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Opinión

24 de Diciembre de 2020

Columna de infectóloga Claudia Cortés: El cansancio y la rabia

“Durante seis meses, estuve en una pieza aparte del resto, sin tocarnos, sin compartir la mesa y sin jugar con mis hijas para no correr el riesgo de contagiarlas a ellas o a mi marido (...) No queremos tener que volver a eso. Y cuando veo las filas afuera del mall, sé que pronto tendré que volver a salir de casa a nuevamente enfrentarme a eso”.

Claudia Cortés
Claudia Cortés
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Hace un par de días, en una entrevista, me preguntaron qué sentía cuando escuchaba hablar de “plandemia” (término que usan quienes creen que la pandemia es una conspiración y la enfermedad no es tal) o cuando veía las enormes aglomeraciones afuera de los centros comerciales. Contesté que me daba rabia. Luego, cuando terminó la entrevista, me quedé pensando en que si esa era o no una respuesta políticamente correcta para dar en televisión. Y no sé si es correcta, pero sé que es honesta y que esa rabia, de todas, no me impedirá realizar mi labor profesional de forma debida cuando llegue el momento de atender a algunas de esas personas que consultarán con fiebre, con una terrible sed de aire y con miedo, mucho miedo.

Esto, lamentablemente, seguirá ocurriendo:  quienes se contagien le transmitirán el virus a sus padres, abuelos, vecinos, colegas. Algunos de ellos -incluidos los que no creen en esta pandemia- se enfermarán y otros, morirán. Y como todos sabemos, sólo se muere una vez; no hay forma de arrepentirse, pero sí hay forma de cuidarse.

Durante estas semanas, hemos escuchado hablar sobre la llegada a Chile de la vacuna. Pero por ahora ella es sólo una gota de agua en un océano de personas que la necesitan. En Chile, hay casi medio millón de funcionarios de la salud, y ya ha llegado un embarque de 10.000 vacunas, que alcanza para vacunar a 5.000 de ellos. Es decir, al 1% del total. 

Sabemos que no todos quienes trabajamos en primera línea atendiendo pacientes con COVID tenemos, siquiera asegurada, una dosis de vacuna de este primer embarque.  

Según la cifras recabadas por el Ministerio de Salud, los funcionarios de salud tenemos el triple de probabilidades de contagiarnos de SARS-Cov-2 que la población general, y dentro de los distintos estamentos son las enfermeras y enfermeros, junto con los médicos, quienes más se han contagiado y han requerido hospitalización. Sin ir más lejos, a la fecha hemos tenido que lamentar la muerte de 22 colegas, el último, un gran nefrólogo con quien tuve el placer de compartir turnos y embarcarnos en largas conversaciones sobre los libros que leíamos.

Andrés, al igual que otros 21 colegas, no estará más.

Y vuelvo a la rabia, esa sensación incómoda. 

Antes del Covid, gran parte de mi actividad laboral (académica y clínica) giraba en torno al VIH. Nunca juzgo cómo decide la gente vivir su vida sexual; no es mi tema ni mi preocupación. Yo los recibo, les explico del mejor modo posible, les doy tratamiento y los educo para que se cuiden tomándose sus medicamentos para que así mantengan una buena salud y calidad de vida y también para que no transmitan el virus a otras personas. 

“Yo sé cómo es tener COVID. He visto a muchos más pacientes de los que hubiera querido ver. He tenido que llamar a muchas familias para decirles que su padre, madre, abuelo, tía, hijo está muriendo. En poco tiempo, he tenido que hacer varios certificados de defunción”.

Pese a todo, hay quienes no se cuidan; los que no usan mascarillas o las usan mal, los que se agolpan en las tiendas, los que van a fiestas clandestinas de toque a toque. No sólo se arriesgan a enfermarse ellos, si no también a contagiar a sus contactos y, sin imaginar el alcance, a contagiarme a mí. Y yo sé cómo es tener COVID. He visto a muchos más pacientes de los que hubiera querido ver. He tenido que llamar a muchas familias para decirles que su padre, madre, abuelo, tía, hijo está muriendo. En poco tiempo, he tenido que hacer varios certificados de defunción. 

Además de rabia, tengo cansancio. Agotamiento físico y mental. El haber trabajado por meses en horarios extendidos. Dormir poco, dormir mal. Distraerse nada. 

Hoy no estamos como en junio, cuando en la Región Metropolitana estábamos en el primer peak. Hoy estamos cansados. Seguimos dando lo mejor y luchando por cada paciente, pero queremos que esto acabe. Necesitamos que esto se acabe. 

Muchos nos separamos de nuestras familias. En mi caso, durante seis meses, estuve en una pieza aparte del resto, sin tocarnos, sin compartir la mesa y sin jugar con mis hijas para no correr el riesgo de contagiarlas a ellas o a  mi marido, en caso de que yo me hubiera enfermado en el trabajo. No queremos tener que volver a eso. Y cuando veo las filas afuera del mall, sé que pronto tendré que volver a salir de casa a nuevamente enfrentarme a eso que tanto hemos querido dejar atrás, todo el personal de salud. 

Esta pandemia, tan real como los 16.303 muertos que han sido reportados oficialmente al 24 de diciembre, sólo se acabará cuando al menos el 80% de la población esté vacunada. Esos son cerca de 15 millones de personas, es decir, 30 millones de dosis, y por ahora sabemos que solo llegaran 10 mil, lo que quiere decir que será llegará al 0.06% de la población o 6 personas de cada 10 mil.

Mientras las vacunas no solo lleguen, si no que sean distribuidas en el territorio nacional y sean inoculadas, faltan muchos meses, y en esa espera, hay que seguir cuidándose, con las medidas que majaderamente se han repetido y que, pese a la creencia, son muy eficientes si se hacen bien: lavarse las manos, colocarse la mascarilla correctamente, mantener distancia física de 2 metros, evitar las aglomeraciones y viajes o traslados innecesarios. 

Esa es nuestra “vacuna” mientras esperamos la vacuna.

Sé que la mascarilla es molesta, llevo usándola casi ininterrumpidamente desde hace 10 meses al menos de 8 a 10 horas diarias. Pero tengo la certeza de que tener un tubo por la boca que entra por mi garganta es más molesto aún.

No quiero tener más rabia y necesito descansar. Y mientras llega ese momento, todos debemos seguir cuidándonos, porque esto aún no acaba.   

*Claudia Cortés M. es infectóloga, vicepresidenta de la Sociedad Chilena de Infectología y académica Universidad de Chile

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