Opinión
19 de Noviembre de 2020Columna de Antonio Bascuñan: Malentendidos acerca de la democracia
“La idea de que la representación tiene por objetivo producir identidad entre representante y representado nada tiene de moderna. Es la idea conforme a la cual se entendía en el pasado que los reyes representaban a la nación y los católicos siguen entendiendo que el obispo de Roma representa a Jesucristo”.
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¿Cuán democrático es usted? Hay una prueba sencilla e infalible. Responda: ¿qué cargos públicos está usted dispuesto a que sean designados por sorteo? Sí, por sorteo: entre todos los ciudadanos, si el cargo es nacional; entre los ciudadanos residentes, si es local. ¿Jefe de gobierno, ministros, jefes de servicio, intendentes o gobernadores, alcaldes, jueces, comandantes en jefe, embajadores?
Si la pregunta le parece disparatada, entonces reconózcase mínimamente democrático como primer paso de su autoconocimiento político. Porque los procedimientos genuinamente democráticos son dos: la participación en la asamblea de los ciudadanos y la designación por sorteo de los cargos públicos.
La única institución que sobrevive como práctica democrática genuina en occidente es el jurado. La República de Chile lo exigió durante el siglo XIX para condenar por abusos de imprenta y lo extinguió al inicio del siglo XX. Quizás la nueva constitución sea la oportunidad para reinstaurarlo. Yo simpatizaría con una regla que otorgara el derecho al juicio por jurado a todo acusado que enfrentase el riesgo de ser condenado a más de cinco años de cárcel efectiva.
Pero ahora la cuestión consiste en revisar malentendidos acerca de la democracia.
Los procedimientos genuinamente democráticos son dos: la participación en la asamblea de los ciudadanos y la designación por sorteo de los cargos públicos.
Una objeción a la prueba que le propongo es anticipable: el jurado no es un modelo de institución democrática, porque no es representativo ya que no es elegido. La objeción genera su inmediata refutación. El jurado es genuinamente democrático precisamente porque no es representativo. La democracia genuina no precisa representación. Porque es participación: en la asamblea, por presencia, en el ejercicio de los cargos, por sorteo. Reemplazar el sorteo por la elección para designar los cargos es un correctivo aristocrático de la democracia. Así, Montesquieu (Espíritu de las Leyes II, 2) y Aristóteles (Política, 1317b).
Ahora las cosas parecen dejar de ser paradójicas. La prueba era efectivamente disparatada, porque no se refería a la democracia sin más, sino a la democracia directa. Esa que existió en Atenas y que algunas veces se intentó restablecer a partir del siglo XVII, sin éxito. La democracia moderna, en cambio, se basa en las elecciones. Es la democracia representativa. En ella, la representación no es correctiva sino constitutiva de los procedimientos democráticos. Por eso se puede ser modernamente democrático y no aceptar el sorteo sino para el jurado.
Permítame incomodarlo una vez más en su autocomplacencia. Eso que llamamos “democracia representativa” no es una forma alternativa de la misma idea de legitimidad. Es una idea distinta de legitimidad. La legitimidad del gobierno democrático se basa en el autogobierno de los ciudadanos. La legitimidad del gobierno representativo distingue entre gobernantes y gobernados y descansa en el consentimiento de los gobernados. La representación no es autogobierno.
Nuestros antepasados lo tenían mucho más claro que nosotros. Mire usted las constituciones chilenas del siglo XIX: ninguna describe a la forma de Estado o de gobierno como “democrática”. Recién en el siglo XX comenzamos a autodenominarnos como república democrática.
Lo que tiene de democrática nuestra actual forma de gobierno, por contraste con la originaria, es la expansión del derecho a sufragio, desde los varones mayores de 25 años y económicamente independientes hasta todas las personas mayores de 18 años. Pero el gobierno siguió siendo representativo. Algunos cargos son elegidos directamente y otros son designados por los cargos elegidos directamente. Los ciudadanos chilenos nunca han tenido autogobierno.
“La legitimidad del gobierno democrático se basa en el autogobierno de los ciudadanos. La legitimidad del gobierno representativo distingue entre gobernantes y gobernados y descansa en el consentimiento de los gobernados. La representación no es autogobierno”.
Una nueva objeción también es anticipable: la idea genuinamente democrática de representación no es la que diferencia sino la que identifica a gobernantes y gobernados. Así como las elecciones son constitutivas y no correctivas de la democracia representativa, así también la idea moderna de representación no se contrapone al autogobierno, sino que lo realiza. Las crisis de representación son justamente expresivas de una falla de realización del ideal de autogobierno.
Lamento tener que perturbar por tercera vez su cómoda confusión. La idea de que la representación tiene por objetivo producir identidad entre representante y representado nada tiene de moderna. Es la idea conforme a la cual se entendía en el pasado que los reyes representaban a la nación y los católicos siguen entendiendo que el obispo de Roma representa a Jesucristo. Su transferencia a la relación entre la expresión de la voluntad individual y la formación de la voluntad general es una mistificación. Y su actual versión descriptiva, en el sentido de que el cuerpo de representantes tiene que ser un reflejo de las distintas identidades personales, es un sustituto pueril de la motivación ideológica del consentimiento.
Lo cual no quiere decir que las distintas ideas de representación sean irrelevantes una vez que existen instituciones representativas. Nada de eso. Ellas proporcionan herramientas para entender los procesos políticos, y lo que es más importante, formulan ideales de desempeño de los representantes y de aceptabilidad de las pretensiones de los representados. Con ello contribuyen a la evaluación y cambio del diseño institucional del gobierno representativo.
Por eso tiene sentido discutir acerca de ideas e ideales de representación. Y sería un logro que la opinión pública se familiarizara con el hecho de que existe una variedad de propuestas en ese sentido, en vez de creer que se trata de una cuestión simple con una única respuesta correcta.
Mientras tanto, cuando usted vote por alguien para un cargo, tenga presente que lejos de estar autogobernándose usted está ratificando la validez del gobierno representativo. O en términos aristotélicos, está contribuyendo a la formación de la elite. Y asúmalo responsablemente.
“Cuando usted vote por alguien para un cargo, tenga presente que lejos de estar autogobernándose usted está ratificando la validez del gobierno representativo. O en términos aristotélicos, está contribuyendo a la formación de la elite. Y asúmalo responsablemente”.
*Antonio Bascuñán es abogado y profesor universitario de derecho.