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Opinión

14 de Febrero de 2020

Columna de César Ojeda: La violencia política

Agencia UNO

"Una mirada a la historia del ser humano, atravesando sin delicadeza los sesgos propios de toda las narrativas de tal acontecer, no puede sino responder que la violencia es ubicua: está en todo tiempo y lugar. Pero, sin ir muy lejos y mirando nuestras propias huellas, es imposible no ver que la violencia no solo nos acompaña, sino que nos habita".

César Ojeda
César Ojeda
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Política deriva del  griego polis que significa ciudad, entendida como comunidad de personas. Hasta ahí vamos bien. Pero más específicamente la palabra adecuada es politeia, que significa “teoría de la polis”. Luego, la política es una teoría (del griego theorein=mirar atentamente). Es decir, la política no es un “hecho social”, encarnado, aconteciendo,  sino una teoría sobre tales hechos sociales, aquellos que acontecen en la polis. Luego, la política se constituye como  los relatos teóricos que intentan explicar o precisar los “hechos” sociales de referencia. Esto es diferente a la acción políticamente inspirada, puesto que ésta no es una teoría, sino que también un hecho social. La teoría social, es decir, la política, se expresa también con una una palabra griega: ideología. Curiosa expresión. Significa aquello en lo que pensamiento y logos se encuentran. La ideo-logía no es una desviación espuria del pensamiento, como suele propalarse, sino tal vez su forma más consistente y propia, pues es el encuentro entre logos y pensar, o entre logos y ser humano, lo que a todas luces no es un asunto obvio, pero tampoco baladí. Por lo mismo, y sin rebuscar mucho, se hace evidente que una política “no ideológica” es una política sin teoría, es decir, una contradicción ab initio, es decir, un “cuadrado redondo”. Se sigue de esto que la acción política sin ideología no puede sino ser un ejercicio errático y guiado por fenómenos muy distintos a los de la comprensión teórica de la polis.

¿Cómo puede la política ser violenta? 

No puede, porque las teorías no tienen carne ni garras. La violencia, en muchas formas, está ya ahí, y la política la interpreta, conjetura mecanismos, “leyes”, causalidades y  génesis acerca de ella. O la provoca, pero no como política a secas, sino como acción política. Una mirada a la historia del ser humano, atravesando sin delicadeza los sesgos propios de toda las narrativas de tal acontecer, no puede sino responder que la violencia es ubicua: está en todo tiempo y lugar. Pero, sin ir muy lejos y mirando nuestras propias huellas, es imposible no ver que la violencia no solo nos acompaña, sino que nos habita. El siglo veinte, como todos los siglos, fue un “cambalache” con varios cientos de millones de seres humanos asesinados por “razones” ideológicas, es decir políticas. Es, como dice Camus, el asesinato razonado desde el silogismo, es decir, desde la teoría y ejecutado mediante la acción política. La violencia no puede existir por fuera de la violación. Y violar, es transgredir, traspasar un límite, ir más allá de una norma, romper una frontera o un acuerdo. Así, se violan personas, tratados, territorios, derechos, leyes, sepulcros, constituciones, instituciones, ritos, tabúes y convenciones. Todos ellos establecen un borde supuestamente infranqueable. 

Foto: Agencia UNO

El límite primordial es mi propia vida, la que no puede ser transgredida.  Si así es, como un magma hirviente de cada vez mayor simbolización, la violencia se derrama hacia comportamientos que hacen referencia a mi vida, pero no como un mero contecer biológico, sino a mi vida en tanto vida humana. Esas violaciones son conocidas: el abuso, la explotación, la tortura, la prisión, el maltrato, la esclavitud y, especialmente el desprecio. Lo notable es que la naturaleza, que constituye a todos los seres vivos, no cuenta entre sus movimientos con al asesinato y la violación. Estos se ubican solo en el contexto del diseño y la finalidad que tejen la cultura. Así la naturaleza puede matarnos y de hecho inevitablemente lo hace, pero jamás nos asesina ni nos viola en ningún sentido. Luego si estamos hablando de violencia, no nos estamos refiriendo a la depredación, a la lucha o el ataque de sobrevivencia, a la enfermedad o al accidente. Nos estamos refiriendo a un fenómeno plenamente cultural y por lo tanto exclusivo del Homo sapiens sapiens. 

Los valores superiores

¿Cuáles son los temas valorados en las teorías sobre la Polis? Mencionemos solo algunos: la libertad, la democracia, la justicia, el orden, la propiedad, la nación, el patria, la seguridad, Dios, la vida, la igualdad, la lealtad, la civilización, el bien y muchos otros semejantes. Es horripilante constatar que todos ellos, tan hermosos en la sintaxis, son el sustento político de todas las guerras, abiertas o encubiertas. Externas o internas. Desde ellos se  sostiene que el asesinato del enemigo se justifica por la defensa de alguno o todos estos “valores”. Luego, yo no ejerzo la violencia, no violo ni asesino, solo me defiendo. 

Foto: Agencia UNO

Y esto tiene una consecuencia inmediata: mis crímenes son inocentes. ¿Alguien puede creer que Osama bin Laden, después del ataque a las Torres Gemelas, se sintó agobiado por la culpa de haber asesinado a miles de personas? ¿O que Barack Obama perdió el sueño después de asesinar a Osama bin Laden?  ¿Alguien puede creer que George W. Bush se sintió culpable por haber invadido Irak y asesinado a miles de personas?

Toda violación es violencia, y muchas de ellas, como hemos señalado, están escondidas tras  grandes palabras. 

La rebelión

Como hemos repetido, los abusos son violencia, violaciones. A lo largo de la historia, los seres humanos han tolerado enormes cantidades de abusos y trasgresiones. La Roma Imperial reconocía a los Liberi y a los Servus  como una condición natural y los Servus eran propiedad de los Liberi. Podían golpearlos, agredirlos, abusar sexualmente de ellos y matarlos, sin cometer con ello falta alguna. Séneca, el fino pensador romano era capaz de reflexionar con sutileza y generosidad sobre temas muy variados, pero era completamente ciego ante el abuso sobre los esclavos, “esos pobres diablos”. Sin embargo y por razones muy difíciles de delinear, de pronto, bruscamente y sin aviso, aparece un NO rotundo que hace florecer las fronteras y los límites que habían aparentemente desaparecido. Es un rechazo categórico, potente, definitivo y decisivo. Y cambia la historia. 

Foto: Agencia UNO

Sumado a lo anterior, de la rebelión surge la conciencia, en el sentido de un “darse cuenta”, de un despertar, parecido o igual que el samadhi  budista, que en sánscrito significa “recuperarse de un desmayo, despertar”. El rebelde se ha dado cuenta que no se trata de algo personal, sino que esas fronteras son una condición necesaria a todo ser humano, incluso al amo, al violador, al explotador y al abusador. De no serlo, se trataría de aniquilar al amo y a los otros menciondos.  No, dice el rebelde, porque eso negaría el límite que se ha hecho evidente para todos los seres humanos y que justifica la rebelión misma.

 Sin embargo, parece necesario hacer una distinción. No es lo mismo la rebelión que la revolución. No se trata de un asunto menor. Casi todas las revoluciones y subversiones en la historia han asesinado a los amos y abusadores, y luego los mismos revolucionarios se han transformado en amos. Eso significa “revolución”, es decir “dar vuelta”, con lo que necesariamente se vuelve al punto de partida. La rebelión, en cambio, es una oposición definitiva. Ese “nunca más” es para todos los seres humanos y, por eso, irreversible. En pocas horas o días los significados de la vida, el trabajo, las relaciones sociales y personales cambian para siempre. Se entiende entonces porqué los abusadores se aterrorizan. Piensan que toda rebelión es una revolución y transmiten ese terror. El sustento abusador de sus vidas se ha licuado, con lo cual se sienten frente a la “revolución” que imaginan, y con esa fantasía, condenados a muerte, a la violencia asesina. Como mecanismo de defensa, lo habitual es que nieguen la rebelión y la señalen como una anomalía dentro del sistema que sueñan perdure pues, en la realidad, ha dejado de existir. Por eso usan para la rebelión la expresión “delincuencia” y para la violación de los derechos humanos, la expresión “excesos”.

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