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18 de Diciembre de 2020

Después de la pandemia, el hambre

Las ollas comunes que se vieron durante el invierno podrían volver en 2021. Desafortunadamente, para esto no hay vacuna.

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Se supone que en algún momento en la primera mitad del próximo año, la vacunación contra el COVID-19 debería ser una realidad en buena parte del mundo. De ahí en más, también se supone que la tan anhelada normalidad debería comenzar a estar -al menos- cerca. 

Entonces, si las cosas se dan de esa manera, rutinas como clases online, teletrabajo, confinamientos varios, uso obligatorio de mascarilla, distanciamiento social y más comenzarían a quedar en el pasado. Sin embargo, hay algo que podría aparecer. O mejor dicho, salir a la superficie, porque no se trata de algo nuevo: el hambre. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de hambre? “La FAO reconoce el hambre como una situación que ocurre por un consumo insuficiente de alimentos que den energía, causa una sensación física incómoda o dolorosa y es crónica cuando la persona no tiene la ingesta suficiente de calorías que le permitan llevar una vida digna, activa y saludable”, explica la doctora Eve Crowley, representante para la FAO en Chile y agrega que, actualmente, “se estima que 690 millones de personas en el mundo padecen hambre”. 

Ahora bien, el hambre es algo que se suele asociar a algunos países de África y a nuestros recuerdos de famosas campañas benéficas de décadas pasadas. Tal vez, ajustando la mira y pensando en algo más cercano, podemos también pensar en lo que pasa en Haití. Sin embargo, el hambre hace rato que sigue siendo un problema en buena parte de Latinoamérica y así lo dice la FAO en su informe sobre el Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina el Caribe para este 2020, que acaba de ser presentado.

 “La población afectada por inseguridad alimentaria ha seguido aumentando en América Latina durante los últimos cinco años. En 2019, casi un tercio de la población, o lo que es lo mismo, 191 millones de personas, se vieron afectadas por inseguridad alimentaria moderada o grave. De ellos, 57,7 millones, aproximadamente un 10% de la población de la región, se vio en situación de inseguridad alimentaria grave, es decir, se quedaron sin alimentos, pasaron hambre o estuvieron más de un día sin comer”. 

Foto: Agencia Uno

Con este panorama en el ámbito alimentario, no extraña entonces que las ollas comunes y los comedores solidarios hayan vuelto a tomar visibilidad durante este año que ya casi termina. Y para darse cuenta de esto no hay que mirar siquiera a los países vecinos, porque acá en Chile, en los meses más duros del confinamiento, las ollas comunes fueron una realidad. 

Entre julio y agosto se estima que sólo en Santiago –repartidas en diversas comunas- llegaron a funcionar alrededor de trescientos de estos comedores de emergencia. Además, el fenómeno se dio también en ciudades como Antofagasta, Valparaíso y Viña del Mar. 

Pero esto de la pandemia poniendo en evidencia el hambre que subsiste en la sociedad es más que global y un buen ejemplo es lo que sucede en Nueva York. El pasado mes de septiembre, cuando parecía que la pandemia quedaba algo atrás en el hemisferio norte, un artículo del New York Times daba cuenta que casi uno de cada ocho jefes –por lo general jefas- de hogar no tenían los recursos suficientes para alimentar a sus familias; lo que ponía automáticamente a millones de estadounidenses en inseguridad alimentaria. Por lo mismo, en la medida que el otoño comenzaba a llegar a esa ciudad, los bancos de alimentos se iban transformando en parte del paisaje natural de varios barrios neoyorkinos. Ahora bien, lo peor de todo esto –en Nueva York, Santiago, Talca o donde sea- es que todo indica que la situación de pandemia que hemos vivido durante el 2020 no sólo ha puesto en evidencia este fenómeno del hambre o inseguridad alimentaria, como quieran llamarle. Lo más terrible es que cuando lleguemos a salir de toda esta contingencia, digamos, post vacuna, es bastante probable que el panorama siga siendo complicado o derechamente peor. 

Entre julio y agosto se estima que sólo en Santiago –repartidas en diversas comunas- llegaron a funcionar alrededor de trescientos de estos comedores de emergencia. 

“El impacto de la pandemia de COVID-19 aún no se refleja en los indicadores de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) relacionados con la alimentación y la nutrición. Sin embargo, los datos disponibles sobre el consumo de alimentos, encuestas nutricionales y las proyecciones sobre el incremento de la pobreza en la región permiten augurar un aumento significativo del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en los próximos años”, advierte también el reciente informe entregado por la FAO para Latinoamérica. 

Y en este mismo sentido, la doctora Eve Crowley sostiene que “existe un círculo vicioso entre pandemia y malnutrición, por lo que estimamos que existe una variación en estas cifras que todavía no es posible registrar en su totalidad y que representa un retroceso para el país (Chile) en el ámbito de la seguridad alimentaria y nutricional, aunque creemos que es superable con las medidas adecuadas. Desafortunadamente, al extenderse el impacto y duración de la crisis COVID-19, la pobreza y recesión económica asociadas, aumenta la desnutrición, el déficit de nutrientes y exceso de peso, que tienen que ver tanto con la reducción de los ingresos de las personas afectadas por la crisis económica como con los cambios en los hábitos de consumo por el confinamiento”, rematando con algo que venimos escuchando hace tiempo pero no por eso deja de impactar ni es menos cierto: “un menor ingreso determina una restricción en el acceso económico a los alimentos nutritivos y saludables”.

Foto: Agencia Uno

Durante décadas hemos creído que Chile escapa al escenario latinoamericano en muchas de sus carencias, lo cual no deja de ser cierto. 

De hecho somos considerados un país de ingresos medios altos y en el tema de la alimentación, en palabras de la doctora Crowley, tenemos “una clara tendencia hacia la malnutrición por exceso”. 

Por lo mismo y con razón, se duele decir que el problema en Chile es la obesidad y no el hambre. Sin embargo, como dice la doctora “en los casos más extremos, hay quienes ni siquiera pueden adquirir estos alimentos de baja calidad y padecen inseguridad alimentaria moderada o severa”. 

Y si a esto le agregamos que, según datos de la CEPAL en 2020, la pobreza aumentará en el país, estimativamente, un 15.5%; todo indica que 2021 será complicado y probablemente sigamos viendo ollas comunes y otro tipo de iniciativas de este tipo –al menos- en los grandes centros urbanos del país. 

Un buen ejemplo de que este fenómeno de la inseguridad alimentaria tiene para rato está en Comida Para Todos, una organización que nació en plena pandemia para darle por un lado trabajo a las cocinas de los restaurantes que se encontraban cerrados y a los transportistas escolares y colectiveros que estaban en las mismas, elaborando con los primeros almuerzos (pagados por donaciones) que luego los segundos repartían en distintas ollas comunes. 

“Los datos disponibles sobre el consumo de alimentos, encuestas nutricionales y las proyecciones sobre el incremento de la pobreza en la región permiten augurar un aumento significativo del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en los próximos años”.

Bueno, actualmente esta organización sigue funcionando en Antofagasta, Valparaíso, Los Andes y algunas comunas de Santiago. Además, están implementando el mismo sistema de trabajo en Perú y Ecuador. 

Está claro, mucha gente tiene hambre y probablemente serán más los que entren en esta situación a partir de 2021. ¿Qué se puede hacer en Chile? Lo primero, incluir con urgencia este tema en el debate. Porque hace rato venimos escuchando de los diversos gremios y sectores productivos que se han visto seriamente afectados por la pandemia pero poco se habla de algo tan básico –y grave- como la gente que tiene hambre. 

Hace unos días, el economista Luis Alberto Escobar, al ser consultado sobre un hipotético tercer retiro de fondos de las AFP, expresó que si el gobierno no hacía bien la tarea no veía otra alternativa y que de lo contrario las ollas comunes podrían verse incluso en la Alameda. 

Más allá de la hipérbole, lo cierto es que el tema es urgente y merece ser discutido a alto nivel, antes de que lleguemos a números peores. Aunque no lo estemos viendo, no queramos verlo o simplemente nos dé vergüenza. 

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