la habrían puesto arriba de un carro de supermercado y trasladado hacia canal en donde fue encontrado su cuerpo sin vida. La investigación asegura que las cámaras de seguridad del sector los mostraron claramente en esas andanzas. Así fue cómo la policía los pudo identificar y detener días después. Hoy Javier Bustamante está formalizado por Fiscalía por robo con homicidio, y Diego Bustamante y Edgar Layseca por encubrir el crimen de Xaviera.

***

La casa es una casa de color ladrillo, con tejas de pizarreño de la época colonial. Algunos banderines de colores flamean al viento y árboles centenarios dan sombra en sus jardines. En uno de sus salones, se escucha cueca. En una mesa hay bebidas, panes con jamón y queso para todos. Al centro del lugar, unos diez músicos hacen repiquetear sus guitarras, el acordeón, el pandero. Y las voces cantan a todo pulmón. Son varias mujeres, un par de hombres, entre ellos una pareja. Javier y Angélica cantan con los ojos cerrados. Los párpados tiritan levemente. Los labios tiemblan con la potencia de sus voces. 

Al poco rato ambos salen hacia el jardín de la Casa de la Cultura. Tienen los ojos brillantes. Ella dice: “Eso que viste allí adentro era mi hija: energía, vitalidad, alegría, peluseo. Ella era inquieta, nunca estaba tranquila, le faltaban horas del día para hacer cosas”. Él agrega: “Nos ves contentos porque es la energía que ella nos transmite desde arriba, a través de nuestros amigos la sentimos presente. Nosotros gozábamos la música, carreteábamos juntos, compartíamos. Siempre estábamos juntos”. 

El grupo de músicos se dirige con sus instrumentos – guitarras, acordeón, pandero, flauta, trompetas – a otra sala de la Casa de la Cultura. Llega Guillermo. Los papás de Xaviera lo abrazan con cariño. “Hola, hijo, ¿cómo está?”, le dice Angélica. Guillermo le sonríe. En el funeral de Xaviera le bailó una última cueca, vestido de huaso, se arrodilló frente al ataúd y lo tocó con su pañuelo blanco. Ahora Guillermo dice: “No sé de dónde saqué la fuerza para bailar esa cueca. Pasé por la ira, por todos los sentimientos. Con los días pensé que la Xavi no quería vernos así, que está diciéndonos: ‘tranquilos, ahora estoy mejor’. Pero este es el golpe más bajo que he vivido en mi vida. Creo que la cicatriz no se va a borrar nunca”. Hace pocos días, los papás de Xaviera le entregaron un regalo que ella le tenía para Navidad: era un bordado en punto cruz de su personaje de animé favorito. 

El grupo de músicos y bailarines ya arreglados, amigos y familiares de Xaviera, parten en una hilera de autos hacia el Cerro Chena en San Bernardo. Allí grabaron un baile en homenaje a Xaviera y almorzaron bajo un toldo, escuchando música, recordando, riendo, cantando, como siempre.

“Es difícil que haya justicia, porque justicia sería que ella volviera. Nada nos va a devolver a nuestra hija. Nosotros vivimos la vida así, en esta intensidad, haciendo cosas, estando juntos, compartiendo, cantando. Yo tuve a mi hija 18 años, me la prestaron por ese tiempo y ahora la tuve que devolver. Estamos en pie por los amigos, el cariño y el respeto. Hasta hoy, nuestra hija nos sigue llenando de orgullo. Ahora tenemos que conformarnos con ver una foto y tenerle una velita, pero siempre ella siempre está en espíritu. La sentimos aquí, entre nosotros”, dice su padre, Javier, a los pies del cerro.

En San Bernardo, la Casa de la Cultura llevará el nombre de Xaviera Rojas. 

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