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Opinión

12 de Marzo de 2020

Columna de Hillary Hiner: La sangre y esperanza de Gladys

Foto: Agencia UNO
Hillary Hiner
Hillary Hiner
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El viernes 6 de marzo conmemoramos quince años desde el fallecimiento de Gladys Marín.  Las redes sociales, en particular del Partido Comunista y sus figuras políticas más conocidas, se llenaron de fotos, videos y homenajes.  Varias de estas fotos eran recientes, de retratos o fotos de ella que han ido apareciendo en las marchas y el arte callejero del estallido social.  “Lucha como Gladys, Canta como Violeta” como sale en un mural, adonde aparece Marín, al lado de Mon Laferte y Violeta Parra. De alguna forma, ha habido una resurgencia últimamente de que el Chile de los años 90 y 2000, “no la merecía”, que la habíamos tratado mal. Una amiga recordó como era tan común que cuando chicas, en la casa o en la sala de clases, las más revoltosas, políticas y rebeldes fueron tildadas de “Gladys Marín”. Pero esto no era necesariamente un cumplido. Otra amiga por las redes recordó como Chile se reía de la “comunista” en los lates, o cuando le pidieron que se diera un beso con Joaquín Lavín en la Teletón a cambio de 40 millones de pesos  (¡imagínense el grado de machismo que se pensaba que eso estaba bien!). Definitivamente, la Gladys tuvo que soportar un montón de machismo siendo, tal vez, la figura política comunista más importante de la post-dictadura.

Pero Gladys Marín apareció en la política sólo durante los años 90, sino más bien su carrera larga remontaba a finales de los años 50 y principios de los años 60.  Nacida en Curepto, de la Región del Maule, en 1940, fue hija de un campesino y una profesora de educación básica. Siendo profesora normalista, y después de ingresar a las Juventudes Comunistas en 1958, llegó ser la Secretaria General de la “Jota” en 1963, y, el año siguiente, formó parte del Comando Juvenil de Salvador Allende, en las elecciones que perdió frente a Eduardo Frei Montalva.  En 1965, y con sólo 25 años, fue elegida diputada por el 2º distrito de Santiago, de comunas populares del norponiente de la ciudad. Ella siguió siendo diputada del PC hasta el golpe de estado de 1973. Posteriormente, se tuvo que ir exiliada del país y su marido, Jorge Muñoz, también del PC, fue hecho desaparecer en 1976. Ella volvió a Chile clandestinamente en 1978, pero con varias y entradas y salidas más.  Sólo se pudo volver a vivir con sus dos hijos en 1987, ya que se quedaron en Chile con familia. Fue la primera mujer en presentarse como candidata a la presidencia, en 1999, y sacó el 3,19% de los votos en la primera vuelta. 

Foto: Agencia UNO

¿Por qué traigo a colación la historia política de Gladys Marín, más allá de la conmemoración de su muerte?  Porque también quiero hablar de la incidencia de las mujeres jóvenes de izquierda en la política, tanto hoy como en años anteriores.  Es común hoy en día hablar de cómo las adolescentes y las universitarias han cambiado el feminismo, a través del “mayo feminista” del año 2018 y su participación tan visible en el estallido social de octubre 2019, lo cual todavía estamos viviendo.  Muchas de las imágenes que nos llegan a la cabeza al hablar de estos movimientos sociales son de mujeres jóvenes: las secundarias que bajan en masa al Metro a evadir, las universitarias que marcharon en topless y encapuchadas, las jóvenes levantando sus pañuelos verdes todas juntas y gritando por el aborto libre.  

¡Pero no olvidemos que ellas no fueron las primeras! Desde los años 60, en particular, las mujeres jóvenes han estado bien presentes dentro de la política en Chile. El compromiso político de la mujer joven, generalmente estudiante secundaria o universitaria, con el gobierno de la UP es algo que se saca a relucir en varios momentos y con un tono de abierta admiración en mucha de la prensa de izquierda durante esa época.  Por ejemplo, el 3 de junio de 1971 aparece la nota, “La juventud se integra al trabajo comunitario” en La Nación, diario oficialista del gobierno.  Ahí se habla sobre el Centro Cultural “Unión y Esfuerzo” en el Barrio Matta de Santiago, cuya directiva es formada completamente por mujeres jóvenes. La presidenta de esta directiva, Loreto Gutiérrez, dice lo siguiente al ser entrevistada: “A pesar de nuestros 13 y 14 años, nosotros comprendemos la necesidad de participar desde ya y en la medida de nuestras fuerzas, en los esfuerzos que realiza la comunidad por alcanzar una vida mejor.  Los jóvenes podemos trabajar, colaborar.”   

Foto: Agencia UNO

Y, esto, efectivamente, ocurrió.  Muchísimas mujeres jóvenes entraron a participar en masa en los trabajos voluntarios de la UP, capacitando mujeres en los centros de madres, haciendo labores agrícolas en el campo, o participando en las actividades organizadas por las secciones femeninas de sus partidos, sindicatos, o federaciones estudiantiles. Fue tal su celo que la misma Secretaría de la Mujer propuso el Servicio Social Obligatorio, con el fin de organizar de mejor forma estos trabajos voluntarios e integrar a más mujeres jóvenes populares. Muchas de estas mujeres jóvenes militaban o simpatizaban con partidos como el Partido Socialista, el Partido Comunista, el MAPU o el MIR. Al igual que la Gladys Marín, estas mujeres pagaron costos muy altos durante la dictadura.  Tuvieron que enfrentar tortura, exilio, relegación, exoneración, incluso ser ejecutadas o desparecidas y/o tener seres queridos ejecutados o desaparecidos.   

A pesar de su participación masiva en la política de ese entonces, incluso en acciones que se definían como “por y para las mujeres”, probablemente estas mujeres no se referían a si mismas como “feministas”.  Las razones por ello son complicadas, pero giran más bien en torno al contexto sociopolítico de ese entonces, como también la Guerra Fría. Las mujeres norteamericanas, blancas, burguesas y educadas, esas eran las feministas; las chilenas, en gran medida, no empatizaban con ese imaginario.  No obstante, al volver a leer sus discursos, dentro de la prensa de esa época, las mujeres de izquierda sí hablan de la “igualdad” o la “emancipación” de las mujeres, pero en conjunto con los hombres y dentro de marcos que privilegiaban la lucha de clases.  En ese sentido, hay una lectura política, muy común dentro de las izquierdas del S.XX, de que luchar sólo por temas de “la mujer” es algo inherentemente malo, ya que siembra divisiones y se promueve sólo una visión liberal y capitalista del progreso. Las mujeres populares están mal, no por ser mujeres, sino por ser pobres.  Además, y aquí entramos en argumentos muy propios de la época, teñidos de machismo y lesbofobia, las feministas sólo emprenden tal lucha porque odian los hombres y/o quieren ser “como hombres”, compitiendo directamente con ellos. Esto rompería el esquema familiar heteronormado “armonioso” de pensar en los hombres y las mujeres como “compañeros en la construcción de la nueva sociedad”.   De esta forma, llegar a la “justicia e igualdad” para las mujeres, o su “liberación”, es sólo posible a través del socialismo, no el feminismo.

Foto: Agencia UNO

Y, no obstante, es bien importante conocer más, investigar más, citar más, a estas mujeres dentro del movimiento feminista chileno. Si miramos la historia de los años de la UP, de la historiografía sobre Allende, es impresionante como estas mujeres no están.  Desde el feminismo también hemos errado; el fantasma de ese supuesto “silencio feminista” de los años 60 y 70 nos ha limitado en nuestros análisis. Porque no cabe duda de que estas mujeres revolucionarias sí forman parte de una genealogía feminista, son nuestras antepasadas.  Son nuestras madres, nuestras tías, abuelas y vecinas que lucharon y marcharon antes que nosotras. Que conmemoraron el 8 de marzo antes de nosotras, incluso en dictadura cuando también enfrentaron los Carabineros, los guanacos y las detenciones masivas. En su libro de 2003, Zanjón de la Aguada, Pedro Lemebel recuerda así a su gran amiga: “Gladys Marín se jugó la vida en verso y lucha, sangre y esperanza, represión y reacción armada; pulsiones populares bajo el cielo oprimido que alboreaba el ilusorio tinte de un «rojo amanecer».”  

Este 8 de marzo 2020, a quince años de su muerte, lucharemos como Gladys compañeras.  También nos jugamos la vida “en verso y lucha, sangre y esperanza, represión y reacción armada”.  Que duro decir eso y ver como se repiten los ciclos. Pero la mantendremos a ella presente, como también las mujeres jóvenes luchadoras del pasado, parte de nuestras genealogías de historia feminista. Al ir a la marcha este domingo, es probable que esa mujer mayor a tu lado podría haber sido una de ellas. Muchas siguen aquí, son cuerpo y memoria de mujeres combatientes. Juntas iremos avanzando, sabiendo que la revolución será feminista o no será. 

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