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Entrevista Canalla

20 de Julio de 2023

Diego Muñoz y el recuerdo de su accidente en moto: “Nunca más en mi vida, es un ataúd invisible”

Foto: Mega

El actor se refiere al éxito de la teleserie Como la Vida Misma (Mega), y en la cual es protagonista. Habla de su trabajo, de ser mino, de su hija, de su rol como papá, de las motos, de la marihuana, de dios, de la Iglesia y de la vida.

Por

“Vamos primeros, mira, son números recientes”, y el actor Diego Muñoz muestra un teléfono, un pantallazo al éxito, los números que acreditan que una de las teleserie del momento es “Como la vida misma“, de Mega, la que él protagoniza. Alcanza los 16 puntos, una cifra gloriosa en el primer cuarto del siglo XXI. Tal vez ha vuelto la moda de mirar dramaturgia local. Tal vez haya un declive del imperio telenovelesco turco, tal vez ya no impacta en la sintonía la tristeza de un musculoso radicado en Estambul. Quizás ahora han retornado los nudos humanos del hemisferio sur, latitud 33. 

-Número uno- precisa Diego, hinchado de victoria, y extiende el teléfono y el reportero puede dar fe que el número es verídico.

-Es efectivo. Van primeros- zanja la prensa con seriedad.

-Ha sido increíble- enfatiza Diego Muñoz, los ojos le saltan, le brota una carcajada, un torbellino de dentadura, la Risa Muñoz, famosísima.  

-¿Está satisfecho?

-Estoy feliz- opina Diego.

El éxito, piensa el reportero, ha inducido su estado de ánimo. Diego se ve vitalizado. Diego tiene 47 años y dos mechones con canas, el matiz exacto de madurez sensual. Arroja en una mesa del Tavelli de Manuel Montt una cajetilla abierta, Lucky Strike Rojo, la nicotina del leñador. Se aferra a un cigarro sin fumarlo, el TOC del adicto. Pide un café con poca leche, cargado, a la médula. 

-¿Tú?

-Coca Cola sin azúcar- susurra finamente el reportero.

Diego cruza una pierna, se le distinguen unos botines a la moda. Se estira un polerón. Se le percibe un pedazo de pasto colgado en la espalda, un inquietante fragmento de vida outdoor. Por momentos parece un surfista afincado en el Barrio Italia. Un montador de olas ñuñoínas. Un cultor de la onda natural con una brizna de neo hippismo. Un progresista gentil generado en el Saint George.

-¿Lo han discriminado alguna vez en el mundo de los actores?

-No… ¿Por qué?

-Por su origen social…

-Jamás. Quizás alguien por ahí, pero como en cualquier trabajo…

-¿Le gusta hacer teleseries?

-¡Me entretiene hacer teleseries!- exclama, encendido.

-¿Por qué le gusta tanto?

-Me gusta grabar, estar ahí. Es una huevada muy rica. Es algo activo, que va cambiando todos los días.

No es una oficina con rutina decepcionante. Es un espacio creativo, novelesco, sin formatos. 

-¿Han bajado los sueldos en las teleseries?- el reportero, de pronto, arruina el momento de plenitud. Se ha visto forzado a bloquear las risas: se sabe que los sueldos ampulosos del siglo XX -la era de los 20 palos-  ya no rigen en las áreas dramáticas.

-Sí…han bajado- Diego adopta una cara afligida, como si lo acecharan las deudas.

-¿Cuánto han bajado?

-Mucho. 

Y ocurre aquí un tenso silencio mercantil.

-¿Usted está firme, en términos económicos?

-Creo que sí…

-¿Le viene la angustia de fin de mes?

-Estoy bien. Pero por supuesto que la vida está más difícil.

-¿Está en algún emprendimiento?

-No, no… antes tuve. Pero ahora ya no.

Participó como Director Creativo en el Teatro Mori. Y tuvo una academia de boxeo junto a Gonzalo Valenzuela. Quisieron, locamente visionarios, llevar el boxeo a la elite, reformular el aletazo ABC1, el cornete lais. Se instalaron al lado del Parque Arauco. No les fue mal, ni tampoco bien. Vendieron todo a unos alumnos.

-Pero, mira,… las teleseries- retoma Diego- se rigen por asuntos comerciales.

Diego suspira.

-…y los elencos se han achicado…

Todo es matemáticas, desliza. Más rating, más caro el aviso. Menos rating, se abarata el aviso. Se mide por segundos. Cada segundo tiene un precio. Diego habla de un producto de ficción con tono de economista. Es que en la dramaturgia también opera el mercado. Por ejemplo, el vínculo amoroso entre los personajes de Coca Guazzini y de Héctor Noguera, dos personajes que dan vida a un noviazgo plateado, lidera la sintonía de la teleserie. Ese conflicto dramático se valoriza en pesos. Esos segundos se han encarecido. 

-Y, bueno, Alonso Valdés, mi personaje es un buen hombre… tiene la tuición de su hijo…

En estos momentos Diego, en la variante ficción, ha comenzado a hablar de sí mismo. 

-… y entonces… está separado…

A Diego le gusta mucho su personaje. Le parece un chileno simple y con contenido. 

—… y conoce a esta mujer… claro… por Tinder…

Diego, el humano, jamás utilizó Tinder. El reportero cree que no lo necesitó. Diego tiene una anatomía bien cuidada, además posee una sonrisa con luz. Diego Muñoz solía seducir en cualquier bar. Se puede presumir que el tenis de su adolescencia, los chispazos futboleros de la juventud y el boxeo terminaron modelando su tórax. Hoy se mantiene en forma practicando golf, recorriendo en trance los dieciocho hoyos del Country Club. 

-¿No se internó experimentalmente en Tinder?

-Sí, una vez. 

-¿Qué ocurrió?

-Es muy divertido.

Al enterarse que su personaje ingresa a Tinder, Diego le pidió a su esposa, Sofía Heiremans, que se hicieran una cuenta e ingresaran juntos, de modo profesional, personificando a un ardiente señor inventado. El resultado fue estimulante: “Encuentro excelente Tinder”, concluye Diego. Y sonríe, moderno.

-… y, bueno, Alonso es amigo del Caco Covarrubias…- sigue explicando Diego.

Caco Covarrubias es encarnado por Claudio Castellón. El reportero repara en el señor Castellón.

-Tengo entendido que él, Claudio, es el hombre más sexy del momento…

-¿Quién?- Diego queda atónito.

-Claudio Castellón… ha tenido innumerables romances…

-Ja… es muy buena onda Claudito…

-¿Considera que es el mino de hoy?

-Uu… claro… se debería decir “Claudio Castellón…de joven modesto al mino del momento”…- ríe Diego.

-¿Usted fue el mino del momento?

-Na… hace veinte años pudo haber sido…

-¿Es incómodo ser el mino del momento?

-¡Es que yo no soy el mino del momento!

-¿No se tiene fe?

-¡No soy mino!

-Eso es subjetivo- refuta el reportero.

Es sabido que, años atrás, en una casa mitológica de Providencia, tres chilenos de buen aspecto vivieron juntos: Gonzalo Valenzuela, Benjamín Vicuña y Diego Muñoz. El trío indomable, tres galanes en estado salvaje. Fue una era de fiestas y noches. Brindis y besos. Diego, al recordar, admite: “Gonzalo era el que tenía más éxito. Gonzalo era el mino”. ¿En qué sentido? “Si los tres entrábamos a una fiesta, todos los ojos de las mujeres se iban a Gonzalo”, afirma. ¿Por qué? “Por la altura, supongo. Puta, Gonzalo entraba, y pam… todas se daban vuelta. El Benja y yo veníamos atrás”. y suspira, modesto. Fue su época limítrofe. Y la vivió en esa casa que llevaba un nombre paradojal: sus días de desenfreno los vivió en la calle Tranquila.

-¿Y ahora?

-Nooo… estoy muy tranquilo…

-¿Qué le pasó?

-Ahora tengo una hija. Ahora está Delia…

Y su risa es diferente.

Es la risa de alguien que ya no vive en la calle Tranquila. Es, a la vez, la risa de alguien que ha empezado a vivir con tranquilidad.

Diego papá 

De manera que Diego Muñoz, en poco tiempo, ha sido papá dos veces. Ha sido papá al interior de una teleserie y ha sido papá al interior del Barrio Italia, en la vida sin escenarios. En la teleserie es el papá de Benjamín Valdés Werner. En la vida de verdad es el papá de Delia Muñoz Heiremans, un año y siete meses de vida, activa consumidora de chupetes y quien aún no dice una sola palabra.

La vida de Diego Muñoz ya no es la misma.

-El otro día, huevón- y la paternidad se le escapa por los ojos-…la miré y le dije: “Delia, si me escuchas y entiendes lo que hablo… sólo sácate el chupete… es el signo de que me entiendes…”…

-¿Qué hizo Delia?

-Me miró fijamente. Y… ¡se sacó el chupete, huevón! ¡Ella está entendiendo todo!

-¿Cómo quiere criarla?

-Voy dando un paso a la vez.

Diego afirma que le enseña la honestidad. 

Sofía y Diego, los padres de Delia Muñoz, están casados. Delia será criada por un matrimonio. Pero no un matrimonio casado por la Iglesia. A Diego no le gusta la Iglesia. Le gusta Dios, o tal vez Jesús, incluso tolera la existencia de una divinidad inclasificable, pero no cree en la bondad de la Iglesia.

-¡Es que no creo en lo que la Iglesia Católica hizo con Dios!

-¿A qué apunta?- el reportero nota que la conversación toma otra hondura.

Y Diego, en una frase intuitiva, resume la pérdida de popularidad que la Iglesia Católica ha tenido en los últimos años:

-¡La Iglesia no hizo ninguna de las huevadas que decía Jesús que se hicieran!

-¿Dónde está Dios?- pregunta teatralmente el reportero. Y mira fijo al actor.

-Dios es cada uno de nosotros- responde Diego, místicamente.

-¿Cómo dice?

-Dios está en todo.

-¿Cree en el paraíso?

-No, huevón. Es esto, no más.

-Y cuando muera alguien, ¿qué le dirá a su hija?

-Se fue. Se tenía que ir. Hay mucha gente y no cabemos todos en este planeta.

Y entonces Diego enciende el Lucky Strike Rojo. 

Y suelta nicotina por la boca.

El humo se va para el cielo.

Diego grande

-¡Diego!- una fan destemplada encara al héroe sencillo, al fumador místico. 

-¡Te quiero!- le dice y lo fotografía en un arrebato.

Otra fan aparece.

-Jajaja- ríe el actor y se estremece con un niño que le cuelgan al cuello. La ciudadanía le pide carisma al ídolo. Y el ídolo, un buen tipo, entrega su Risa Muñoz, una dentadura carismática a disposición de la gente.

En un momento estira un brazo y asoma una cicatriz. El reportero capta al instante: es la huella del accidente del 2019, el día que voló desde la moto, que impactó un árbol, que casi perdió la vida.

-Yo he tenido más cueva que el hombre poto- confiesa al recordar su accidente.

Resume: catorce días en la UTI. Cuello roto. Fracturas. Inmovilizado. Vertebras quebradas. 

-¿Se subirá a una moto otra vez?

-Nunca más en mi vida. Es un ataúd invisible.

-¿Aún le atraen?

-Las encuentro exquisitas. Pero si voy en un taco, ya no me pongo ansioso por ir pasando autos. Ahora pongo la radio Beethoven y me quedo tranquilo.

-¿Y ya superó el estigma que le generó su detención por marihuana?

-Ya fue. No pasa nada. Si cuánto huevón fuma en este país…

Han habido algunos que lo etiquetan y le preguntan, sarcásticos: “¡Buena, Diego! ¿Cuánto te demoras en hacer un pito?”. Y Diego les grita, sonriendo: “¡Lo mismo que vos, ahuevonao!”. Que el que esté libre de pecados, que tire el primer cogollo. 

-¿A quién le daría el Premio Nacional de Teatro?

Piensa.

-A Rodrigo Pérez- responde.

Y se queda pensativo, da un sorbo al café. Es un Diego Muñoz sin motos, sin el trío salvaje. Es el señor Muñoz con una hija, es el auditor de música clásica.  

-Lo veo bien- concluye el reportero.

-Estoy bien, huevón– admite el actor.

Ama a su hija, ama a Sofía, ama el matrimonio, ama su trabajo, ama el café, los Lucky Strike, a sus amigos, el mar, el queso, cocinar, ama la paz, ama a su mamá que es compuesta y a la vez descompuesta, ama el golf, reír, fumar, la naturaleza. Está plagado de entusiasmo. Es el actor pleno.

Y tras un silencio, Diego señala:

-Me tiene bastante motivado estar vivo.

-Pero si muere no irá al paraíso…

Entonces Diego, hondo, comenta:

-Este es el paraíso, compadre- y se queda sonriendo, triunfal, maduro. Y da la sensación que este hombre ha dicho la verdad.

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