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Entrevista Canalla

20 de Noviembre de 2020

Carlos Pinto, realizador y escritor: “Yo me siento inmortal”

Dicen que se ha vuelto a poner de moda. Tiene un activo grupo de fans que supera los cien mil adeptos. Genera rating y ventas. Él dice que está en paz, que no se imagina muriendo, habla de su estilo de trabajo, del humo, de sus apariciones, de la humanidad y de que sólo quiere seguir contando historias.

Por

Apenas se despierta, Carlos Pinto -61 años de edad, casado con firmeza, padre, periodista- se dirige a su escritorio y empieza a escribir historias espantosas. “Busco inspiración”, y suspira. Lo dice con la voz Pinto, el tono helado de sus relatos. 

-…de algún modo… me he convertido en un clásico…

Murmura otra vez.

Los chilenos ya saben que este señor es el rostro de la penumbra. Ya saben que por dieciséis años, en los noventa, entre 1993 y 2009, narró crímenes locales en Mea Culpa. Que narró desvíos síquicos en El Día Menos Pensado. Este hombre es una gloria audiovisual, un sello pop, el que hizo masivo el espanto. 

-¿Usted es un clásico? 

-…

Y guarda silencio. 

-¿Usted es un clásico, Carlos?

-…dímelo tú…- y se queda inerte. 

Sí, es un clásico. 

“Yo tengo conciencia del cariño. Me paran en la calle, me saludan, me aplauden. Pero ahora es otra cosa… no sé qué está pasando…”.

Este señor originó el humo, los diálogos domésticos, los actores con espinillas. Este señor hizo reflexionar a asesinos en serie. Hizo llorar a sádicos. Grabó la intimidad de los pobres. Sus programas se vendieron a Estados Unidos, a Hispanoamérica. Exportó terror. Hoy es un realizador al que elogian 106 mil fans en una página de Facebook. Es el tenebroso hombre de letras que vendió 25 mil ejemplares con su primera novela El Silencio de los Malditos. Es trending topic todos los domingos, porque se exhiben capítulos de Mea Culpa. Sube el rating del matinal de CHV porque los jueves relata crímenes en voz baja. Hoy escribe otra novela que contiene sangre. Hoy ha vuelto. 

-Sí- afirma.

-¿Ha vuelto?

-No me había ido.

-¿Ellos siempre han estado?

-¿A quiénes te refieres?

-A lo que se ha llamado la Legión Pinto.

-Son leales- murmura.

Y continúa:

-Yo tengo conciencia del cariño. Me paran en la calle, me saludan, me aplauden. Pero ahora es otra cosa… no sé qué está pasando…

Son 106 mil feligreses que lo alaban los domingos en la noche. “Igual uno se debe a ellos”, apunta el realizador. Y él, Pinto, el mito, a veces ingresa a conversar con los del club, los enloquece, analizan una ráfaga de humo, el cuchillazo del desenlace.

-Y si alguien me critica, ellos mismos echan de la página a esa persona. No hay espacio para la mala onda. Sólo se dicen allí cosas buenas. Lo que me preocupa es que dentro del grupo se empieza a funar a delincuentes y eso puede ser peligroso…

Los delincuentes, dice, pagan en la cárcel. Pagan con la marginación. Con el yugo policial. Pero no aconseja que un Escuadrón Pinto, un grupo comando de fans, imparta justicia. El líder invita a la paz. 

-¿Se puso de moda otra vez?

-Mira, yo no he estado ni arriba, ni abajo. Yo me dediqué a escribir. 

Su segunda novela se llamará El Jardín de los Inocentes. Tiene sangre y besos. La escribió con oficio, con horario, terroríficamente. Carlos es realizador, pero a la vez es un escritor que se pasea conmovido por ferias literarias. Se mezcla con superventas y ha sido fotografiado compartiendo una carcajada con Baradit. 

-Me gusta escribir, pero es sumamente difícil. 

-¿Se inspira con historias sanguinarias?

-De todo.

-¿El horror lo estimula?

-Mi objetivo es dar con una buena historia.

-¿Se ha empobrecido?

-¿Cómo?

-Al optar por escribir… ¿ha debido sacrificar un status de vida?

-No tengo problemas con eso. He tenido la posibilidad de ganar dinero. Hoy estoy viviendo una etapa especial de mi vida.

-¿Qué etapa es, Carlos?

-Mi etapa. 

-¿Está generando un contenido personal?

-No lo sé. Fíjate que sólo tengo claro que éste es mi momento. Es el momento en que yo hago mis selecciones. Hoy decido lo que quiero.

-¿Y qué quiere?

-Quiero hacer las cosas por convicción. 

-¿Y el dinero?

-No me interesa.

-¿Y el arte?

-Yo quiero contar historias…

“Fíjate que sólo tengo claro que este es mi momento. Es el momento en que yo hago mis selecciones. Hoy decido lo que quiero”.

Hay un silencio, una pausa teatral. Lo que ocurre es que Carlos Pinto fue periodista deportivo sin saber de deportes. Carlos Pinto se internó en el terror y se pone pálido con una gota de sangre. Carlos Pinto retrató a los fantasmas y no cree en los fantasmas. Él sólo anhela contar historias.

-¿Y cómo se cuenta una historia, Carlos?

-Sin imitar a nadie. Dejándose llevar. Esa es la clave, amigo, dejarse llevar. Ser genuino a lo que te ocurre por dentro. ¿Sabes lo que pasa?

-¿Qué…?

-Si te fijas en lo que hay dentro tuyo, en lo que te está diciendo una historia, vas a poder encontrar una voz. Y algo más…

-¿Investigar?

-Na…

-¿Qué?

-Debes tener la ambición sana de querer lograrlo todo.

-¿Qué es lograrlo todo?

-Cuando hagas algo debes pensar que vas a cambiar el mundo. Eso les pasa a los artistas. Y así nace el estilo…

Y pone esa voz de alerta, el murmullo carcelario que ocupa para relatar una verdad.

Carlos Pinto durante uno de los programas de Vértigo de Canal 13 – Fotografía: José Zúñiga/Agencia Uno.

Aclarando la mitología

Después de un rato, de sondear sus éxitos, Carlos comienza a analizar los mitos. “El humo de Mea Culpa”, explica, “se originó por un desperfecto técnico”. “¿Qué pasó?”, interroga el reportero, afectado. “Puta”, se relaja el realizador, “estábamos grabando y algo explotó, algo se rompió, y salió humo, todo se llenó de humo”. Visionario, con el delirio del genio, Carlos gritó:

-¡Me gusta!

-Carlos- le dijo un técnico-, todo se llenó de humo…

-¡Dejen el humo, jajaja, es fascinante!

Y quedó el humo.

El humo histórico.

Ahora Carlos se refiere a los actores, los misteriosos actores de sus capítulos. Los chilenos normales, con estrías y caries, que protagonizaron sus historias: “Los sacamos de la calle”, confiesa. “¿Cómo? ¿Los reclutaban en la vía pública?”, indaga el reportero. “Por instinto. Veíamos a alguien y decíamos: Ese puede ser el sicópata. O decíamos: Ese será el asesinado. Tiene pinta de asesinado”. 

Eso sí, eso trajo un inconveniente.

Los actores de la calle no podían memorizar largos parlamentos. Carlos optó por una medida radical.

-¡Que hablen poco!

La instrucción apuntaba a facilitar la tarea de esos actores espontáneos. De manera que los diálogos se tornaron precisos. Los díálogos, refiere Carlos, eran frases parcas, casi hostiles. Carlos pone otra voz e ilustra un diálogo habitual:

-“¿Y tú pa dónde vas?”. “A la casa del Marco”. “¿Y tenís plata aunque sea?”. “Ahí me las arreglo”. “Llévate la parka… puede que llueva”. 

Así hablaron sus personajes. Así se hicieron famosos esos diálogos.

-¿Por qué usted aparecía en las escenas cumbres, Carlos?

-Se me ocurrió.

-¿Los actores se congelaban aguantando la respiración mientras usted aportaba un dato?

-Era todo bien artesanal. Yo quería dar un paso distinto. Quería mostrar que el muro se puede romper…

Carlos dice que no solían mostrar el horror en primer plano. Dice que solían poner gotas de sangre en la pared. Si un personaje debía mutilar a su amante, tornaban difusas las imágenes. O mostraban el hacha en el suelo. Las casas en que grababan, por otra parte, eran casas verídicas, de chilenos sencillos. Carlos paseaba por barrios y elegía una residencia resquebrajada. Buscaban esforzadamente la humildad. Que la bolsa de té se ocupara en varias tazas. Que la tetera estuviera abollada. 

-Y solíamos marcar 42 puntos de rating- recuerda.

El otro día reeditaron un capítulo en que un pescador iba a asesinar a una señora muy modesta. El pescador se emborracha y entonces, previo al asesinato, en un living, una mosca sobrevuela la escena. Un moscardón. Un insecto mórbido planeando sobre la cabeza del asesino.

-Disculpe, Carlos, ¿esa mosca la puso producción?

-… la recuerdo.

-¿O fue una mosca nativa? ¿Una mosca del lugar?

-Mira, hemos usado moscas muertas para generar una atmósfera determinada, pero eso fue una mosca del lugar.

Carlos se disponía a editar cuando un técnico le dijo: “Carlos… ¿hay una media mosca en la escena del crimen?”. Pinto no se descompuso: “Quiero ver la escena”. Miró fríamente al insecto. Calibró que una mosca otorga realismo. Y dijo: “Déjenla”. Hubo murmullos en el staff. Era otro atrevimiento de la leyenda.

-Estoy influido por el neorrealismo italiano- comenta Carlos.

-¿Y por eso dejó esa mosca en pantalla, Carlos? Está en la escena clave del episodio…

-La dejé porque las moscas también viven con los asesinos.

Y el creador, en pleno Año Pinto, consentido por 106 mil feligreses, hito del rating, el novelista que condimenta con muerte su prosa, se queda severamente serio, orgulloso de toda su obra.

“Estoy influido por el neorrealismo italiano”.

Arresto mundial

-¿Sabe, Carlos, que este ha sido el año en que ha muerto más gente en la historia de Chile?

-Tiene que ver con las instancias de vida. Y te agrego algo: el 67% de las muertes ocurren en la calle. 

-¿A usted le gusta la sangre?

-Me desmayo cuando veo la sangre. 

-¿Habla en serio?

-No soy tan fuerte…

-Disculpe, pero usted es Carlos Pinto…

-Y Carlos Pinto tenía que salir de las grabaciones cuando la escena era muy fuerte.

-¿Pero no le gusta la crónica roja?

-Nunca me había interesado. Yo soy un cuenta cuentos.

-¿Y la vida paranormal que retrató en El Día Menos Pensado?

-No creo en espíritus. Yo distingo los hechos paranormales de los hechos audiovisuales. 

Es un realizador humano, dotado de mareos e incredulidad. No descarta armar un Mea Culpa nuevo. Afirma que está lleno de energía, plagado de ideas. Este año ha pensado mucho en la humanidad y, al respecto, señala poéticamente:

-Todos estamos viviendo una condena hogareña. Una condena domiciliaria.

-¿Cuándo terminará esto, Carlos? 

-Nunca. Cuando se apague el temporal nos vamos a ver las caras. Y todos vamos a tener heridas.

-¿Por cuánto tiempo?

-Vamos a tener heridas de por vida.

-¿Y a usted cómo le gustaría morir?

-Yo me siento inmortal. Es decir, tengo tal sentido de la inmortalidad que eso me impide pensar que moriré.

-¿Es eterno?

-Hasta que muera.

-¿Qué es la vida entonces?- se inflama el reportero.

-La vida es la incertidumbre.

-¿Siempre?

-Eso es ser. Y yo por eso me siento inmortal.

Carlos se queda en un silencio reflexivo. Es Carlos, el hombre que desde hace treinta años está acostumbrado a generar audiencia. El que enfocó a los malos, el best seller, el vigente. El líder de una religión de 106 mil fanáticos. 

-¿Y cree que éste es su año? ¿Un Año Pinto?

-No tengo idea. Desconozco por qué podría ser un Año Pinto. A mí sólo me preocupa una cosa…

-¿Qué?

-Lo que va a pasar mañana… – y otra vez pone esa voz que eriza la piel. El tono de voz que lo hizo inmortal.

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