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Reportajes

2 de Febrero de 2020

Recicladores de base: Protagonistas invisibles del reciclaje

Constanza Pérez

Caminar mirando el suelo, buscando algo, arrastrando un carro de supermercado, pedaleando en un triciclo o cargando un saco. Botellas, cartones, ropa, fierros, latas. Todo sirve. Desde temprano recorren las calles pero, al parecer, nadie los ve. Son ignorados, afirman. Los cachureros, cartoneros, chatarreros, ahora conocidos como “recicladores de base”. En su mayoría son mujeres y ancianos que desde hace algunos años encontraron en el reciclaje una forma de subsistencia y que deambulan por Chile buscándole segundas oportunidades a lo que alguien desechó. Hoy, a propósito de la urgencia climática que nos afecta, su voz emerge para ser partícipes impostergables del cambio y abandonar, de una vez por todas, la precariedad de su trabajo.

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Existen hace años: hay nietos, padres y abuelos recorriendo las calles, recolectando. Según cifras manejadas por el Movimiento de Recicladores de Chile, son 60 mil a lo largo del país. De estos, un 60% son mujeres. Una de ellas es Cecilia Ramos (60), quien comenzó en el rubro en los años ochenta. Madre y jefa de hogar, iba a dejar a sus hijos a la escuela, y a la vuelta recogía botellas en Estación Central hasta que un día dedicó una habitación de su hogar para juntar todo: cartones, diarios, latas. “Mi casa era un cagazo”, recuerda hoy, en una casa en la población José María Caro, de Lo Espejo. En sus mejores semanas, llegaba a juntar 500 kilos de cartón, las que apilaba en rumas perfectamente amarradas. Esa cantidad era lo mínimo para que un camión de la Sociedad Recuperadora de Papel (Sorepa), le retirara el material desde su casa. ¿De dónde sacaba el cartón? Caminaba una hora hasta llegar a Lo Valledor con un carro de supermercado. 

Cecilia recolecta en la calle, no en las casas. Siente que si le pide el cachureo a alguien la miran de mala forma, con desdén o sospecha. “Por lo general nadie nos ve. Somos ignorados, pero a mí me daba igual”, afirma hoy, ya retirada del negocio luego de treinta años. Hace un año le ofrecieron cuidar a un niño, Simón, y con eso subsiste. De igual forma sigue reciclando, pero no tanto como antes. Gracias a la recolección de cachureos cuenta que pudo mantener a sus dos hijos, mandarlos a la escuela, llevarlos al médico e, incluso, criar a dos sobrinos. “Tengo alma de cachurera, a mí me gusta la calle. Vendes el cajón de tomate, la bandeja de huevo, una lata, un fierro. Uno camina mirando el suelo”.

Mucho trabajo, poca paga

A fines del 2019, Cecilia Binimelis (84, periodista), redactó una carta para difundir entre sus cercanos, en la cual denunciaba la baja de los precios de compra del reciclaje por parte de las empresas que compran lo que los recolectores encuentran. 

Cecilia Ramos y Cecilia Binimelis

“Hace unos días, antes que el termómetro llegara a los 33 grados, llevé 14 kilos de cartón en el carro de una amiga (el mío no resiste tal volumen) a un centro de acopio donde pagan por la entrega de materiales reciclables. Son 24 cuadras ida y vuelta. El cartón me lo habían dejado unos vecinos amigos y Pedro, el reciclador oficial de nuestra organización de adultos mayores, no estaba disponible. Cuando el encargado del local me canceló, miré incrédula las monedas: eran 140 pesos, 10 pesos por kilo. Sorprendida le pregunté cómo Sorepa, la filial recuperadora de la Compañía de Papeles y Cartones (CMPC) podía pagar tan poco. Se encogió de hombros. “Ahí está Matte”, fue la respuesta.

Sorepa compra el kilo de cartón a $20. Esta es filial de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC), condenada por la Corte Suprema por colusión entre los años 2000 y 2011 y que debió compensar con los polémicos 7 mil pesos a más de 12 millones de chilenos, según cifras entregadas por el Sernac. 

Si el reciclador no puede recorrer kilómetros con el triciclo para venderle directamente a la valorizadora, debe recurrir a un intermediario, quien lo compra a $10, para ganar algo también. Según recicladores consultados, un triciclo hace 20 kilos aproximadamente. Por un viaje con el triciclo hasta el tope, el reciclador gana $200. ¿Cuánto se demora en recorrer esa distancia? ¿Cuánto se demora en juntar ese cartón?

Pedro Otárola tiene 76 años. Su piel arrugada y pálida enmarca sus ojos azules. Sus brazos son delgados pero tonificados. Él es uno de los adultos mayores que se dedica a reciclar y recorrer kilómetros sobre un triciclo repleto de cartones. Lleva diez años en eso. “Yo carreteo cartones. Hay que llevarlos todos amarrados, después sacarlos del triciclo y subirlos a las pesas. Salgo a las nueve y media de la mañana, me desocupo a las dos de la tarde, y me pagan $200”, dice mientras acaricia a Violeta, una perrita que se instaló a su lado en el sillón de su casa. Pedro es hermano de Juana (83), quien pertenece a un club de adulto mayor junto a Cecilia Binimelis, la autora de la carta. Para Pedro cartonear es una terapia, le gusta, lo relaja, pero su hermana ya no quiere que lo haga por los accidentes que ha sufrido.

“Si Pedro no viviera con nosotros ¿cómo viviría? Él tiene pensión asistencial. Mi nieta lo anima por la ayuda al planeta; le dice ‘tío, siga no más, para que limpie’”, afirma Juana mientras asegura que la mayoría de los recolectores son adultos mayores que buscan en ese trabajo un sustento para vivir, ya que la pensión no les alcanza. Sin embargo, Cecilia y Juana creen que esta actividad ya no alcanza para vivir porque los precios están por el suelo: “una empresa grande que tiene plata no debe hacer una obra de caridad, sino tener un precio un poquitito más justo. ¿Cómo no se dan cuenta de que hay gente que vive de eso?”. 

Cecilia Binimelis ha seguido el cambio de precios pese a no vivir del reciclaje: lo suyo es a nivel muy pequeño, desde su casa. Comenzó en los años ochenta, y ha registrado en hojas de cuaderno cuánto le pagaban cada año. “Es un círculo. Si el empresario se aprovecha y el intermediario se aprovecha, el único que pierde en esta historia es el recolector. Si se asume que este es un negocio y están dando materia prima a empresas, los precios deberían ser más razonables”, asegura. 

Cecilia Binimelis

A comienzos de década, el precio por kilo rondaba los $30 por kilo, al igual que a fines del período. Entre los años 2015 y 2017, subió a $50 pesos aproximadamente; sin embargo, durante el 2019 los precios se fueron al suelo, con un pago de $20 por kilo. 

La periodista y recicladora hace la diferencia entre comunas más ricas y más pobres. En las más ricas, dice, la gente tiene más facilidades: hay más puntos limpios, tienen más espacios en sus casas para acumular los residuos, cuentan con auto para llevarlos al centro de reciclaje e incluso, en algunas comunas, un camión retira desde sus puertas lo reciclado. “A ellos no les importa regalar esa materia prima a las empresas, pero también existe esta otra realidad donde hay gente que necesita ese dinero”, afirma. Ejemplifica el problema del espacio con el plástico, material liviano y voluminoso. “Las empresas exigen 500 kilos. ¿Dónde metes 500 kilos de plástico? Es una locura”. Acá es donde aparece el intermediario, una figura mixta y extraña, comprador y vendedor, en la cadena del reciclaje.

Un personaje fundamental

Calle Santa Anita, Lo Espejo. Fachada amarilla y azul como telón de fondo de una pesa en la calle que espera que distintos artículos se posen encima para arrojar cuánto se le pagará al reciclador esta vez. También hay un camión que se llevará todo lo comprado y un cartel que anuncia la demanda de aluminio, fierro, chatarra, vidrio. Eugenio Fuentes (39), es el dueño del lugar. Hace diez años se dedica al rubro y hace ocho tiene su propio negocio. Cecilia Binimelis llega a su puerta con un kilo de fierro, medio kilo de chatarra y medio kilo de lata y a cambio, recibe $350. 

En el lugar, afirman, se guían por el precio del dólar. “Yo le compro a los recolectores. Si viene contaminado con otro producto, se limpia, se separa y se vende todo separado. Después de nosotros viene el exportador, que compra el material listo, carga sus contenedores y los manda al puerto”. Eugenio entrega alrededor de diez mil kilos a la semana, con despachos diarios porque el espacio no es tan grande. Hay varios exportadores en Quilicura, Estación Central y Maipú, por mencionar algunos. 

Mientras explica la cadena, van llegando distintas personas a vender: Juan Muñoz (64) y Florandina Romero (60), un matrimonio del sector que recicla como pasatiempo. Recogen cosas de la calle y las arreglan. Juan cuenta que hace poco encontró una enceradora, un ventilador y un tambor. De hecho, fue a ver a Eugenio para comprarle unos fierros y armar una parrilla. Sergio (36), llega al lugar con 43 kilos de fierro en un carro de supermercado. Se dedica a recolectar hace varios años: “es bacán cachurear todo el día, el carro de supermercado es fiel”. Roberto (40) llegó al negocio cuando vivía en la calle, donde conoció a un hombre que recolectaba en un coche. Empezó con un saco y hoy usa el triciclo amarillo de su papá. Dejó las drogas para dedicarse a Dios y alterna la recolección con la construcción como ingreso económico. Cuando encuentra algo que se puede vender, se lo pasa a su papá para que lo lleve a la feria, de lo contrario, se lo vende a intermediarios como Eugenio. 

Eugenio Fuentes

Oficio de violencia y peligro

Entra a un café, se sienta y pide una limonada. Soledad Mella (49), conoció este trabajo con dos hijos y un marido cesante. Un día tomó algo de ropa que tenía en su casa y se instaló en la feria. Ahí vio coleros vendiendo libros, revistas, sillas, botellas de perfume, de todo, y junto a una compañera de un comité de allegados, se preguntaron qué hacer, porque no tenían ni un peso. Fue así como decidieron ir a La Vega a pedir las verduras que sobraban al final de la jornada. Después fueron a la carnicería a pedir los huesos y a la pescadería a pedir las cabezas. De ahí sacaron para comer, de un mundo de cosas que se botan y que, vieron, se podían aprovechar. 

Años después, Soledad se transformó en dirigenta del Movimiento de Recicladores de Chile, organización que, cuenta, se gestó en el 2002 luego que una familia de recicladores muriera en un incendio que se avivó con el mismo material que reciclaban. Un comienzo trágico también tuvo la red LACRE (Red Latinoamericana y del Caribe de Recicladores): en Colombia, en 1992, un grupo de individuos vinculados a la Universidad Libre de Barranquilla, contactaron a un grupo de recicladores con la excusa de que tenían material para ellos. Al llegar al encuentro, fueron asesinados con el fin de vender sus cuerpos para realizar investigación científica. A raíz de esta tragedia, el 1 de marzo se conmemora el Día Mundial del Reciclador de Base.

En octubre del 2019, en el relleno sanitario El Molle, Valparaíso, un reciclador fue atropellado por un camión, muriendo en el lugar. “Los recicladores a los cuales yo más valoro y defiendo son los de vertedero. Nadie podría trabajar donde ellos trabajan, las condiciones son las peores. Las compañeras hacen sus necesidades dentro de las sacas y comen de la misma basura que van sacando”, afirma Soledad. 

Al ser trabajadores informales no cuentan con ninguna previsión laboral. Si les pasa algo trabajando, nadie responde. Día no trabajado, día sin plata. “Cuando nuestros compañeros andan en la calle, en triciclos, los han atropellado y han muerto. No existe ninguna seguridad para nosotros”, dice Soledad. “Los recicladores nos sacamos la mierda, trabajamos 24/7, desde muy temprano hasta la madrugada. Somos los que nadie ve, porque trabajamos a la hora que nadie trabaja, pero estamos ahí. Y hacemos algo que nadie se atreve a hacer, que es meter las manos en la basura”. 

La experiencia internacional no es diferente. El Movimiento de Recicladores de Chile pertenece a la Red Lacre, la cual se compone por 17 países de Latinoamérica y El Caribe. Al pinchar quiénes somos en su página web, aparece su misión: “Aspiramos lograr el reconocimiento del oficio, el legítimo derecho a la permanencia en éste y su remuneración, en el marco de leyes, políticas y prácticas, que favorezcan la dignidad e inclusión del Gremio Reciclador en Latinoamérica y el Caribe.” Mismos deseos de los recicladores chilenos. 

El escenario en Estados Unidos y Europa es diferente, ya que se basa en la recolección a empresas y viviendas por parte del municipio. De acuerdo a la estadística entregada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cerca de 1 millón y medio de personas en Latinoamérica se dedican al reciclaje informal en las calles, siendo Perú y Brasil los pioneros en aprobación de leyes de aprovechamiento de residuos y reconocieron al reciclador de base. 

El medio El País publicó un artículo en marco de la Cumbre Latinoamérica Recicla, que reunió en el año 2018 a gobiernos, empresas, organismos multilaterales de crédito y recicladores de más de veinte países del continente. En el evento la Fundación Avina, enfocada en el desarrollo sostenible, declaró que “la expectativa a mediano plazo es que al menos diez grandes ciudades y 150 municipios más pequeños de Latinoamérica implementen reciclaje inclusivo en sus sistemas de gestión de residuos”. En el artículo se destaca a Bogotá, Buenos Aires y Sao Paulo que ya han implementado lo anterior, “impulsando normativas que los reconoce legalmente y les retribuye para que mejoren sus ingresos por la venta de los materiales que reciclan”. Hacen la referencia a la capital argentina, donde la paga puede llegar a los 400 euros ($350.000 aproximadamente). El BID también se refirió al tema, sosteniendo que “lo primero es visibilizar al reciclador como un actor central de la gestión de residuos sólidos en América Latina”.

Según Soledad, muchas personas cachurean y reciclan porque no tienen más opciones y ven en ese lugar una salida. Habla de generaciones de recicladores y menciona al más viejo del grupo, un reciclador de 92 años de Maipú, que partió a los ocho años, siguiendo el ejemplo de su padre. “Aquí hay una historia de recicladores, quienes sin saberlo y sin intención, son los verdaderos líderes ambientalistas del planeta. Efectivamente, esto no partió desde la necesidad de cuidar el planeta, sino por la necesidad de conseguir plata para comer. Nosotros salimos a la calle porque estábamos cagados económicamente y no nos alcanzaba para vivir.”, afirma. El concepto de “economía circular” lo vienen practicando desde antes que fuera moda y hoy exigen que se les reconozca y se les entreguen herramientas e infraestructura para que ellos, los pioneros, se conviertan en los empresarios del reciclaje en Chile. Sin ellos, sentencia, esto no va a resultar

Una ley que los olvida

Si se googlea “Ley REP”, el buscador arrojará la página del Ministerio del Medio Ambiente, donde se explica detalladamente, la normativa impulsada hace diez años. En resumen, la ley “es un instrumento económico de gestión de residuos que obliga a los fabricantes de ciertos productos, a organizar y financiar la gestión de los residuos derivados de sus productos”. En otras palabras, cada empresa deberá hacerse cargo del material que lanza al mercado. Si saca a circulación X productos, debe recuperar Y cantidad de residuos. Hacerse responsables. Pese a que la página afirma que la ley incluye a “los gestores de residuos de productos prioritarios, que son las empresas, los municipios y los recicladores de base”, Soledad asegura que no es así. 

En primer lugar, la ley dice que se reconocerán como gestores, pero tendrán la obligación de registrarse para participar en la iniciativa por cinco años y la necesidad de certificarse en el marco del Sistema Nacional de Certificación de Competencias Laborales. “Aceptamos la formalización. La ley dice que tenemos que tener un certificado que diga que somos recicladores de base; hicimos los talleres y las capacitaciones, y hoy tenemos más de 1.400 recicladores certificados. Pero el certificado por sí solo no sirve”, afirma la dirigenta, al mismo tiempo que acusa a las municipalidades de no querer trabajar con ellos. En la Región Metropolitana, solo cuatro comunas permiten que trabajen de manera directa con los residuos: Recoleta, Quilicura, Independencia y Maipú. Peñalolén también los incluye, pero de manera diferente, con un sistema que los tiene dentro de sus programas. Así, la ley dice que los municipios “podrán celebrar convenios con los sistemas de gestión y con los recicladores de base”, pero no expresa como una obligación el que los recicladores sean parte importante del proceso. 

En palabras de Soledad, es una ley empresarial que no piensa en ellos. Las comunas con más ingresos no trabajan con ellos. En Las Condes y Vitacura, por ejemplo, tienen sus propios operarios. Como todo en Chile, la desigualdad es determinante: el reciclaje en las comunas periféricas es mucho más pequeño. Los recicladores prefieren ir a las comunas del sector oriente, porque ahí está “el filete”. Sin embargo, en ese lugar corren más riesgo, porque los multan. “No somos muy queridos en esas comunas. Dicen que es un tema de seguridad, que nosotros dateamos a los ladrones. Además, no es bonito ver a una persona en cuatro patas urgeteando basura en una comuna tan bacán”, dice. 

Como gremio piden un centro de acopio en Santiago en vez de los puntos limpios que irían directo al fracaso porque colapsan. No tienen las herramientas tecnológicas para entrar a competir con las empresas de basura, pero sí tienen el capital humano: agrupan a 5 mil recicladores a nivel nacional. Es por esto que buscan transformarse en una Asociación Nacional de Recicladores que les permita tener la figura empresarial para entrar a la competencia. “Queremos ser la empresa de reciclaje en Chile, porque lo hemos sido siempre. Queremos hacer un gran punto acá en Santiago que junte todos los residuos de nuestros compañeros en Chile. Una vez juntados todos los residuos, queremos venderle a las valorizadoras y si no nos compran un precio justo, exportar. No queremos seguir enriqueciendo a Sorepa. Ellos son lo que son gracias a nosotros”, asegura convencida. 

Respecto a la baja de precios, Soledad explica porqué se da. “Lamentablemente este es un país con un sistema neoliberal donde nadie regula los precios y, por ende, las valorizadoras son un monopolio que maneja los precios”. Los valores deberían variar por la bolsa, el dólar, el petróleo, pero en Chile, más que variar por un tema externo, es porque empresas como CMPC, Sorepa y Recopac, empresa que es parte de otra rama del clan Matte, dentro de empresas COIPSA, tienen el control de los precios, agrega. “No es primera vez que los precios llegan al suelo, pero tampoco es primera vez que nosotros salgamos a la calle”. Explica que las valorizadoras tienen cierto stock de material, y la excusa que dan para no seguir comprando o bajar los precios, es que están sobrepasados. Así, el reciclaje en Chile se rige por una lógica de mercado de oferta y demanda, y no por la necesidad medioambiental de gestionar los residuos. 

The Clinic se contactó con CMPC, quienes declararon que su relación con los recicladores de base “es valorada, aunque no constituye la principal fuente de obtención de fibra para reciclar”. La empresa calcula que, mensualmente, se recibe un promedio de 10 mil toneladas de papel y cartón por parte de mil recicladores aproximadamente. Para hacer la comparación, CMPC menciona que recicla cerca de 800 mil toneladas, lo que, remarcan, equivale a unos 21 estadios nacionales llenos de papel. 

Respecto al pago por el material, la empresa del clan Matte reconoce diferentes factores que influyen: variaciones de mercado, valor internacional de la celulosa para los papeles y alternativas de importación de cartón reciclado, oferta, necesidad de fibra de la compañía, ventas de productos de papel reciclado, entre otros. A diferencia de las voces anteriores, CMPC sostiene que el precio se ha mantenido “relativamente estable”: Señalan que el cartón ha sido desvalorado producto de la crisis en China desde fines de 2017, sumado a que en la actualidad hay un exceso de cartón en el mundo que no tiene reciclaje. 

La empresa del papel sostiene que “el segmento reciclador tiene una condición de precios preferencial respecto de otros segmentos e igualitaria, esto último de manera de asegurar una práctica comercial transparente y que respete la libre y leal competencia entre ellos”, para terminar consignando que “es del interés de CMPC fomentar sus relaciones comerciales con Proveedores Recicladores, que proveen de recortes de manera sostenida en el tiempo, mediante contratos comerciales que regulen las obligaciones y responsabilidades de cada parte, como la adherencia al Código de Ética y Modelo de Prevención de la Compañía, el cumplimiento de la ley laboral y la adopción de estándares mínimos, entre otros”. 

Mientras pasa la tarde en Santiago y Soledad termina su limonada, cuenta cuál es el plan de acción: movilizarse en medio del contexto nacional y exigir el lugar que, cree, le corresponde a los recolectores de base. Al igual que muchas organizaciones sociales, los recicladores quieren ser parte del pliego de demandas que se exige en las calles y para eso ya tienen fecha, entre marzo y abril cuando, se espera, sea el puntapié para las movilizaciones de este 2020. “¿Quién cresta se atreve a meter las manos a una bolsa de basura y recolectar toda la mierda que hay dentro? ¿Quién se atreve a ir a un vertedero y ponerse bajo de un camión con jugos percolados cayéndote encima para poder rescatar la mierda que cae, para darle un valor? ¿Quién se atreve a estar una hora en un vertedero donde los olores a gas te revuelven el estómago y la cabeza? Nosotros estamos pidiendo un lugar que ganamos hace mucho rato”. Así, de una vez por todas, los invisibles se vuelven visibles. 

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