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Entrevista Canalla

24 de Julio de 2020

Carmen Barros, longeva actriz en cuarentena: “Dios, ¿por qué me mandaste esto a los 95 años?”

Está a sólo cinco años de cumplir un siglo, pero jamás se detiene. Está activa enfrentando la pandemia. Habla de su pasado, de sus viajes, la política, el mundo y de ese turco que la tiene loca.

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Tiene 95 años y se tiende a diario en la cama para mirar a un turco que deambula con el torso inflado, justo frente a sus ojos. “Es estupendo”, suspira, juvenil, la actriz Carmen Barros, a cinco años de cumplir un siglo. El galán suele lanzar una poética mirada turca en la teleserie, es un Rodolfo Valentino con las cejas hacia el cielo, y ella inmediatamente coquetea con la cabeza en la almohada, trastornada, sin edad.

-Me fascina- añade, enamoradiza.

-Se le nota.

-Es que, mire, estoy de vacaciones- anuncia con relajo, ajustando el celular.

-¿Por la cuarentena?

-No, señor, terminé de actuar en una obra de teatro el sábado. La hicimos por Zoom.

Afirma que esta tarde se ha pintado los labios de rojo y que su hijo, un adolescente de 60 años que tiene nietos y que convive con ella, le preparará un plato de comida. A estas alturas, dada la concepción alterada de los años que hay en ese departamento, uno se figura que ese familiar es un abuelo en plena edad del pavo. Viven a solas los dos, confinados ante el virus: ella, la Reina Isabel de los Barros, tres hijos con canas, siete nietos a punto de tener canas, ocho bisnietos en enseñanza básica, diez teleseries y cincuenta obras de teatro en su biografía. Y este hijo, Jaime, el feliz mayordomo que en efecto la trata como a una reina. 

-Es un hombre muy grato en este momento- apunta con voz isabelina la joven longeva.

-¿Han tomado resguardos por el virus?

-Mire, yo creo que esto hay que aceptarlo. Esto es algo que ocurre en el mundo y hay que aprender a vivir así.

Viven a solas los dos, confinados ante el virus: ella, la Reina Isabel de los Barros, tres hijos con canas, siete nietos a punto de tener canas, ocho bisnietos en enseñanza básica, diez teleseries y cincuenta obras de teatro en su biografía. Y este hijo, Jaime, el feliz mayordomo.

Y si levantaran las restricciones, Carmen Barros, la primera Carmela en la historia teatral de Chile, la vanguardista que en 1958 hizo florecer a una campesina, no saldría corriendo a la calle Padre Mariano, en Providencia, a celebrar el triunfo de la salud. Ella, a toda prisa, se dirigiría a un cajón de su escritorio para revisar el guión de “La señorita Trini”, una vieja obra que ahora sí quiere poner en cartelera. Es uno de sus sueños.

-Lamentablemente esta pandemia ha impedido que pueda hacer varios proyectos. Pero, bueno, hay que resignarse.

Y, acelerada, añade:

-¿Sabe cuál es el secreto de la juventud?

-No sabría decirle…

-Estar activa, señor, simplemente estar activa.

Y Carmen ríe. Ya ha leído el diario y ya se cruzó de piernas para mirar la cordillera. Destinó un rato para responder los mails y aprobó el menú que le ofreció cortésmente el mayordomo que salió de su vientre. No tiene rutina y, como toda una actriz, come frugalmente cuando se le antoja. La verdad es que Carmen Barros confiesa que es una bohemia que todos los días hace lo que quiere. Estamos ante una desatada hippie con modales de salón.

-Fíjese que yo hago lo que se me ocurre. 

-¿Y qué se le ha ocurrido por estos días?

-He pensado mucho. En el mundo. En lo que pasa.

-¿Por qué le ha ocurrido esta tragedia a la humanidad, Carmen?- preguntamos, afligidos.

-Yo tengo una teoría.

-¿Y qué dice?

-Esto está pasando porque la naturaleza está cobrando revancha. 

-¿La naturaleza está enojada?

-¡Hemos usufructuado mucho de esta tierra! ¿No le parece misterioso que este virus esté en todo el planeta? 

-Ahora que lo dice… todo calza, Carmen…

-Vamos a tener que cuidarnos.

Carmen suelta aire en el teléfono, es el soplido de la resignación. Y parece que hablara consigo misma, rebelándose.

-Uff- lamenta- Dios, Dios… ¿por qué me mandaste esto a los 95 años? Me lo hubieras mandado a los 25 y estaría tan tranquila…

-¿Tiene miedo?

-El miedo se apaga cuando una se acostumbra. Yo no tengo miedo. Yo le tengo odio al miedo.

Carmen Barros es una liberal que adora a Dios. Reza a menudo, tutea a la divinidad, y desliza que ambos, ella y Él, se llevan muy bien. 

-Carmen, ¿Dios estará enterado de esta pandemia?

-Debe estarlo, señor.

-¿Y no detendrá lo que está ocurriendo?

-No, no. Dios no hace esas cosas. Y yo tampoco le voy a preguntar.

-Uff lamenta- Dios, Dios… ¿por qué me mandaste esto a los 95 años? Me lo hubieras mandado a los 25 y estaría tan tranquila…

-Quizás debería…

-No, no, no, ahí yo no me voy a meter… Yo, para serle sincera, le agradezco mucho a Él, yo no me puedo quejar. Yo sólo puedo dar gracias al cielo.

-¿Por qué, Carmen?

-Por mi vida. Por esta vida que he tenido.

-¿Cómo ha sido su vida?

Por un momento ella se hunde dentro del teléfono.

FOTO REFERENCIAL. Crédito: Agencia Uno

La pregunta, intuimos, la hace repasar los tres países en que fue criada, la vida en Ñuñoa, en Alemania, en Austria, los viajes a Italia. Su padre, el señor Tobías Barros, el embajador, el diplomático con altura de miras que dialogó quince minutos con Hitler. Y tal vez se ve a sí misma, europeizada, residiendo en Berlín, en la Segunda Guerra Mundial, tomando el té con una princesa de Luxemburgo. El recuerdo del sótano, la bomba que cayó en la puerta de su casa y no detonó. Su madre, la más buena del mundo. Su hermano genio, titulado de arquitecto a los 15 años. Repasa a prisa, quizás, su corta carrera como estrella de la ópera en Viena. Los diez años que vivió en Kenia, entre tribus, luchando por el ecosistema. Por un fogonazo se le debe haber cruzado Jaime, su marido, el amor de su vida, un solitario no apto para el matrimonio, el hombre más hermoso de su historia. El teatro, la música, las teleseries, los hijos, los nietos, el turco. 

Y entonces, después de unos largos segundos, Carmen ya puede responder.

-Mi vida ha sido fascinante.

-…

-Mi vida ha sido totalmente fascinante.

Y la voz le sale llena de orgullo.

HACIA ATRÁS

Llegó a Berlín justo a destiempo: en 1941, cuando ya había iniciado la Segunda Guerra Mundial. Cuando el mundo odiaba a los alemanes. Cuando ese enajenado, Adolf, popularizó la crueldad. Y Europa estaba a oscuras. 

-No había luz en ningún lugar. Es raro aprender a vivir sin luz.

La casa era hermosa, dice, un jardín hecho para pasear, abundantes piezas, el sótano para tolerar los bombazos. 

-¿Y allí no tuvo miedo?

-Esa bomba que no explotó… fue la única vez que realmente tuve miedo. Quizás yo no debería estar acá… 

Era el apogeo de los rubios y Carmen, esta fina latinoamericana, se llevaba bien con la elite. Una sola vez, en la calle, una alemana con formas de alemanota, una aria desproporcionada, la empujó porque Carmen vestía de amarillo. El color de los judíos.

-¡¡Mucho amarillo, mucho amarillo!!- le gritó aquella gigante.

Fue casi el único incidente. Estaban resguardados por ser diplomáticos. De hecho, por un protocolo, la mano derecha de su padre estrechó la derecha de Adolf Hitler. Y estuvieron sentados el uno frente al otro. Hitler le dijo esto al señor Barros:

-Tengo aprecio por Chile.

El señor Barros lo miró con neutralidad. Y Hitler, según contó el padre a la hija, agregó:

-Alemania tiene mucho apoyo en Chile.

“Esa bomba que no explotó… fue la única vez que realmente tuve miedo. Quizás yo no debería estar acá… ”

Carmen, por su parte, iba a fiestas porque, como señala, “no todos los jóvenes alemanes eran de las Juventudes Hitlerianas”. Era una Alemania con sombras y luces. Hitler daba alaridos desde un balcón, dice, pero estaban los museos, las pinturas, la ópera. 

-Adoro Alemania- resume y cita puentes, plazas, lugares. Lo cierto es que parece tan involucrada con ese país que ha llegado a alcanzar un talento excéntrico: Carmen Barros puede pronunciar con dulzura el alemán.

-¿Y le gustaría tener a una Ángela Merkel de Presidenta aquí en Chile?

Carmen sufre una intoxicación temporal: avanzó setenta y nueve años en una sola pregunta. Tose. El mayordomo que es abuelo parece que le extiende agua.

-¿Está bien?

-La pregunta… uf…

Ahora Carmen está violentamente en la actualidad. El mundo del virus, la política, el horror, las rabias. Ella declara, en principio, que la política le crispa los nervios, no desea internarse en problemas.

-Sólo le puedo decir que Ángela Merkel es una mujer muy capaz, soy una hincha total de ella.

-Adoro Alemania- resume y cita puentes, plazas, lugares. Lo cierto es que parece tan involucrada con ese país que ha llegado a alcanzar un talento excéntrico: Carmen Barros puede pronunciar con dulzura el alemán.

-¿Cree que lo haría mejor que Piñera?

-Uf. No sólo la Ángela Merkel lo haría mejor que Piñera. Creo que puede haber una larga lista antes…

-Dado que usted es actriz y ha encarnado a muchas madres… si fuera la madre de Piñera, ¿qué le diría?

-Uy, no… ya, bueno…

-…

Aquí Carmen pone la voz más dura.

-¡Mijito! –grita -¡Déjese de pensar en usted mismo de una vez por todas! ¡Ya, ya, ya, haga algo por Chile y déjese de tonteras!

Según parece, desde su casa, se escucha la risa del mayordomo.

-Uf. No sólo la Ángela Merkel lo haría mejor que Piñera. Creo que puede haber una larga lista antes…

-¿Qué sensaciones le dejó el estallido social?

-Ha sido algo maravilloso, señor. Lo más maravilloso que he visto. No se le podría haber ocurrido ni a Orson Welles.

-¿Usted es de izquierda?

-… – ríe.

-¿Usted es de derecha?

-… – silencio.

-¿Usted comparte nietos con Pinochet, no? Su hijo se casó con Jacqueline Pinochet…

-A ver… no… no no…

Lo de tener nietos compartidos es tema vetado. Le ha salido la leona. No se refiere a eso, dice. Ni lo conozco, dice. Y esta vez, la voz le sale como si tuviera 25 años.

FOTO REFERENCIAL. Crédito: Agencia Uno

-¿Se unirán la derecha y la izquierda, Carmen?

-Ya no deberían existir ni la derecha ni la izquierda. Sólo debieran existir los grandes temas.

-¿Cómo cuáles?

-El ecosistema. Recuerde que yo trabajé el tema del medioambiente cuando viví en Kenia.

-¿Qué aprendió de los keniatas?

-La alegría. Siempre me impactó su alegría. Y, a la vez, su apego a las tradiciones.

-Ya no deberían existir ni la derecha ni la izquierda. Sólo debieran existir los grandes temas.

-¿Y usted es pituca?

-Claro que no, para nada.

-¿Pero es una Barros Alfonso?

-Es lo que me tocó. La gente puede pensar que yo soy más pituca de lo que parezco porque yo hablo muy bien. Fíjese que yo pronuncio perfectamente.

Y hay otro ruido en este momento. Desde el teléfono da la impresión que el mayordomo-hijo-abuelo le ha servido una taza de té.

-Es lo que me tocó. La gente puede pensar que yo soy más pituca de lo que parezco porque yo hablo muy bien. Fíjese que yo pronuncio perfectamente.

HACIA ADELANTE

Ella, como las personas más intensas, tiene una vida que consta de varias vidas. Pero, aclara, que el tiempo, pese a su jovialidad, ya ha sido bastante.

-Mire, yo no sé… yo no voy a llegar a los 100 años…

-¿Cómo?

-A mí, a lo sumo, me quedan tres años, señor.

-¿Pero por qué?

-Es lo que siento.

-¿Se cansó?

-Nooo… qué me voy a cansar… ¡adoro la vida!

Ríe. 

-Mire, yo no sé… yo no voy a llegar a los 100 años…

-¿Qué echará de menos, Carmen?

Piensa largamente.

-La cordillera. La cordillera la voy a echar mucho de menos…

-¿Hay alguna sonrisa qué sonrisa echará de menos?

-Las de mis nietos y mis bisnietos…

-¿Y algún placer?

-Lo que más voy a echar de menos es estar viva. Pero, ¿sabe?… acuérdese que yo creo que la vida sigue…

-¿Se irá al cielo?

-Ay, no sé, es lo que yo espero… Quiero encontrarme con mi papá. Con mi familia.

Y especula, divertida, que habrá una nube para los Barros. Otra para los Alfonso. Por allá estará Marilyn Monroe. En un momento se le acercará Orson Welles. Incluso, algo impactada, atónita, supone que se puede encontrar con Shakespeare.

-Lo que más voy a echar de menos es estar viva. Pero, ¿sabe?… acuérdese que yo creo que la vida sigue…

-Pero quiero encontrar a mi papá…- resume emocionada.

Toma una pausa. Curiosamente, esta vez, el mayordomo no aparece. Es probable que se ya haya convertido en el hijo y se haya puesto a descansar.

-¿Y no echará de menos al turco?

-¡El turco! ¡Pero claro!

Y se lamenta dejar este mundo porque hay un turco en una teleserie que tiene musculatura y es sensible. Y grita: “¡Es un hombre estupendo!”. Y justo cuando parecía acercarse al cielo, vuelve rápidamente a la Tierra. “¡Estupendo!”, insiste. Y Carmen Barros, a sus 95 años, vuelve a ser una joven inmortal. 

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